Feliz cumpleaños, Vulcano

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Todos sabemos que los tiempos geológicos, los tiempos de la Tierra, no aceptan ningún tipo de comparación con los tiempos humanos. La Tierra y todo lo que contiene nos permite, incluso, jugar hasta con la idea de eternidad. ¿De qué otro modo podríamos considerar nosotros, simples y breves mortales, al mar, a las montañas, a las derivas continentales, a los cañones que hienden el terreno, a las cuevas que se sumergen en lo profundo, a los desiertos? Todo parece haber estado allí desde siempre y de algún modo sabemos que seguirán estándolo cuando nosotros nos hayamos ido de aquí, y esta vez sí, para siempre.

Pero, de tanto en tanto, esa misma Tierra nos muestra que, aunque sus tiempos son muy otros, no dejan de ser un ente en constante transformación y que, aquello que nos parece eterno, no es más que una cosa más entre las cosas; que vive en un tiempo diferente, pero que al igual que nosotros nace, vive y muere.

Todo esto viene a cuento porque hace unos días ―el veinte de febrero― se cumplió el septuagésimo octavo cumpleaños del volcán Paricutín. En efecto, estamos hablando de un volcán que apenas tiene setenta y ocho años; es decir que nació el 20 de febrero de 1943 (para ponernos en perspectiva histórica, digamos que en ese momento el mundo ardía en llamas por otros motivos por demás conocidos). La historia, expuesta de manera sintética, nos dice que Dionisio Pulido, un campesino, se encontraba trabajando la tierra en las cercanías del pueblo Parangaricutiro, cuando de pronto esta empezó a temblar, se abrió y empezó a emanar un vapor muy espeso, a sonar muy fuerte y a arrojar piedras. Asustado, el señor Pulido avisó al pueblo y, gracias a este oportuno aviso, no se registraron víctimas en lo que podría haber sido una catástrofe de enorme magnitud.

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El Paricutín, activo, en 1943

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La duración de la actividad de este volcán fue de 9 años, 11 días y 10 horas. La lava recorrió unos 10 kilómetros. No hubo víctimas humanas, dado que hubo suficiente tiempo para desalojar a toda la población. El volcán sólo sepultó dos poblados: Paricutín y San Juan Parangaricutiro (Parhikutini y Parangarikutirhu en purépecha). El primero quedó totalmente borrado del mapa. Muy cerca de él se encuentra ahora el cráter del volcán. Del segundo pueblo solo es visible parte de la iglesia, sepultada por la lava, al igual que el resto del pueblo, excepto por la torre izquierda del frente (la torre derecha aparentemente cayó, pero lo cierto es que estaba en construcción al momento de empezar el fenómeno) así como el ábside, junto con el altar.

Hace unos tres años tuve la oportunidad de visitar lo que queda de San Juan Parangaricutiro, lo cual es, en realidad, sólo una parte de la iglesia y nada más (aparte de la torre que se alza solitaria entre la lava solidificada, sólo quedó parte del altar de esa iglesia, lo que daría lugar a un nuevo milagro, ya que el cristo que allí se encontraba no sufrió daño alguno. Esa imagen de Cristo luego sería llevada a treinta y tres kilómetros de distancia, donde se establecerían los habitantes desplazados por el volcán: Nuevo San Juan Parangacutiro). Para llegar a ella hay que trepar por las peligrosas rocas de lava solidificada, lo cual debe hacerse con muchas precauciones y suma lentitud. Desde ese sitio se ve, a la distancia, al volcán en medio del valle.

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San Juan Parangacutiro, hoy.

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Un año después, gracias a los buenos oficios de Alfredo, un tipo que parece conocer todos los caminos secretos de México todo, tuve la oportunidad de ir al mismísimo Paricutín. Luego de un viaje de varias horas, llegamos al pie del volcán y nos preparamos para ascender a él. Alfredo, quien tiene mi edad pero que ha llevado una vida más sana y ordenada, llegó a la cima, como siempre, primero. El resto del grupo fue arribando poco a poco y yo, como es casi habitual, llegué último; pero llegué, que era lo importante. Ahora la imagen se había invertido: desde la cima del volcán podía verse todo el amplio valle que lo rodea, podía notarse el camino que tomó el derrame de lava hace más de setenta años y, siguiendo ese rumbo, allá, a la distancia, podía verse la torre solitaria de la iglesia de San Juan Parangacutiro.

Pregunté si podía bajarse al cráter y me dijeron que sí, que no había problema alguno, que el volcán se encontraba inactivo. Con precaución hice notar que al subir había encontrado algunas fumarolas de donde salían importantes chorros de vapor, y que si había vapor es que debajo había agua hirviendo, y a presión; así que eso de «inactivo» a mí me parecía algo más bien relativo. Volvieron a asegurarme de que no podía hacerlo con total seguridad. Me dije que, aunque los Tiempos de la Madre Tierra y los míos son totalmente diferentes y aleatorios, nada iba a cambiar si el volcán reiniciaba su actividad justo en ese momento (estar en el centro o en el borde circular del cráter no iba a hacer diferencia alguna, por supuesto). Así que bajé y caminé en silencio por aquel lugar que uno, pequeñito como es, no puede menos que considerar como algo que excede a toda expresión. De ninguna manera iba a perderme esa experiencia. Además ¿cuántas veces en la vida uno tiene la posibilidad de estar en el centro mismo del cráter del volcán más joven del mundo?

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Una galería con fotos históricas del Paricutín. Para ver las imágenes en mayor tamaño, hacer clic sobre una de ellas.

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7 comentarios el “Feliz cumpleaños, Vulcano

  1. Se hace difícil poder ver el nacimiento de un volcán. Uno siempre imagina que esos procesos demoran muchos años. Pero, qué es el tiempo, nos cuesta definirlo, comprenderlo, como abarcar el conocimiento y experiencia de procesos que pueden durar siglos, milenios, desde nuestra insignificante perspectiva de humana existencia.
    Magnífica galería de fotos.

    Un cálido abrazo

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    • Borgeano dice:

      La primera sensación que tuve al oír la historia fue, como te imaginarás, de total asombro. Como tú, yo pensaba que los volcanes habían nacido (todos) mucho tiempo atrás y que sólo, cada tanto, alguno se volvía activo y poco más. Pero en esta zona en la que he caído ahora, no dejo de sorprenderme de todas las maravillas naturales que me rodean. Ya hablaré de algunas de ellas en algún momento, porque realmente valen la pena.

      Un cálido abrazo.

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  2. anamariapalos dice:

    Reblogueó esto en Blog de Ana María Palos.

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  3. ¡Que valiente ! no sé si yo hubiese entrado el la tripa de ese cráter…¡¡¡!! admiro tu decisión pues no se tiene esa oportunidad a menudo, no….. Hay que ver las historias que hay por ahí… en cualquier parte del mundo… esperando que vayamos a su encuentro… gracias por sumergirnos un poco en la casa de Vulcano… (o Hefesto tanto monta)

    Un abrazo muy fuerte

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    • Borgeano dice:

      Pues la verdad es que no es para tanto una vez que uno ya está allí; y también hay algo (mucho) de esa actitud: «Voy a probar todo». De un tiempo a esta parte es lo que hago, ya que me he dado cuenta de que, al fin y al cabo, lo único que tenemos son experiencias; así que a ellas me lanzo con todo ¿qué es lo peor que pueda llegar a pasar? ¿Que desaparezca para siempre de la faz de la Tierra? Bueno, algún día eso pasará de un modo u otro…
      Me alegro que te haya gustado la entrada, en algún momento dejaré alguna otra de estos sitios tan particulares que hay por aquí.

      Un fuerte abrazo.

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