«Todo lo que se hace por amor siempre ocurre más allá del bien y del mal» dijo Nietzsche alguna vez. ¿Y lo que se hace por amor al prójimo? ¿Y aquello que se hace no sólo por amor a una persona sino a toda la humanidad? Pues sin duda que ello también entra en esa categoría que le permite estas más allá «del bien y del mal».
Recuerdo aquel cuento breve de Manuel Peyrou titulado La confesión; el cual, más allá de la ficción, bien puede haber sido un pedazo de historia que el autor argentino nos comparte como si él la hubiera inventado. No es improbable que esto hubiese ocurrido alguna vez en los vericuetos de los avatares humanos.
La confesión
En la primavera de 1232, cerca de Aviñón, el caballero Gontran D’Orville mató por la espalda al odiado conde Geoffroy, señor del lugar. Inmediatamente confesó que había vengado una ofensa, pues su mujer lo engañaba con el Conde.
Lo sentenciaron a morir decapitado, y diez minutos antes de la ejecución le permitieron recibir a su mujer, en la celda.
-¿Por qué mentiste? -preguntó Giselle D’Orville-. ¿Por qué me llenas de vergüenza?
Porque soy débil -repuso-. De este modo simplemente me cortarán la cabeza. Si hubiera confesado que lo maté porque era un tirano, primero me torturarían.
Bienaventurados, entonces, aquellos que se encuentran más alla del bien y del mal.
Besos.
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Así sea.
Besos
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Las apariencias nos definen y por ellas nos premian o nos fustigan. Besos a tu alma.
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Y no debería ser así, claro; pero este es el mundo que nos ha tocado en suerte.
Un fuerte abrazo.
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