Victor Hugo y la política de la ignorancia

En La utilidad de lo inútil, Nuccio Ordine rescata un discurso de Victor Hugo, pronunciado ante la Asamblea constituyente de 1848, en el que sale al paso de la falacia del ahorro estatal cuando se trata de recortes en las actividades culturales y la instrucción pública. Es la crisis, le dicen, no hay otro remedio. Y Victor Hugo se revuelve contra los profesionales del Dogma del Recorte Inevitable: «¿Y qué momento escogen? El momento en que son más necesarias que nunca, el momento en que, en vez de limitarlas, habría que ampliarlas y hacerlas crecer (…). Haría falta multiplicar las escuelas, las cátedras, las bibliotecas, los museos, los teatros, las librerías». Y le pone un nombre a esa presunta política de ahorro: es «la política de la Ignorancia».

En estos tiempos de recortes masivos a las políticas culturales y educativas, aquel discurso de Victor Hugo de hace ciento setenta y dos años suenas más actual que nunca (y es otro ejemplo de algo que siempre digo aquí: ya todo se dijo antes; sólo hay que saber mirar a la historia). He aquí algunos otros fragmentos de ese discurso, a los que nada añadiré porque ante la grandeza y la perfección de las palabras bien dichas, uno tiene que llamarse a silencio:

«Afirmo, señores, que la reducciones propuestas en el presupuesto especial de las ciencias, las letras y las artes son doblemente perversas. Son insignificantes desde punto de vista financiero y nocivas desde todos los demás puntos de vista. Insignificantes desde el punto de vista financiero. Esto es una evidencia tal que apenas me atrevo a someter a la asamblea el resultado del cálculo proporcional que he realizado[…] ¿Qué pensarían, señores, de un particular que, disfrutando de unos ingresos de 1500 francos, dedicara cada año su desarrollo intelectual […] una suma muy modesta: 5 francos, y, un día de reforma, quisiera ahorrar a costa de su inteligencia seis céntimos?».

«¿Y qué momento se elige? Aquí está, mi juicio, el error político grave que les señalaba al principio: ¿qué momento se elige para poner en cuestión todas estas instituciones a la vez? El momento en el que son más necesarias que nunca, el momento en el que en vez de reducirlas, habría que extenderlas y ampliarlas».

Victor Hugo

«[…] ¿Cuál es el gran peligro de la situación actual? La ignorancia. La ignorancia aún más que la miseria […] ¡Y en un momento como éste, ante un peligro tal, se piensan en atacar, mutilar, socavar todas estas instituciones que tienen como objetivo expreso perseguir, compartir, destruir la ignorancia!».

«Pero si quiero ardiente y apasionadamente el pan del obrero, el pan del trabajador, que es un hermano, quiero, además del pan de la vida, el pan del pensamiento, que es también el pan de la vida. Quiero multiplicar el pan del espíritu con el pan del cuerpo».

«[…] Habría que multiplicar las escuelas, las carreteras, las bibliotecas, los museos, los teatros, las librerías. Habría que multiplicar las casas de estudio para los niños, las salas de lectura para los hombres, todos los establecimientos, todos los refugios donde se medita, donde se instruye, donde uno se recoge, donde uno aprende alguna cosa, donde uno se hace mejor; en una palabra, habría que hacer que penetre por todos lados la luz en el espíritu del pueblo, pues son las tinieblas lo que lo pierden»

«Han caído ustedes en un error deplorable. Han pensado que se ahorrarían dinero, pero lo que se ahorran es gloria».

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Algunas razones por las cuales el capitalismo (desgraciadamente) no morirá

Nota previa: el siguiente texto contiene una pequeña, muy pequeña dosis de humor negro. Si el lector carece de tolerancia a él, tal como otros carecen de tolerancia a la lactosa o al gluten, será mejor que pase de largo. De lo contrario, se ruega no molestar.

Creo que el primer atisbo de que el capitalismo es algo genético lo tuve cuando vi a ese tipo, correctamente protegido por el inevitable pasamontañas, vendiendo ladrillos para así poder manifestarse mejor. ¿Será una ironía? Me pregunté, y tal vez lo fuera, pero no quise acercarme a preguntarle porque, sinceramente, temí la respuesta, además de que él tenía los ladrillos y yo ninguno. Comprarle uno antes no hubiese servido para nada, él seguía estando ―maldita sea la carrera armamentista― con el mayor poder bélico. Sin demasiadas opciones, seguí caminando. Más adelante, debajo de unos portales de piedra caliza, una adivina le leía las cartas a un iluso. Hija de los tiempos, ella había acondicionado el lugar con una mampara divisoria y estaba bien protegida por su cubrebocas y sus anteojos (¿y era eso una peluca o así tenía realmente el pelo?). Me dije que no estaría muy segura de sus capacidades anticipatorias si no podía prever el estado de salud de quien tenía adelante; pero quién sabe, tal vez, como dice el refrán «En casa de herrero, cuchillo de palo» y ella, tan sagaz para ver el futuro ajeno, no era capaz de ver el propio. Yo no lo sé y tampoco aquí pude preguntar nada. Ella estaba ocupada en lo suyo yo preferí salir de largo.

Un ladrillo pasó volando a centímetros de mi nariz y se estrelló, haciéndola mil pedazos de diamantes diminutos, contra una vidriera enorme de una tienda que no sé cómo se llama. Un muchacho y una muchacha pasaron corriendo por delante de mí, en la misma dirección en que lo había hecho el ladrillo unos segundos antes y, pidiéndome disculpas por el casi golpe, se metieron rápidos en el local. Me pareció bien que se disculparan. Revolucionarios, pero educados. Iba a decirles que todo estaba bien cuando veo salir a la chica con una botella de Coca Cola en la mano. Pensé en decirle que era demasiado romper una vidriera por una Coca Cola y, de paso, explicarle que la revolución es otra cosa, que ella implica un cambio radical de… pero no pude, ser fueron corriendo delante de un policía que los siguió unos metros, pero que pensó que una Coca Cola no valía la pena (o tal vez sí, porque volvió sobre sus pasos y también se metió en el local para tomar un par, una para él y otra para su compañero. A mí nadie me convidó ninguna. Ni el revolucionario ni el antirrevolucionario. Mejor así. El azúcar no me sienta bien).

Las ciudades están transformándose en centros turísticos locales, sin duda. Hay un millón de cosas que nunca había visto antes. Por ejemplo, un árbol parece sacado de una copia modesta y de mal gusto de una película de Tim Burton. Sus ramas están llenas de púas en la parte superior. ¿Estarán por filmar alguna película? Pregunto, sin darme cuenta, en voz alta, y me dicen que no; que esas púas fueron colocadas allí por la gente adinerada del lugar, así los pájaros no pueden posarse y, por ende, no ensuciar sus autos con esa mala costumbre que tienen algunos pájaros de comer y cagar, con perdón de la expresión. Y vamos, que es entendible, uno no tiene un Lexus o un Porsche para que un gorrión te deje su firma sobre el capot recién encerado…

No tengo que dar ni dos pasos para encontrarme con otra vidriera rota. Allí un televisor encendido que nadie ha robado aún (prefieren llevarse los que están en sus cajas, por lo que veo. El que está encendido ya tiene uso) nos regala con algunas noticias que, al menos para mí, son poco menos que curiosas. «Es un dilema moderno para los ultra ricos: un yate espera, pero ¿cómo alcanzarlo de manera segura sin exponerse a las masas plagadas de gérmenes? Dilema para los que vuelan alto: cómo viajar de forma segura a su yate». Dice la primera de ellas y me digo que esa pobre gente debe estar pasándola realmente mal. Pero la noticia siguiente me conmueve sobremanera: Una pareja de Youtubers que había adoptado a un niño chino con autismo, lo devolvió luego de haber hecho una buena suma de dinero con él online, como se dice ahora. ¡Qué desgracia! Tener que devolver a tu hijo adoptado… también, tener la mala suerte de que te salga chino y autista… ¿Habrán devuelto también el dinero? Vaya uno a saber… pobrecita, lo que debe sufrir esa madre, se la ve tan compungida… Me pregunto si aún debería llamársele así, madre. No tengo ni idea, pero tal vez debería llamársele de otro modo.

Suena mi celular y lo maldigo. No hay modo de pasear por una ciudad o por donde sea sin que alguien te encuentre en cualquier momento y en todo lugar. Es L., quien me pide que camino a casa compre más cubrebocas y alcohol en gel. Y que no tarde demasiado (esto último lo dejo aquí para que vean el alcance del machismo actual). Por suerte encuentro una máquina expendedora que ahora ya no vende golosinas y refrescos (esos se consiguen, por lo visto, a pedradas en los cristales); sino que vende todo tipo de elementos de higiene. Veloces para los negocios los muchachos. Sigo en el teléfono y le pregunto a L. si no necesita una cama que se convierte en ataúd. Lo estoy viendo ante mí y parece útil. No repetiré sus palabras, sólo diré que no lo compré. Me excuso diciendo que sólo le digo lo que veo, las mujeres suelen comprar cosas que los hombres no. Diferentes visiones, que le dicen. OK, tampoco repetiré lo que dijo. ¿Un juguete con forma de coronavirus, hecho en China? Ése sí, para que juegue el perro. ¿Una bandera norteamericana o israelí para quemar? Parece que una empresa irakí le encontró la vuelta al asunto y está vendiendo un montón. Además están baratas. Que no, que nosotros no hacemos esas cosas. ¿Una bolsa con cierre para muerto, a sólo doscientos pesos? L. a veces tiene una boca… que para qué les cuento. Decidí cortar la comunicación e ir directo a casa.

Un último susto: un hombre apunta con un arma directamente a la cabeza de una mujer. El susto dura sólo un segundo: está tomándole la temperatura, cosa que está muy bien. La señora tiene que comprar sus Gucci y Gucci no quiere que sus clientes le ensucien los tejidos. Una mano lava a la otra, dicen.

Les dejo una galería con algunas imágenes que he juntado a lo largo de estos días. Todo parecido con la realidad es pura coincidencia. Para verlas en mayor tamaño, hacer clic sobre una de ellas.

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Dos consideraciones actuales

 

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1. Sé (es decir: soy consciente) de que en estos tiempos que corren decir que «la gente es estúpida» es algo que no debe hacerse, aunque se tenga razón. Y no debe hacerse porque todos están muy sensibles y el término «estúpido» hiere demasiadas sensibilidades, de esas que están tan de moda hoy en día. Tal vez pueda decirse parafraseando el juego de palabras de Sócrates, algo así como «Solo sé que soy un idiota que al menos puede ver a otro idiotas»; pero en general tampoco lo entienden. Bueno, yo lo he dicho muchas veces en este sitio y en otros muchos, porque, por una parte es verdad y, por otra, no me interesa mucho la corrección política, así que prefiero lo primero a lo segundo, es decir, la verdad a quedar bien diciendo palabras bonitas pero huecas. Incluso en ese otro blog que tengo abandonado alguna vez lo sinteticé con alguna pequeña ironía, cuando dije «La evolución es difícil —aunque no imposible— de probar. La involución no lo es tanto. Sólo alcanza con que se corte el suministro eléctrico.»

corona 02¿Qué pasa, entonces, cuando la realidad es la que nos brinda la prueba empírica de eso que uno ha dicho tantas veces? ¿Qué sucede cuando es la realidad la que nos brinda las pruebas de esa estupidez profunda y masiva? Uno pensaría en cierta satisfacción, en cierto solaz en haber dicho las palabras verdaderas en su momento y a pesar de la oposición general… pero no, lo que se siente es una profunda pena; porque la prueba de la estupidez no puede ser otra que una actitud estúpida, y no hay nadie medianamente sano que pueda sentirse feliz ante una demostración de este tipo.

A lo que quiero llegar es a lo que está pasando a nuestro alrededor desde hace unos días; sobre todo a lo que está pasando en estos últimos tres días. A la inconsciencia general que demuestran las personas que no siguen los lineamientos de seguridad dictados por los gobiernos de cada país o estado. Al egoísmo absurdo y canalla de los que se atiborran de cosas innecesarias (negándoselas al resto de la población en una actitud canalla, incivilizada e ignorante) como si estuviésemos viviendo en una pesadilla zombie y todo se arreglara con docenas de rollos de papel sanitario. Aquí en México se ha pedido que nadie se mueva de sus casas, en la medida de lo estrictamente posible ¿y qué hace la gente? Colma la capacidad hotelera de Acapulco encorona 01 un 90% (la mayoría de los que están allí son extranjeros o chilangos; es decir, capitalinos. Cuando regresen de sus vacaciones lo harán a una ciudad de casi nueve millones de habitantes, con todo lo que ello implica). Lo que se ve en los supermercados huelga cualquier comentario, ¿porque qué puede decirse de un video donde dos mujeres se pelean casi hasta los golpes por un paquete de seis rollos de papel sanitario o idioteces similares?

 

En aquella breve ironía mía que pretendía ser un microcuento está resumida —ahora lo veo— toda la verdadera conducta humana: no somos civilizados; no somos buenos (como creía Rousseau); no somos seres pensantes. En líneas generales, este caso del coronavirus nos demuestra que somos animales contenidos en ciudades, y que sólo mientras tengamos el estómago lleno y algo para entretenernos (el viejo «pan y circo» romano) nos comportamos más o menos bien; pero no mucho más. En cuanto algo rompe con ese esquema sale, de lo más profundo de nosotros, el animal salvaje. Como dijo Juan Domingo Perón, hace más de sesenta años: La fuerza es el derecho de las bestias.

 

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2. Y hablando de Perón, de quien toda la Intelligenzia europea y norteamericana no cesa de tildar de populista, con ese facilismo radical que les hace querer sintetizar todo en una palabra (generalmente errónea pero útil para sus fines), me da mucho gusto ver que después de setenta años los grandes demócratas liberales terminan dándole la razón. Por ejemplo: «La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo»; o «Sin independencia económica no hay posibilidad de justicia social»; o «El éxito no le sale al paso por suerte ni por casualidad. Esto se concibe, se prepara, se ejercita, y después recién se realiza»; o «La unidad nos da la fuerza, la solidaridad la cohesión». Ésta última frase es la más adecuada para este momento, porque acabo de leer que Macron, el presidente francés dijo: «Lo que ha revelado esta pandemia es que la salud gratuita, nuestro estado de bienestar, no son costos o cargas, sino bienes preciosos […] y que este tipo de bienes y servicios tienen que estar fuera de las leyes del mercado». ¡Brillante! ¿Ahora se dieron cuenta de que la salud y el bienestar general no pueden ser un negocio? ¡Qué lujo de pensadores! ¡Pero si eso ya lo había dicho un populista sudamericano hace setenta años! Miren por dónde nos salen ahora con que Macron es peronista…

corona 033. Esto no es un punto en sí (por eso dije Dos consideraciones…, sino sólo una especie de conclusión que sólo va a decir lo mismo que más arriba: Me da una pena infinita ver a la humanidad reducida a sus más bajos instintos. Es común ver por ahí expresiones tales como «esto o aquello me devolvió la fe en la humanidad…». Pues buena suerte para los optimistas; porque lo que es yo, en este momento, puedo decir que he perdido hasta el último grano de fe (si es que tenía alguno) en la humanidad como un todo. En algunas personas sí, aún los tengo y sobrevivirán siempre; pero en la humanidad? Pues no; si antes pensaba que ese conglomerado era idiota, ahora siento que tengo las pruebas… En cuanto a la realidad política; pues lo mismo: esto nos demuestra que el mercado no es más que una máquina atroz que sólo genera riqueza para unos pocos y que los políticos no son más que unos empleados de lujo a tiempo completo. Salvo, claro, algún que otro populista que anda por ahí, jodiendo el pastel con ideas de antaño…

Bueno, mi etiqueta dice…

 

mi precio

 

Michael J. Sandel, filósofo norteamericano, Profesor de la Universidad de Harvard y autor de varios libros sobre política, democracia y, sobre todo, justicia (es reconocida su serie de clases sobre este tema, la cual se puede ver completa en el sitio www.justiceharvard.org); plantea esta pregunta en un número de The Atlantic. Sandel dice que casi todo está en venta, y enumera algunos ejemplos:

·Una mejora en la celda de la prisión. En Santa Ana (California) y otras ciudades, presos no violentos pueden pagar por disfrutar de un espacio más limpio, silencioso, donde el resto de los presos no puedan molestarles. Ese upgrade cuesta unos 90 dólares por noche.

·Los servicios de una hindú como madre de alquiler. Las parejas que acuden a la India, la podrán encontrar por 8.000 dólares, un tercio menos del precio que tendrían que pagar en EE.UU.

·El derecho a cazar una especie protegida. El rinoceronte negro vale 250.000 dólares. En Sudáfrica se han comenzado a vender permisos de caza sobre un cierto número de rinocerontes negros.

·El derecho a llamar a un doctor a su móvil. Cada vez hay más doctores en los Estados Unidos que conceden esa licencia mediante una cuota anual entre 1.500 y 2.500 dólares.

.El derecho a emitir hasta una tonelada cúbica de dióxido de carbono a la atmósfera. La Unión Europea concede a las empresas tal posibilidad por 10,50 dólares.

.El derecho a emigrar a los Estados Unidos con tarjeta de residente. Se concede a aquellas personas que inviertan, al menos, 500.000 dólares, creando 10 o más fuentes de trabajo.

.Vender el espacio de tu frente para hacer publicidad.  Una madre soltera de Utah que necesitaba dinero para educar a su hijo recibió 10.000 dólares de un casino online para permitir un tatuaje permanente en su frente. Por tatuajes removibles se paga menos.

·Ser utilizado como “conejillo de indias” en tests de productos farmacéuticos. Una compañía de ese sector contrata personas por 7.500 dólares. La cantidad será mayor o menor en función de lo invasivo y doloroso que llegue a ser el test.

·Luchar en en zonas de conflictos. Contratistas privados pagan 1.000 dólares o más. La cantidad depende de la cualificación, riesgo, etc.

·Guardar el puesto en la cola del Capitolio. Hay compañías que contratan homeless para que guarden ése espacio durante la noche para cederlo luego a alguien que quiere presenciar las sesiones. Se paga (a las compañías, vaya a saber lo que le llega a esos homeless que hacen la fila) entre 15 y 20 dólares.

Sandel luego plantea la pregunta importante, la pregunta básica y fundamental: ¿Por qué preocuparse si la sociedad avanza hacia la posibilidad de comprar y vender todo?

Por dos razones: Una es la desigualdad y la otra, la corrupción. En una sociedad donde todo está en venta, la vida se hace más dura para aquellos que apenas tienen medios. Si solo se tratara de yates, casas lujosas o coches deportivos, no tendría mucha importancia, pero al extenderse a servicios y bienes corrientes, las desigualdades crecerían. La segunda razón tiene más que ver con el poder corruptor que llegaría a tener un mercado sin límites. Acabaríamos comprando seres humanos, y no sólo órganos, sino servicios mercenarios para cualquier fin, de forma abierta. Daríamos un paso decisivo para considerar a los hombres como bienes de uso corriente, algo de lo que nuestra especie se liberó lentamente…

Michael sandel

Creo que poco puede agregarse a lo dicho por Michael J. Sandel. Sólo quiero destacar la idea de el poder corruptor de un mercado sin límites. ¿Qué tan lejos, o tan cerca de él nos encontramos?

El animal más peligroso

La foto de la década de los sesenta y, tengo entendido, se encontraba en el zoológico del Bronx, en Estados Unidos. El texto dice: «Estás mirando al animal más peligroso del mundo. Él sólo, de todos los animales que alguna vez vivieron, puede exterminar (y lo hará) especies enteras de animales. Ahora ha logrado el poder de eliminar toda la vida en la tierra».

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animal

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Supongo que la última oración hace referencia al poder nuclear que se encontraba en boga en ese momento. Hoy, por supuesto, ese poder sigue siendo un peligro, tanto desde el punto de vista militar como civil. Pero también podemos sumar otros poderes igual de dañinos, como el poder militar clásico; el del armamento biológico (ya hay quien dice que el famoso coronavirus que está haciendo estragos en Asia y que ya ha comenzado a moverse a Europa y América no es más que un ataque planeado de EE.UU. a su nuevo archirrival, China. Más allá de la paranoia en cuestión, las grandes potencias ya han usado este tipo de armamento en el pasado; así que todo puede suceder aquí); los ataques cibernéticos o la mera manipulación de masas. Como sea, parece que el ser humano no va a parar nunca de encontrar el modo de joder al prójimo y que para ello encontrará la manera más eficaz y creativa.

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Ilustro la entrada con fotos viejas (digo viejas en cursiva porque nosotros, como hijos del capitalismo tenemos apenas poco más de doscientos años. Viejo, lo que se dice viejo, es ése árbol de ahí arriba), Recuerdo las palabras del Sr. Smith en esa película por todos conocida: «Quisiera compartir una revelación que he tenido durante el tiempo que he estado aquí. Me llegó cuando traté de clasificar a tu especie: Me di cuenta que realmente ustedes no son mamíferos. Cada mamífero en este planeta desarrolla instintivamente un equilibrio natural con el ambiente que lo rodea, pero los seres humanos no. Los humanos se trasladan a un área, y se multiplican, y multiplican, hasta consumir cada recurso natural. La única forma que tienen de sobrevivir es instalarse en otra área y comenzar de nuevo. Existe otro organismo en este planeta que sigue el mismo patrón: El virus. Los seres humanos son una enfermedad, un cáncer para este planeta, una plaga…».

¿Será una exageración lo del Sr. Smith? Tal vez; pero yo siento que lo que ha dicho no es más que una verdad pura y palpable. Vivir en cualquier ciudad del mundo (hoy que todas son iguales) nos brindará las pruebas que necesitamos para ello: aglomeración, ruidos, violencia, impaciencia, falta de educación, glotonería, soberbia, racismo, xenofobia, miedo, enfermedades cardíacas y psicológicas, etc., etc., etc.

Y hago constar que no es que hoy me sienta particularmente pesimista o negativo, no; de hecho, hoy todavía ni siquiera he salido de casa. Sólo es que pienso en que en algún momento tendré que salir y eso es más que suficiente como para que ya comience a hacerme cruces ante lo que voy a encontrar allá afuera. Séneca dijo: «El que no quiera vivir sino entre justos, que viva en el desierto». Por una parte pienso que es una pena que una persona deba verse obligada a vivir en ese desierto en particular, habiendo (o debiendo haber) otras opciones válidas; y por otra parte siento una infinita pena al pensar que eso es lo que estamos dejando detrás nuestro, y que lo estamos haciendo con tanta perfección que no quedará nadie, en suma, para disfrutarlo.

La hora silenciosa o de cómo todos sufrimos de un síndrome u otro

hora silenciosaAlguna vez leí que hay algo (no sé si «característica» o «síndrome» o lo que sea) cuyas siglas son P.A.S. (Personales Altamente Sensibles) y que ahora veo que comparten las características del T.E.A. (Trastorno del Espectro Autista). Ahora una amiga me pasó esta imagen y veo que un supermercado nos brinda una hora para hacer las compras en silencio y sin luces en exceso brillantes. Las personas que sufrimos de estas características estamos agradecidas; aunque no creo que sea suficiente (tener que adaptar todo el horario personal de cada uno para hacer las compras es un poco, digamos, inconsistente o, incluso, si alguno quiere, violento). Sea como fuere, como dije, yo sufro de esa condición, aunque no me gusta denominarla de un modo u otro, sino simplemente la llamo S.C.C. (¡Sentido Común, Carajo!) y se reduce a lo siguiente: ¿De dónde sale la peregrina idea de que todo tiene que tener música de fondo y luces y gritos y demás tonterías? ¿Así que ahora si no me gustan los ruidos fuerte sufro de una determinada condición médica? Caramba… ¿y qué decir de los que no pueden hacer nada si no es con cualquier ruido a ochenta decibeles y lluces que enceguecerían a un topo? ¿No hay un nombre para eso? ¿no hay un «síndrome» que los defina? ¿Qué tal estupidez? Bueno, ya se sabe que vivimos en tiempos posmodernos donde no se puede insultar a nadie porque todos están demasiado sensibles (y éstos sí que necesitan algo que los defina, pero sigamos con lo nuestro). Entonces llamémoslos S.I.A (Síndrome de Incontinencia Auditiva) o algo por el estilo. Entonces el supermercado en cuestión podría tener horarios alternados, cada una hora, digamos; así los que sufrimos de T.E.A (o P.A.S.) podríamos hacer las compras en igualdad de condiciones con los que sufren de S.I.A. y dejar que el B.N.C. (Benéfico Negocio Capitalista) gane sus dinerillos.

Y por cierto, en defensa de los que preferimos el silencio (vaya síndrome, por dios…) queremos recordar lo que dijo Arthur Schopenhauer hace doscientos años (y los imbéciles todavía creen que están inventando la pólvora): «La cantidad de ruido que una persona puede soportar está en relación inversa con su inteligencia». Punto.

La calma como revolución

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Mar-en-calmabaja

 

No sé a quién pertenece la cita siguiente; recuerdo que la copié de un video, pero no copié el nombre del autor o de quien lo dijo en su momento. Sea como fuere, aquí lo dejo porque vale la pena y porque, más allá de quien sea su autor, estoy seguro de que lo que quisiera sería que sus palabras lleguen a la mayor cantidad posible de lectores. Aquí, entonces, esta cita (por ahora) anónima:

«El mundo está diseñado para que constantemente nos sintamos deprimidos. La felicidad no es muy buena para la economía. Si fuéramos felices con lo que tenemos ¿para qué necesitaríamos más? Entonces, ¿cómo hacer para vender una crema antiarrugas? Pues haces que la gente tenga miedo a envejecer. ¿Cómo se logra que las personas voten por determinado partido político? Haces que tengan miedo, por ejemplo, de los inmigrantes. ¿Cómo haces para que la gente compre seguros? Haces que tengan miedo de todo. ¿Cómo haces para que se sometan a cirugía plástica? Destacas sus flaquezas físicas. ¿Cómo haces para que la gente vea determinado programa de televisión? Haces que se sientan pena por habérselo perdido. ¿Cómo haces para que compren el nuevo modelo de smartphone? Haces que se sientan que están siendo relegados.

Estar en calma se convierte en un acto revolucionario. Estar feliz con nuestra existencia sin actualizaciones constantes. Sentirnos cómodos con nuestra desordenada —pero nuestra— humanidad, no es algo bueno para los negocios».

Hay veces en que el acto más revolucionario es, simplemente, saber decir «No» a tiempo.

El horror ¡El horror!

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Asco

 

«La inteligencia humana es limitada, pero la estupidez, no tiene límites» Arthur Schopenhauer.

 

En mi primer (y hasta ahora único, pero por poco tiempo) libro de poesías, incluí un poema titulado Free Moon (el cual pueden leer aquí), donde imagino el horror ante la posibilidad de que alguien pueda colocar publicidad en la luna. El poema termina así:

Y la verdad es que no nos gustaría
que al alzar la vista una estúpida
con una estúpida sonrisa, o un simpático osito
o un Santa Claus de barba falsa
nos quieran vender una coca cola,
o chiclets, o el nuevo modelo de celular
(¡llamadas a la Luna con descuento!)
O una 4 x 4
Ideal para sortear cráteres.

Preferiríamos, en lo posible,
poder mirar hacia el cielo y verla allí
como hasta ahora, casi virgen,
con esa cara marcada de acné adolescente
que tanto conocemos
y que tan bien le queda.

 

Pues no pasaron más que un par de años para que la repulsiva noticia tenga visos de realidad. Ahora resulta que la empresa rusa Star Rocket tiene planeado colocar en órbita unos satélites que reflejarán la luz del sol para así poder colocar publicidad en órbita. Uno de los primeros interesados en esa posibilidad es Pepsi y la empresa dice que ya han superado los primeros obstáculos y que es posible que realicen el lanzamiento en el 2020. Aquí tienen un adelanto de la repugnante idea:

 

El nombre que anda dando vueltas por ahí es el de un tal Sítnikov, el cual dice cosas tan brillantes como: «Vamos a vivir en el espacio, y la humanidad comenzará a entregar su cultura al espacio. Los pioneros más profesionales y experimentados lo harán mejor para todos» Es decir, no dice nada y sólo se justifica a sí mismo. También leo, en el mismo artículo: «El directivo confía en que las marcas pagarán por los anuncios porque «el ego es más brillante que el Sol»» ¡Es cierto, igual que la estupidez!

No sé cuánto habrá de verdad en todo esto, pero por las dudas, ya voy preparando el boycott a cualquier empresa que utilice este tipo de publicidad. Yeah, baby… Free Moon…

Aporofobia, en síntesis

 

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A raíz de la entrada de ayer, la cual comentábamos con un amigo, recordé una anécdota de la que fui testigo hace algunos años. Por aquel entonces trabajaba en un restaurante en los Estados Unidos y un compañero, Adrian, se encontraba muy feliz por el segundo embarazo de su esposa. La dueña del restaurant, Nieves, lo felicitó y le dijo, con una mirada que no intentaba esconder cierto desprecio «Supongo, Adrian, que no tendrán más ¿No? Más de dos es signo de ignorancia…». En ese momento estaba de moda la idea de que dos hijos era lo correcto; ya que así podía mantenérselos «bien» y enviarlos a la universidad; etc. Idea que ha caído en desuso, creo, o que he tenido la fortuna de no volver a escuchar.

Pero lo curioso era que no parecía haber problemas con el Doctor Halford, quien era un habitué del restaurante y que además de un bonito apellido tenía cinco hijos y una hermosa esposa. Para él el límite de dos hijos no corría y no por eso parecía ser un ignorante ni mucho menos. Simplemente lo que doña Nieves tenía en mente era que el límite servía para ciertas personas; como un camarero, un empleado, nunca para un profesional, un Doctor o alguien con un título similar.

 

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En definitiva, el problema de ayer es igual al de hoy: no importa si lo llamamos racismo, clasismo, xenofobia, homofobia o cualquier otro término que queramos inventar. El asunto es el rechazo al pobre; cuando de eso se trata no importa la raza, el sexo, el color o la nacionalidad; en ese sentido sí son todos iguales. Propongo para ello inventar una sola palabra y listo, los englobamos a todos allí; al menos de esa manera ganarán en síntesis y podrán canalizar su odio en una sola causa. Creo que Aporofobia (fobia al pobre) podría servir.