¡No les puedo dar una dirección para que respondan a esto, porque ignoro personalmente adónde me veré arrastrado próximamente, ni por qué caminos, ni para dónde, ni para qué ni cómo! Carta de Arthur Rimbaud a su familia, Adén, 5 de mayo de 1884.
Para Verlaine, Rimbaud era «el hombre de las suelas de viento». De muy joven el poeta se refirió a sí mismo en estos términos: Soy un peatón, nada más. Rimbaud caminó toda su vida, obstinadamente, con ansia. Desde los quince hasta los diecisiete años, anda para llegar a las grandes ciudades: al París de las esperanzas literarias, para darse a conocer en los círculos del Parnaso y frecuentar a otros poetas como él, él que estaba desesperadamente solo, para que lo amaran (y leyeran sus poemas); y luego hacia Bruselas para hacer carrera en el periodismo. De los veinte a los veinticuatro años emprende varias veces el camino del sur. Luego regresa a su casa a pasar el invierno y a preparar el siguiente viaje; un incesante ir y venir entre los puertos del Mediterráneo (Marsella o Génova) y Charleville. Andar hacia el sol. Y, desde los veinticinco años hasta su muerte, los caminos del desierto. Se trata ahora de andar bajo el sol. De Adén a Harar, varias veces.
A los quince años, fascinado por la ciudad de los poetas, París, y porque se sentía demasiado solo e inútil en Charleville, lleno de sueños ingenuos, Rimbaud se fuga de casa. Al llegar a la capital francesa es detenido y su profesor paga la multa impuesta para poder liberarlo. Un mes después vuelve a fugarse de su casa; toma el tren hasta Fumay y luego continúa a pie, de pueblo en pueblo (Vireux, Givet), siguiendo el curso del río Mosa. Hasta Charleroi.
Intentar resumir los itinerarios que siguió Rimbaud a lo largo de su errante vida es una tarea casi descabellada. Algunos de sus muchos viajes lo llevaron desde África hasta Rusia y desde España hasta Indonesia. Duerme donde puede y come lo que consigue. Se enrola en el cuerpo de francotiradores de la Revolución, trafica armas, va preso, trabaja en la taquilla de un circo, regentea una plantación de café y, por supuesto, escribe sus poemas, pero eso sólo al principio; como bien se sabe, en En 1875 tiene veinte años y ya ha escrito Una temporada en el infierno, sus Iluminaciones, y quizá una Caza espiritual perdida para siempre. Ya no escribirá más.
Su vida errante y azarosa, sus privaciones y su alcoholismo le pasan una factura impostergable. Las escapadas a París, el deambular por Londres, las excursiones a Bélgica, la travesía de los Alpes, las caminatas por el desierto. Y, para terminar, en Harar, sufre una inflamación desmedida en su rodilla . El 20 de febrero de 1891, Rimbaud escribe en su diario un lacónico Ya no me encuentro bien. Aún así no puede quedarse quieto y parte nuevamente, esta vez acompañado por su hermana Isabelle, rumbo a Marsella. El viaje , en esas condiciones, será extenuante y deberá ser internado. Los médicos le dan sólo unas semanas de vida.
Rimbaud murió el 10 de noviembre de 1891. Acababa de cumplir treinta y siete años. En el registro de defunciones del hospital de la Concepción, se lee: «Nacido en Charleville, de paso por Marsella». De paso. Solo había ido allí para marcharse de nuevo.
Con diecisiete años, no puedes ser formal.
-¡Una tarde, te asqueas de jarra y limonada,
de los cafés ruidosos con lustros deslumbrantes!
-Y te vas por los tilos verdes de la alameda.
(Aventura, fragmento)
Gracias por esta entrada, no sabía del deambular incesante del poeta.
Un abrazo.
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¡Y la cantidad de datos que tuve que dejar fuera del texto! Una vida singular, no cabe duda. Supongo que para un buen viajero como tú, una biografía como la de Rimbaud te resultaría más que interesante.
Un abrazo.
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Cierto, aunque creo que no aguntaría todas esas penurias que sufrió en su transcurso… 🙂
Un abrazo.
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Persona coherente con su pensamiento…
genialmente reflejado en el pequeño fragmento poético que has insertado.
Quién tuviera el coraje de: «irse por los tilos verdes de la alameda»…
Abrazo
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Dice. Que » los amados de los dioses ere. Jóvenes». Así sucedió con el. Saludos
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