Vuelvo a leer a Henry David Thoreau y su Colores de otoño; libro que vuelvo a recomendar a todos aquellos que disfrutan con la naturaleza (ni todos los libros ni todos los paisajes son compartibles; lo sé). En él encuentro un fragmento (otro) por demás notable. Thoreau torna su mirada sobre un hecho casual —las hojas caídas en bosque— y saca de ella una magnífica enseñanza filosófica. Ambos hechos son dignos de ser imitados: el de saber ver más allá de lo evidente y el de entender que estamos aquí de paso y, por ello mismo, reír.
Dice Thoreau:
“¡Cómo se mezclan todas las especies, robles y arces, castaños y abedules! Pero la naturaleza no se recarga de ellas; es un perfecto granjero que las almacena a todas. ¡Imaginad qué inmensa cosecha es derramada cada año sobre la tierra! Ésta, más que ningún grano o semilla, es la gran recolección del año. Los árboles devuelven a la tierra con intereses lo que han tomado de ella. Están a punto de añadir una capa de hojas a la profundidad del suelo. Mientras converso con un hombre que me habla sobre el azufre y los costes de transporte, pienso que de esta bella forma la naturaleza obtiene el mantillo. Gracias a esta descomposición todos somos más ricos”.
Esto me hizo pensar en la muerte bien entendida, en aquella máxima de María Zambrano que dice «la filosofía es una preparación para la muerte» cuando vuelvo al libro y Thoreau me dice:
“Es agradable caminar sobre este lecho de hojas fresco y crujiente. ¡Con qué belleza se retiran a su sepultura! ¡Con qué suavidad yacen y se convierten en mantillo, pintadas de mil colores, perfectas para ser el lecho de nosotros, los vivos! Así desfilan hacia su última morada, ligeras y juguetonas. No caen sobre las hierbas, sino que corretean alegres por la tierra, eligen un terreno, sin vallas de hierro, susurrando por todos los bosques de los alrededores. Algunas eligen el sitio donde hay hombres que yacen debajo enmoheciendo y se reúnen con ellos a medio camino. […] Ya han volado tan alto que vuelven al polvo con enorme satisfacción y se depositan allí abajo, resignadas a yacer y a descomponerse al pie del árbol para ocuparse de la alimentación de las nuevas generaciones de su especie y volver a ondear en lo alto. Nos enseñan a morir”.
¡Pues eso mismo! Las hojas de otoño nos enseñan a morir; nos enseñan que la muerte, además de inevitable, no es más que un paso de un estado a otro y que debemos aceptarlo con humildad, «ligeros y juguetones», para así desfilar en paz hacia «nuestra última morada».
Tengo que agradecer este hermoso acercamiento a ése tema tan personal que es la muerte; una mirada tan natural es simple de entender; ahora el asunto es ponerlo en práctica.
Besos.
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Ése es el principal tema, Luluviajera; y creo que la simpleza de Thoreau es ideal para empezar a ponerla en práctica.
Abrazo.
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Sin duda, la naturaleza es un ejemplo vivo, que debiera calmarnos la angustia de la muerte… Escogiste magníficos textos de Henry David Thoreau y de mi admirada María Zambrano… México suavizó mi miedo a la muerte paseando sus cementerios y sus colores vivos llenos de vida, de niños, de familias, de música, como la filosofía pura ante el misterio. Gracias por tu prosa. Un abrazo, feliz domingo.
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Es interesante lo que señalas de México y de su particular acercamiento a la muerte. Yo no soy un hombre que le tema a ese asunto, pero debo reconocer que lo que viví en esta tierra me hizo reflexionar al respecto (y mucho) ¡Por suerte todo esto sólo afianzó más mi postura!
Thoreau, por cierto, se está transformando en un gran compañero de viaje.
Un fuerte abrazo.
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qué interesante y bella reflexión. Muchas gracias.
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Gracias a Thoreau y a ti por comentar.
Abrazisimo.
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Gracias Borgeano por el texto de Thoreau y la cita de Zambrano.una buena elección y reflexión para iniciar el día. Me parece una entrada mágnifica. Un abrazo.
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Muchas gracias, Guiomar; no cabe duda de que la muerte es el gran tema del ser humano y, aun para aquellos que no le tenemos miedo, siempre está presente de uno u otro modo (que no se le teme a ella, pero sí al dolor o a la agonía; que no se le teme pero que siempre se quiere un poco más de tiempo, etc.).
Como siempre, reflexionar en estos asuntos es lo mejor que podemos hacer, ya que, inevitables como son, otra cosa no nos es posible.
Un abrazo.
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Bueno… Para otros como Jean Améry (sobre todo, inefablemente cenizo en sus últimos años hasta su suicidio) o Albert Camus, la dificultad estaba más bien en aprender a vivir. Lo complicado era responder a… ¿por qué diantres no nos matamos de una vez?
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Buen punto, Raguadog; aunque tengo la sensación de que ambas cosas son, de alguna manera, similares. Aprender a vivir es aprender a morir y viceversa (en mi caso particular, el «pesimismo de Schopenahuer me empuja a valorar la vida. El absurdo o el sinsentido de la vida es lo que magnifica el hecho de que esté aquí. A veces uno puede convivir con las paradojas).
Un abrazo.
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Sencillamente, gracias Borgeano. Nada que añadir pues lo estropearía.
Un abrazo otoñal.
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Thoreau, como he dicho en otra entada reciente, se está convirtiendo en uno de mis compañeros habituales. Ya sea con fragmentos como este o con los ensayos de Desobediencia Civil, lo siento como a un verdadero hermano de ruta. Me alegra sobremanera que les guste a ustedes también.
Un fuerte abrazo.
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Si observamos la naturaleza,las diferentes estaciones ,nos dan lecciones de vida y muerte.Thoreau nos conduce de su mano, hacia la realidad de nuestro paso por este mundo.Gracias por todo lo que regalas compartiendo tanta belleza.Abrazos Borgeano.Elssa Ana
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Gracias a ti por estar aquí y por tus palabras. A veces me digo que escribir una entrada diaria es mucho trabajo o requiere mucho tiempo, pero luego, el diálogo que se abre con todos ustedes me recuerda que bien vale la pena el hacerlo.
Abrazo.
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A veces, muchas, obviamos el tema de la muerte, por ser inevitable pero incomprensiblemente doloroso. Visto desde la perspectiva de tu apreciadísimo Henry David Thoreau (del que tomo nota para conocerlo mejor) parece que podamos reconciliarnos con ella, incluso con la idea de formar parte de esa gloriosa existencia que acabara bella y alegremente para servir de alimento a nuestras nuevas generaciones. Magnífico Borgeano, como siempre. Gracias. Un gran abrazo.
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La muerte, como todos sabemos, es el gran tema filosófico (y religioso también, para quien no se acerca a la primera disciplina). Por mi parte la tengo siempre presente pero, de manera curiosa para muchos de los que me rodean, mi mirada suele ser más que optimista al respecto; y no porque me vaya a morir, claro; no es que disfrute con esa idea; pero sí ante el hecho de que no es para mí algo que produzca temor o pesar. Sé (lo noto cuando lo hago patente en mis decires) que mi postura no es sencilla de aceptar ni, mucho menos, de aplicar; pero la verdad es que es muy efectiva no sólo para no temer de antemano lo que va a suceder, sino para disfrutar con más profundidad del presente.
Al respecto, aunque parezca ser tangencial, e comenzado con una nueva serie que tiene que ver con esto. Espero que sea de tu agrado o que encuentres algo allí que sea digno de conversar entre nosotros.
Un fuerte abrazo.
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