Mis gustos musicales suelen ser amplios y variados, pero a veces ni siquiera esa variedad suele satisfacerme del todo. Ayer, por ejemplo, intenté escuchar un disco que acabo de adquirir y no, sentí que no era lo que necesitaba. Busqué algo más fuerte, más activo, ya que muchas veces la música que necesito es la que mi estado de ánimo requiere (a veces es la misma música la que modifica o condiciona al estado anímico, pero esta vez, por lo visto, no lograba hacerlo); y no, tampoco funcionó. Por esa lógica ilógica que usamos a veces y que nos hace creer que si algo no funciona lo contrario sí lo hará, busqué algo tranquilo, lento, relajado y… tampoco.
¿Y no será que la respuesta está en la nada, entonces? Me refugié en ese amigo ejemplar que me acompaña a menudo: el silencio. Pero no, tampoco era eso lo que me hacía falta. Mientras me duchaba, un pensamiento cruzó por mi mente: «En algún lado debe haber un disco que sea perfecto; un disco que contenga una obra maravillosa». Ese pensamiento apareció así, solo, casi como una imposición. Y la obra también apareció (casi) sola y si se impuso fue con mejores modales que los de una imposición violenta.
La perfección estaba allí, en la pantalla de mi computadora: el Concierto número 20 en re menor de Mozart era todo lo que necesitaba y, estoy tentado a decir, todo lo que cualquiera puede llegar a necesitar en cualquier momento del día. Escuché la versión veloz y precisa de Martha Argerich y luego la más accesible de Mitsuko Uchica (pero molesta por su excesiva gesticulación. Hay intérpretes que parece que tocan con la cara en lugar de hacerlo con las manos. Uchida es una de ellas, lo cual es una pena porque es realmente buena); por último, oí la rítmica y detallada versión de Friedrich Gulda.
Comencé diciendo «ayer» y resulta que hoy sigo escuchando este concierto una y otra vez y sigo creyendo (sintiendo, sería mejor) que es todo lo que una persona puede necesitar a la hora de salir de la mediocridad general. Mozart compuso este concierto cuando tenía veintinueve años, lo cual me hace sentir bastante pequeñito; pero luego vuelvo a escucharlo y es como si me crecieran alas y me elevara por sobre las nubes y las corrientes aéreas y es entonces que mi pequeñez ya no tiene ninguna importancia.
En alguna película rescaté: Este planeta lo que puede evitar que no se destruya son las composiciones geniales de los músicos. Lo demás no está a la altura. abrazo grande
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Es lo mismo que dijo Schopenhauer: Sólo el amor y el arte (con la música en el tope de la lista) nos permiten salir de la mediocridad general. Si algo debiera quedar de la raza humana que justifique nuestro paso por este lugar, es la música.
Un abrazo.
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Always Mozart, amigo.
Hace un par de noches me dormí escuchando «La flauta mágica»…
Un abrazo
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Siempre. Esta entrada no transmite lo que sentí en ese momento, pero fue tanta mi felicidad al encontrar esa respuesta que decidí escribirla igual. Lo que cuento es todo real, las sensaciones, por desgracia, no puedo transmitirlas.
Yo tenía por costumbre despertar con «La mañana» de Grieg. Eso debería ser una costumbre: dormir o despertar con ciertas piezas; es posible que ello produjera cambios notables, y no solo en nuestra psique.
Un abrazo.
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La música incide directamente en nuestra psique y por extensión en nuestro comportamiento y actitud en la vida.
Armonizarnos con buena música nos predispone positivamente, no lo dudes.
Abrazo en Do mayor
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No es extraño que hables de perfección si hablas de Mozart. Creo que ya sé lo que voy a escuchar esta mañana.
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Pues si te produce la mitad del placer que me produjo a mí esa mañana, me doy por satisfecho. Hacía mucho que no escuchaba ese concierto y la confluencia de hechos hizo que oírlo fuese algo especial. Ojalá te ocurra lo mismo.
Un abrazo.
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Mozart hizo una música impresionante, y este concierto al que me has llevado a escuchar es fantástico, con ese desenfreno y esas pausas alternándose de manera genial.
Un abrazo.
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Mozart, en general (y mira que lúcido estoy esta mañana que voy a decir algo que ya todos saben desde hace siglos) no desilusiona nunca; pero hay, claro está, algunas piezas que sobresalen (cada cual tendrá las suyas, por supuesto). Este concierto es uno de mis favoritos y las razones que das son totalmente compartidas. Me alegra muchísimo que tengamos este punto de contacto como uno más entre los otros muchos.
Un abrazo.
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Los tonos menores siempre tienen su aquél.
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Sí, y el re menor es uno de los más particulares de todos. Más allá de eso, Mozart puede sacarte una lágrima en cualquier tono o modo, cuando así lo quiere (aunque en general son risas, y eso es algo que hay que aplaudirle).
Un abrazo.
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Permíteme que te diga, amigo, que me he sentido tan identificado con tu texto que bien podía haberlo escrito yo. Si algún día puedes leer «Las farolas caminan la calle» encontrarás por qué Mozart y concretamente su concierto nº20 -además de su belleza indiscutible- es un talismán para mi. Mitxel Casas, sabiendo esto, adornó el vídeo «El silabario de tus siete, años, madre» con la música de este concierto.
Aún me acuerdo de memoria cuando entra el piano: la la do mi re re, re re do si la sol sol, sol la sol fa mi re do do… La estoy cantando, espero que te llegue la melodía y mi gran abrazo.
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Espero poder leer ese libro pronto, Isabel; y me alegra muchísimo ver que ese concierto en particular es un punto de unión con dos o tres personas de aquí. Mozart, en general, es más sencillo de compartir, pero compartir un concierto preciso es algo maravilloso.
Tu melodía resuena en mi cabeza y creo que ya mismo iré a escucharlo nuevamente.
Un fuerte abrazo.
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Con sólo 14 años me encaré a él frente al piano y con cada nota se apoderaba de mi una sensación paz indescriptible. Llegué a tocar todo el concierto hasta hace muy poco y digo, llegué, porque ahora sabes que tengo un problema que me impide hacerlo. Pero mi mente sí puede. Y también escuchar el concierto.
Recuerdo que hace tiempo la primera clase de relajación (de un curso al que me había apuntado) me produjo tal estrés que cuando salí de allí volví a casa andando por un parque y escuchando el concierto nº 20 de Mozart. Llegué a casa sintiéndome maravillosamente tranquila.
El Réquiem tiene para mi los mismos efectos.
Buenas y musicales noches.
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Te entiendo, Isabel; te entiendo y te admiro por esa capacidad que tienes de superar todo lo que se te pone delante. Bravo por ti.
Por cierto, al Requiem lo uso mucho cuando salgo a caminar solo por la ciudad. Cantar el Confutatis me hace sentir como si fuese Alejandro Magno; siento que me puedo comer al mundo todo.
Qué cosa este Mozart… cuánto le debemos…
Abrazo apretado y que descanses.
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