Aire.

Aire, aire, necesito aire. Es como si la realidad se empeñara en no dejarme respirar; como si en el juego de las probabilidades las monedas cayeran todas mostrando la misma cara, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez y entonces se empieza a pensar en que siempre será así y que nunca nada volverá a la tranquilidad de un atardecer, a la compañía silenciosa en una cama después de hacer el amor, donde las manos hablan lo que no es necesario decir con palabras. Aire, salir fuera; abrir todas y cada una de las puertas, de las ventanas, arrancar el techo si fuese necesario, despegarlo de las paredes como lo hacen los huracanes o los bombardeos; salir y acostarme en el cesped de un parque sin nada sobre mí salvo las nubes y las estrellas y ver pasar a los satélites o ver cómo se mueve el mundo hacia el este sin detenerse jamás. Miro a mi alrededor y recuerdo aquel fragmento de la novela de Kurt Vonnegut: También tengo cierta tendencia a pensar en los seres humanos como si fuesen enormes tubos de ensayo de carne con reacciones químicas borboteándoles por dentro. Aire, aire, aire, necesito aire…