Thomas Hobbes tenía razón

¿Se ha sentido más agobiado últimamente? ¡Normal! El mundo se está cayendo en pedazos y la información que consumimos día con día no ayuda. ¿Es egoísta darse un pequeño descanso de todo lo que llega a nuestros ojos y oídos sólo para evadir un poco la realidad? Puede ser, pero a la vez lo que realmente tendríamos que reflexionar ante toda esta explosión de información es sobre la incapacidad de desarrollar pensamiento crítico que tanta falta nos hace como sociedad. Estamos constantemente siendo bombardeados sobre la catástrofe que es estar vivos y lo asumimos de momento, uno tan fugaz como la estrella que se llevó todos los deseos de nuestra infancia, porque después toda esa catástrofe se nos olvida ver más allá de los encabezados, sin verificar fuentes, sin realmente tener curiosidad o un ápice de espíritu de investigación. No es de sorprender que los índices de ansiedad y depresión vayan en aumento, pero ¿qué tanto es culpa de nuestras propias decisiones? ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo discernir? ¿Por qué la apatía crece y crece y a un año de pandemia sigue habiendo gente que le importa un carajo el otro, incluso si este mismo es de su propia familia?

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El texto anterior lo tomé de una publicación de una amiga de Facebook. Estaba ilustrado con dos noticias contradictorias, que son las que siguen:

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El enojo o malestar de la persona que escribió el texto es totalmente entendible y compartido por mí y por algunos más sobre los que hemos charlado sobre este asunto. El tema de los medios y la veracidad de su información es algo que ya hemos hablado aquí y que se se ha tratado en todos los ámbitos; así que no creo necesario ahondar demasiado en ello. La verdad es que, por el momento, hay que desconfiar de todos ellos en la misma medida (aún de aquellos que dicen lo que a nosotros nos gusta; tal vez especialmente de ellos, ya que posiblemente sean los que vamos a citar en algún momento).

El tema de la responsabilidad personal y social también lo hemos tratado aquí y lo que se ve a lo largo y ancho del mundo no hace más que reafirmar lo que ha dicho Thomas Hobbes (y que hace que la discusión con Jean-jacques Rousseau quede saldada para siempre): «El hombre es un lobo para el hombre».

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Cuando la soberbia y la ignorancia confluyen

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Uno intenta ser moderado; uno intenta pensar y ser consecuente con su ideas y poner en contexto los conocimientos que posee; uno intenta llegar al diálogo de manera mesurada, equilibrada, educada y, sobre todo, lógica; pero a veces uno se topa con gente que pone las cosas más que difíciles.

Ayer me topé con este video, el cual sólo dura un minuto pero que dice mucho más de lo que allí está contenido. Les pido ese minuto de su tiempo (sé que sean cuales fueren sus puntos de vista políticos y sociales no los dejará indiferentes) y luego seguimos.

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¿Ven? ¿Lo hacen difícil o no? Acaba de pasar el inevitable 12 de octubre y las agotadoras imágenes en las redes sociales sobre el tema. Soy muy crítico de ellas porque, aunque no aplaudo lo que ocurrió durante la colonización europea de América, soy consciente de que eso fue un hecho histórico que debe ser puesto en contexto, que era algo que inevitablemente iba a ocurrir y que siempre que dos civilizaciones se encontraron, ocurrió lo mismo que aquí; así que de nada vale llorar sobre ello. Pero el asunto se complica cuando es en el presente que un par de individuos pretenden seguir con un discurso perimido hace ya tanto tiempo que no haría falta decir nada más.

Pero sí, parece que hace falta volver a él una y otra vez porque hay gente que aún cree que Europa es el centro del Universo; que ser europeo es per se, condición sine qua non para poder ser considerado como culto, inteligente, capaz, civilizado. Lo que estos dos individuos dicen en el video haría que cualquier persona realmente civilizada sintiera un profundo asco de sí misma; pero parece que ser civilizado también los aísla de tales nimiedades como el tener una conciencia o algo que siquiera se le parezca.

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¿En serio alguien puede decir que no hablar español implica no tener idea de lo que es la civilización? ¿De verdad alguien puede decir sin que se le caiga la cara a pedazos de la vergüenza que hablar idiomas como el aymara o el quechua es no ser civilizados? Me gustaría recordar que el quechua es el idioma de la antigua civilización Inca; esa misma que construía ciudades y templos que los mismos españoles no entendían cómo podían hacerse y que por eso mismo, con toda su cultura y civilización dijeron «Esto no es cosa de hombre, es cosa del diablo» y comenzaron la destrucción sistemática de eso que no podían entender (por cierto, los salvajes Incas construían tan bien que ni siquiera con todo su poder de fuego civilizatorio pudieron destruirlos por completo). ¿En serio alguien puede decir que no tener un celular e internet hace que «mentalmente no tengas idea de nada»? Pues allejandro Emtrambasaguas los tiene y no parece que haya alcanzado grandes cotas intelectuales (por cierto, en otra parte de video este muchacho dice «cuando un español vota a la izquierda, tiene un móvil y una conexión a internet»; después dice eso de que cuando lo hace un boliviano «no tiene un móvil…» etc. Es decir, más claro imposible: un español puede hacer lo que hace porque sí, coño; porque España (y por extensión Europa) es la civilización, mientras que Latinoamérica sigue siendo la ignorancia, el atraso, la barbarie.

Me pregunto una cosa más: ¿Por qué tanta saña con Latinoamérica? ¿En qué le va a los europeos que los latinoamericanos seamos los salvajes que somos? Si están tan bien en Europa ¿qué les importa lo que hagamos los indios que habitamos estas tierras y que vivimos como nos place hacerlo? En un reportaje realizado por la TV boliviana (porque esto también hay que decirlo: hijos de puta hay tanto adentro como afuera), Emtrambasaguas dice: «… por mucho que yo me encuentre a diez mil kilómetros del país yo sigo comprometido con que Bolivia… mmm… se olvide de las terribles consecuencias de los catorce años del gobierno del Evo Morales y recupere la libertad» ¡Paren las rotativas, aquí encontramos el meollo de la cuestión! ¡Tenemos un iluminado! ¡Un periodista español que no llega a los treinta años viene a enseñarnos lo que está bien y lo que está mal! ¡Aprendan indios degenerados! ¡Aprendan estúpidos ignorantes que no tienen internet ni móviles! ¡Aquí está el que viene con la palabra de la verdad y la justicia! (por cierto, esas palabras que acabo de citar, las dijo Emtrambasaguas en medio de una «investigación» que él mismo hizo para demostrar que Evo Morales era un pedófilo. Literalmente. Pueden buscar la información).

Ya. Basta por hoy. Sé que los textos largos en los blogs no se leen y este ha sido uno de ellos. Seguiré en la próxima, de todos modos, aunque nadie me lea. A veces uno escribe porque tiene que hacerlo; por y para uno mismo. Acabo de darme cuenta de que hoy es uno de esos días.

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Sudamérica.

Un poema borgeano de mi primer libro, En los bordes del silencio.

Aforismos y tiempo

Revista Humboldt

Hace poco tiempo, en una entrada titulada Libros de diez pesos les conté acerca de un mercado callejero que todos los domingos ofrece sus variados productos aquí en Morelia. Allí narré sobre cómo me voy armando con ciertas publicaciones que, además de ser muy económicas en general son difíciles o imposibles de encontrar en otros sitios. Este domingo conseguí un par de libros más y un par de revistas (éstas a cinco pesos mexicanos; es decir: 0,020 euros; y no me equivoqué en la conversión, créanme). Entre ellas una que me gustó porque al hojearla rápidamente vi que incluía varias obras de arte y un artículo sobre Beethoven que incluía copias de su famosa carta a la «inmortal amada». Al llegar a casa la abro al azar, simplemente por ese placer que nos produce pasar las hojas sintiendo cómo el borde se desliza por el pulgar y me detengo en unos aforismos de un tal Heinrich Wiesner, de quien desconozco todo. Tres de sus aforismos luego harán que me ponga a pensar seriamente en cómo leemos y en cómo somos nosotros los que modificamos al texto que tenemos frente a nosotros. Esos tres aforismos son los siguientes:

Negros en Europa: África manda misioneros.

Cambio de símbolo: La muerte ha dejado a un lado la guadaña. Está sentada al volante.

El nuevo Colón navega por profundidades de tiempos de luz.

Sin referencia alguna, ya que la lectura me había sumergido en el abismo de las palabras, no pude menos que tomar nota del acierto de Wiesner. El primero de los aforismos, sin duda alguna, hacía referencia a las oleadas de inmigrantes que cruzan o intentan cruzar el Mediterráneo. El segundo hace clara alusión a la nueva moda de asesinar inocentes por medio de autos que corren a toda velocidad por sectores peatonales. El último, no tengo la menor duda de ello, no es más que una metáfora de internet ¿Qué otra cosa puede ser ese «navegar por profundidades de tiempos de luz»?

 

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Luego de revisar algunas páginas más y de certificar que hice una compra notable (ah, el azar…) leo los datos editoriales y así ver si puedo encontrar más revistas como ésta. La revista se llama Humboldt, curiosamente se imprime en Alemania y el número que tengo en la mano es de 1970…

Al notar esto vuelvo a los aforismos y los leo otra vez, lentamente, uno a uno y con la conciencia de que Weisner dijo otra cosa de lo que yo leí pero que ahora, luego de casi cincuenta años, hablan de una manera diferente. No puedo menos que sonreír ante el hecho de que nunca voy a saber lo que significaba para ese hombre la expresión «navegar por profundidades de tiempos de luz» (tampoco me importa saberlo, me basta con lo que significa hoy); también me hace sonreír, aunque un poco menos, la referencia a la muerte sentada tras el volante; tal vez Weisner sólo estaba criticando a un creciente parque automotor y nada más. Pero lo que no me hace reír en lo más mínimo es el primer aforismo. Sea como fuere, haya pasado el tiempo que haya pasado, lo cierto es que esos «Negros en Europa» siguen pareciéndome tan actuales como nunca. Y es en ese punto donde se termina la literatura.

 

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Los invisibles (esta vez de verdad) de los medios

 

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Cada vez que escribo una entrada para este sitio movido por el descontento que provoca algún hecho en particular debo contenerme para acotar las citas que se agolpan de inmediato en mi mente. En este momento estoy entre Wilde, Nietzsche y Kapuscinski. Empiezo por el primero, ya que mi inconsciente parece que ya los puso en orden.

Oscar Wilde dijo aquello de «La naturaleza imita al arte»; y empiezo por aquí porque quiero aclarar, de entrada, que no deseaba hablar de nada que tuviera que ver con los desgraciados sucesos ocurridos en México hace unos pocos días; pero la realidad me obliga a hacerlo; de allí lo certero de la cita de Wilde.

El asunto es que, como todos saben (y los que no, podrán verlo en entradas recientes, como Los invisibles y los medios, entre muchas otras) creo que los medios de comunicación son cualquier cosa menos lo que se dice «medios» (el mismo término implica en cierto modo una equidad entre los extremos) y mucho menos «comunicación» (término que implica la difusión de datos o hechos concretos). México no sólo ha sido víctima de una catástrofe natural —algo sobre la cual las personas no tienen poder alguno—, sino también de, hasta cierto punto, de una catástrofe artificial —y aquí a nadie más que a un humano puede echársele la culpa—.

Durante dos días se tuvo a la sociedad mexicana en vilo por las tareas de rescate que se llevaban a cabo pero, sobre todo, por un caso que, por lo doloroso fue central: el colapso de la escuela Enrique Rébsamen. Se habló de una niña —Frida Sofía—, la cual estaba con vida y sobre la que se dijo que estaba en comunicación con los rescatistas, que había tomado agua, que hablaba por medio de un micrófono, que se había protegido debajo de una mesa, y que ella misma había dicho que estaba con otros niños. Dos días después (dos días de trabajos constantes entre los escombros. Repito: dos días en medio de la tragedia) Carmen Aristegui, una de las pocas periodistas serias con las que se puede contar hoy, nos informa que Frida Sofía no existe. El desconcierto, el enojo, el estupor, nos invade a todos. Televisa parece ser el canal de donde parte la falsa noticia; y Televisa culpa a la Marina, y la Marina culpa a los rescatistas y…

 

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… Y aquí entra Friedrich Nietzsche, se tusa el bigote y dice lo que ya nos enseñó hace tiempo: «No hay hechos, sólo interpretaciones» y «La verdad es una construcción del poder». Está bien, ya sabemos que la verdad no existe (la verdad entendida como construcción independiente del hombre, claro) pero aquí al menos debe existir algo que se llame responsabilidad. Ya sabemos, también, que la información no es, precisamente, información, sino material ficcional adecuado a las necesidades de venta del emisor; de allí que un canal de TV necesite el drama o el escándalo para que la gente no se despegue de su pantalla y así tener los mejores anunciantes. Lo mismo pasa con los periódicos o las radios, claro está; pero en casos como el que acaba de suceder en México, la TV es ama y señora de lo que sucede.

 

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Rudyard Kapuscinski dijo —y me parece increíble que tenga que repetirme con tan sólo unos pocos días de diferencia—: «Cuando la información se transformó en una mercancía, la verdad dejó de ser relevante». Y el asco ya es completo.

Dije que no quería hablar de lo sucedido en México pero me fuerza a dejarlo por escrito lo que ocurre a mi alrededor ¿Mañana podré hacerlo? Vaya uno a saber… a la realidad le gusta tanto imitar al arte…

Los invisibles y los medios

 

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Hace unos días escribí una entrada sobre la cobertura que recibió el sismo que tuvo lugar en el sur de México y el norte de Guatemala. Mi molestia en aquel entonces fue sostenida y aumentada por la absoluta falta de empatía y de sentido crítico que se vio en todos los medios (no voy a hablar de las redes sociales porque éstas se manejan, básicamente, a través de los propios usuarios y, si bien estos son personas y la empatía y el sentido crítico deberían estar presentes en ellos también, si esto no ocurre así no es algo que podamos criticar, sino sólo lamentar. Por cierto, una acotación marginal: fue llamativa la cantidad de memes con bromas al respecto del terremoto. Llama la atención la velocidad con la que la gente encuentra la gracia en todo). Hablaba de la falta de sentido crítico y de empatía que se vio en los medios y voy a contar una o dos cosas de las que pude ver. Hablé en aquella entrada de dos programas de televisión abierta (Venga la alegría en TV Azteca, por ejemplo) donde con todo desparpajo se bailaba y se jugaba bajo la consigna de “No hay que ponerse triste”. Una de las notas que se proyectó fue sobre una actriz o modelo que parecía desconocer la paternidad de su hijo. Y he aquí el doble estándar que se vomita desde la pantalla. Todos sabemos que si algo así le pasa a la vecina, para el barrio ésta no pasaría de ser la puta del pueblo; pero como le pasa a una estrella lo que se escucha son comentarios del tipo «Ay, pobrecita, qué mal momento está pasando…». Ese mismo doble estándar es el que se usa para todo tipo de información. Si hay un muerto en el pueblo será noticia si es, de alguna manera, “importante” (rico, famoso, con título, etc.); mientras que si el finado es pobre, marginal, iletrado, pues será invisible para los medios.

Lo mismo vale, por supuesto, para los países. Al día siguiente del terremoto mexicano vi por internet que el huracán estaba centrado en Cuba. En la televisión y en la red lo que podía verse eran los vientos… en Miami. Era tanta la absoluta carencia de noticias que los enviados debían esforzarse por llenar el espacio con tonterías. Así se veía que uno de estos “enviados especiales” mostraba los vientos de cincuenta kilómetros por hora en Miami Beach (un huracán categoría 1 comienza con vientos de 118 km/h) mientras que en Cuba los vientos eran de más de doscientos cincuenta km/h. Pero claro, Cuba no es cool.

 

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Como todos bien sabemos, también en la pobreza o en la miseria hay grados; y cuanto más pobre o miserable se es también se es más invisible. Así que si de cuba tuvimos muy poca información, menos aún la tuvimos de República Dominicana o de Haití. ¿A quién le importan esos países retrógrados llenos de miserables latinos o, peor, de negros miserables? No, nada de eso; mientras tanto, miremos a Miami, pobres…

Lo mismo ocurrió con el terremoto; el cual si bien tuvo su epicentro en México, afectó seriamente a Guatemala. Seré curioso ¿alguien vio algo al respecto? Seguro que no; pero ya se sabe: vale menos un guatemalteco que una palmera gringa.

Cierro con la cita de Rudyard Kapuscinski, sólo para que se nos grabe como en piedra: Cuando la información se transformó en una mercancía, la verdad dejó de ser relevante.

Entre el dolor y el espanto

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Desde hace unos días he venido observando el paso del huracán Irma prestando especial atención al manejo de la información sobre el tema. Como este manejo informativo me parece lamentable, decido esquivar el tema para no mostrarme demasiado irritado; pero hoy me levanto con la noticia de que un fuerte terremoto sacudió el sur de México y, mientras se espera una fuerte réplica y un posible tsunami producto de este movimiento sísmico, recuerdo que también un huracán (Katia) amenaza la costa sureste del país. Decido, claro está, buscar algo de información, pero me encuentro con que esto es imposible de hallar. Mi sorpresa deja paso al enojo, esa condición tan mal vista hoy en día (y sobre la que hablaré en unos días).

Busco en la desgraciada TV y encuentro que los programas matinales hablan de esta tragedia durante cuarenta segundos y luego saltan a temas más importantes como Ricky Martin o sobre la paternidad del hijo de tal modelo o actriz. No crean que exagero: tomo nota precisa de todo lo que veo para no ser falaz en estas apreciaciones. Enseguida los integrantes de estos programas (porque no es uno solo, son varios canales los que hacen lo mismo) se dedican a jugar y… a bailar. Bajo la premisa de que “hay que ser positivos” ellos bailan mientras cientos de miles de sus compatriotas sufren por un terrible terremoto o un huracán.

Busco, entonces, información en la red. La misma basura, salvo que aquí el problema es el exceso de material (hablamos sobre eso hace unos días). Al lado de un video de un canal de televisión encuentro uno que habla del castigo divino por el cual estos fenómenos están ocurriendo y las consecuentes discusiones en el mismo tono. Como ya no hay respecto por la autoridad intelectual, hoy da lo mismo un conductor de televisión profesional, un conductor que no sabe hablar, un científico o un idiota con una cámara. Es así que se hace difícil poder separar la paja del trigo y uno accede a diez videos estúpidos antes de dar con uno que puede tener algo de información válida.

Claro, es más divertido oír a un estúpido hablando de la ira de Dios o de los extraterrestres que a un científico que explica con precisión lo que sucede; y aquí llegamos, entonces, a la palabra mágica sobre la que gira todo este asunto: diversión. Voy a permitirme ser más preciso; la palabra mágica sobre la que gira todo este asunto es:

diversión

¡Cuidado! No vaya a ser cosa que de repente asome un poquito de espíritu por allí… ¡Alerta! ¿Por qué esa cara larga, por qué la preocupación? ¡Vamos que la vida es bella! Ése es el gran mal que nos rodea: el exceso de diversión. Es por eso que vivimos en un estado de miseria moral del que nunca saldremos mientras estemos bajo el dominio de estos medios; es por eso ante el dolor de sus compatriotas, en la televisión bailan; es por eso que dicen y repiten tonterías como «No hay que dejar de sonreír» mientras otros mueren o buscan a sus seres queridos entre los escombros; es por eso estamos como estamos.

Mucho antes

Los siete locos A veces, cuando en una discusión o en un debate hablo sobre el poder de los medios en la conciencia de la masa, no son pocos los que me miran como si fuese un engendro que gusta repetir teorías conspirativas de cualquier tenor. En general, apelando a la falacia Ad hominem, es decir, apuntando al mensajero y no al mensaje, me tildan como conspiranoico; es decir, intentar disminuir el alcance de mis argumentos ridiculizándome en lugar de oponer otro argumento que pueda balancear la discusión.

Bien, seamos sinceros, sostener estas ideas como de las que suelo hablar cada tanto aquí no es fácil, es cierto. La primero que suele ocurrírsele a quien me escucha es pensar en un grupo de hombres de traje planificando «el mal» de forma totalmente premeditada o algo por el estilo. Reconozco que luchar contra estas ideas preconcebidas es más difícil aún que sostener las ideas de las que hablé al principio.

Pero de tanto en tanto uno tiene un golpe de suerte y encuentra a ciertos tipos que han sostenido lo mismo desde antaño. Vean, sino, este fragmento de Los siete locos, novela de Roberto Arlt publicada en 1929:

«¿Usted cree que las futuras dictaduras serán militares? No, Señor. Un militar no vale nada junto al industrial. Puede ser un instrumento de él, nada más. Eso es todo. Los futuros dictadores serán reyes del petróleo, del acero, del trigo. Nosotros, con nuestra sociedad, prepararemos ese ambiente. Familiarizaremos a la gente con nuestras teorías. Por eso hace falta un estudio detenido de la propaganda”.

Dije 1929. Antes de la Segunda Guerra Mundial. Antes de Irak y Afghanistán. Antes del neoliberalismo. Cuarenta años antes de que existiera el Premio Nobel de Economía. Antes de la televisión. Antes de todo eso ya había gente que sabía que la propaganda era el arma más poderosa para controlar a la gente política y económicamente. Por cierto, eso también fue mucho antes de que existieran los conspiranoicos, tengan éstos algo de razón o no.

La fortuna de ser moderno

racismo (2)

He encontrado PEARS SOAP incomparable para las manos y la tez.

Hace un par de semanas, buscando imágenes para un texto sobre el racismo, encontré estas dos estupendas muestras del buen gusto y del tacto de los publicistas de antaño. La idea, como verán, no es muy original, de hecho, es prácticamente la misma:

racismo (1)

¿Por qué tu mamá no te lava con el jabón Fairy?

Seamos sinceros: uno rechaza de plano la idea de ambos avisos; por algo somos civilizados habitantes del siglos XXI ¿no? Pero también ambas publicidades mueven un poco a risa. No, insisto, por lo que implican, sino que se piensa en aquellos tiempos y se ve que no siempre hay que ir demasiado lejos para encontrar a la barbarie. Solemos pensar en ella como una forma habitual del medioevo o de las épocas anteriores a la era común, pero nunca la vemos tan cerca como el siglo pasado.

Por suerte nosotros somos habitantes de este siglo XXI, civilizado y moderno, donde esas cosas son impensables ¿No?

Pueden ver las imágenes en mayor tamaño haciendo clic sobre una de ellas.

Esclavos de la imagen

Josete (1)

Acabo de ver este video en una red social y no salgo de mi asombro; pero no por lo que se ve en él, sino por la reacción de la gente. Sintetizo: Josete es un hombre de poco más de cincuenta años que cuida coches en la calle y al que los integrantes de una peluquería le cambiaron el look. Pueden ver uno de los tantos videos que están corriendo por el mundo entero aquí.
Bien. Me alegro por Josete y su nuevo presente. Según tengo entendido, a Josete le han abierto un correo electrónico para recibir ofertas de trabajo y una empresa o un empresario ya le está pagando la renta del sitio donde vive. Además, como habrán visto, ha recibido el beneplácito de los transeúntes y de los vecinos.

Josete (2)
Ahora, ustedes me disculparán, pero para mí todo eso es una basura. Una basura que nos desnuda como sociedad y que nada tiene que ver con ese buen hombre. Me pregunto qué diablos le sucede a la gente, a todos aquellos que viven hablando de igualdad y de equidad (palabras que no son sinónimos, por cierto) y que aún continúan siendo hijos de las apariencias. Josete es la misma persona antes y después del corte de cabello y de la tintura; somos nosotros, la sociedad toda quienes consideramos a uno mejor que al otro. Somos nosotros quienes no le prestamos la debida atención o la ayuda que necesita ese hombre de cabello y barba blanca mientras que nos orinamos encima ante la vista de un moderno hipster.

¿Y qué sucede con esas personas que viven en la calle y no tienen quien les regale un corte de cabello y los convierta en centros de la estupidez mediática? ¿Qué sucede con el hambre y el frío de los migrantes? ¿Qué sucede con los niños que trabajan desde que despunta el sol para que sus padres no los muelan a palos si no llevan algunas monedas? ¿Qué sucede con nuestros viejos, esos que dieron todo en su momento y a los que hoy nadie presta la menor atención? ¿Cómo hacemos para volverlos visibles?

Josete (3)
Los dueños de esa peluquería que no voy a nombrar aquí hicieron un excelente negocio; por un corte de pelo y un poco de tintura lograron una publicidad que de otro modo les hubiese costado millones. Josete será olvidado pronto, por desgracia. Mientras tanto, los imbéciles seguirán aplaudiendo las apariencias mientras el frío, el hambre y el abandono que no se muestran en las redes ni en la TV será la moneda diaria de millones.

Racismo sudaca

racismo argentino (2)

Hace poco más de seis meses, en una publicidad informativa del gobierno argentino, se presentó desde la misma imagen el trasfondo racista del actual (des)gobierno de ese país. La imagen, como ven más arriba, muestra a una pareja rubia que recibe asignaciones familiares; mientras que la mujer de piel y cabello oscuros, quien no tiene un marido que la acompañe, recibe asignación universal por hijo o asignación por embarazo. Para poner en perspectiva a quienes pasan por aquí y no son argentinos, aclaro que la gran discusión con respecto a las asignaciones por hijo o las asignaciones por embarazo fueron una creación del gobierno de Cristina Fernández; es decir, del gobierno anterior. La idea era la de ayudar a esas personas que más necesitaban un apoyo económico. Desde la derecha (y desde la estúpida e ignorante clase media derechista argentina, la cual es pobre pero se cree oligarquía y centro del universo) se criticó a la medida como “populista” (el gran leit motiv de la derecha actual) y se decían cosas como “estas negras con tal de no trabajar se embarazan para cobrar del gobierno” y cosas similares. Esa publicidad que dejé más arriba muestra, simplemente, que la derecha llegó al poder y que el mensaje racista ya se ha hecho oficial.

Ahora, en estos últimos días, en mi querida y golpeada Argentina se han producido varias marchas en defensa de la educación pública (la cual siempre ha sido pública y gratuita, desde el jardín de infantes hasta la universidad, y siempre ha sido, también, de una gran calidad. Los cinco premios Nobel en ciencia que tiene Argentina han sido hijos de ese sistema educativo) y el diario Clarín, el cual es el verdadero dueño de Macri y del (des)gobierno actual, publicó un artículo destacando que la educación pública es malísima al lado de la educación privada. Como la mira está puesta en los maestros (quienes están en huelga pidiendo un más que válido aumento salarial) el artículo dice que los niños de las escuelas privadas les llevan “dos cuadernos de ventaja” a los de las escuelas públicas; y para ilustrar el artículo se añade la siguiente imagen:

racismo argentino (3)

El niño blanco, el que va a una escuela pública, tiene un gran reloj de alguna franquicia, útiles escolares, escribe. El niño de cabello oscuro no tiene nada y sólo mira. Los medios, otra vez, creando la realidad. Los medios, otra vez, mintiendo e inclinando el pensamiento de la masa. Los medios, otra vez, defendiendo a un corrupto e ignorante individuo (individuo que esos mismos medios llevaron allí) sólo para beneficio de unos pocos.