“La primera exigencia de la biografía, la veracidad, atributo pretendidamente científico, no es otra cosa que el supuesto retórico de un género literario, no menos convencional que las tres unidades de la tragedia clásica, o el desenmascaramiento del asesino en las últimas páginas de la novela policial”. Juan José Saer nos recuerda que la verdad, así como los pretendidos alcances de su exposición, no es más que un mito o una necesidad estética. Esta cuestión la saben bien los historiadores, quienes son conscientes de las limitaciones que toda investigación histórica incluye (y, por supuesto, mayor es esa limitación a medida que el tiempo se aleja en la noche de los tiempos). ¿Cómo podemos pretender ser veraces con respecto a una biografía cualquiera si ni siquiera podemos estar seguros de nuestro propio pasado? ¿Cuántas veces nos hemos encontrado con que podíamos asegurar algo que había ocurrido, digamos, en nuestra infancia y que luego nos enteramos de que nunca ocurrió o que lo hizo de una forma totalmente diferente a la que recordamos? Al fin y al cabo somos, en muchos aspectos, sólo seres de ficción creados y convencidos por nosotros mismos.
Muy interesante la visión que das en esta entrada, Bogeano. Nunca me había planteado la idea de ser un un personaje de ficción creado por mí mismo. Buena reflexión.
Un abrazo y feliz semana.
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La verdad es que yo tampoco me lo había planteado hasta que leí el fragmento de Saer. Es una idea de esas que no se pueden probar con exactitud pero que me resultan atractivas; como el simple acto de reflexionar en sí mismo.
Un abrazo.
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Me gusta la idea, como sin dudo me reafirmo en la relatividad. 🙂
Gracias por hacernos pensar. 🙂
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La idea vino solita luego de leer el fragmento de Saer, fue casi una conclusión lógica, aunque la idea en sí, abstraída de todo contexto, puede parecer carente de toda lógica. Sea como fuere, nos sirve para seguir pensando.
Un abrazo.
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Sobre la relatividad de la verdad tengo una pequeña reflexión escrita, y me alegra coincidir contigo sobre lo que expresas en este artículo que se ampara en la autenticidad de las biografías . Me ha gustado mucho. Gracias y un abrazo.
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La verdad es un tema cuando lo toco en alguna charla filosófica o en alguna mesa de lecturas, siempre trae aparejadas complejas consecuencias. En ese sentido soy absolutamente nietzscheano y creo que la verdad es una construcción del poder y que no existe algo que pueda llamarse «verdad absoluta». Es un tema por demás interesante y que debe ser tratado de manera extensa si uno quiere llegar a algún tipo de conclusión, aunque ésta sea parcial. El caso particular al que se refiere Saer y que me permite después jugar con la idea de la autobiografía, no es otro que la aplicación práctica de esa idea nietzscheana: toda verdad es una construcción.
Un abrazo.
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Sin duda, nuestro propio pasado es presente y futuro, de ahí que podamos distorsionar momentos que se convierten en recuerdos, de ahí que todo lo que pensamos o soñamos exista. La ficción existe porque es sueño y realidad a la vez. Como anécdota recuerdo un sueño de niña donde había seres exactamente iguales, a los que después, en 1977 creó George Lucas, en su película Stars Wars. Esos hombres de negro yo los había visto años antes en un sueño. ¿Cómo es posible si todavía George Lucas no había creado a esos seres? Tu estupendo artículo ahora, me ha hecho recordarlo y confirmarlo. Gracias amigo. Mi abrazo hoy de ficción.
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Traes a mi mente otro tema que me resulta apasionante: el de la sincronicidad. Eso que sucede cuando soñamos (o no, porque también ocurre en la vigilia) y que luego encontramos en «la realidad» es absolutamente fantástico. Schopenhauer decía que la vigilia era como leer un libro en orden, mientras que el sueño era el equivalente a hojearlo, saltando las páginas de aquí para allá de manera aleatoria. ¿Quién sabe si en uno de esos saltos, y por puro azar, no vemos una página futura? El mundo es tan amplio y extraño que bien podría suceder algo de eso.
Con respecto a sueños extraños recuerdo uno que sería muy extenso comentar aquí. Creo haber escrito algo sobre él; si lo encuentro te lo haré llegar.
Un fuerte abrazo.
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Totalmente de acuerdo, somos nuestro propio relato más el relato que hicieron y hacen los demás de nosotros.
Un abrazo.
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Somos una mezcla inagotable de visiones propias y ajenas; una mezcla que se rehace de manera constante y que a su vez influye en los demás y en esa mezcla que son, a su vez, ellos. Todos somos más parecidos de lo que pensamos, después de todo.
Un abrazo.
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Coincido con las opiniones de los demás comentarios, y añado un matiz: a veces se cree que un texto es «mejor» cuanto más «sincero» resulta, como si la honestidad fuera un valor estético. Me parece que no lo es, es decir, que una novela o un poema pueden no ser «verdad», pero sí ser tremendamente veraces y tocar la experiencia a fondo, quizá con más hondura que quien la haya «vivido». Es decir, Dostoievski no necesariamente tuvo que matar a una vieja usurera vieja para crear a Raskolnikov. Nabokov no fue por fuerza un pederasta para hacer existir a Humbert Humbert y convertirlo en un ser más interesante para mí que el vecino.
Es decir, la honestidad que es moneda de cambio necesaria en la vida real no tiene el mismo peso en la creación artística, que se rige por otros valores: la estética, la verosimilitud, la revelación.
Abrazo.
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Por eso ser seres ficcionales es tan bonito; podemos hacer de nosotros lo que queramos. Sí, claro, la verdad no tiene nada que ver con la verosimilitud; son dos cosas complementarias pero nunca (o pocas veces) equivalentes. Como bien dices, en un texto de ficción vale lo verosímil y lo que lo hace imperecedero es el estilo, no tanto la honestidad. Si seguimos con el juego, deberíamos aplicar eso a nuestra propia vida: entonces, sería algo así como «no sólo ser veraces, sino, además, estéticos o dueños de una vida estética».
Besos cero ficción.
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El deseo de aportar un gesto de belleza a la grisura cotidiana, no sólo a través de la obra sino también de la propia vida, es cosa de megalómanos y de seres humanos plenos. De nuevo, las contradicciones con basurita que le dan sentido a las preguntas.
Otros, desde la ficción más verdadera.
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