Cada uno es lo que es (y anda siempre con lo puesto)

.

Esquivel

.

Dice Laura Esquivel: «Cada vez soy más consciente de que uno se convierte en lo que mira, en lo que recuerda, en lo que anhela, en lo que transmite. El futuro comienza hoy y depende de lo que elijo ver, de lo que me permito decir, de lo que quiero recordar y de lo que decido amar».

Este pequeño manual del buen sentido común nos ha llegado de manos de diferentes autores a lo largo de toda la historia; y no deja de ser curioso que, a pesar de ello, la gente siga prendida y prendada a sus pequeñeces de siempre. Del mismo modo en que se repite una y otra vez que «uno es lo que come» y otras cosas por el estilo, pocos parecen tener en cuenta los otros dos alimentos complementarios y tan necesarios como el primero: el intelectual y el espiritual. ¿Será porque una manzana es algo tangible y la verdad no? ¿Será porque sentimos cómo se aplaca la sed al tomar un trago de agua pero no tenemos esa misma sensación cuando comprendemos cómo actúa un argumento? Vaya uno a saber. La cuestión es que uno es lo que decide ser. Del mismo modo en que elegimos una manzana por sobre una chuleta grasosa o una chuleta grasosa por sobre una manzana, del mismo modo elegimos la verdad, la belleza, el honor, el amor o exactamente lo contrario, es decir: la mentira, la fealdad, la ignominia, el odio (y cada cerdo después se revolcará en su chiquero, por supuesto; la cuestión es ser consecuente con la elección y saberse responsable de ella). Como dije, esto nos los han dicho desde siempre diversos autores, cada cual a su modo y estilo. Tengo aquí, a mi lado, mi cuaderno de notas y encuentro citas de Séneca (allá a los lejos), de Spinoza (a mitad de camino) y de Fernando Pessoa (ya más cerquita). Me quedo con este último, porque lo dijo de manera poética y porque sí, porque eso también es elegir:

 

Poema XVIII

Ojalá fuese yo el polvo del camino
Y los pies de los pobres me pisaran…
Ojalá fuese yo los ríos que corren
Y hubiese lavanderas en mi orilla…

Ojalá fuese yo los sauces de la margen del río
Y tuviese sólo el cielo encima y el agua debajo…
Ojalá fuese yo el burro del molinero
Y él me golpease y me estimase…

Antes eso que ser el que atraviesa la vida
Mirando atrás y sintiendo pena.

Anuncio publicitario

Un puente nuevo

Es común que, en estos días, uno se despida de amigos o familiares con un simple «Te cuidas…». Quienes son un poco más vergonzosos o están menos habituados a expresar sus sentimientos sólo le agregan un simple llamado antes, haciendo así que las palabras salgan un poco más fluidas; entonces la despedida queda en un «Oye, te cuidas…».

Cada época tiene sus usos y costumbres y a veces, estas nuevas formas de expresión se vuelven tan parte nuestra que se quedan para siempre con nosotros y después siguen usándose sin que la mayoría sepa dónde y cuándo fue que nació. En lo personal, esa simple expresión que estamos usando ahora me parece una pequeña maravilla. Que alguien te diga un simple «Oye, te cuidas…» quiere decir, ni más ni menos que «Oye, me importas…»; u «Oye, que no quiero que te pase nada…» o, directamente «Oye, te quiero…». Y, la verdad sea dicha; en estos tiempos de egoísmo desbocado, que alguien te brinde un lugar de importancia en su vida y que, además, lo exprese, aunque sea bajando un poquito el tono de voz, más por exceso de pudor que por otra cosa, no es algo menor.

Lo mismo sucedió hace tiempo con el brindis, ese que realizamos un par de veces al año según la ocasión social o personal. ¿De dónde viene? ¿Qué significa? Según una de las historias que se cuentan, se dice que nos llega de Homero: De acuerdo con el autor griego, decir ¡salud! al brindar, era un acto de amistad en el que se le deseaba a la otra persona «buena suerte y prosperidad», el rito continuaba al beber todos los partícipes en el brindis de la misma copa. Bueno, hoy no bebemos de la misma copa y seguro que cada vez lo haremos menos y menos; pero el sentido primario y fundamental está allí: compartir la copa es compartir la necesidad del otro.

Es por eso, veo, que Jorge Luis Borges comienza así su poema Al vino:

En el bronce de Homero resplandece tu nombre,
negro vino que alegras el corazón del hombre.

Siglos de siglos hace que vas de mano en mano
desde el ritón del griego al cuerno del germano.

El poema sigue, pero no es de mis favoritos; prefiero, también de Borges, un poema anterior, al mismo tema; su Soneto del vino:

¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
conjunción de los astros, en qué secreto día
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
y singular idea de inventar la alegría?

Inventar la alegría. Un hallazgo. Aunque meramente literario, un hermoso hallazgo. La alegría se inventa como se inventó la rueda. No es algo inherente al hombre sino que es algo que creamos para nuestro beneficio. El vino es una de esas formas de la alegría pero que desemboca en una alegría mayor, en la alegría del brindis (el vino en solitario no es, precisamente, la imagen de la alegría, sino todo lo contrario).

También Omar Khayyam, aquel persa que vivió hace mil años, poeta y astrónomo, nos dejó un poema que puede ser relacionado con lo que vivimos hoy:

Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana,
procura ser dichoso hoy.

Toma un jarro de vino, ve a sentarte al claro de luna y bebe
pensando que tal vez, mañana, la luna te busque en vano.

Es bien sabido que nadie tiene la vida comprada; que a la vuelta de la esquina bien nos puede estar esperando la Gran Señora y que nada podemos hacer para evitarlo; pero en general las personas nos conducimos como si eso nunca fuera a suceder; cosa que no está nada mal, por supuesto, uno vive y listo, sigue adelante. Pero en estos tiempos donde este virus vino a poner nuevamente las cartas sobre la mesa y muchos recién se desayunan con que las cosas son así y que nadie tiene la vida comprada, el poema de Khayyam es un excelente recordatorio de cómo deberíamos conducirnos. Hoy es hoy y mañana ya veremos. Entonces lo mejor sería reconocernos en nuestra pequeña finitud y reconocernos también en la necesidad del otro. Y si tenemos que estar encerrados unos días, entonces que cada mensaje que enviemos sea un pequeño puente que termine con esa nueva forma del brindis que estamos inventando: «Oye, te cuidas…».

Algo tan simple como eso. «Oye, te cuidas…» ¿Vale?

No coman esas manzanas

 

francis-bacon-triptico 04

Francis Bacon – Crucifixión

 

Leo, en Borges, los diarios que Adolfo Bioy Casares llevara durante toda su vida sobre el su gran amigo, una entrada interesante. Es la correspondiente al jueves 5 de diciembre de 1963 (p. 986). Allí, Borges dice: «La historia del fruto prohibido es símbolo de algo que siempre ocurre: causas mínimas tienen consecuencias desmesuradas. Les dicen a Adán y Eva: «No coman esas manzanas». Las comen y condenan al género humano. Blake (o no recuerdo bien quién), señaló que Cristo no tenía derecho a salvar al género humano: que cada cual se crucifique, si quiere; que cada cual se salve. Es absurdo sacrificarse por desconocidos, pensando tal vez en su rival y tratando de no excederse en abnegación.»

Como en toda idea de Borges, siempre encontramos dos capas: una meramente literaria, la otra, intelectual o moral. La primera es la idea de que un pequeño hecho anecdótico puede tener consecuencias impensables o de un carácter enorme (no está mal esto como referencia para cuando se va a escribir una historia). La idea moral es, me parece, más interesante: Cristo no tenía derecho a salvar al género humano; o, mejor aún: que cada cual se crucifique, si quiere; que cada cual se salve. Esto es muy diferente a la idea formulada por el propio Cristo cuando dijo aquello de «Que cada cual tome su cruz y me siga»; no, aquí no hay que seguir a nadie y cada crucificado es un nuevo ejemplo de actitud y de decisión. Aquí la cruz es lo que siempre debió ser: nada más que un mero símbolo donde nos vemos representados.

 

francis-bacon-triptico 02

 

Jospeh Campbell fue, tal vez, quien mejor explicó, a lo largo de toda su obra, el significado del viaje del héroe. La partida inevitable, a pesar de los miedos de quienes lo rodean; el viaje cargado de peligros que el héroe debe vencer, peligros que serán crecientes hasta el punto de ruptura mismo de su voluntad; momento en el que se vence de manera definitiva o se es vencido, tal vez para siempre (en ese sentido, esa ruptura de la voluntad; ese dudar en sí mismo se convierte en el mayor de los escollos y, por ende, en el mayor de los peligros); y al fin, el regreso del héroe, pero ya modificado por las experiencias vividas, lo que lo ha convertido en alguien superior, en alguien que ha hecho de su vida una vida en sí misma; es decir, en una guía, en un objetivo, en un ejemplo.

Es por eso que nadie puede ser crucificado en nuestro nombre y es por eso que nadie puede aceptar tal cosa como una regla moral. ¿Dejar que el justo pague por los pecadores? ¿Qué clase de moral es esa? Claro, si tenemos en cuenta la sociedad que nos rodea tal vez podamos darnos cuenta de que eso es precisamente lo que todos quieren; después de todo ¿Para qué tomarnos el trabajo de ser cada día un poquito mejores? El mismo Jospeh Campbell, en El héroe de las mil caras (p.212), dice: «Todo esto se halla lejos del punto de vista contemporáneo; pues el ideal democrático del individuo que se determina a sí mismo, la invención de los artefactos mecánicos y eléctricos, y el desarrollo de los métodos científicos de investigación han transformado la vida humana en tal forma que el universo intemporal de símbolos hace mucho tiempo heredados ha sufrido un colapso». Nótese la ironía: «el ideal democrático del individuo que se determina a sí mismo», como si esto fuera, de por sí, un camino seguro a la individualidad. No, por el contrario, ése es, precisamente, el camino más seguro al término medio, a la norma como objetivo, a lo regular como ejemplo. ¿Quién querría crucificarse a sí mismo cuando tenemos alguien que lo hace gratis por nosotros? ¡Menudo negocio nos perderíamos!

 

francis-bacon-triptico

El ronroneo constante

.

neverending-road-m-and-d-photography

 

Para Lou, mi copiloto

 

Vivir es como conducir un auto por una ruta sin fin. El espejo retrovisor nos muestra el pasado y sería ridículo conducir fijando todo el tiempo la vista en él. Adelante, frente al parabrisas, más allá del motor y de las defensas, está el futuro, el cual, erróneamente, creemos conocer porque la cinta de asfalto se parece mucho a la que dejamos atrás; pero la verdad es que no sabemos absolutamente nada de lo que nos espera detrás de la siguiente curva. Tal vez la ruta se torne un camino secundario de grava y tierra; tal vez sea una moderna y ancha autopista; tal vez serpentee peligrosamente entre montañas y precipicios; tal vez no cambie en absoluto durante cientos de kilómetros; tal vez nos encontremos con el final del camino, abrupto y definitivo.

Sea como fuere, la única certeza que tenemos es el ronroneo constante del motor, el constante avance de los números en el cuentakilómetros, el sonido o la sensación del viento, la charla con nuestros acompañantes.

Tomo el volante y siento el cuero delicado bajo las palmas de mis manos. Suavemente lo giro hacia la izquierda y luego hacia la derecha y el automóvil obedece con presteza. Hasta cierto punto —y soy consciente de que sólo es hasta cierto punto— tengo el control de la situación, y por puro placer acelero un poco o ralentizo la marcha.

Todo lo demás es secundario o ilusión.

Dibujo círculos (o una especie de Mandala personal)

Mandala significa círculo o lo que rodea a un círculo, en sánscrito. Esta palabra es también conocida como rueda y totalidad. Más allá de su definición como palabra, desde el punto de vista espiritual es un centro energético de equilibrio y purificación que ayuda a transformar el entorno y la mente. También se le define como un sistema ideográfico contenedor de un espacio sagrado.

Los mandalas son utilizados desde tiempos remotos. Tienen su origen en la India y se propagaron en las culturas orientales, en las indígenas de América y en los aborígenes de Australia. En la cultura occidental, fue Carl G. Jung, quien los utilizó en terapias con el objetivo de alcanzar la búsqueda de individualidad en los seres humanos. Jung solía interpretar sus sueños dibujando un mándala diariamente, en esta actividad descubrió la relación que éstos tenían con su centro y a partir de allí elaboró una teoría sobre la estructura de la psique humana.

Según Carl Jung, los mandalas representan la totalidad de la mente, abarcando tanto el consciente como el inconsciente. Afirmó que el arquetipo de estos dibujos se encuentra firmemente anclado en el subconsciente colectivo.

 

9f318091219083d7adc2bcba8904ce28

Mandala de arena

 

En uno de los ejemplares de la revista Shambala Sun que poseo y que debe estar en algún lado, había una fotografía del Dalai Lama dibujando, con infinita paciencia, uno de estos mandalas de arena. Estos mandalas poseen significados externos, internos y secretos. En el aspecto externo representan al mundo en su forma divina, en el interno un mapa a través del cual la mente ordinaria puede transformarse en la experiencia de la iluminación, y en el aspecto secreto, muestran el balance perfecto entre las energías sutiles del cuerpo y de la clara dimensión de la luz de la mente. La creación de un mandala de arena, según la tradición tibetana, purifica en estros tres aspectos. Estos mandalas de arena suelen construirse sobre una superficie plana de madera. Una vez que se pide permiso y protección a los espíritus dueños de la tierra, se trazan las líneas que servirán de guía para los magníficos dibujos. Todo este ritual es aprendido de memoria y esta basado en las escrituras budistas.

 

15fcbf979e99f4ae6d38b29fb91d792d

 

La arena se coloca desde el centro hacia las orillas, simbolizando el hecho de que al nacer solo somos una gota de esperma y óvulo para ir evolucionando hasta que el universo entero se percibe a través de los sentidos.
Cuando el mandala es terminado se recoge la arena desde las orillas hacia el centro, esta vez, simbolizando el hecho de que al morir todos volvemos a la fuente misma y esencial en el centro de nuestros corazones. Al destruir el mandala se cumple con dos propósitos fundamentales: Mostrar la impermanencia de las cosas promoviendo el desapego, y el beneficio del mundo. Una parte de la arena se reparte entre quienes presenciaron la ceremonia final como una bendición, otra parte de la arena es depositada en un cuerpo de agua, (un río o un lago por ejemplo) con la intención de purificar al mundo y a sus habitantes llevando esta bendición a todos los rincones del planeta.

Todo esto viene a cuento de un poemita que encontré (digo poemita porque no merece el status de poema; hay cosas en mis cuadernos que están allí fruto de un momento y nada más) y que me hizo recordar a aquella foto del Dalai Lama. Espero que algún día pueda recuperar esas revistas; cuando lo consiga —previo paso por el scanner— publicaré la foto-. He aquí el poemita en cuestión:

 

cc3adrculos-01

Círculos

Dibujo círculos
uno tras otro
dibujo círculos
se sobreponen o no
algunos envuelven a otros
sin ser concéntricos.

Dibujo círculos
mientras la tarde se va
para siempre jamás.

Mi psicólogo dice que
dibujar círculos
una y otra vez
con la mirada perdida en el papel
sin ver las líneas
que mi mano dibuja
significa que me siento encerrado
preso quizá, estancado en una

problemática, angustia, pérdida, 
confusión, trauma, infancia, búsqueda
(son sus palabras, ésas
que yo no suelo usar nunca)

Mi mano se detiene al mismo tiempo
que mis ojos buscan los suyos
y los encuentran.
hace silencio y unos segundos
más tarde
fijo mi vista en el papel
y dibujo
dibujo círculos
y más círculos
tan sólo
dibujo círculos.

Thoreau, el taoísta

 

taoism-and-love

 

El Tao Te King comienza con estos versos, bastante enigmáticos para los occidentales, pero para nada contradictorios para los nacidos por allá, por el lejano oriente:

El Tao que puede llamarse Tao
no es el verdadero Tao.
El nombre que se le puede dar
no es su verdadero nombre.
[…]
Su identidad es el Misterio.
Y en este Misterio
se halla la puerta de toda maravilla.

 

Todo el libro de Lao Tsé se maneja en esos términos. Parece (sigo siendo un hombre occidental y cada vez que lo leo debo hacer un esfuerzo consciente para dejar de lado mis prejuicios de lectura y comprensión, cosa que cada vez que me acerco a este volumen me cuesta menos, pero que nunca pude erradicar del todo) que nos está diciendo algo de manera clara y directa y de inmediato nos sacude con un pensamiento paradójico. Ahora, leyendo (releyendo, éste es otro al que vuelvo una y otra vez) a Thoreau, me encuentro con estas palabras:

«Veo, huelo, gusto, oigo ese Algo al que estamos unidos y que es al mismo tiempo nuestro hacedor, nuestra morada, nuestro destino y nosotros mismos; la única verdad histórica, el hecho más notable que puede ser el tema preciso y no solicitado de nuestro pensamiento, la verdadera gloria del universo, el único hecho que un ser humano no puede dejar de reconocer ni en cierto modo olvidar, ni del cual puede prescindir». Thoreau, Diario íntimo (Dreiser; 1980, p. 76. La cursiva es mía).

¿Qué es ese Algo para lo cual Thoreau no encontró otra palabra con la que poder explicarse? Algo. Me atrevo a decir que ese pronombre indeterminado con mayúscula no es otra cosa que el Tao; ese otro gran indeterminado que nos viene del oriente. Thoreau luego se embarca en un intento infructuoso (como todo intento de querer transmitir lo intransferible) que sólo nos acerca a lo que quiere decir. Thoreau nos habla de la naturaleza sin poder usar más que metáforas; porque, en definitiva, el Tao que puede llamarse Tao / no es el verdadero Tao.

 

Tato

Diez consejos para escribir de Zadie Smith

 

Zadie Smith 01

 

Me gustan los consejos de escritores, aunque bien se sabe que, a la larga, no sirven para nada. En general lo que sucede con estas listas de consejos es que se les reconoce su validez, pero después resulta que ponerlos en práctica no es algo que uno consiga con facilidad. De todos modos, como dije, me gustan porque me dejan entrar en la «cocina» de esos autores que me gustan y de algún modo puedo ver qué es lo que hacen cuando escriben esos libros que tanto me gustan.

Zadie Smith, la notable narradora inglesa puede, sin duda, brindar algunos consejos con plena conciencia y uno debe reconocer que la mujer algo sabe sobre llevar una historia y cómo entretener a un lector a lo largo de varios cientos de páginas (hago un pequeño ejercicio de memoria y me parece que ninguna de las novelas que leí tiene menos de 450 páginas).

En síntesis: sirvan o no, aquí están los diez consejos que Zadie Smith nos brinda para escribir. El resto, claro, nos corresponde a nosotros.

 

1. Cuando aún seas un niño, asegúrate de leer muchos libros. Pasa más tiempo haciendo esto que cualquier otra cosa.
2. Cuando seas adulto, intenta leer tu propio trabajo como lo leería un extraño o, incluso mejor, como lo haría un enemigo.
3. No romantices tu «vocación». Puedes escribir buenas oraciones o no puedes. No hay un «estilo de vida del escritor». Lo único que importa es lo que dejas en la página.
4. Evita tus debilidades. Pero haz esto sin decirte que las cosas que no puedes hacer no valen la pena. No enmascares la duda de ti mismo con desprecio.
5. Deja un espacio de tiempo decente entre escribir algo y editarlo.
6. Evita los grupos. La presencia de una multitud no hará que tu escritura sea mejor de lo que es.
7. Trabaja en una computadora que esté desconectada de internet.
8. Protege el tiempo y el espacio en el que escribes. Mantén a todos alejados, incluso a las personas que son más importantes para ti.
9. No confundas los honores con los logro.
10. Di la verdad a través de cualquier velo que se presente, pero dila. Resígnate a la tristeza de toda la vida que viene de nunca estar satisfecho.

Todos fuimos Buda

 

babybuhda

 

Cuando el Buda nace, los dioses lo reciben en una tela dorada, lo ponen en el suelo, y ese niñito da varios pasos, alza la mano derecha mientras la mano izquierda apunta hacia abajo, y dice: «Mundos superiores, mundos inferiores, no hay nadie en el mundo como yo» (Según otras versiones o traducciones lo que dice es «Miro hacia arriba, miro hacia abajo, no hay nadie en el mundo como yo»).
No tuvo que trabajar para descubrirlo, lo sabía al nacer. Daisetz Suzuki, durante su primera conferencia en los Estados Unidos sobre budismo, lo mencionó. Dijo: «Es algo muy raro, que un niño recién nacido diga una cosa como ésta. Uno piensa que debería haber esperado hasta tener su iluminación bajo el árbol bo y su nacimiento espiritual.Pero en el Oriente lo mezclamos todo. No hacemos una gran distinción entre la vida espiritual y la material. Lo material manifiesta lo espiritual». Y a continuación se embarcó en una larga charla, simulando haber perdido todas sus notas. En la pintura china y japonesa hay mucho espacio en vacío, y uno puede leer algo ahí. Del mismo modo, Suzuki nos dejó espacio vacío, simulando haber perdido sus notas, de modo que pudiéramos ayudarlo y sentirnos participantes de la conferencia. Hacer las cosas demasiado bien no es amable.
Al fin Suzuki llegó a ésto: «Me dicen que cuando un bebé nace, llora. ¿Qué dice el bebé cuando llora? Dice: «Mundos superiores, mundos inferiores, no hay nadie en el mundo como yo». Todos los bebés son Budas bebés».

(Tomado de un libro de Joseph Campbell cuyos datos se me han traspapelado).

Todos en capilla IX

 

horizonte

 

Queridos hermanos feliz estoy de verlos aquí, prestos a compartir la palabra del apóstol quien hoy nos trae su Regla número 4, la que se titula Sobre la relación entre las pretensiones y las posesiones y que reza así:

«Los bienes que a alguien nunca se le había pasado por la cabeza pretender, no los echa en absoluto de menos, sino que está plenamente contento sin ellos. Otro, en cambio, que posee cien veces más que aquél, se siente desgraciado porque le falta una cosa que pretende. También a este respecto cada uno tiene su propio horizonte de lo que a él le es posible alcanzar. Hasta donde se extiende, llegan sus pretensiones. Si un objeto cualquiera dentro de este horizonte se le presenta de tal manera que puede confiar en obtenerlo, entonces se siente feliz; en cambio es infeliz si surgen dificultades que le privan de la perspectiva de tenerlo. Lo que se halla fuera del alcance de su vista no ejerce ningún efecto sobre él. Esta es la razón por la cual el pobre no se inquieta por las grandes posesiones de los ricos, y por la que, a su vez, el rico no se consuela con lo mucho que ya posee cuando no se cumplen sus pretensiones. La riqueza es como el agua de mar: cuanto más se beba, más sed se tendrá».

Sí, la famosa dicotomía sobre la felicidad y el poseer aquí se condensa en sus términos y se reduce hasta el absurdo, si se quiere. Pero es así cómo se evidencia más y más el carácter secundario, efímero y totalmente trivial de las posesiones materiales cuando éstas ahogan al espíritu. Ese horizonte del que habla el apóstol es algo más que la mera línea que delimita el alcance de nuestra mirada; es también una metáfora de todo lo que puede, en nuestra vida, tener límite y tasa y eso no es más que… todo; absolutamente todo. Nos guste o no este carácter definitivo, allí está aunque nos pese. Aprender a convivir con él es lo único que podemos hacer.

Podéis ir en paz, y que no les pese esta finitud; si es necesario, incluso, podéis verla como una liberación, lo cual ciertamente es.

Todos en capilla VIII

 

sapere

 

Queridos hermanos, henos aquí nuevamente prestos a esparcir la palabra del apóstol a los cuatro vientos, como si de la música de las esferas se tratase. Abrimos nuestros libros y leemos la Regla número 3; la cual acoto aquí en la medida de lo posible, ya que se trata de un texto extenso que excede los límites de nuestro espacio, aunque no de nuestra intención:

«El mero querer, y también poder, por sí mismos no bastan, sino que una persona también debe saber lo que quiere, y debe saber lo que puede hacer. Sólo así dará pruebas de su carácter, y sólo entonces puede realizar algo con logro. Debemos aprender a partir de la experiencia qué es lo que queremos y de qué somos capaces. Anteriormente no lo sabemos, carecemos de carácter y a menudo debemos sufrir duros golpes que, desde fuera, nos fuerzan a volver a nuestro propio camino. Pero cuando finalmente lo hemos aprendido, entonces hemos conseguido lo que la gente llama carácter, es decir, el carácter adquirido. Según lo dicho no es otra cosa que un conocimiento lo más completo posible de la propia individualidad: es el conocimiento abstracto y por tanto preciso de las propiedades inamovibles del propio carácter empírico y de la medida y la tendencia de las propias capacidades mentales y físicas, o sea, del conjunto de capacidades y deficiencias de la propia individualidad. Esto nos pone en condiciones de desarrollar entonces de manera serena y metódica el papel que desempeña la propia persona».

Nuevamente podríamos decir que estas palabras son algo obvias; de hecho podrían sintetizarse en aquella máxima atribuida escrita en en el pronaos del templo de Apolo en Delfos: «Conócete a ti mismo»; pero también tiene un pequeño añadido del Sapere aude («Atrévete a usar tu razón») de Horacio. Y, al igual que el domingo anterior digo que no por obvias, estas palabras son menos necesarias, ya que su puesta en práctica no siempre es algo que se encuentre como bien común y puesta en práctica general. Así que aquí quedan y que cada cual haga con ellas lo que crea conveniente. El Evangelio se comparte, pero no se impone.