Si alguno se levanta y grita…

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El otro día, dos amigos de la casa, Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro, charlaban sobre sus escritos y sobre las críticas que estos recibían y aprovechaban para burlarse de los infaltables débiles de espíritu o, de manera más directa, de los hipócritas. Bueno, la charla (a través de la red social de la época: la carta) está fechada el 9 de junio de 1508, pero el tema tratado parece sacado de la semana pasada, lo cual demuestra que no hay nada nuevo bajo el sol. La humanidad ha sido siempre la misma y, por lo que podemos deducir de ello, siempre lo será. Tal vez las diferencias sean de grado (que hoy se tenga la sensación de que hay más gente delicada, que no soporta una crítica o un comentario que no les es favorable no significa que esta falta de tolerancia sea mayor en sí, sino que, simplemente, que son más los que acceden a los medios para exponerse). El fragmento que sigue (dirigido de Erasmo a Moro) lo sintetiza bien:

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Tomás Moro – Erasmo de Rotterdam

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«Por lo que se refiere al reproche de causticidad, responderé que el escritor ha sido siempre dueño de satirizar las condiciones de la vida humana, con tal de que su licencia no degenerase en frenesí. Me admira la delicadeza de las orejas de nuestros días; apenas si pueden admitir los títulos aduladores. Se ven personas que entienden tan al revés la religión, que las más horribles blasfemias contra Cristo le chocarían menos que una ligera broma acerca de un papa o de un príncipe, sobre todo si en ello «les va el pan». Pregunto yo: criticar a la especie humana sin atacar a nadie individualmente, ¿es morder? ¿No es más bien instruir y aconsejar? Además, ¿no me critico yo mismo bajo muchos aspectos? Y, sobre todo, cuando el satírico no perdona a ninguna clase social, no puede sostenerse que él quiera vejar a ningún hombre, sino a todos los vicios. Por lo tanto, si alguno se levanta y grita que está herido, él mismo descubrirá su culpabilidad, o por lo menos, su temor».

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Zygmunt Bauman por siete

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A cuatro años de la partida del sociólogo y filósofo polaco, no viene mal una breve compilación de citas, cada una de las cuales abre una puerta independiente a una habitación propia. «Lo bueno, si breve, dos veces bueno», dijo Gracián; y como tiene razón, a la brevedad de Bauman, sumo la mía y me voy de inmediato luego de este punto final.

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«Si los pobres están distraídos, los ricos no tienen nada que temer».

«El diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú».

«Es normal que queramos ser felices, pero hemos olvidado todas las formas de ser felices. Sólo nos queda una: la felicidad de comprar. Cuando uno compra algo que desea, es feliz; pero es un fenómeno temporal».

«La energía de un puente no es la fuerza media de sus pilares, sino la fuerza del pilar más débil. Siempre he creído que no se mide la salud de una sociedad por el presupuesto general de la nación, sino por la condición de quien esté peor».

«La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad pero la red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a la gente con la que te relacionas. La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización. Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa».

«Es estéril y peligroso creer que uno domina el mundo entero gracias a internet, cuando no se tiene la cultura suficiente para filtrar la información buena de la mala».

«Hemos olvidado el amor, la amistad, el trabajo bien hecho. Lo que se consume, lo que se compra, son solo sedantes morales que tranquilizan tus escrúpulos éticos».

Victor Hugo y la política de la ignorancia

En La utilidad de lo inútil, Nuccio Ordine rescata un discurso de Victor Hugo, pronunciado ante la Asamblea constituyente de 1848, en el que sale al paso de la falacia del ahorro estatal cuando se trata de recortes en las actividades culturales y la instrucción pública. Es la crisis, le dicen, no hay otro remedio. Y Victor Hugo se revuelve contra los profesionales del Dogma del Recorte Inevitable: «¿Y qué momento escogen? El momento en que son más necesarias que nunca, el momento en que, en vez de limitarlas, habría que ampliarlas y hacerlas crecer (…). Haría falta multiplicar las escuelas, las cátedras, las bibliotecas, los museos, los teatros, las librerías». Y le pone un nombre a esa presunta política de ahorro: es «la política de la Ignorancia».

En estos tiempos de recortes masivos a las políticas culturales y educativas, aquel discurso de Victor Hugo de hace ciento setenta y dos años suenas más actual que nunca (y es otro ejemplo de algo que siempre digo aquí: ya todo se dijo antes; sólo hay que saber mirar a la historia). He aquí algunos otros fragmentos de ese discurso, a los que nada añadiré porque ante la grandeza y la perfección de las palabras bien dichas, uno tiene que llamarse a silencio:

«Afirmo, señores, que la reducciones propuestas en el presupuesto especial de las ciencias, las letras y las artes son doblemente perversas. Son insignificantes desde punto de vista financiero y nocivas desde todos los demás puntos de vista. Insignificantes desde el punto de vista financiero. Esto es una evidencia tal que apenas me atrevo a someter a la asamblea el resultado del cálculo proporcional que he realizado[…] ¿Qué pensarían, señores, de un particular que, disfrutando de unos ingresos de 1500 francos, dedicara cada año su desarrollo intelectual […] una suma muy modesta: 5 francos, y, un día de reforma, quisiera ahorrar a costa de su inteligencia seis céntimos?».

«¿Y qué momento se elige? Aquí está, mi juicio, el error político grave que les señalaba al principio: ¿qué momento se elige para poner en cuestión todas estas instituciones a la vez? El momento en el que son más necesarias que nunca, el momento en el que en vez de reducirlas, habría que extenderlas y ampliarlas».

Victor Hugo

«[…] ¿Cuál es el gran peligro de la situación actual? La ignorancia. La ignorancia aún más que la miseria […] ¡Y en un momento como éste, ante un peligro tal, se piensan en atacar, mutilar, socavar todas estas instituciones que tienen como objetivo expreso perseguir, compartir, destruir la ignorancia!».

«Pero si quiero ardiente y apasionadamente el pan del obrero, el pan del trabajador, que es un hermano, quiero, además del pan de la vida, el pan del pensamiento, que es también el pan de la vida. Quiero multiplicar el pan del espíritu con el pan del cuerpo».

«[…] Habría que multiplicar las escuelas, las carreteras, las bibliotecas, los museos, los teatros, las librerías. Habría que multiplicar las casas de estudio para los niños, las salas de lectura para los hombres, todos los establecimientos, todos los refugios donde se medita, donde se instruye, donde uno se recoge, donde uno aprende alguna cosa, donde uno se hace mejor; en una palabra, habría que hacer que penetre por todos lados la luz en el espíritu del pueblo, pues son las tinieblas lo que lo pierden»

«Han caído ustedes en un error deplorable. Han pensado que se ahorrarían dinero, pero lo que se ahorran es gloria».

Registrar la proeza

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Ejemplar de Prometheus

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«Las grandes pirámides de Egipto todavía no se han construido cuando en el (hoy conocido como) pico Wheeler, en el estado de Nevada, una modesta semilla cae del cielo, hace fortuna y germina alegremente. Muchos años después pasa por allí el joven geógrafo Donald Rusk Currey y se queda estupefacto ante un impresionante ejemplar de Pinus longeava. Según algunos, Cumy piensa: «Yo a ti te conozco», porque cree reconocerlo como Prometheus, un árbol singular descubierto por el profesor Darwin Lambert. Los botánicos tienen la exquisita costumbre de no dar las coordenadas exactas de las maravillas que encuentran para evitar que alguien tenga un mal pensamiento o un momento de súbita estupidez. Segun otros, los más, Currey no sabe de ningún estudio previo en la zona y bautiza el árbol como WPM-114. Después de varios intentos fallidos para extraer una muestra de la planta que permita estimar su edad. Currey tiene una idea: pedir permiso a Donald E. Cox, del Servicio Forestal, para talar la joya. Y a Cox se le ocurre una idea aún mejor: concederle el permiso. El día 6 de agosto de 1964 Prometheus es asesinado. La autopsia demuestra que en el momento de su ejecución el árbol tenía 4950 años, el individuo pluricelular más viejo del planeta. La plusmarca ha habría sido fácilmente superada (a razón de una mejora de un minuto por cada minuto que trascurre) si no llega a ser porque una inteligencia se empecina en parar el cronómetro para registrar la proeza».

Jorge Wagensberg, El gozo intelectual, p. 254.

El arte de NO leer

 

Books 01

 

En la literatura las cosas no son diferentes que en la vida: a donde uno se dirija, se encuentra enseguida con el incorregible populacho de la humanidad que está presente a legiones por todas partes, que todo lo llena y todo lo ensucia, igual que las moscas en verano. De ahí el sinnúmero de libros malos, esa proliferante maleza de la literatura que priva al trigo de su alimento y lo asfixia. En efecto, arrastran hacia sí mismos el tiempo, el dinero y la atención del público, los cuales pertenecen por derecho a los buenos libros y sus nobles fines, mientras que aquellos se han escrito con la sola intención de ganar dinero o de conseguir empleo. Así que no son simplemente inútiles sino positivamente dañinos. Las nueve décimas partes de nuestra literatura actual no tienen más finalidad que quitarle al público algunos táleros: para ello se han conjurado el autor, el editor y el crítico.
En particular, la prensa diaria de carácter ameno es un medio astutamente ideado para robar al público estético el tiempo que debería emplear en las auténticas producciones de su género para beneficio de su formación, haciendo que lo dedique a las chapuzas cotidianas de las cabezas vulgares.
[…]
Dado que la gente, en vez de lo mejor de todas las épocas, solamente lee lo más nuevo, los escritores se mantienen dentro del estrecho ámbito de las ideas en circulación y la época se encenaga cada vez más en su propia inmundicia. Por eso, con respecto a nuestras lecturas es muy importante el arte de no leer. Consiste en no echar mano a lo que en cada momento ocupa al gran público, precisamente por esa razón; por ejemplo, los panfletos políticos o literarios, las novelas, las poesías, etc., que justo ahora hacen ruido e incluso han sido objeto de varias ediciones en sus primeros y últimos años de vida: antes bien, pensemos entonces que quien escribe para chiflados siempre encuentra un gran público; y el tiempo siempre escaso que destinamos a la lectura, dediquémoslo exclusivamente a las obras de los grandes espíritus de todas las épocas y pueblos que sobresalen entre el resto de la humanidad y que son señalados como tales por la voz de la fama. Solo ellos instruyen y enseñan realmente. Nunca se puede leer demasiado poco lo malo ni con demasiada frecuencia lo bueno. Los malos libros son un veneno intelectual: corrompen el espíritu. Una condición para leer lo bueno es no leer lo malo: pues la vida es corta; y las fuerzas, limitadas.

Arthur Schopenhauer. Parerga y Paralipómmena, § 295.

Jugar al intelectual

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bla bla bla

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Hace un par de días leí, en una de las páginas de filosofía que suelo visitar, el siguiente párrafo de Slavoj Zizek (filósofo que me gusta mucho, valga la aclaración), párrafo sobre el que alguien pedía una explicación o aclaración (les ruego paciencia, léanlo aunque no entiendan nada, luego me explicaré):

«Según la concisa fórmula de Lacan, el amor suplementa la ausencia de relación sexual. El amor no es un Uno ilusorio de fusión imaginaria, que encubre el punto muerto subyacente a la relación sexual; el amor auténtico es más bien un caso ejemplar de un «uno» extraño en el que se encarna esta misma no-relación. Ahí reside el vínculo entre amor y object a. ¿Cómo se relaciona el amor con el object a? Aproximémonos a este punto crucial a través del estatuto paradójico del object a como producto de una pérdida redoblada: el object a puede definirse mejor como un objeto doblemente reflejado, y precisamente como tal, es real —lo Real lacaniano no es el núcleo duro debajo de todos los juegos de reflexión y redoblamiento, sino la X elusiva que surge de la reflexión redoblada—».

Leí el párrafo un par de veces, leí los tres comentarios que ya estaban allí y, con mi ecuanimidad y buenos modales de costumbre, dejé mi opinión: «Cháchara insustancial para pseudointelectuales. No dice nada, pero como lo dice «difícil», muchos se llenan la boca con basura como esta». Bueno, como se imaginarán, me llovieron insultos e ironías varias, hasta que luego de sostener mi postura una y otra vez, sólo me limité a decir que la mejor manera de hacerme callar y demostrar que era un obtuso retrogrado, no era insultándome, sino, precisamente, explicando el texto, cosa que además yo iba a agradecer muchísimo, porque me encantaría saber qué quiso decir Zizek allí. Hasta el día de hoy nadie volvió a decir una palabra. Por suerte dejaron de insultarme, pero tampoco nadie ha explicado el texto y ese hecho me hace pensar que muy equivocado no estoy (y sin modestia alguna: sé que no lo estoy).

 

 

Lacan

 

Después de eso recordé una página que crea discursos posmodernos azarosos y, al buscarla, encontré otra página donde un estudiante de filosofía dice: «He inventado un gran juego nuevo llamado «Zizuku». Las reglas son simples: elija cualquier idea ampliamente recibida y encuentre la forma más inteligente de invertirla, para crear una paradoja, o al menos la apariencia de una. El juego, por supuesto, está inspirado en Slavoj Zizek. Al revisar su último libro para Times Higher Education, me di cuenta de que esto es realmente casi todo lo que hace, de varias maneras diferentes:

Existe el simple tropo psicoanalítico de afirmar que, por más que parezca algo, su verdadera naturaleza es exactamente lo contrario. Luego tienes la afirmación repetida de que una determinada posición implica su opuesto, pero que ambos lados de la paradoja son igualmente reales. Por otra parte, está la inversión del sentido común, en el que, sea cual sea la sabiduría recibida, Zizek postula lo contrario. Y eso es todo: Zizek simplemente repite estas maniobras intelectuales una y otra vez, aunque de manera brillante, completándolas con adornos lacanianos como el objet petit a, el Otro y lo Real».

 

¡Nadie podría haberlo sintetizado mejor! Ya lo dijo Nietzsche: «Hay quienes revuelven las aguas para que parezcan más profundas». Eso parece ser todo lo que tiene para darnos la psicología (y todo lo que nos ha dado desde que fue inventada por otro que decía cualquier cosa con ínfulas de «cosa seria» pero que al menos no escribía mal: don Sigmund Freud). Por último, alguien podrá preguntarse cómo puede gustarme alguien a quien critico tanto; y es que Slavoj Zizek no sólo trabaja temas psicoanalíticos (por suerte), sino que también analiza de manera más que interesante la política y la sociedad actual y es en esos ámbitos donde creo que saca lo mejor de sí. Por otra parte, la filosofía no es un ámbito dogmático, y lo mejor que podemos hacer es, precisamente, criticar, criticar y criticar. Sólo así podremos pulir el discurso ajeno y, lo que es mejor aún, nuestro propio discurso que es, al final, el que nos conforma.

 

Saber distinguir, saber apreciar

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opuestos

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Hace un tiempo hablé aquí del enorme placer que me causó la lectura de un libro de Jorge Wagensberg. Ahora he tenido la oportunidad de agenciarme un nuevo libro de este autor catalán (cosa que aquí no es nada fácil) y el placer es igual o tal vez superior al anterior. En este caso se trata de El gozo intelectual y vaya si le hace honor al nombre, me digo. Éste es uno de esos libros que deben ser leídos con una libreta a un lado, para ir tomando notas de lo que se lee y no perder el hilo de los razonamientos.

En la página 51 me encuentro con un breve y sencillo fragmento que me hizo recordar algo que vi hace pocos días en un vídeo de YouTube. El fragmento de Wagensberg dice así: «La inteligibilidad se distingue de un déjà vu por la ocurrencia del gozo intelectual. Es también la diferencia entre un refrán y un buen aforismo. El refrán está para ser recitado y repetido hasta conseguir algo muy cercano al estado de hipnosis. Un buen refrán sirve para repetir, para liquidar una buena reflexión. El buen aforismo no es para repetir si no para evocar, y no es para liquidar una reflexión o una conversación sino para abrirlas. La conversación debe acompañar a la mente hasta dejarla a solas frente a una comprensión o una intuición inminente. La comprensión cae cuando está madura».

Una sutil distinción entre el refrán y el aforismo nos abre las puertas a una comprensión mayor de lo que tenemos frente a nosotros, ya sea una lectura, una conversación o un pensamiento (el cual, tal como bien lo señala Wagensberg en este libro, no es más que una conversación íntima). Hace pocos días, en el programa español Todos para la 2 (supongo que así se llama, no estoy seguro, copio de lo que veo en el video), el artista plástico Jorge de los Santos señala la distinción entre el slogan y la máxima: «[…] una cosa es el «Llega a ser quien eres», de Píndaro, es decir, todas estas máximas… que son máximas, no slogans, que ésas no se compran. Uno parte del razonamiento para llegar a una máxima, mientas que el slogan es lo inverso» (tal vez este fragmento suene un poco más disperso que el anterior; pero tratándose de una charla en un programa televisivo, es lógico que el estilo sea más despojado e, incluso, un poco desprolijo. De todos modos la idea está ahí y eso es lo que vale).

El refrán es el pensamiento codificado, el aforismo es el pensamiento en acción; el que camina o nos ayuda a caminar. La máxima es la idea que nos ayuda o nos guía en nuestra vida, el slogan es el pensamiento cosificado, condensado en la sola idea de fijar el pensamiento para, sobre todo, vendernos algo. Mientras que la máxima es el punto de llegada del pensamiento, el slogan es el punto de partida, armado y prefabricado (por otro). Saber reconocer estas pequeñas diferencias no es algo menor en cuanto al trabajo del pensamiento; de hecho, como lo señala Jorge Wagensberg desde el mismo título de su obra, es lo que nos ayudará a llegar a ese puerto único que es el gozo intelectual.

Cada uno (y entre todos)

Conversar 01

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La entrada inmediatamente anterior a esta tuvo cierto tinte pesimista, aunque yo no me encontrara bajo ese estado de ánimo (no es lo usual, pero a veces uno puede manejar una situación negativa con cierto desapego emocional, lo cual no está nada mal); pero tal vez así se sintió, ya que los comentarios fueron bienintencionados e intentando ser optimistas. Creo que la síntesis se encontró en las palabras de jb, cuando dijo «Cualquier sistema, cuyo fin sea su propia ponderación, ganará cuanto más debilite las relaciones de las personas, cuanto menos fe y confianza tengamos en la otra persona. Eso nos hace, aquí y ahora, unos soberbios libertarios, y unos corrosivos subversivos del establishment, a la vez». Estoy en un todo de acuerdo con ello, sin duda alguna; y de entre las muchas herramientas que este establishment tiene para separarnos a los unos de los otros, se encuentra, sin duda, el silencio, el aislamiento, la falta de comunicación (repito: como bien lo señaló jb). Ello me recordó una maravillosa página de La expulsión de lo distinto, de Byung Chul Han, la cual lleva por título Escuchar:

«En el futuro habrá, posiblemente, una profesión que se llamará oyente. A cambio de pago, el oyente escuchará a otro atendiendo a lo que dice. Acudiremos al oyente porque, aparte de él, apenas quedará nadie más que nos escuche. Hoy perdemos cada vez más la capacidad de escuchar. Lo que hace difícil escuchar es sobre todo la creciente localización en el ego, el progresivo narcisismo de la sociedad. Narciso no responde a la amorosa voz de la ninfa Eco, que en realidad sería la voz del otro. Así es como se degrada hasta convertirse en repetición de la voz propia.                                                                          Escuchar no es un acto pasivo. Se caracteriza por una actividad peculiar. Primero tengo que dar la bienvenida al otro, es decir, tengo que afirmar al otro en su alteridad. Luego atiendo a lo que dice. Escuchar es un prestar, un dar, un don. Es lo único que le ayuda al otro a hablar».

Escuchar como un acto revolucionario. La idea no es menor. Tampoco es descabellada, por supuesto, creo que todos lo sabemos bien por experiencia propia (¿cuantas veces nos hemos cruzado con personas que sólo quieren hablar, hablar y hablar aun cuando no dicen nada interesante pero que exigen o pretenden una atención casi exclusiva?).

Estamos viviendo tiempos complejos y, tal vez por ello mismo, debamos ser creativos al mismo tiempo que enérgicos. Tal vez ya no sea tiempo de grandes revoluciones (las cuales posiblemente perderían la guerra antes de comenzar la primera de las batallas); tal vez sea el tiempo de las pequeñas acciones continuas: hablar para decir algo y, sobre todo, escuchar. Escuchar al otro. Porque yo soy el otro y el otro somos todos.

La divina obsesión

Para María G. Vincent
quien sufre del síndrome
del nido vacío.

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Zizek 03

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Hace unos días María G. Vincent publicó su primer libro de poesía: Mientras la vida soñaba (quienes lo deseen, pueden pasar por aquí y leerla a ella misma hablando de él). Ahora, en su nueva entrada, leo que María nos dice: «Si, todo pasa, pero me quedó una sensación doble. De melancolía, porque el poemario Mientras la vida soñaba ya vuela por libre y de alegría porque lo compartí con muchas personas queridas y que disfrutaron con una bonita tarde de poemas, amistad, complicidad y ritmo». De la alegría nada diré, porque ella se basta a sí misma; pero de la melancolía por tener que dejar partir al niño en cuestión podría decir algo, pero no por mis propias palabras, sino que para ello usaré una de esas exageraciones de Slavoj Zizek que tan bien le quedan:

«Odio escribir. Odio tanto escribir… no puedo decirte cuánto. En el momento en que estoy al final de un proyecto, tengo la idea de que realmente no logré decir lo que quería decir, y que necesito un nuevo proyecto para decirlo, es una pesadilla absoluta. Toda mi economía de la escritura se basa, de hecho, en un ritual obsesivo para evitar el acto real de escribir». Slavoj Zizek en conversación con Glyn Daly.

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zizek 02

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Lo dije, es una exageración, pero nadie exagera mejor que Zizek; así que bien podríamos tomar aquí lo que nos compete y conviene y dejar la exageración de lado. Tal vez lo que nos convendría a todos los que escribimos (en un blog, revistas o periódicos, los que tienen la suerte de llegar al libro, los que lo hacen en la soledad de sus habitaciones) es nada más que eso: obsesionarse con el acto de escribir porque, seamos sinceros, mal podríamos como Juan Rulfo o J. D. Salinger sentir que hemos dicho todo lo que teníamos que decir en dos libros y nada más. Creo que con mucha más modestia (y tal vez certeza) lo nuestro sea un constante querer decir sin llegar nunca a poder decirlo a la perfección. Así que, ante el niño que se va por el mundo a hacer su propio camino, no nos queda otra opción que volver a tomar una hoja de papel en blanco, sacarle una buena punta al lápiz y empezar de nuevo a decir otra cosa, o tal vez lo mismo; pero con ideas o metáforas nuevas. Pues todos estamos en esto porque sí y nada más; como bien lo dijo Kurt Vonnegut: «Las artes no son una forma de ganarse la vida. Son una forma muy humana de hacer la vida más llevadera. Practica un arte, no importa qué tan bien o mal lo hagas. ¡Es una forma de hacer crecer tu alma, por el amor de Dios!».

Pues eso, María, ¿qué más puedes pedirle a la vida?

Ozymandias

DiscursoDice Etienne de La Boetie, en su Discurso sobre la servidumbe voluntaria, de 1576: «Resuelve no servir más y serás inmediatamente libre. No digo que levantes tu mano contra el tirano para derribarlo, sino simplemente que no lo apoyes más; luego verás cómo, igual que un Coloso cuyo pedestal ha desaparecido, cae por su propio peso y se rompe en pedazos».

Todo el Discurso… es una obra que merece ser leída con atención; pero en este caso, más que en la acción promovida hacia quienes sirven, me quedé pensando en aquellos que mandan y sólo viven para mandar y que creen que eso es ser un hombre o, siquiera, algo parecido (quien quiera ver, por ejemplo, relaciones con los delirantes mandatarios actuales puede hacerlo con total libertad) y recordé aquel poema escrito por Percy Bysshe Shelley en 1818 y que dejé en este sitio hace un tiempo. Vuelvo a dejarlo con la última linea de esa entrada, porque dice lo que quiero seguir diciendo: «El paso del tiempo, el sentido (o sinsentido) de la vida, el orgullo humano, todo está allí, reunido en un poema más eterno que las pirámides».

 

Ozymandias

Conocí a un viajero de una tierra antigua
que dijo: «dos enormes piernas de piedra
se yerguen sin su tronco en el desierto;
junto a ellas, en la arena, semihundido
descansa un rostro hecho pedazos, cuyo ceño fruncido
y mueca en la boca, y desdén de frío dominio,
cuentan que su escultor comprendió bien esas pasiones
que todavía sobreviven, grabadas en la piedra inerte,
a la mano que se mofó de ellas y al corazón que las alimentó.
Y en el pedestal se leen estas palabras:
“Yo soy Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplen mis obras, oh poderosos, y desesperen!”
No queda nada a su lado. Alrededor de las ruinas
de ese colosal naufragio, infinitas y desnudas
se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas.