Queridos hermanos, otro domingo que nos encuentra aquí reunidos ante la palabra del apóstol de los apóstoles. La enseñanza de hoy no por breve será menos certera y digna de llevarla a la práctica. Tampoco, por obvia (dirá alguno) es menos necesaria de ser expuesta en términos claros y sencillos, ya que si bien algo de obvio hay en ellas, no es menos cierto que pocos son quienes las ponen en práctica en la debida medida. Veamos, pues que nos dice el hermano en su Regla número 2:
«Evitar la envidia: numquam felix eris, dum te torquebit felicior «Nunca serás feliz si te atormenta que algún otro es más feliz que tú», Séneca, De ira, III, 30, 3. Cum cogitaveris quot te antecedant, respice quot sequantur «Cuando piensas cuántos se te adelantan, ten en cuenta cuántos te siguen», Séneca, Epistulae ad Lucilium, 15, 10».
«No hay nada más implacable y cruel que la envidia: y sin embargo, ¡nos esforzamos incesante y principalmente en suscitar envidia!».
Como dije más arriba, suena obvio; pero no lo es tanto si tomamos nota de cuántas veces nos asalta este sentimiento pernicioso y vano. Y no olvidemos prestar atención a la última sentencia del apóstol: no sólo no debemos sentir envidia sino tampoco debemos intentar provocarla en el otro. La paz se consigue trabajando en uno mismo pero, al mismo tiempo, debemos trabajar en el bien común, general, empático en toda su amplio sentido y alcance.
Vayamos en paz, entonces, y disfruten este domingo donde el sol ha salido para todos con igual fuerza e intención, sin fijarse en nuestras menudas diferencias.
Consigues siempre hacernos reflexionar y es bueno, y en la mayoría de los casos tienes razón… Ahora bien, encontrarme contigo a las siete de la mañana en un domingo e imaginarme a tí, precisamente a ti vestido de cura… en fin que no te ajusta el traje por muy buena percha que tengas… Con todo mi cariño y con una sonrisa que hoy seguro que no se me borra por nada del mundo. Gracias Roberto.
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Mi querida María (e Isabel, aquí, debajo); tu comentario me ha alegrado el día. Primero porque veo que has comprendido cabalmente la idea del post (y me he divertido muchísimo imaginándote a ti mientras me imaginabas a mí vestido de cura). Estas entradas que pretenden acercar ciertas ideas laicas que bien pueden ser utilizadas como complemento o suplemento de los clásicos sermones dominicales, pretenden sólo eso: hacernos reflexionar sobre nosotros mismos y sobre lo que nos rodea. La semana pasada la entrada fue olímpicamente ignorada, lo cual me hizo dudar sobre si seguirla o no (seguramente por mi impericia al transcribirlas, porque el original es maravilloso); pero como ya subí las de los cuatro domingos de enero, allí las dejaré a ver qué pasa.
Gracias nuevamente por tu comentario y, sobre todo, por haber despertado esa sonrisa compartida.
Un fuerte abrazo.
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Siempre habrá alguien que, aunque disfrute del mismo sol, sienta envidia de su prójimo. Muy buen artículo, amigo.
¡Feliz domingo! Un abrazo.
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Creo que sí, Isabel, siempre habrá ese tipo de pobre gente. Lamenteblemente siento que esto va increscendo; pero esto sólo puede ser una sensación provocada por el agobio que he sentido en estos últimos días (agobio puramente intelectual; agobio ante la estupidez soberana incluso en medios donde se supone que uno no debería encontrar a esa dama que se está volviendo por demás ubicua, como es en publicaciones especializadas o en la boca de profesionales de toda laya).
Cada día miro las montañas con más añoranzas…
Un fuerte abrazo.
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