Queridos hermanos, otro domingo que nos encuentra aquí reunidos ante la palabra del apóstol de los apóstoles. La enseñanza de hoy no por breve será menos certera y digna de llevarla a la práctica. Tampoco, por obvia (dirá alguno) es menos necesaria de ser expuesta en términos claros y sencillos, ya que si bien algo de obvio hay en ellas, no es menos cierto que pocos son quienes las ponen en práctica en la debida medida. Veamos, pues que nos dice el hermano en su Regla número 2:
«Evitar la envidia: numquam felix eris, dum te torquebit felicior «Nunca serás feliz si te atormenta que algún otro es más feliz que tú», Séneca, De ira, III, 30, 3. Cum cogitaveris quot te antecedant, respice quot sequantur «Cuando piensas cuántos se te adelantan, ten en cuenta cuántos te siguen», Séneca, Epistulae ad Lucilium, 15, 10».
«No hay nada más implacable y cruel que la envidia: y sin embargo, ¡nos esforzamos incesante y principalmente en suscitar envidia!».
Como dije más arriba, suena obvio; pero no lo es tanto si tomamos nota de cuántas veces nos asalta este sentimiento pernicioso y vano. Y no olvidemos prestar atención a la última sentencia del apóstol: no sólo no debemos sentir envidia sino tampoco debemos intentar provocarla en el otro. La paz se consigue trabajando en uno mismo pero, al mismo tiempo, debemos trabajar en el bien común, general, empático en toda su amplio sentido y alcance.
Vayamos en paz, entonces, y disfruten este domingo donde el sol ha salido para todos con igual fuerza e intención, sin fijarse en nuestras menudas diferencias.