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Un oxímoron une dos conceptos de significado opuesto que, en literatura, se utilizan para vigorizar cierta idea o imagen que se quiere imponer. No siempre es fácil encontrar la unicidad final del oxímoron, pero siempre produce un efecto de incomodidad o de asombro en el lector. Si Rubén Darío escribe: «rugido callado» uno piensa que se le fue la mano con el oxímoron. Pero si alguien escribe «desmayo dichoso» o «payaso trágico» ya vemos de qué se trata. Hay «desmayos dichosos». Y los payasos (para mí, al menos) son casi siempre «trágicos», un oxímoron sobre el que Charlie Chaplin ha hecho casi todo su cine. Sobre todo su excepcional filme El circo. Cuando Charlie, al final, se queda solo, sentado sobre su pequeña y destartalada valija, circundado por el enorme círculo que ha dejado en la tierra la carpa del circo que no está, el circo al que él pertenecía, el que lo abandonó y, con él, su heroína, uno comprende el oxímoron. Ése es un payaso trágico. Porque la imagen produce las dos cosas que busca. Por un lado nos reímos. La facha de Chaplin sentado sobre su patética valija y rodeado por un círculo perfecto exhibe una contraposición patética: qué enorme era el circo, que pequeño es Charlie. Y también: ¿qué hace ahí, qué espera, por qué se quedó, por qué está sentado justo en el centro del círculo, qué pretende señalar, de qué pretende ser el signo restante? ¿Del circo que ya no está? Pero si el circo no está es porque no está. De nada sirve que él se quede donde antes estuvo. Tal vez nos quiere decir que el circo era el centro de su alma y que ahora, que no está, él, o su alma, están solos. Aquí es donde empieza el otro efecto del oxímoron. Ya no reímos. Ahora nos apena ese hombrecito solo y hasta comprendemos (y ésta es la genialidad de la imagen: poder convertirse en una cifra de la condición humana) que todos somos él. Que todos estamos solos, sentados en el medio de algo que ya no está y condenados a esperar eternamente.
Feinmann, José Pablo; Filosofía política del poder mediático. P.28
Hoy se inauguró en Mar del Plata el IV Congreso Nacional de Ateísmo. Por cuestiones de trabajo no pude asistir a la inicio de las actividades, pero no me perdí el documental sobre León Ferrari con el que se cerraron las actividades de hoy. El documental se centró en los actos de vandalismo y censura que ocurrieron en el año 2004, con motivo de la muestra retrospectiva por los cincuenta años de actividad de ese artista inmenso que fue León Ferrari (quienes no conozcan su obra harían bien en buscarlas en la red. Hay mucho y bueno para ver, aunque siempre es recomendable hacerlo dentro de cierto marco de referencia, es decir, buscar las obras pero también leer algo al respecto). Uno de los más acérrimos opositores a la muestra fue el entonces Cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, hoy más conocido como el Papa Francisco. Lamentablemente, el documental no se encuentra en YouTube ni en ningún otro lado, ya que por razones de copyright (se incluyen en la cinta imágenes tomadas de la televisión y los responsables de dichos canales televisivos no autorizan su reproducción. La Santa Iglesia Católica sigue teniendo demasiado poder, incluso hoy), y esa fue una de las razones pro las cuales no quise perderme esta proyección: era hoy o nunca.
Más allá del interés por la obra de Ferrari (quien en el 2007 ganaría el León de Oro en la 52º Bienal de Venecia por su obra La civilización occidental y cristiana, y donde Ferrari, con acertada ironía, agradeció particularmente a Jorge Bergoglio por la publicidad que le había dado a su obra), uno sale rumiando el tema de la censura, de la intolerancia, del poder, de la estupidez (ésto último en referencia a los comentarios de religiosos, periodistas y políticos que se muestran en la película).
La civilización occidental y cristiana
León Ferrari, 1965
Ya camino a casa, y como todos los sábados, me detengo en un puesto de diarios y revistas y compro mi ejemplar de la revista Ñ. El tema central de este número son los treinta años de democracia en Argentina, pero me detengo en la columna editorial, escrita por Ezequiel Martínez:
«Ocurrió el 4 de diciembre de 1983. Oscurecía cuando Julio Cortázar salió de un cine sobre la avenida Corrientes, donde había ido a ver No habrá más penas ni olvido, basada en la novela de su amigo Osvaldo Soriano. Llevaba menos de una semana en Buenos Aires, casi de incógnito, después de una década de ausencia forzosa. Al salir del cine, la avenida estaba bloqueada por una manifestación a favor de los derechos humanos. Entonces sucedió lo que sigue, según el testimonio del periodista Carlos Gabetta en el libroCortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar de Diego Tomasi, que acaba de editar Seix Barral: “Había cantos, gritos, tambores, y en medio de esos sonidos se filtraba una especie de relámpago. Era el flash de la cámara de un fotógrafo que había reconocido la figura del barbudo escritor de casi dos metros. Entonces los flashes se multiplicaron, y la marcha se detuvo. Dice Gabetta: ‘Muchos empezaron a acercarse para saludarlo a Julio. Gritaban ¡Está Cortázar!, y se le tiraban encima. Empezaron a abrazarlo, a besarlo. ¡Julio, volviste!, le decían. Cantaban ¡Bienvenido, carajo! Entraban a las librerías a buscar libros de él, y se los traían para que él los firmara. Hasta hubo una persona que le trajo uno de Carlos Fuentes, porque no quedaban más de él. Yo lloraba, apoyado contra la pared del cine’”.
Si me piden una escena que transmita el clima de efervescencia que se vivía hace exactamente tres décadas a partir de la recuperación de la democracia, me quedo con ésta. Hay muchísimas otras, por supuesto. Pero en el plano de la cultura, hundida durante tantos años en un pantano de censuras, listas negras, hogueras y prohibiciones, la imagen de Cortázar reconocido y abrazado por una muchedumbre, resume de algún modo el triunfo de la libertad y de la memoria sobre la torpeza de una dictadura ignorante.»
Y entonces todo cobra un nuevo significado: la unión de una efeméride como la de los treinta años del fin de una dictadura monstruosa, la censura a un artista por pensar de manera diferente, el hecho de que hoy pueda llevarse a cabo un Congreso Nacional de Ateísmo sin que a uno lo quemen en la plaza pública, el hecho de que un documental no pueda ser exhibido libremente; todo ello nos dice que las cosas han mejorado, sin duda, pero que no es posible detenerse; de que es imprescindible e imperioso el tener una actitud de constante vigilancia y de constante activismo. No importa que haya muchos que prefieran quedarse dormitando frente a una pantalla o frente a un partido de fútbol o a cualquier otro sucedáneo. Uno sabe que debe hacer, sólo eso: hacer; y el tiempo dará sus frutos. Es una obligación moral para con los demás pero, sobre todo, para con uno mismo.
Dentro del ciclo del actual Festival de Cine de Mar del Plata pude ver, ayer, Historia de Cronopios y de Famas, película basada, claro está, en el libro de Julio Cortázar. Desconocía la existencia de esta película y debo reconocer que pensé mucho en cómo se habría llevado a cabo tal adaptación, ya que ese libro de Cortázar no es, precisamente, un libro sencillo para ser traducido al lenguaje del cine (compré la entrada con bastante anticipación, ya que supuse que las localidades iban a agotarse, lo cual, obviamente, es lo que sucedió).Lo que me resultó atractivo desde el principio es que se trataba de una película animada basada en dibujos y pinturas de grandes artistas argentinos, es decir que prometía ser algo más que una mera película de «dibujitos animados». Esto último, sin duda, fue mi más certera predicción. Historia de Cronopios y de Famas no es una película común bajo ningún aspecto. Tan así es que me cuesta encontrar el punto de partida por el cual empezar a hablar de ella. Creo que lo mejor será desmenuzar lo que quiero decir en diferentes puntos. Por el momento les dejo el único video que encontré de la película y seguiré después.
· Historia de Cronopios y de Famas se basa tangencialmente en el texto homónimo de Cortázar. La película está dividida en diez secciones o capítulos y en algunos de ellos es difícil reconocer el texto que se ha tomado como referencia. En ese sentido tengo la sensación de que la película se basa más en las ideas o en la postura política de Cortázar que en el libro en sí (éste sirve, sin embargo, como nexo general, como eje narrativo; pero no mucho más).
· El trabajo plástico es desigual, aunque en líneas generales es de altísimo nivel. Para mí (ésta no es una palabra que me guste usar mucho, pero no tengo opciones), lo mejor de la película fueron los capítulos ilustrados por Antonio Seguí (el cual abre la película); el abigarrado multicolor de Felipe Noé; los casi monocromáticos pasteles de Crist, y el excelente capítulo final, a cargo del enorme Carlos Alonso.
· Retomo el primer punto (lo cual demuestra que aun sigo sin encontrarle la punta al ovillo de lo que quiero decir). El capítulo décimo, ilustrado por Carlos Alonso, es el que mejor expone la mixtura de textos cortazarianos. Las referencias a la última dictadura militar argentina –en particular a los secuestros y a las torturas– son directas e inequívocas. Cuando uno piensa en Historia de… (es decir, en el libro) no encuentra nada que se le parezca; salvo está que se lea ese texto como una fábula o como un símbolo, lo cual no creo que haya sido la idea original de Cortázar (a este respecto hablaré dentro de poco. Hace un par de semanas terminé de leer Lecciones de literatura, el último libro publicado de Julio Cortázar, y lo que recuerdo que él mismo dice sobre Historia de… es algo bien diferente. De todos modos, releeré esas páginas otra vez antes de escribir el post en cuestión).
· Aun así, rever un texto de un autor y ampliarlo con la misma mirada de ese mismo autor no es algo que esté intrínsecamente mal; simplemente creo que habría que ser más certeros y decir que la película se basa en textos de Cortázar o especificar que se extienden las referencias más allá de ese texto, etc. A lo que apunto es que Historia de Cronopios y de Famas es uno de los libros más divertidos y livianos de Cortázar; sin embargo la película por momentos es demasiado oscura, densa, hasta un poco cruel por momentos. Repito: esto no es un demérito en sí mismo, simplemente me parece poco exacto.
· Dos puntos en contra: a) El doblaje. En líneas generales está bastante bien, pero hay momentos en que los parlamentos suenan terribles, falsos, fuera de tono. En ese sentido creo que hay que aprender de los muchachos del norte, cuyos parlamentos en las películas de animación es perfecto. Si se contrataron a los mejores artistas plásticos para realizar la película ¿por qué no contratar a los mejores actores para las voces? b) La extensión de algunos capítulos o su falta de un final más «redondo», más acabado.
· Y ya voy terminando que esto se está haciendo demasiado largo para ser sólo un post. Historia de Cronopios y de Famas no es una película fácil de digerir. Por un lado no es una animación tradicional, a lo que hay que sumarle ciertas referencias locales (no pocas veces casi ocultas dentro de un trabajo estético denso u oscuro), también, por supuesto, es necesario conocer el texto original pero, además, es necesario conocer la otra faceta de Cortázar, aquella que se encuentra en algunas de sus novelas o de sus cuentos, pero que mayormente está en los ensayos y en los reportajes. Ésto último no deja de ser un escollo, ya que limita mucho el espectro de posibles espectadores.
Cuando uno dice que «no ve televisión» suele recibir miradas de desconfianza. Miradas que llevan implícita, en su expresión, cierto desdén, cierta displicencia. Muchas veces se nota algo parecido al menosprecio; esas miradas suelen llevar consigo la expresión «vamos, todo el mundo mira televisión. Sólo que quieres darte aires de intelectual»; o algo por el estilo. En lo personal, termino de trabajar a las 22:00 Hs. Ceno, es cierto, frente al aparato de T.V., pero en cuanto puedo me retiro a mi habitación a leer. Y no porque quiera darme «aires» de intelectual ni nada por el estilo. Simplemente es que lo que se ve en la televisión es, sencillamente, vomitivo.
Desde hace muchos años, es muy difícil ver películas donde el tema central no sea la violencia. Esto tiene relación con los individuos del post anterior: la cúpula católica. Al menos en mi país, Argentina, la iglesia católica se ha opuesto a la exhibición de cualquier filme que contuviera cualquier cosa relacionada con el sexo. Ya fuese un desnudo, pechos femeninos, caricias, sensualidad toda. Por supuesto que no estoy pidiendo que se muestren escenas de sexo explícito, sino simplemente de escenas que muestren a dos personas amándose y que jueguen un papel necesario en la película.
Ahora sí, si uno quiere ver cómo se deshace a una persona en mil quinientos pedacitos, encontrará, también, mil quinientas formas diferentes de hacerlo. Películas como El juego del miedo, Jeepers Creepers, La masacre de Texas, o Destino final (y eso por no nombrar a esas clásicas series que ya todos conocemos) son sólo una muestra interminable de matanzas a cada cual más grosera, bizarra y explícita. Cabezas que revientan o son aplastadas, cuerpos mutilados, atravesados por todo tipo de elemento metálico, métodos varios de tortura. Es realmente cansador y aburridor ver una y otra vez la misma escena con las variantes del caso (de un película a otra de la misma serie lo único que varía es que cada vez las formas de matar se hacen más grotescas y explícitas).
No voy a cometer el error de culpar de todo a la T.V.; pero vamos, no me van a decir que no hay cierta correlación entre la violencia que se nos muestra constantemente y la violencia que vivimos a diario en nuestras sociedades. Hay un canal —cuyo nombre, sinceramente, no recuerdo— que en una de sus publicidades destaca a varios asesinos seriales que se basaron en películas para cometer sus crímenes, como si imitar a un ídolo del deporte o de la canción se tratara.
La preguntas que siempre me hago son, como siempre, simples: ¿Qué mente enferma considera que un pecho femenino sea algo que debe esconderse? ¿Qué degenerado o enfermo considera que un joven no puede ver a una pareja amarse y sin embargo nada dice cuando un hombre viola y desgarra lenta, meticulosamente, a una mujer inocente e indefensa? ¿Qué patología sufre aquel que prohíbe una escena donde una mujer o un hombre se desnudan inocentemente y nada dicen cuando el cuerpo desnudo aparece descuartizado y en medio de litros y litros de sangre?
Seré simple, seré inocente, seré algo estúpido quizá; pero creo que si les enseñáramos a nuestros hijos el valor de amar, estaríamos bastante mejor. Y no me refiero a las vacías frases de amor de una tarjeta o de un cartelito de esos que aparecen en la red. Me refiero al verdadero acto del amor, al que incluye el cuerpo y el alma; los labios y el sentimiento, las manos inquietas y la bondad, la confianza ciega de entregarse a las manos del otro. Quizá con el paso del tiempo conseguiríamos una generación donde las personas verían la piel del otro como algo digno de acariciar, no un lugar donde marcar una cruz con un cuchillo de quince centímetros.
Hace algunos años, cuando el VHS era novedad, trabajé en un videoclub. El propietario que viésemos las novedades del mes, para así poder recomendar con más acierto a los clientes; pero en seguida me cansé de tal costumbre. La razón fue que gran parte de las llamadas novedades eran malas películas de acción, sobre todo de esas a las que llamo de chinitos voladores. Ustedes ya saben de qué hablo: el héroe en cuestión derriba sólo con sus puños y pies a todo un ejército de maleantes hasta que, al final, se enfrenta a otro como él pero más grande, más malo, más feo, más fuerte… y lo vence tras varios minutos de cruenta batalla donde todo a su alrededor termina destrozado. Bien, paso de ello, aunque alguna película buena hay, obviamente.
El punto es que en aquel lugar me dediqué a ver todo el cine europeo que pude, y allí tomé contacto con una película francesa llamada Tous les matins du monde, es decir, Todas las mañanas del mundo. Lenta, delicada, cuidada hasta el menor detalle, Todas las mañanas… cuenta la historia de Marin Marais y su relación con su maestro, Monsieur de Sainte-Colombe y es el reverso exacto de ese cine pochoclero del que hablé al principio.
El encuadre de cada fotograma recrea la pintura del siglo XVIII. más abajo les dejaré algunas capturas (me disculpo de antemano por la calidad de algunos de ellos, se hace lo que se puede).
Lo reconozco: me enamoré de esta película y, como nadie la alquilaba («es muy lenta» era el argumento más usado para no llevarla), la compré y pasó a formar parte de mi videoteca de entonces. De poco me valió, en algún momento, durante los seis años que viví en EE.UU. alguna mano mágica la hizo desaparecer junto a varias cosas más. Cuando regresé, los videoclubes ya alquilaban el formato DVD, lo cual hizo mucho más difícil encontrar películas como Todas las mañanas… y similares. También la busqué en la red, pero nada. por un momento tuve la sensación de haber pasado a un universo paralelo; no solo no encontraba la película, tampoco encontraba a nadie que la hubiera visto (de esto último me salvó un sobrino, a quien se la había prestado y quien también quedó prendado de ella). Hasta que cierto día (¡Loado sea el Señor de la Red!) alguien, un buen samaritano, un amigo del alma (esos que pululan por el mundo pero que no conocemos físicamente), un compañero de aventuras neuronales (y que se llama Hernán Sandoval), la subió completita y subtitulada a Youtube.
Por supuesto, tardé en descargarla lo que tarda el programa en hacerlo y, por una hora y cincuenta minutos fui el hombre más feliz sobre la faz de la Tierra, en compañía del eterno Gerard Depardieu, la exquisita Anne Brochet y el increíble Jean-Pierre Marielle. Éste último logra una actuación que roza la perfección. ¿Cómo logra decir tanto con tan poco? Un personaje casi inmóvil a lo largo de toda la película nos transmite cada sensación a través, tan solo, de unos precisos gestos faciales.
Y después le dan el Oscar a cualquier salame cuya única virtud es la de haber participado en una mega-superproducción. Pero eso sí: de Hollywood.
Amo esas historias que son más grandes que la vida. Me refiero con esta expresión a esos libros o películas que pretenden abarcar toda la riqueza de varias vidas en una sola o que buscan la razón o el sentido de toda una vida. Cyrano de Bergerac es una de ellas y, sin duda, mi favorita. El mejor espadachín, el mejor poeta, el mejor amigo, compañero, amante (en el sentidos de amador; no en el carácter sexual que hoy le damos al término); hombre de altos ideales, honor, conducta. Cyrano es la perfección del hombre, salvo por ese detalle: su nariz (detalle, por otra parte, típico de la mitología clásica: v.gr.: el talón de Aquiles).
Como ejemplo del carácter de este personaje les dejo uno de sus monólogos. También les dejo la versión cinematográfica de dicho monólogo (el video es un poco más extenso, la parte de la que hablo dura poco más de un minuto y medio). Está en la versión original con subtítulos es español. Preferí esta versión ya que creo que hay que ver las películas con las voces originales. Cuestión de gustos, sin duda.
Cyrano-: ¿Qué quieres que haga?
¿Buscarme un protector,
un amo tal vez?
¿ Y como hiedra oscura
que sube la pared
medrando sibilina
y con adulación?
¿Cambiar de camisa
para obtener posición?
No, gracias.
¿Dedicar, si llega el caso,
versos a los banqueros?
¿Convertirme en payaso,
adular con vileza
los cuernos de un cabestro
por temor a que me lance
un gesto siniestro?
No, gracias.
¿Desayunar cada día un sapo?
¿Tener el vientre panzón?
¿Un papo que me llegue a las rodillas
con pestilentes dolencias
de tanto hacer reverencias?
No gracias.
¿Adular el talento de los camelos?
Vivir atemorizado por infames libelos
y repetir sin tregua:
¡Señores soy un loro
quiero ver mi nombre
escrito en letras de oro!
No gracias.
¿Sentir terror a los anatemas
preferir las calumnias a los poemas
coleccionar medallas,
urdir falacias?
¡No, gracias!
¡No, gracias!
Pero cantar, soñar, reír,
vivir, estar solo,
ser libre,
tener el ojo avizor,
la voz que vibre,
ponerme por sombrero
el universo,
por un sí o por un no,
batirme
o hacer un verso.
Despreciar con valor la gloria y la fortuna,
viajar con la imaginación a la luna,
no pagar jamás por favores pretéritos,
renunciar para siempre a cadenas
y protocolo;
posiblemente no volar muy alto,
pero solo.
Desde niño me he sentido atraído por una clase diferente de belleza. Soy de la época en que Disney nos presentaba sus luego clásicas Blancanieves y La bella durmiente. Recuerdo mis fascinación por las malas de la película, nunca por las heroínas. También recuerdo mi desazón cuando el «bien» vencía al «mal» (coloco estos términos entre comillas porque algún día escribiré al respecto: en Disney los términos «bien» y «mal» son bastante ambiguos, cuando no equívocos). Tuve que esperar mucho tiempo antes de que en las películas comenzaran a ganar –a veces– los malos (las primeras que recuerdo son El juego de Hollywood, de Robert Altman y una con Liam Nesson; quizá sea Suspect, aunque no estoy muy seguro. De todos modos, ése es otro tema).
A lo que apunto es a esto: en el primer caso tenemos a Maleficent y la Bella durmiente. ¿Quién podía sentirse atraído por esa rubia con cara de ama de casa aburrida? Luego tenemos a La Reina (sin nombre propio) y a Blancanieves. Éste caso, aún en mi infancia, fue y sigue siendo, peor. Blancanieves, con esa cara de pastel mal decorado siempre me resultó patética.
Todo esto viene a cuento porque, hace unos días, fui al cine. La película en vi fue Total Recall, es decir, una de esas cintas aptas para pasar un buen rato de entretenimiento y poco más. La cuestión es que allí trabaja la bellísima Kate Beckinsale, pero por primera vez (creo) le toca el papel de la villana de la película. Y eso fue lo que me llevó a recordar mi infancia y mi comercio con la «belleza maligna». Kate endurece sus rasgos perfectos y hace lo suyo: pega y dispara y persigue y vuelve a disparar y a pegar y a perseguir. nada nuevo para una película de acción, pero nunca la maldad fue tan atractiva.
Pido disculpas por mi ignorancia, pero desconozco cómo se colocan dos galerías separadas en este bendito WordPress (estuve buscando información al respecto, pero no pude lograr nada). Hagan de cuenta que las cuatro fotos inferiores van en este lugar.
Sigo y termino. Todo esto no ha hecho más que abrir una serie de interrogantes en mí a los que, por suerte, aún no he terminado de responder. Y quizá nunca lo haga, eso es lo bueno, ¡Viva la filosofía! Interrogantes como: ¿Qué me lleva a sentirme atraído por esas máscaras de maldad? Siendo de carácter más bien pacífico, ¿Qué me lleva a desear –en la ficción, siempre– el triunfo del mal?
Cuando logre responder a algunas de estas preguntas es casi seguro que tendré tema para un nuevo post.