“La única bomba que conozco, es un libro”. Dijo Stéphane Mallarmé. Se ve que no conoció a Hiroshima y Nagasaki, pensé yo. Se nota que no le cauterizaron la vena poética con un misil aire-tierra o con una de esas bombas inteligentes que también mata inocentes –cómo no iba a hacerlo, después de todo ¿para qué sirve una bomba?— Está claro que Mallarmé no conoció el napalm ni a las V-2 o a esos cañonazos infernales en Bagdad que mutilaban, junto a personas y animales, a edificios, hospitales, mercados, escuelas, muesos, plazas, calles, alcobas y también a la Biblioteca Pública, la que contenía tablillas de arcilla (quizá los textos más antiguos que el hombre conociera) y miles y miles de volúmenes que no supieron ser bombas en este principio de siglo en el cual nos deberíamos sentir apenados y avergonzados de que no sea verdad aquella frase de Mallarmé.
Aun así, las bombas, los explosivos, todo eso, no son las culpables, sino quienes los usan, a casi todo se le puede dar otro uso más práctico.
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Eso es seguro, lo que quise decir aquí fue una metáfora, obviamente, quienes están detrás de los artefactos son las personas, y a eso me refiero con que es una lástima que los libros no sean «bombas» en el sentido que le da Mallarmé. Soy un convencido (quizá un iluso, diría alguien), que a más libros, menos guerras.
Saludos.
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No me cabe duda, precisamente por eso muchos libros han estado perseguidos, o sus autores, el libro puede ser un instrumento harto peligroso, pero para los que manejan las bombas precisamente.
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Cuando mi suegro llegó a la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, en la Universidad Complutense de Madrid, se encontró con que, apenas un par de décadas antes, los fondos bibliográficos de la misma se habían empleado para hacer barricadas. Fue durante el levantamiento fascista contra la República, en 1936, cuando la Ciudad Universitaria fue primera línea de fuego. Y muchos de los ejemplares tenían restos de sangre e incluso balas incrustadas.
Que fin más triste para un libro, ¿verdad? Pero a la vez, qué otra cosa podía detener a los fascistas más que una barricada de libros: como la ‘kriptonita’ para Superman ;–)
Un abrazo para ambos.
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Es una estupenda imagen, digna de una buena novela o algo así. Aquí también hemos tenido a nuestros buenos generales que amaban quemar libros, además de a sus autores o lectores (a los cuales, después de quemarlos de diferentes maneras, los desaparecían).
Es una suerte que nos encontremos del mismo lado de la trinchera.
Un abrazo quijotesco.
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Cualquier signo de violencia me supone un shock emocional más aún si hablamos de guerras o libros bombas. Estoy segura de que todo se arregla con el amor a los demás.
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El punto es cómo lograr que todos sientan amor por los demás (esto tiene relación con El circo de las mariposas ¡Mira cuánto tiempo después las cosas siguen relacionándose).
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Si, verdaderamente impresionante.
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Reblogged this on Arrabales de cultura.
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