Queridos hermanos, nos encontramos otra vez aquí, luego de tanto tiempo, para compartir la palabra divina; esa que siempre deberíamos tener presente y pasar a nuestra posteridad, la que se está en manos de nuestro pequeños, sean hijos, nietos o lo que la vida nos haya regalado y puesto frente a nosotros.
Hoy nos adentramos en el capítulo altruismo y leemos al hermano Albert Einstein, ese alemán más citado que leído, quien nos recuerda que «Comienza a manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos». ¡Qué sencillez de pensamiento y de exposición, hermanos! Lo que nos dice el apóstol Albert es que mientras estamos pendientes de nuestro ombligo, de nuestra imagen, de nuestro pequeño, diminuto, inconsistente yo, en realidad no hemos superado aún la etapa infantil de nuestras vidas. De allí la importancia del reconocimiento del otro y de la necesidad de comprender al otro y, sobre todo, de ayudar al otro. Nada más y nada menos que el despojarse del egoísmo improducente y banal y comprender que todos somos uno y lo mismo.
Alguno habrá (lo hay, puedo probarlo) que dirá que cuando somos altruistas en realidad estamos buscando el propio placer, ya que el actuar desinteresadamente en beneficio de otro sentimos en nuestro interior una sensación de paz y bienestar pocas veces igualadas y que en realidad es eso lo que estamos buscando; es decir, entonces, que no ayudamos de manera desinteresada. Más yo les digo ¡Y eso qué importa! ¡Seamos egoístas, entonces, si esa es la forma de expresar esa faceta nuestra! ¡Qué importa si buscamos el placer propio o no! Darle la mano al que la necesita no debería ser objeto de tanto análisis ni de tanto trabajo intelectual. Ante el sufrimiento de los demás, recordemos (mejor aún: sintamos) las palabras del hermano Albert y seamos adultos, bien adultos y seguros en nuestro proceder.
Ahora, nos damos las manos, sentimos a cada hermano en ese contacto y nos vamos en paz llevándonos un pedacito de cada uno (de cada otro) con nosotros mismos. Hasta el próximo domingo.
Desde la humildad (viene bien hilado del post anterior) he de decirte que es uno de los autores que considero imprescindible.
Un fuerte abrazo.
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Barrie es un autor prolífico del cual se conoce popularmente un par de sus libros. Algún día hablaré de la biografía de su madre que escribió en 1896, la cual tiene una cita particular sobre la que me gustaría extenderme un poco.
Gracias por tus palabras.
Un abrazo.
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Me parece muy interesante tu propuesta. Gracias, Borgeano.
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Racionalizar el bien, analizar sus causas, sus efectos es el pecado de la deontología. No nos podemos permitir que el raciocinio o que algún pretexto sacado de contexto nos limite nuestro lado humano. Hay que hacer el bien sin mirar a quien, repiten mis mayores, demostrando que la sabiduría no solo la trasmiten los filósofos o pensadores encumbrados.
Un abrazo
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Más claro, imposible. De eso se trata, Roberto; y veo que coincidimos en el punto central (¿es que hay alguien que podría no hacerlo?): primero lo humano, luego el raciocinio y sus juegos dialécticos.
Un fuerte abrazo.
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Acertando nuevamente
Amén
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¡Mi querida capitana, qué gusto verla por aquí! La casa se ilumina con su sola presencia (¿O debería decir «el castillo de popa?»). Como sea, feliz de que te hayan gustado estas torpezas mías (respondo aquí a tus tres comentarios. Espera que me aceptes la pereza.
Abrazísimo.
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Uno siempre vuelve a los lugares donde amó la vida, de manera que, ¿cómo no volver?
Pereza aceptada porque igualmente estoy perezosa.
Muchos abrazos de vuelta
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