.
.
Leo La vida escrita, del hoy olvidado Rodolfo Rabanal, más precisamente, en la página cuarenta:
«Admito aquí, casi con pudor, que nada «me habita» tanto como la literatura, pero la palabra literatura me fastidia, presenta un punto de desagrado, de impersonalidad, además carece de encanto fonético. La palabra literatura señala el rubro de una enseñanza académica, monótona, oficial, poco apreciada. Debo decir (con más realidad): Nada me habita tanto como las palabras, como la lectura, como la escritura.
Es imposible soñar con escribir si antes no se soñó con lo fantástico en el ámbito provocador de la lectura.
Es imposible soñar con escribir si antes no se sintió el terror de Macbeth ante el fantasma de Duncan. Es imposible soñar con escribir si antes no se consideró que también se escribe para ejercer un hechizo.
No es posible empezar a escribir si antes no se «vivió» el hechizo en la lectura.
Hay un momento en que el texto equivale a la realidad y viceversa: cuando se incendia la cabaña de Malcolm Lowry en la costa de Vancouver y él pierde parte del manuscrito de Bajo el volcán, yo siento ese padecer y el «incidente» me acompaña días enteros como un mal sueño.
Borges le pregunta a su madre qué fin darle a «La Intrusa», y doña Leonor le dice: «Matala». Y así los Nilsen matan a la Juliana para que la Juliana no termine con la propia fraternidad. Qué es real… Qué es ficción… Poco importa».
La literatura como vida, la vida como literatura. Creo que somos varios los que hemos sentido, en algún momento de nuestras vidas, esa sensación de extrañeza ante la realidad (o de lo que llamamos realidad sin saber muy bien qué es, al fin y al cabo) o de total realismo ante una obra de ficción. Ya antes, en el prólogo, Rabanal había dejado una pista de esta delimitación tan sutil entre una cosa y la otra; allí dice:
«Al revisar algunos cuadernos de notas que, en su mayor parte, son libretas de bolsillo de tapas de hule negro, me quedó claro -si es que alguna vez lo dudé no sólo que el tiempo no es lineal sino que ningún ordenamiento gráfico puede representarlo de ningún modo posible en su total realidad.
Esta discontinuidad me permitió ver que toda organización narrativa ordenada, aun basándose en episodios reales de nuestra propia vida, se vuelve de inmediato ficcional, como si la realidad (palabra que suelo escribir entre comillas) no tuviera más remedio que aparecer en la forma de una construcción imaginaria.
Vistos hoy, vueltos a leer estos cuadernos para seleccionar los momentos que me llevaron a la felicidad y al misterio de la escritura, lo ordinario de los días adquiere una dimensión, a veces terrorífica, a veces idílica o pujante, pero en todos los casos con la familiar extrañeza de sentir que “yo es otro”».
La sensación, entonces, no es una mera construcción literaria, sino que para el autor es una realidad (y no es posible usar otra palabras ―realidad y literatura― en sentidos que se superponen) circular que se realimenta constantemente. Un psicólogo, o un moralista burgués (lo que es casi lo mismo, diría; los psicólogo no son más que los burgueses de la ciencia, después de todo) diría que este desdoblamiento es una falta, un síntoma de alguna enfermedad, una posible neurosis; pero cualquiera que haya sentido en lo más profundo de sí los alcances de las palabras, de la lectura, de la escritura (para usar la definición que Rabanal prefiere a la sintética palabra «literatura») sabe y entiende que a veces es preferible vivir en ese mundo que en cualquier otro. Después de todo, qué es real… qué es ficción… poco importa.
.
Nota: Ruego que me disculpen por la espantosa diagramación en la que el texto se encuentra; no soy yo, es este horrible sistema de «bloques» que ha implementado WordPress y que hace imposible que un texto se presente como uno quiere, sino que lo hace a su modo y como se le da la gana. Intenté arreglarlo de una y otra forma, pero los resultados eran malos o peores (si este es el mejor que conseguí pueden imaginarse lo que fueron los anteriores). Como sea, cansado de pruebas y errores así lo dejaré, con las disculpas del caso.