En alguna parte leí que, si se conoce la etimología de una palabra, se retiene mejor el significado y es casi imposible olvidarlo. Exactamente eso fue lo que me sucedió cuando conocí el origen de la palabra antología: del griego ανθολογία, antologia, de άνθος, ántos, «flor» y λέγιεν, légein «recoger»; de ahí que el término antología signifique «recoger flores».
El término se acuñó en Grecia, en el siglo I a.e.c., cuando Meleagro de Gadara llamó antología ―que equivaldría a «ramillete de flores» o «guirnalda de flores» a una recopilación de composiciones poéticas actualmente conocidas como epigramas; es decir, versos cortos que, con precisión y agudeza, expresan un solo pensamiento, comúnmente festivo o satírico.
En sus inicios, antología sólo se refería a recopilaciones poéticas, pero con el transcurso de los siglos llegó a convertirse ―según el DRAE―, en una «colección de piezas escogidas de literatura, música, etcétera». Y este etcétera incluye desde cuentos, canciones, frases y recetas de cocina, hasta otras más sutiles, de valor sentimental, como describe aquel poema de Pablo Neruda: «Cada uno de ellos fue una victoria / Juntos fueron para mi toda la luz / En una pequeña antología de mis dolores».
Si hoy se pueden «antologar» dolores, se debe a que la palabra antología, de significar un simple pero lindo florilegio, se convirtió en sinónimo de recopilación, selección o colección; hoy es el acto de compilar aquello digno de ser destacado. No olvidemos la frase «digno de antología».
Tomado de la revista Algarabía
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