Una mañana cualquiera

librería infinita

Cada tanto aparece alguno. Ahora anda dando vueltas por ahí uno que dice ser el mismísimo Adolf Hitler. Hay de todo, aunque en general prefieren decir que son alguno de los inmortales; el Judío Errante, alguno más imaginativo que dice haber pertenecido a la tripulación del Holandés Errante o, como el que acaba de irse, el propio Conde Cagliostro. Éste último me resultó simpático. Dio vueltas por entre los estantes pasando la yema de los dedos por los lomos de los libros y deteniéndose en alguno de ellos por unos instantes antes de proseguir con su recorrido. Le pregunté si podía ayudarlo, si estaba buscando algo en particular y después de negar con la cabeza dijo que no, que gracias, que sólo estaba mirando o recordando. Siguió con su recorrido y yo aproveché, ya que debía quedarme allí, a desembalar un envío de libros que me había llegado el día anterior. Después de varios minutos se acercó al mostrador y comenzó a hablar. No tengo ni idea de cómo fue que llegamos al tema de nuestra historia; no puedo decir si la conversación fue derivando paulatinamente hacia ese punto o si fue él quien la llevó paso a paso para poder decir lo que quería. De todos modos, sea como fuere, allí estaba él contándome algo que, según sus palabras, no solía decir a desconocidos; lo salvaba, dijo, que en estos tiempos la gente era tan descreída que nadie daba por cierto ni una sola de sus palabras. Así fue que se presentó con un nombre latino que usaba para ocultar al más famoso de sus seudónimos: el Conde Cagliostro. Yo seguía desembalando los libros y no me molestaba en absoluto escuchar una voz humana en esa mañana solitaria; una voz muy educada, por otra parte.
Aceptó con sencillez y algo de vergüenza el café que le ofrecí y mientras bebíamos me contaba algunas de sus historias o anécdotas, las cuales intercalaba con preguntas no demasiado inquisitivas sobre mi vida o sobre mi trabajo entre esos estantes algo polvorientos. Antes de irse me dijo, en respuesta a una pregunta mía sobre su título de Conde y sobre lo que yo suponía que formaba parte de sus riquezas o posesiones (pregunta que yo había hecho sin ninguna otra intención más que proseguir con la conversación), algo así como «Con el tiempo uno aprende que las cosas pesan demasiado para quien viaja indefinidamente. Lo mejor es despojarse de todo; dejar todo atrás. Nada es estrictamente necesario». Supuse que con los libros la cosa era algo diferente; uno quiere llevarse al menos aquellos que ama, que fueron buenos compañeros o que sentimos que nos hablan particularmente a nosotros. «No, esos también uno se los lleva puestos» Dijo antes de agradecer el café y de irse luego de una ligera inclinación y de un saludo cortés con el sombrero.
Cada tanto aparece alguno. Alguno de esos que se cree inmortal o que tal vez realmente lo sea (no tengo ni tendré modo de probar su veracidad sobre ese asunto); alguno que tiene más deseos de ser escuchado que de comer o, siquiera, de charlar. Así que por ahí anda el Conde Cagliostro; con un par de zapatos raídos, un cepillo de dientes, dos camisas y tres o cuatro libros a cuestas, dando vueltas por el mundo.

21 comentarios el “Una mañana cualquiera

  1. luluviajera dice:

    Ese Cagliostro me recuerda a alguien a quien conozco. Supongo que debe haber más de los que pensamos dando vueltas por ahí.

    Un beso.

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  2. «Cada tanto aparece uno»…
    ¡Demasiados locos en el planeta!
    Un fuerte abrazo.

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    • Borgeano dice:

      A mí estos locos me parecen adorables. ¡Tan diferentes de los verdaderos locos que andan embrollando todo!
      (¿Por qué me aparecen tus comentarios para ser aprobados? Eso ocurre con el primer mensaje que me envía una persona, nunca con los habituales…).

      Un fuerte abrazo.

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  3. Me ha gustado mucho!.
    Un abrazo.

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  4. Y siempre vienen a contar algo curioso… Conozco a varios que me visitan de vez en cuando y la verdad es que paso un buen rato con ellos y también les invito a café, por esta razón vuelven o tal vez porque ya nadie les escucha… Me ha encantado esta entrada. Un fuerte abrazo.

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  5. iempre los hay, había uno raido que decía que el se limpiaba la cola con puros billetes. ufff

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  6. Oye, tienes un don muy especial para la narrativa. Me encantó leerte. Besos a tu alma.

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  7. Poli Impelli dice:

    «Con el tiempo uno aprende que las cosas pesan demasiado para quien viaja indefinidamente. Lo mejor es despojarse de todo; dejar todo atrás. Nada es estrictamente necesario». Qué bueno verme identificada. 🙂
    Me encantó, ¡abrazos!

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    • Borgeano dice:

      Pues ese «despojarse de todo» se convirtió en una firma personal desde aquella vez, hace ya unos cuantos años, en que escribí una entrada con ese título. Eso es lo que hice: dejé todo atrás y salí a la ruta y no he vuelto a mi país (cosa que espero hacer este año, pero sólo de visita). Lo que dice ese personaje no es más que una idea personal que me parece maravillosa aunque no necesariamente deba ser compartida por los demás. Claro, me encanta encontrar a personas con las que sí comparto este punto de vista, como en tu caso.

      Un abrazo.

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      • Poli Impelli dice:

        Cuánta sabiduría ;-).
        Creo lo mismo, no tiene por qué ser compartida por todos, pero sí confirmo que estoy de acuerdo y que así vivo.
        Un placer encontrar gente igual en mi ruta, el aprendizaje se ensancha cuando nos vamos encontrando.
        Abrazo de vuelta, y gracias. 🙂

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