El marcador de antaño

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Imagino al hombre caminando por la calle empedrada; tal vez pensativo, tal vez saboreando de antemano la lectura que lo esperaba en la biblioteca, tal vez analizando o contra argumentando lo que ya había leído con anterioridad. Lo imagino deteniéndose un instante y agachándose para levantar una hoja del piso; una hoja caída de ese árbol que se elevaba a un lado. Lo imagino dejando la hoja entre dos páginas para recordar el sitio exacto donde suspendió la lectura. Tal vez un día terminó el libro y comenzó otro o tal vez nunca volvió a él; tal vez, entre otras muchas posibilidades, utilizó otro objeto para marcar la página indicada. Sea como fuere, la hoja quedó allí, olvidada por cuatrocientos años en la contratapa de ese volumen impreso en el 1604 que ahora sabemos bien leído. Y eso lo sabemos, precisamente, por ella; porque esa hoja aún sigue señalando palabras, aunque éstas sean otras que las que el hombre que allí la dejó leyó y degustó. Esta vez las palabras lo señalan a él, aun cuando de él nada sabemos.

7 comentarios el “El marcador de antaño

  1. Shira Shaman dice:

    Me encantan las plumas de aves para señalar libros, las hojas y flores pueden resultar buenas aunque temo por que sus lágrimas en el olvido salpiquen el libro. Bella entrada, pude imaginar al hombre caminando y pude imaginar también el rostro de quien encontró ese separador.
    Un Abrazo

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    • Borgeano dice:

      Es una bella y poética imagen las que nos dejas, Shira. Cada uno tiene, es cierto, sus propios señaladores y éstos son, algunas veces, una buena muestra de los somos nosotros mismos.

      Un abrazo.

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  2. danioska dice:

    Y yo que pensaba que los primeros separadores de libros eran las envolturas de chocolates que usaba en mi adolescencia, con las que incluso llegué a forrar cuadernos enteros (sí, la adicción viene de antiguo, tanto la de leer como la de comer chocolates…).

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    • Borgeano dice:

      Lindas adicciones, las tuyas… Te imagino doblando prolijamente algunas de esas envolturas para que el chocolate no manchara las páginas (todos hemos hecho eso alguna vez, aunque en casos como el mío, lo de la envoltura de chocolate haya sido algo circunstancial). Por mi parte hacía (y sigo haciendo) mis propios señaladores, además de los que uno consigue aquí y allá y de los que, como en los casos de los que hablamos, agarramos lo primero que tenemos a mano.

      Abrazo apretado.

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  3. Martes de cuento dice:

    Menos doblar el borde de las hojas, cualquier objeto que no dañe el libro es bueno para marcar el punto de lectura y, por descontado, las «otras hojas» son perfectas para ese menester 😉

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