No hace muchos días atrás conversaba con una amiga mexicana sobre cómo vamos modificando nuestros gustos o nuestros pareceres según vamos sumando textos a nuestro bagaje cultural; es decir, a medida que vamos creciendo intelectual y espiritualmente. Recordé un texto de Borges llamado Kafka y sus precursores y traté de explicarme, creo que con poca fortuna. Creo que mi amiga me entendió pero sólo porque es inteligente más que por mi torpe exposición. Por fortuna, pocos días después pude volver sobre el tema de un modo empírico, físico, real. Me explico: en Kafka y sus precursores, un breve ensayo incluido en Otras inquisiciones, Borges nos muestra cómo un escritor crea a sus predecesores; cómo un escritor puede cambiar el pasado proyectando su sombra de forma retrospectiva sobre textos anteriores. Luego de citar un poema de Browning, Borges dice: «El poema Fears and Scruples de Browning profetiza la obra de Kafka, pero nuestra lectura de Kafka afina y desvía sensiblemente nuestra lectura del poema. Browning no lo leía como ahora nosotros lo leemos». También dice: «El hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado…». La idea es brillante, sin duda. ¿Cuántas veces hemos dicho «esto es kafkiano» en referencia a un texto de los antiguos griegos, por ejemplo? Nuestra mirada se ha visto modificada por nuestro acceso al tiempo que nos contiene y nos modifica y nada podemos hacer para evitarlo.
Ahora voy al punto central de esa experiencia empírica de la que hablé antes. Mi amiga mexicana con la que hablaba de estos temas es la misma que me acompañó al concierto de Zorn y en la visita al museo del domingo pasado. En el segundo piso de ese museo hay una exhibición llamada «Asia en marfil» de la cual aquí les dejo algunas imágenes (como siempre, para verlas en mayor tamaño, pueden hacer clic sobre una de ellas):
El punto es que al ingresar en la sala de inmediato comenzamos a sentirnos incómodos. Vimos dos o tres obras y no hizo falta ni una palabra para comprender que una sensación molesta se había hecho presente entre nosotros; algo, sencillamente, no andaba bien. Me acerqué a un ajedrez magnífico, vi una o dos tallas más… uno podía reconocer lo exquisito del trabajo artesanal, podíamos ver la magnificencia de lo que teníamos frente a nosotros, pero de todos modos no queríamos estar allí: éramos, sin poder evitarlo, dos seres del Siglo XXI viendo hacia siglos pasados y nuestra mirada estaba inmersa en nuestro presente. No veíamos obras de arte, veíamos animales muertos, veíamos a cientos de elefantes asesinados (nótese el uso del término asesinados) para satisfacción de un poderoso mandarín o cualquier otro rico aristócrata chino. La idea es la misma de la que habla Borges en ese texto que se refiere exclusivamente a la literatura pero que podemos hacerlo extensivo a nuestro devenir diario: no podemos mirar al pasado con la inocencia de otras épocas. Podemos entender al artesano que trabajó esas piezas y para quien un elefante no era otra cosa que un mero proveedor de marfil; podemos entenderlo, pero no comprenderlo. Somos seres del Siglo XXI, para bien o para mal, y estamos condenados a mirar tanto al pasado como al futuro desde esta perspectiva y de ninguna otra.
Totalmente de acuerdo!!
A mí me pasa lo mismo cuando veo esas filigranas en marfil, preciosas en su ejecución pero que no puedo disociar de la barbarie que conllevaba y sigue conllevando obtener ese material, y no termino de disfrutar del todo esa belleza que sin duda la tienen las piezas resultantes de la mano de los artistas y artesanos que lo llevaron a cabo.
Algo parecido me pasa con la Tauromaquia, puedo ver la belleza y el riesgo de un hombre frente a un toro con un capote, pero no puedo disfrutarlo sabiendo que al animal se le va hacer sufrir y finalmente sacrificar por mero espectáculo y divertimento.
Un abrazo.
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Es que no podemos hacerlo por eso mismo que digo en la entrada, Alberto; no podemos disociar ambos actos. Nosotros nos fuimos de esa sala casi sin ver nada mientras hablábamos de ese texto de Borges (porque aproveché la oportunidad para explicarme mejor, no podía dejarlo pasar). De allí, también, que haya elegido la foto de un elefante hecho con marfil para ilustrar la entrada. Nosotros vemos una cruel ironía en esa figura; el artesano, seguramente no.
Lo que dices de la tauromaquia es también exacto. Tengo entendido que en Francia se llevan a cabo espectáculos parecidos pero que no conllevan la muerte de los animales; sólo son hombres que saltan sobre ellos o cosas similares. Claro, no es tan conocido ni tiene tanto «encanto» y ése es otro tema para analizar ¿Por qué nos atrae tanto la sangre, la violencia, el dolor ajeno? Este es tema para otro momento.
Un abrazo.
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que hermoso trabajo, definitvamente me quede enamorada de ese elefante 🙂 me encantan
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Me pasa lo mismo. No soporto esas figuras, sin duda artísticas, pero que para ello tuvieran que maltratar y matar a animales tan maravillosos como el elefante, es algo que no tolero. Y me ha pasado varias veces que visito los museos donde exhiben estas obras en marfil, paso de largo, como si fuera algo que no va conmigo. Pero cuánto ignoramos, Borgeano, uno de mis muchos instrumentos musicales favoritos, es el piano, un día, me enteré que para su construcción, sobre todo en la época victoriana, se usaba, marfil para crear las teclas -imagino que se seguirá usando- ¿Cuánto marfil se utiliza en las 58 teclas? ¿Y cuántos elefantes matados para tantos pianos? Me pregunto si los pianistas pensarían en ello. No sé si siguen utilizando marfil actualmente… Pero sí, los museos nos ponen a prueba. Un fuerte abrazo.
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«Los museos nos ponen a prueba»; me gustó esa frase, Julie. Desconozco si se sigue usando marfil para la construcción de pianos, pero estimo que ya no es así; ahora existen materiales artificiales que pueden suplir muy bien a ese material. Antiguamente las bolas de billar también se hacían de marfil; y eso ya no ocurre; es probable que el mismo material se use para los pianos. Por fortuna, Julie, creo que poco a poco vamos andando el camino correcto para evitar de una vez por todas con estos crímenes absurdos, por desgracia me parece que no vamos demasiado rápido. Espero que lleguemos a tiempo.
Un abrazo.
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Bueno… soy repetitiva con lo anterior publicado, esas maravillosas piezas de marfil labrado, son una joya, pero si nos pasamos a pensar los animales muertos para hacerlos, es un crimen.
Lo que yo no se es si pueden aprovechar los colmillos de elefantes que se puedan encontrar en su cementerios, ni idea…¿lo sabes tu?
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Sí, claro que pueden usarlo, Rosa; el marfil es un material por demás noble (de allí que sea tan buscado) y podría usarse sin problemas. El punto es que nadie quiere esperar a que un elefante se muera para hacerse de una estatuilla (y menos que menos un personaje poderoso). Claro, estas obras son antiguas y tendemos a justificar el acto diciendo que en ese momento no existía el concepto de ecología tal como existe hoy; pero eso no es del todo así. En realidad el budismo siempre consideró a toda vida como sagrada y esa filosofía tiene más años que el cristianismo…
Un abrazo ecológico.
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«Kafka y sus precursores» es uno de mis ensayos favoritos de Borges, porque justamente me pasa lo que señalas: después de leerlo empecé a ver distinto las referencias culturales y literarias con las que me topo, es decir, a entender que detrás de cada lectura tengo un sesgo natural resultado de lo que he leído. Y en este caso de los marfiles el asunto encaja perfectamente: no se trata de sesgo por lecturas sino por «cultura», es decir, por presupuestos que compartimos y que nos llevan a condenar la matanza de elefantes para conseguir el marfil. Sin embargo, voy a ser un rato abogado del diablo (tan querido él): se me antoja bajarme un poco los lentes culturales y tratar de ver el objeto en crudo, tal como es, con su propio discurso estético. En alguna medida es similar a lo que intento cuando visito iglesias católicas, yo, nada creyente, sobre todo en fechas como Semana santa: si veo los rituales de laceración de algunos fieles o la decoración siniestra de las iglesias desde mi postura crítica a la religión, entonces pongo el grito en el cielo. Si logro hacer a un lado mi pensamiento, con frecuencia me asombra a nivel estético y casi diría ontológico. No sé, me gusta el ejercicio de intentar la lectura desnuda del arte (claro, tal cosa no existe, pero al menos quitarle los abrigos y dejarla en apenas vestidito). En fin, no intento provocar, sólo dejo la idea por aquí.
Abrazos
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Luego de leer tu comentario me quedé pensando en aquella visita al museo Soumaya y veo que tal vez lo que me abrumó fue la cantidad de piezas, ya que el primer impulso fue la de acercarme a observarlas. También veo que me sentí particularmente molesto por un par de piezas talladas en colmillos enteros en lugar de en pedazos de marfil, lo cual me hizo «ver», de alguna manera, al animal en sí. Creo que fue una combinación muy particular de cosas lo que me hizo sentir incomodo en aquel sitio. De todos modos, el ejemplo que me das sobre las iglesias no lo considero dentro de la misma categoría. Sabes que yo también he visitado y sigo visitando muchas iglesias y templos religiosos y que puedo separar o suspender, al menos por un rato, mi crítica racional de la observación estética, pero en el caso de lo que vi en el museo hay una gran diferencia (y aclaro que esta diferencia es válida para mí, no es en absoluto una referencia que implique una generalidad) y es que no tolero estos actos de agresión contra un ser inocente. Me permito aquí una nota lateral: he observado con curiosidad que, siendo una persona que nunca se ha visto envuelta en un acto violento (como agresor) que disfruto mucho de la violencia cuando ésta es ficcional; es así que puedo mirar con mucho placer una película donde los personajes vuelen por los aires en cientos de pedacitos. No hay problema con ello. Pero se me hace intolerable cuando esto ocurre con seres inocentes, como niños o animales (me refiero a que se me hace muy difícil aún cuando sepa que es ficción). Sin duda, esta incapacidad es algo muy personal y no deja de ser un pequeño inconveniente; aunque nada demasiado grave, de todos modos.
Por último, los ensayos de Borges son poco nombrados y eso no debería ser así. El que nombré aquí es uno de mis favoritos, otro que recuerdo con mucho placer es El idioma analítico de John Wilkins. alguna vez usé ese método para crear una lista de vinos para un restaurant… pero eso quedará para otra ocasión.
Abrazo paquidérmico.
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No sé si para mí sean tan distintas ambas esferas (arte en marfil/ arte religioso), pero no pretendo que coincidamos. En cuanto al tema de la violencia: ese chip sí lo traigo de fábrica. No me gustan las películas que me dejan sabor a sangre, sea que quienes vuelen en pedacitos sean adultos, extraterrestres o niños, simplemente no las tolero. Ya ves, vuelvo a caer en particularidades, en reduccionismos. Supongo que no hay manera de evitarlos, ay.
Me quedo con el abrazo paquidérmico y regreso uno igualmente elefantiásico.
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Uno es un ser complejo (por fortuna) y no creo que debamos justificarnos ante elecciones como éstas. En mi caso siento (o sentí durante mucho tiempo, aunque últimamente esto ha mermado un poco) una especial atracción por el arte religioso medieval y bien sabes mi postura ante la religión. Pero como nadie murió ante la necesidad de pintar un cuadro… Insisto: cada cual tiene su «background» que lo impulsa en uno u otro sentido y no es necesario justificar nada. Mucho menos, claro está, el considerar que hay un lado «correcto» y otro «incorrecto». El yin y el Yang, sin ser especulares, son complementarios.
¿Quedará feo un beso esquimal elefantiásico?
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No, el elefante queda lindo, elegante, hasta poético.
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Claro que sí, sólo pregunté por cortesía, pero sabía que ésa era la respuesta correcta.
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PD No recuerdo El idioma analítico de John Wilkins, probablemente lo leí y lo olvidé, aunque lo más probable es que no lo haya leído. Lo busco, claro.
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[…] que no puede siquiera comer sólidos. Enlazo esta entrada con el tema del que hablé en el post De elefantes, Kafka y miradas al pasado: ¿Cómo leemos hoy esta historia? ¿Qué sensación nos produce ver las obras? (En mi caso […]
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Me ha salido por accidente está entrada en entradas relacionadas y aprovecho para comentarla. Es curioso como un autor puede modificar la visión que tenemos de sus precursores. Hasta ahora sólo me había fijado en Foster Wallace, uno de mis autores favoritos, y en su visión de la obra de Kafka. Para él la obra de Kafka es humor negro y es curioso como su visión ha podido llegar a modificar la forma en la que leemos a Kafka. Recuerdo cuando leí por primera vez la metamorfosis me pareció de todo menos humor negro. Más bien terror que otra cosa. Luego en sucesivas lecturas uno puede apreciar este punto de vista. Me resulta muy interesante esta idea.
Por otro lado, como bien dices, nos es imposible mirar con unos ojos de otra época a la que vivimos. El ejemplo de las figuras de marfil es excelente.
Muy buena entrada.
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Antes que nada, gracias por pasar por una entrada tan «antigua». Me alegra que haya sido de tu agrado (y me alegra haberla releído, también me gustó, en líneas generales).
No he leído lo que dice Foster Wallace de Kafka, pero sí he leído lo que dice Borges y Nabokov, entre otros. Aquí podríamos aplicar lo que digo al principio de la entrada: «vamos modificando nuestros gustos o nuestros pareceres según vamos sumando textos a nuestro bagaje cultural»; es decir, que siendo ambos habitantes del siglo XXI, tenemos miradas ligeramente distintas sobre el pasado. Creo que es un buen tema como para comenzar a pensar esta nueva variante.
Un abrazo.
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