Cuando la soberbia y la ignorancia confluyen

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Uno intenta ser moderado; uno intenta pensar y ser consecuente con su ideas y poner en contexto los conocimientos que posee; uno intenta llegar al diálogo de manera mesurada, equilibrada, educada y, sobre todo, lógica; pero a veces uno se topa con gente que pone las cosas más que difíciles.

Ayer me topé con este video, el cual sólo dura un minuto pero que dice mucho más de lo que allí está contenido. Les pido ese minuto de su tiempo (sé que sean cuales fueren sus puntos de vista políticos y sociales no los dejará indiferentes) y luego seguimos.

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¿Ven? ¿Lo hacen difícil o no? Acaba de pasar el inevitable 12 de octubre y las agotadoras imágenes en las redes sociales sobre el tema. Soy muy crítico de ellas porque, aunque no aplaudo lo que ocurrió durante la colonización europea de América, soy consciente de que eso fue un hecho histórico que debe ser puesto en contexto, que era algo que inevitablemente iba a ocurrir y que siempre que dos civilizaciones se encontraron, ocurrió lo mismo que aquí; así que de nada vale llorar sobre ello. Pero el asunto se complica cuando es en el presente que un par de individuos pretenden seguir con un discurso perimido hace ya tanto tiempo que no haría falta decir nada más.

Pero sí, parece que hace falta volver a él una y otra vez porque hay gente que aún cree que Europa es el centro del Universo; que ser europeo es per se, condición sine qua non para poder ser considerado como culto, inteligente, capaz, civilizado. Lo que estos dos individuos dicen en el video haría que cualquier persona realmente civilizada sintiera un profundo asco de sí misma; pero parece que ser civilizado también los aísla de tales nimiedades como el tener una conciencia o algo que siquiera se le parezca.

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¿En serio alguien puede decir que no hablar español implica no tener idea de lo que es la civilización? ¿De verdad alguien puede decir sin que se le caiga la cara a pedazos de la vergüenza que hablar idiomas como el aymara o el quechua es no ser civilizados? Me gustaría recordar que el quechua es el idioma de la antigua civilización Inca; esa misma que construía ciudades y templos que los mismos españoles no entendían cómo podían hacerse y que por eso mismo, con toda su cultura y civilización dijeron «Esto no es cosa de hombre, es cosa del diablo» y comenzaron la destrucción sistemática de eso que no podían entender (por cierto, los salvajes Incas construían tan bien que ni siquiera con todo su poder de fuego civilizatorio pudieron destruirlos por completo). ¿En serio alguien puede decir que no tener un celular e internet hace que «mentalmente no tengas idea de nada»? Pues allejandro Emtrambasaguas los tiene y no parece que haya alcanzado grandes cotas intelectuales (por cierto, en otra parte de video este muchacho dice «cuando un español vota a la izquierda, tiene un móvil y una conexión a internet»; después dice eso de que cuando lo hace un boliviano «no tiene un móvil…» etc. Es decir, más claro imposible: un español puede hacer lo que hace porque sí, coño; porque España (y por extensión Europa) es la civilización, mientras que Latinoamérica sigue siendo la ignorancia, el atraso, la barbarie.

Me pregunto una cosa más: ¿Por qué tanta saña con Latinoamérica? ¿En qué le va a los europeos que los latinoamericanos seamos los salvajes que somos? Si están tan bien en Europa ¿qué les importa lo que hagamos los indios que habitamos estas tierras y que vivimos como nos place hacerlo? En un reportaje realizado por la TV boliviana (porque esto también hay que decirlo: hijos de puta hay tanto adentro como afuera), Emtrambasaguas dice: «… por mucho que yo me encuentre a diez mil kilómetros del país yo sigo comprometido con que Bolivia… mmm… se olvide de las terribles consecuencias de los catorce años del gobierno del Evo Morales y recupere la libertad» ¡Paren las rotativas, aquí encontramos el meollo de la cuestión! ¡Tenemos un iluminado! ¡Un periodista español que no llega a los treinta años viene a enseñarnos lo que está bien y lo que está mal! ¡Aprendan indios degenerados! ¡Aprendan estúpidos ignorantes que no tienen internet ni móviles! ¡Aquí está el que viene con la palabra de la verdad y la justicia! (por cierto, esas palabras que acabo de citar, las dijo Emtrambasaguas en medio de una «investigación» que él mismo hizo para demostrar que Evo Morales era un pedófilo. Literalmente. Pueden buscar la información).

Ya. Basta por hoy. Sé que los textos largos en los blogs no se leen y este ha sido uno de ellos. Seguiré en la próxima, de todos modos, aunque nadie me lea. A veces uno escribe porque tiene que hacerlo; por y para uno mismo. Acabo de darme cuenta de que hoy es uno de esos días.

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Sudamérica.

Un poema borgeano de mi primer libro, En los bordes del silencio.

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Victor Hugo y la política de la ignorancia

En La utilidad de lo inútil, Nuccio Ordine rescata un discurso de Victor Hugo, pronunciado ante la Asamblea constituyente de 1848, en el que sale al paso de la falacia del ahorro estatal cuando se trata de recortes en las actividades culturales y la instrucción pública. Es la crisis, le dicen, no hay otro remedio. Y Victor Hugo se revuelve contra los profesionales del Dogma del Recorte Inevitable: «¿Y qué momento escogen? El momento en que son más necesarias que nunca, el momento en que, en vez de limitarlas, habría que ampliarlas y hacerlas crecer (…). Haría falta multiplicar las escuelas, las cátedras, las bibliotecas, los museos, los teatros, las librerías». Y le pone un nombre a esa presunta política de ahorro: es «la política de la Ignorancia».

En estos tiempos de recortes masivos a las políticas culturales y educativas, aquel discurso de Victor Hugo de hace ciento setenta y dos años suenas más actual que nunca (y es otro ejemplo de algo que siempre digo aquí: ya todo se dijo antes; sólo hay que saber mirar a la historia). He aquí algunos otros fragmentos de ese discurso, a los que nada añadiré porque ante la grandeza y la perfección de las palabras bien dichas, uno tiene que llamarse a silencio:

«Afirmo, señores, que la reducciones propuestas en el presupuesto especial de las ciencias, las letras y las artes son doblemente perversas. Son insignificantes desde punto de vista financiero y nocivas desde todos los demás puntos de vista. Insignificantes desde el punto de vista financiero. Esto es una evidencia tal que apenas me atrevo a someter a la asamblea el resultado del cálculo proporcional que he realizado[…] ¿Qué pensarían, señores, de un particular que, disfrutando de unos ingresos de 1500 francos, dedicara cada año su desarrollo intelectual […] una suma muy modesta: 5 francos, y, un día de reforma, quisiera ahorrar a costa de su inteligencia seis céntimos?».

«¿Y qué momento se elige? Aquí está, mi juicio, el error político grave que les señalaba al principio: ¿qué momento se elige para poner en cuestión todas estas instituciones a la vez? El momento en el que son más necesarias que nunca, el momento en el que en vez de reducirlas, habría que extenderlas y ampliarlas».

Victor Hugo

«[…] ¿Cuál es el gran peligro de la situación actual? La ignorancia. La ignorancia aún más que la miseria […] ¡Y en un momento como éste, ante un peligro tal, se piensan en atacar, mutilar, socavar todas estas instituciones que tienen como objetivo expreso perseguir, compartir, destruir la ignorancia!».

«Pero si quiero ardiente y apasionadamente el pan del obrero, el pan del trabajador, que es un hermano, quiero, además del pan de la vida, el pan del pensamiento, que es también el pan de la vida. Quiero multiplicar el pan del espíritu con el pan del cuerpo».

«[…] Habría que multiplicar las escuelas, las carreteras, las bibliotecas, los museos, los teatros, las librerías. Habría que multiplicar las casas de estudio para los niños, las salas de lectura para los hombres, todos los establecimientos, todos los refugios donde se medita, donde se instruye, donde uno se recoge, donde uno aprende alguna cosa, donde uno se hace mejor; en una palabra, habría que hacer que penetre por todos lados la luz en el espíritu del pueblo, pues son las tinieblas lo que lo pierden»

«Han caído ustedes en un error deplorable. Han pensado que se ahorrarían dinero, pero lo que se ahorran es gloria».

Cada uno (y entre todos)

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La entrada inmediatamente anterior a esta tuvo cierto tinte pesimista, aunque yo no me encontrara bajo ese estado de ánimo (no es lo usual, pero a veces uno puede manejar una situación negativa con cierto desapego emocional, lo cual no está nada mal); pero tal vez así se sintió, ya que los comentarios fueron bienintencionados e intentando ser optimistas. Creo que la síntesis se encontró en las palabras de jb, cuando dijo «Cualquier sistema, cuyo fin sea su propia ponderación, ganará cuanto más debilite las relaciones de las personas, cuanto menos fe y confianza tengamos en la otra persona. Eso nos hace, aquí y ahora, unos soberbios libertarios, y unos corrosivos subversivos del establishment, a la vez». Estoy en un todo de acuerdo con ello, sin duda alguna; y de entre las muchas herramientas que este establishment tiene para separarnos a los unos de los otros, se encuentra, sin duda, el silencio, el aislamiento, la falta de comunicación (repito: como bien lo señaló jb). Ello me recordó una maravillosa página de La expulsión de lo distinto, de Byung Chul Han, la cual lleva por título Escuchar:

«En el futuro habrá, posiblemente, una profesión que se llamará oyente. A cambio de pago, el oyente escuchará a otro atendiendo a lo que dice. Acudiremos al oyente porque, aparte de él, apenas quedará nadie más que nos escuche. Hoy perdemos cada vez más la capacidad de escuchar. Lo que hace difícil escuchar es sobre todo la creciente localización en el ego, el progresivo narcisismo de la sociedad. Narciso no responde a la amorosa voz de la ninfa Eco, que en realidad sería la voz del otro. Así es como se degrada hasta convertirse en repetición de la voz propia.                                                                          Escuchar no es un acto pasivo. Se caracteriza por una actividad peculiar. Primero tengo que dar la bienvenida al otro, es decir, tengo que afirmar al otro en su alteridad. Luego atiendo a lo que dice. Escuchar es un prestar, un dar, un don. Es lo único que le ayuda al otro a hablar».

Escuchar como un acto revolucionario. La idea no es menor. Tampoco es descabellada, por supuesto, creo que todos lo sabemos bien por experiencia propia (¿cuantas veces nos hemos cruzado con personas que sólo quieren hablar, hablar y hablar aun cuando no dicen nada interesante pero que exigen o pretenden una atención casi exclusiva?).

Estamos viviendo tiempos complejos y, tal vez por ello mismo, debamos ser creativos al mismo tiempo que enérgicos. Tal vez ya no sea tiempo de grandes revoluciones (las cuales posiblemente perderían la guerra antes de comenzar la primera de las batallas); tal vez sea el tiempo de las pequeñas acciones continuas: hablar para decir algo y, sobre todo, escuchar. Escuchar al otro. Porque yo soy el otro y el otro somos todos.

El animal más peligroso

La foto de la década de los sesenta y, tengo entendido, se encontraba en el zoológico del Bronx, en Estados Unidos. El texto dice: «Estás mirando al animal más peligroso del mundo. Él sólo, de todos los animales que alguna vez vivieron, puede exterminar (y lo hará) especies enteras de animales. Ahora ha logrado el poder de eliminar toda la vida en la tierra».

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Supongo que la última oración hace referencia al poder nuclear que se encontraba en boga en ese momento. Hoy, por supuesto, ese poder sigue siendo un peligro, tanto desde el punto de vista militar como civil. Pero también podemos sumar otros poderes igual de dañinos, como el poder militar clásico; el del armamento biológico (ya hay quien dice que el famoso coronavirus que está haciendo estragos en Asia y que ya ha comenzado a moverse a Europa y América no es más que un ataque planeado de EE.UU. a su nuevo archirrival, China. Más allá de la paranoia en cuestión, las grandes potencias ya han usado este tipo de armamento en el pasado; así que todo puede suceder aquí); los ataques cibernéticos o la mera manipulación de masas. Como sea, parece que el ser humano no va a parar nunca de encontrar el modo de joder al prójimo y que para ello encontrará la manera más eficaz y creativa.

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Ilustro la entrada con fotos viejas (digo viejas en cursiva porque nosotros, como hijos del capitalismo tenemos apenas poco más de doscientos años. Viejo, lo que se dice viejo, es ése árbol de ahí arriba), Recuerdo las palabras del Sr. Smith en esa película por todos conocida: «Quisiera compartir una revelación que he tenido durante el tiempo que he estado aquí. Me llegó cuando traté de clasificar a tu especie: Me di cuenta que realmente ustedes no son mamíferos. Cada mamífero en este planeta desarrolla instintivamente un equilibrio natural con el ambiente que lo rodea, pero los seres humanos no. Los humanos se trasladan a un área, y se multiplican, y multiplican, hasta consumir cada recurso natural. La única forma que tienen de sobrevivir es instalarse en otra área y comenzar de nuevo. Existe otro organismo en este planeta que sigue el mismo patrón: El virus. Los seres humanos son una enfermedad, un cáncer para este planeta, una plaga…».

¿Será una exageración lo del Sr. Smith? Tal vez; pero yo siento que lo que ha dicho no es más que una verdad pura y palpable. Vivir en cualquier ciudad del mundo (hoy que todas son iguales) nos brindará las pruebas que necesitamos para ello: aglomeración, ruidos, violencia, impaciencia, falta de educación, glotonería, soberbia, racismo, xenofobia, miedo, enfermedades cardíacas y psicológicas, etc., etc., etc.

Y hago constar que no es que hoy me sienta particularmente pesimista o negativo, no; de hecho, hoy todavía ni siquiera he salido de casa. Sólo es que pienso en que en algún momento tendré que salir y eso es más que suficiente como para que ya comience a hacerme cruces ante lo que voy a encontrar allá afuera. Séneca dijo: «El que no quiera vivir sino entre justos, que viva en el desierto». Por una parte pienso que es una pena que una persona deba verse obligada a vivir en ese desierto en particular, habiendo (o debiendo haber) otras opciones válidas; y por otra parte siento una infinita pena al pensar que eso es lo que estamos dejando detrás nuestro, y que lo estamos haciendo con tanta perfección que no quedará nadie, en suma, para disfrutarlo.

Más que nunca

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Bosque

 

Si bien la entrada anterior pudo ser considerada como bastante pesimista (y lo fue, de hecho), quisiera decir que no, que no lo es en absoluto. Por una parte no creo que la humanidad vaya a desaparecer, al igual que gran parte de la diversidad zoológica. Sé que la situación es delicada y no niego eso; sólo es que creo que el hombre va a encontrar una salida a este atolladero en el que nos encontramos (claro, si eso no ocurriera no va a quedar nadie para señalar mi error, pero este tipo de comentarios son los que hacen que se me señale como pesimista; así que lo obviaré y no diré nada de eso). La cosa está complicada, es cierto; pero los seres humanos somos bastante vivos a la hora de actuar cuando las papas queman (sobre todo si las papas tienen nuestra forma y consistencia).

Dejo esta frase de Albert Camus, quien algo sabía de estas cosas, aunque él dijo esto en otro tiempo y bajo otras circunstancias, la cita nos viene como anillo al dedo. Quien quiere oír, que oiga:

«Sabemos que acaso sea imposible nuestra salvación, pero esa no es razón para dejar de intentarlo. No está permitido calificarla de imposible antes de haber hecho lo preciso para demostrar que no lo era. Más que nunca, hay razones para luchar».

El refugio de los cobardes

Escena 3ª (Plaza de Ansano, Plasencia, Cáceres, Extremadura, España)

Escena 3ª (Plaza de Ansano, Cáceres, Extremadura, España)

 

El pasado lunes 29 de abril, el periódico mexicano La Jornada tituló de esta manera su nota principal: Macri insiste en culpar al gobierno anterior del caos en Argentina. El actual mandatario argentino ya está por terminar su mandato y sigue haciendo lo mismo que hace cuatro años y lo mismo que hizo a lo largo de todo este tiempo: culpar al gobierno anterior. Y no dejo de decirme que esto de ser presidente de un país no es algo tan difícil… Si algo sale bien es gracias a mi capacidad, si algo sale mal es por culpa del otro, de cualquier otro.

Este asunto me lleva a uno más amplio, más general, el cual puedo plantear bajo la forma de una pregunta: ¿No es esta actitud la muestra flagrante de la infantilización extrema a la que ha llegado nuestra sociedad? Ahora resulta que nadie es responsable de nada y que, cual niños asustados, se deba recurrir al monstruo que supuestamente está debajo de la cama. El xenófobo que culpa de todo a los inmigrantes; el neofeminismo que ve en todo hombre a un cavernícola o en el lenguaje a un arma de destrucción masiva; el adolescente que ve en toda crítica un ataque personal; el político que, como vimos, siempre acusa a un funcionario anterior (o también a los inmigrantes o a un gobierno vecino); el mal artista que señala como «retrógrado» a todo aquel que no se postra ante sus manchas sin sentido o ante su poesía de cloaca; el  vecino que culpa a la escuela porque su hijo es un grosero sin remedio; el ecologista de café que se rasga las vestiduras por el plástico en los océanos; todos, todos, todos, encuentran en el otro a alguien culpable de algo. Claro, desde la perspectiva parcial que se maneja en esos ámbitos todos somos culpables; porque el error en el planteamiento así lo determina, aunque la lógica por aquí ande desaparecida sin aviso.

¿Has tomado un refresco en envase de plástico? ¿Eres hombre? ¿Dices «los niños» en lugar de decir «les niñes»? ¿Eres extranjero? ¿Crees que Daddy Yanqui no es tan bueno como Mozart? ¿Eres heterosuexual? ¿Crees que versos como «Tonto… ¿Quién es tonto? / El hombre es tonto / ¿Tonto? Tanto como una flor» son malos? (y aclaro que son reales); ¿Crees que la educación escolar es otra que la educación que debe ser impartida en tu propia casa? ¿Crees que un político debe ser responsable de sus actos al igual que lo es un médico, el conductor de un taxi o un ciudadano cualquiera, si vamos al caso? Pues para esta gente estás equivocado de cabo a rabo, porque ellos, sencillamente, no son responsables de nada. 

La infantilización de la sociedad es una excusa donde los cobardes se resguardan de toda responsabilidad personal. Las personas adultas, en cambio, son perfectamente conscientes de que sus actos son los que determinan las consecuencias que de ellos se derivan y se hacen, entonces, cargo de esas mismas consecuencias. Las falencias también forman parte del accionar humano, así que también tenemos un margen para la prueba y error, siempre que éstos últimos sean involuntarios, claro está; pero ni aún así podremos hacer que estas personas se responsabilicen por algo. Claro, siempre es más sencillo señalar con el índice hacia otro; no importa si se es el presidente de un país o un imbécil que no hace lo suficiente para nada, siempre será el otro o será el mundo el que no les habrá dado eso que tanto merecen.

Sembrando

Me gusta la rebelión. Me gusta la gente que se queja con razón y quienes levantan la voz por causas justas. Me gusta la gente que se reúne y que empuja a la sociedad hacia el rumbo adecuado. Me gusta la inquietud, el movimiento, la protesta y, por sobre todo, la conciencia creando conciencia. Prefiero, llegado el caso extremo, el caos por sobre la quietud absoluta. Por eso esta foto, sencillamente, me hizo el día. Más allá de lo que ocurra después, veo el germen de algo que no debería acabarse nunca.

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Hombres así.

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Cuando los negros eran tratados como basura en EE.UU., dos velocistas americanos levantaron el puño en el podio de los Juegos Olímpicos de México 1968 reivindicando la aplicación de los derechos humanos para los negros en su país. Fueron expulsados inmediatamente, su carrera deportiva terminó, recibieron amenazas de muerte y terminaron uno de lavacoches en Texas y el otro de estibador en el puerto de Nueva York. Fue gracias a gente valiente como ellos que la segregación racial en EEUU retrocedió un poco.

Pero la historia del blanco de la foto es menos conocida y es digna de una película. Es australiano, se llamaba Peter Norman y fue medalla de plata en esa carrera. Yo pensaba que estaba ajeno a la movida que se montó detrás de él pero no es así. Los dos americanos le explicaron lo que iban a hacer y que le parecía. Norman contestó: “Creo que todo hombre tiene derecho a beber la misma agua. Creo en lo que creen ustedes”. Y a continuación señaló el distintivo de la lucha de los negros (la pegatina redonda blanca que se ve en la foto) y preguntó si tenían uno para él. De esa forma mostró su solidaridad con la lucha de los negros.

Las consecuencias para el australiano fueron terribles.

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Fue condenado al ostracismo. No sólo se le hizo difícil seguir corriendo; tampoco conseguía quién le diera trabajo. Repetidas veces lo invitaron a pedir perdón por el episodio de México, pero él se negó y siguió entrenando por sus propios medios y logrando tiempos superiores a sus rivales. En los cuatro años siguientes batió trece veces la marca de calificación en los 200 metros para ir a los juegos Olimpícos de Munich en 1972, pero no lo convocaron al equipo nacional y, por primera vez en la historia de los Juegos, Australia no tuvo sprinter en las finales de 100 y 200 metros. Norman intentó dedicarse al fútbol australiano profesional pero una lesión en el tendón de Aquiles lo puso al borde de perder la pierna por gangrena. Se hizo adicto a los calmantes que le recetaban, luego alcohólico, luego se recuperó y empezó a militar en el sindicalismo y trabajar en una carnicería. Usaba su medalla olímpica para trabar la puerta de su departamento.

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Cuando se anunció que Australia organizaría los Juegos en el 2000, se ilusionó con que lo incluyeran en los festejos. Los organizadores de Sydney invitaron a todos los medallistas olímpicos australianos a desfilar el día de la inauguración, pero a Norman no sólo lo excluyeron del desfile: ni siquiera le mandaron entradas para ir al estadio. Era el mejor velocista de la historia australiana pero no existía. Incluso en la estatua que se había erigido en el campus de San José, California, conmemorando aquel podio de México 68, el segundo lugar estaba vacío.

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Cuando murió en el 2006, los dos ex velocistas americanos viajaron hasta Melbourne y llevaron su féretro. La banda que acompañaba el cortejo tocaba “Carrozas de fuego”.

De «presencias destacadas» y ausencias infinitas.

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El presidente norteamericano Barack Obama se encuentra en estos momentos, de visita en Argentina. El patético presidente argentino ha hecho todo lo posible para demostrar su absoluta sumisión al gran poder del norte, en lo que para mí ha sido una muestra casi inigualable de patetismo político y humano. Pero no es del inútil y vergonzoso mandatario argentino del que quiero decir algo, sino que quiero traer aquí algo que dijo el Premio Nobel de la Paz 2009. En un conferencia de prensa en ese país donde se encuentra de visita, Obama dijo que visitaría las tumbas de los héroes que lucharon contra la dictadura militar argentina. Por un lado, el término «héroes» que tanto les gusta usar a los gringos, le debe haber caído como una patada en el hígado a más de un fascista recalcitrante (que en Argentina hay, y muchos); pero peor nos cayó al resto el uso de la palabra «tumbas». En Argentina no hay «tumbas» porque nunca pudieron enterrarse los cuerpos de esas personas que —equivocadas o no, eso es otra discusión— lucharon contra la dictadura militar. En Argentina hay 30.000 desaparecidos; lo cual es algo bien diferente.

En el año 2010 e fotógrafo Gustavo Germano presentó, bajo el nombre de “Ausencias” una obra en homenaje a la gente que desapareció en Argentina y Brasil durante la dictadura militar. Reconstruyó fotografías de los álbumes de 25 familias mucho tiempo después de haber sido realizadas, exactamente, en los mismos lugares en los que fueron tomadas. Estas personas no tuvieron ni tienen «tumbas», mal que le pese al presidente del país que apoyó e impulsó al gobierno militar argentino de aquella época. Obama debería saberlo, supongo; pero eso demuestra lo iluso que suelo ser a veces. De todos modos, no está de más decirlo una y otra vez: no hay tumbas, hay desaparecidos; no hay presencias, sino ausencias. 

Aquí una galería del trabajo de Gustavo Germano. Para ver las imágenes en mayor tamaño, hacer clic sobre una de ellas.

Asilo.

Kurdish refugee boy from the Syrian town of Kobani holds onto a fence that surrounds a refugee camp in the border town of Suruc, Sanliurfa province

Poco a poco voy poniéndome al día con los blogs amigos o con los que puedo visitar en la medida de mi tiempo. Hoy me encontré con una entrada en le blog de María G. Vincent que no puedo dejar de enlazar con algo que acabo de leer. La entrada será un poquito extensa, pero hay cosas que no pueden o no deben ser tomadas a la ligera. El texto de María, referente a los refugiados que están intentando llegar a Europa, es uno de ellos, escrito desde el dolor y la impotencia de quien se encuentra con las limitaciones propias de cada uno de nosotros en casos como este. El texto que yo quería compartir y que iba a recortar un poco es de Fernando Savater y voy a dejarlo completo porque sí, porque vale y porque, como dije, hay temas que no pueden ser tomados a la ligera.

«Una de las mentes más lúcidas y vigorosas del pensamiento contemporáneo, Hannah Arendt, profetizó que nuestro siglo acabaría marcado por la existencia masiva de refugiados, fugitivos, gente desposeída de todos sus derechos y obligada a buscarlos lejos de su patria. Acertó plenamente, por desdicha. Las imágenes de los que huyen de la guerra, del racismo, de la intolerancia religiosa e ideológica, o simplemente del hambre, de los que huyen arrastrando como pueden sus escasas pertenencias, de esos hombres y mujeres que se apresuran sin saber hacia dónde, jóvenes, viejos o niños, con la bruma del espanto y del despojo en la mirada, las imágenes de los que atraviesan a pie los montes y las brasas de los desiertos, de los que duermen sueños de acosados en el lodo, de los que atiborran embarcaciones precarias que a veces se hunden en las olas, las imágenes de los que cruzan alambradas y sortean como pueden los disparos de guardianes implacables, esas imágenes son hoy el equivalente moral de lo que fueron en su día las escenas de los reclusos famélicos y aterrorizados en los campos de concentración nazis o comunistas. Si ante películas como La lista de Schindler nos sentimos obligados a sollozar «¡nunca más!», lo sincero de ese movimiento de justicia y compasión se medirá por nuestra actitud ante los perseguidos y hostigados de ahora mismo: ayer era imperativo liberarles de sus cárceles, hoy lo es acogerles en nuestros países, bajo nuestras leyes y compartir con ellos nuestras libertades. La única limitación que tiene esta obligación civilizada es la prudencia para organizar y encauzar este hospedaje a fin de que sea compatible con los recursos sociales de cada país.
La historia ha sido siempre una gran catástrofe, cuyos logros positivos han solido pagarse a precios terribles de lágrimas y sangre. Nuestro siglo no ha constituido una excepción, todo lo contrario: las ideologías científicamente exterminadoras en nombre de la raza o de la clase, las armas de destrucción masiva, el propio aumento de la población humana, han contribuido a aumentar el número de los damnificados por la rapiña o el necio capricho ideológico de sus semejantes. Por eso la obligación del asilo es una de las pocas tradiciones que podemos calificar sin disputa como realmente civilizada. Cuando Ulises y sus compañeros llegaron a la isla de los cíclopes, la brutalidad subhumana de éstos se les reveló porque desconocían las leyes de la hospitalidad y trataban como a simple ganado a los desventurados arrojados a sus costas por el mar. Lo que diferencia al hombre del bruto no es su tamaño, ni su pilosidad, ni su número de ojos, sino su disposición acogedora hacia el extranjero: al tratar a los compañeros de Ulises como a animales, Polifemo reveló su propia animalidad, no la de sus víctimas. Esa antigua obligación hospitalaria como clave de la humanidad sigue hoy vigente y su cumplimiento es también el gran desafío actual que se plantea a nuestras democracias. Los y las suplicantes, lo sabemos desde Homero o desde Esquilo, deben ser acogidos: la barbarie que les persigue es su carta de ciudadanía ante quienes nos tenemos por diferentes y mejores que los bárbaros. No hay excusas para el rechazo, apenas cortapisas prudenciales. A fin de cuentas, la condición del desterrado nos recuerda, no ya a todo demócrata sino a todo ser humano reflexivo, la nuestra propia. Pues, como dijo Empédocles, «el alma también está exilada: nacer es siempre viajar a un país extranjero». De nosotros depende que el acoso y el desasosiego de esta condición común se conviertan en fraternidad cívica».

Fernando Savater. Asilo, Diccionario filosófico.