Leo a Emilio Lledó y no puedo menos que copiar este fragmento de su El epicureísmo: “Frente a la mística de las palabras vacías, de los consuelos imposibles y de los premios o castigos de otro mundo, Epicuro levantó la firme muralla de un mensaje revolucionario. Con ello alumbró, de una luz distinta, la democratización del cuerpo humano, el apego a la vida y a la desamparada carne de los hombres, entre cuyos sutiles y misteriosos vericuetos alentaba la alegría y la tristeza, la serenidad y el dolor, la generosidad y la crueldad. Y, sobre todo, imaginó una educación y política del amor, única forma posible y esperanzada de seguir viviendo”.
Esa democratización del cuerpo humano de la que habla Lledó es la que la humanidad olvidó con el advenimiento de los tres grandes monoteísmos y que a pesar de haber sido recuperada por hombres como Montaigne, pasó desapercibida muy a pesar de ellos. Nuestra época no es menos ambigua al respecto y tal vez lo sea de un modo menos justificable; ya que es consciente de que el cuerpo es todo lo que tiene, pero se conduce como si realmente fuéramos a ganar el Gran Premio Espiritual. Eso es querer quedar bien con Dios y con el Diablo; es decir, eso es hacer trampas. Los hombres de antaño al menos eran más honestos en ese sentido.
Entonces, si queremos estar en el jardín de Epicuro ¿Por qué no entramos de una vez y nos ponemos cómodos?
Esa luz distinta es sin duda la luz del amor entre los seres humanos… porque en el amor están vivos y conviven todos los dioses. Un fuerte abrazo.
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¡Síntesis perfecta! Lástima que esta entrada no haya producido más interés, ya que es un tema que me interesaba para compartir ideas. ¡Otra vez será!
Abrazo.
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