Una clase magistral sobre cómo magnificar el ridículo

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Comienzo aclarando que los premios Oscars, al igual que la mayoría de los premios que se otorgan a lo largo y ancho del mundo, me tienen sin cuidado. Me importan tanto como los dientes de Ronaldo, la cienciología o el régimen de lluvia de ácido sulfúrico en Venus. Pero a veces la realidad es tan graciosa (tan estúpidamente graciosa, incluso) que no podemos dejar pasar la oportunidad. Además, como de todo puede extraerse una enseñanza, también de este caso que traigo hoy a colación podremos extendernos a temas realmente importantes. Yo hoy voy a ceñirme (creo) sólo a lo estúpido, lo otro o dejo para otro día, para el diálogo con ustedes o para pensar en alguno de mis caminatas.

Hace unas semanas se dieron a conocer las nuevas normativas que la Academia de Hollywood impondrá a aquellas películas que pretendan ser candidatas al galardón a mejor película a partir del 2022 y que serán obligatorias (repito: obligatorias) a partir del 2024. Esas normativas indican que: «Los nuevos estándares requieren que al menos «uno de los protagonistas o intérpretes secundarios de cierta relevancia» pertenezcan a un grupo minoritario, una lista en la que están hispanos, negros, asiáticos e indígenas, entre otras etnias. Otra opción es que la trama del filme gire en torno a mujeres, grupos poco representados, personas LGBTI+ o personas con discapacidades. Si no cumple con eso, debe tener al menos un 30% de actores secundarios o con papeles menores que sean para mujeres, miembros de una minoría, discapacitados o LGBTI+. Eso delante de las cámaras, ya que las normativas también afectarán a la parte técnica: desde el director hasta el resto de posiciones clave de la producción».

Por minoría racial la Academia cita:

Asiático,
Latino/hispano,
Negro/afroamericano,
Indígena,
Persona de medio oriente,
Nativo de Hawái o del Pacífico
“Otras etnias o razas poco representadas”.


Por colectivos poco representados en pantalla se entiende:

Mujeres,
Minorías raciales,
Colectivo LGBTQ+
Personas con capacidad diversa.

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Remarco el hecho de que aquellas películas que no cumplan con estos requisitos no podrán acceder a la competencia por mejor película más allá de su calidad artística. Y claro, aquí es donde comienza el ridículo (el cual fue señalado por actores varios, aunque muchos debieron borrar sus comentarios ante las críticas recibidas. Ya se sabe, hay que ser inclusivos pero hasta cierto punto. Las críticas en contra no se aceptan bajo ningún concepto).

¿Se imaginan a El Padrino con un mienbro de la comunidad LGBTQ+ o con un hawaiano como capomaffia? ¿Cómo sería una película como 1917 en donde un tercio de los actores fuesen mujeres, asiáticos, afroamericanos o Drag Queens aún cuando se trate del ejército inglés en plena primera guerra mundial? ¿Y una película como Castaway donde un solitario Tom Hanks ocupa el noventa por ciento del tiempo en la pantalla? ¿Y qué hacemos con Parásitos la última gran ganadora que, por ser una película coreana está llena de… coreanos, precisamente? ¿Le quitamos su premio porque no hay ningún latino en ella o ningún nativo de Alaska? Podríamos seguir por un buen rato y estoy seguro de que ustedes tienen sus propios ejemplos; pero dejemos esto aquí y sigamos.

Está claro que nadie está en contra de ninguna forma de discriminación, eso no haría falta aclararlo; pero lo que la corrección política parece olvidar es que por medio de un decreto lo único que se consigue es, precisamente, más discriminación. Recuerdo un caso sintomático, ocurrido a comienzos de la década del noventa. Seguramente todos recordarán una película como El silencio de los corderos; en ella un estupendo Anthony Hopkins nos regaló una actuación que quedará para la historia; pero ese papel fue pensado, en un primer momento para Louis Gosset Junior, actor hoy bastante olvidado. El papel no se le dio a él porque era afroamericano y la decisión no fue un acto racista, sino un acto de protección que el director y los productores debieron tomar para evitar conflictos con la comunidad negra (de todos modos la tuvieron con la comunidad gay, la cual se manifestó frente a las salas donde se exhibía la película quejándose porque uno de los personajes asesinos era, precisamente, gay). Es decir que la comunidad negra consiguió que un papel histórico y que cualquier actor querría para sí (lo reconoció el mismo Anthony Hopkins en una entrevista para el Actor´s Studio) le fuese dado a un blanco heterosexual de mediana edad (los cuales, por otra parte, parece que no pueden quejarse de que el noventa por ciento de los asesinos, violadores, estúpidos o lo que sea, les sea atribuido. Y está bien ¿por qué deberían hacerlo? Es sólo ficción ¿cómo es que nadie más parece notarlo?).

En síntesis, lo de siempre: con este tipo de medidas lo único que se consigue es «emparejar para abajo» en lugar de hacerlo, como corresponde, «para arriba». Creo que estas medidas van en contra de todas esas minorías mal representadas en la pantalla porque, por un lado siempre se tendrá la válida duda de si tal o cual actor o actriz de esas minorías consiguió su papel gracias a su talento o gracias a una ley que obliga al director a incluirlos en ella; y por otra parte, tampoco lograrán que se les brinden los mejores papeles, ya que muchas veces estos no son, precisamente, el de personajes buenos y bonitos, y como darle esos papeles puede ser considerado ofensivo (llegamos a la palabrita infaltable) para esas minorías, éstas quedarán relegadas, en su mayor parte, a mero relleno, a ser uno más del montón que se encontrará detrás del protagonista (y del malo, que será, casi siempre, como Anthony Hopkins en los noventa: blanco, heterosexual y de mediana edad).

¿Y qué pasa con el arte? Bueno, estamos hablando de Hollywood y de los Oscars ¿Quién necesita arte en este lugar?

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Cuando la soberbia y la ignorancia confluyen

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Uno intenta ser moderado; uno intenta pensar y ser consecuente con su ideas y poner en contexto los conocimientos que posee; uno intenta llegar al diálogo de manera mesurada, equilibrada, educada y, sobre todo, lógica; pero a veces uno se topa con gente que pone las cosas más que difíciles.

Ayer me topé con este video, el cual sólo dura un minuto pero que dice mucho más de lo que allí está contenido. Les pido ese minuto de su tiempo (sé que sean cuales fueren sus puntos de vista políticos y sociales no los dejará indiferentes) y luego seguimos.

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¿Ven? ¿Lo hacen difícil o no? Acaba de pasar el inevitable 12 de octubre y las agotadoras imágenes en las redes sociales sobre el tema. Soy muy crítico de ellas porque, aunque no aplaudo lo que ocurrió durante la colonización europea de América, soy consciente de que eso fue un hecho histórico que debe ser puesto en contexto, que era algo que inevitablemente iba a ocurrir y que siempre que dos civilizaciones se encontraron, ocurrió lo mismo que aquí; así que de nada vale llorar sobre ello. Pero el asunto se complica cuando es en el presente que un par de individuos pretenden seguir con un discurso perimido hace ya tanto tiempo que no haría falta decir nada más.

Pero sí, parece que hace falta volver a él una y otra vez porque hay gente que aún cree que Europa es el centro del Universo; que ser europeo es per se, condición sine qua non para poder ser considerado como culto, inteligente, capaz, civilizado. Lo que estos dos individuos dicen en el video haría que cualquier persona realmente civilizada sintiera un profundo asco de sí misma; pero parece que ser civilizado también los aísla de tales nimiedades como el tener una conciencia o algo que siquiera se le parezca.

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¿En serio alguien puede decir que no hablar español implica no tener idea de lo que es la civilización? ¿De verdad alguien puede decir sin que se le caiga la cara a pedazos de la vergüenza que hablar idiomas como el aymara o el quechua es no ser civilizados? Me gustaría recordar que el quechua es el idioma de la antigua civilización Inca; esa misma que construía ciudades y templos que los mismos españoles no entendían cómo podían hacerse y que por eso mismo, con toda su cultura y civilización dijeron «Esto no es cosa de hombre, es cosa del diablo» y comenzaron la destrucción sistemática de eso que no podían entender (por cierto, los salvajes Incas construían tan bien que ni siquiera con todo su poder de fuego civilizatorio pudieron destruirlos por completo). ¿En serio alguien puede decir que no tener un celular e internet hace que «mentalmente no tengas idea de nada»? Pues allejandro Emtrambasaguas los tiene y no parece que haya alcanzado grandes cotas intelectuales (por cierto, en otra parte de video este muchacho dice «cuando un español vota a la izquierda, tiene un móvil y una conexión a internet»; después dice eso de que cuando lo hace un boliviano «no tiene un móvil…» etc. Es decir, más claro imposible: un español puede hacer lo que hace porque sí, coño; porque España (y por extensión Europa) es la civilización, mientras que Latinoamérica sigue siendo la ignorancia, el atraso, la barbarie.

Me pregunto una cosa más: ¿Por qué tanta saña con Latinoamérica? ¿En qué le va a los europeos que los latinoamericanos seamos los salvajes que somos? Si están tan bien en Europa ¿qué les importa lo que hagamos los indios que habitamos estas tierras y que vivimos como nos place hacerlo? En un reportaje realizado por la TV boliviana (porque esto también hay que decirlo: hijos de puta hay tanto adentro como afuera), Emtrambasaguas dice: «… por mucho que yo me encuentre a diez mil kilómetros del país yo sigo comprometido con que Bolivia… mmm… se olvide de las terribles consecuencias de los catorce años del gobierno del Evo Morales y recupere la libertad» ¡Paren las rotativas, aquí encontramos el meollo de la cuestión! ¡Tenemos un iluminado! ¡Un periodista español que no llega a los treinta años viene a enseñarnos lo que está bien y lo que está mal! ¡Aprendan indios degenerados! ¡Aprendan estúpidos ignorantes que no tienen internet ni móviles! ¡Aquí está el que viene con la palabra de la verdad y la justicia! (por cierto, esas palabras que acabo de citar, las dijo Emtrambasaguas en medio de una «investigación» que él mismo hizo para demostrar que Evo Morales era un pedófilo. Literalmente. Pueden buscar la información).

Ya. Basta por hoy. Sé que los textos largos en los blogs no se leen y este ha sido uno de ellos. Seguiré en la próxima, de todos modos, aunque nadie me lea. A veces uno escribe porque tiene que hacerlo; por y para uno mismo. Acabo de darme cuenta de que hoy es uno de esos días.

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Sudamérica.

Un poema borgeano de mi primer libro, En los bordes del silencio.

Victor Hugo y la política de la ignorancia

En La utilidad de lo inútil, Nuccio Ordine rescata un discurso de Victor Hugo, pronunciado ante la Asamblea constituyente de 1848, en el que sale al paso de la falacia del ahorro estatal cuando se trata de recortes en las actividades culturales y la instrucción pública. Es la crisis, le dicen, no hay otro remedio. Y Victor Hugo se revuelve contra los profesionales del Dogma del Recorte Inevitable: «¿Y qué momento escogen? El momento en que son más necesarias que nunca, el momento en que, en vez de limitarlas, habría que ampliarlas y hacerlas crecer (…). Haría falta multiplicar las escuelas, las cátedras, las bibliotecas, los museos, los teatros, las librerías». Y le pone un nombre a esa presunta política de ahorro: es «la política de la Ignorancia».

En estos tiempos de recortes masivos a las políticas culturales y educativas, aquel discurso de Victor Hugo de hace ciento setenta y dos años suenas más actual que nunca (y es otro ejemplo de algo que siempre digo aquí: ya todo se dijo antes; sólo hay que saber mirar a la historia). He aquí algunos otros fragmentos de ese discurso, a los que nada añadiré porque ante la grandeza y la perfección de las palabras bien dichas, uno tiene que llamarse a silencio:

«Afirmo, señores, que la reducciones propuestas en el presupuesto especial de las ciencias, las letras y las artes son doblemente perversas. Son insignificantes desde punto de vista financiero y nocivas desde todos los demás puntos de vista. Insignificantes desde el punto de vista financiero. Esto es una evidencia tal que apenas me atrevo a someter a la asamblea el resultado del cálculo proporcional que he realizado[…] ¿Qué pensarían, señores, de un particular que, disfrutando de unos ingresos de 1500 francos, dedicara cada año su desarrollo intelectual […] una suma muy modesta: 5 francos, y, un día de reforma, quisiera ahorrar a costa de su inteligencia seis céntimos?».

«¿Y qué momento se elige? Aquí está, mi juicio, el error político grave que les señalaba al principio: ¿qué momento se elige para poner en cuestión todas estas instituciones a la vez? El momento en el que son más necesarias que nunca, el momento en el que en vez de reducirlas, habría que extenderlas y ampliarlas».

Victor Hugo

«[…] ¿Cuál es el gran peligro de la situación actual? La ignorancia. La ignorancia aún más que la miseria […] ¡Y en un momento como éste, ante un peligro tal, se piensan en atacar, mutilar, socavar todas estas instituciones que tienen como objetivo expreso perseguir, compartir, destruir la ignorancia!».

«Pero si quiero ardiente y apasionadamente el pan del obrero, el pan del trabajador, que es un hermano, quiero, además del pan de la vida, el pan del pensamiento, que es también el pan de la vida. Quiero multiplicar el pan del espíritu con el pan del cuerpo».

«[…] Habría que multiplicar las escuelas, las carreteras, las bibliotecas, los museos, los teatros, las librerías. Habría que multiplicar las casas de estudio para los niños, las salas de lectura para los hombres, todos los establecimientos, todos los refugios donde se medita, donde se instruye, donde uno se recoge, donde uno aprende alguna cosa, donde uno se hace mejor; en una palabra, habría que hacer que penetre por todos lados la luz en el espíritu del pueblo, pues son las tinieblas lo que lo pierden»

«Han caído ustedes en un error deplorable. Han pensado que se ahorrarían dinero, pero lo que se ahorran es gloria».

Ni blanco ni negro, no sirve

 

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Hace unos días tuve una discusión con una persona que, luego de exponer sus puntos de vista políticos, se escudó tras una supuesta «neutralidad» que, por supuesto, no puede existir (al menos en esas circunstancias). Seré breve en la anécdota: Esta persona de la que hablo mostró un fragmento de una película en donde un personaje le pega un tiro a quemarropa a otro luego de un discurso político (el cual no correspondía a la película, sino que había sido grabado y añadido). Esta persona, también dijo que le gustaría que alguien hiciera un video así, pero con López Obrador.

Yo señalé que la idea contenía todos los tópicos de la derecha más radical: discursos basados en falacias, supuesta solución que implica la violencia y supuesta neutralidad; a lo que me fue preguntado: «¿Acaso no sabes que existe el apartidismo?». Bien; no seguiré con este diálogo, sino que sintetizaré lo que dije (y lo que mantengo) de un modo más directo, para no entorpecer la lectura.

Para empezar: No se puede ser neutral desde el momento en que se expresa una opinión. Esa falsa postura de neutralidad es usada para poder decir cualquier barbaridad sin tener que verse expuesto a las críticas y, sobre todo, a la exposición de las contradicciones de su discurso. No existe tal cosa como «apartidismo» (horribe neologismo, por cierto) cuando se está pidiendo que se le pegue un tiro al presidente (sea cual fuere, lo mismo da); esa expresión se hace siempre desde una postura política determinada y quien la pronuncia debe hacerse responsable de ella. Claro; es mucho más sencillo decir «todos los políticos son iguales; todos son corruptos y yo no estoy a favor de nadie» poniéndose a sí mismos en una postura impoluta desde donde se puede criticar sin ser criticado, que tener la honestidad de decir «Esta es mi postura y estas son mis ideas» y debatir desde allí.

En mi caso particular me gustan más estas personas, aunque se encuentren en las antípodas de mi pensamiento. Al menos sé que con ellas podré debatir con honestidad; pero esta nueva moda de sentirse por encima de toda ideología o de toda postura no sólo es errónea intelectualmente, sino que también lo es en su forma ética. La «neutralidad», en este caso, no es más que cobardía disfrazada de postura intelectual. Es por eso que quisiera terminar con unas palabras (más que conocidas, por cierto), de Antonio Gramsci, palabras que a los hombres (hombrecitos, más bien) de hoy deberían sonarles como una exposición vergonzosa de lo que son:

 

01 Antonio Gramsci

«Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes.

La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?

Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.

Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la consciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes».

 

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Por último, en la Divina comedia, Dante coloca a los indiferentes en la antesala del infierno, ya que ni siquiera son dignos de él, como tampoco —mucho menos, por supuesto— del cielo. Veamos esta interpretación de la profesora Paola De Nigris:

«Además del silencio, esas almas están condenadas a ser odiosas tanto para el cielo como el infierno, por eso se quedan en el vestíbulo. No merecen mezclarse con las almas buenas: «El cielo los lanzó de su seno para no ser menos hermoso pero el profundo infierno no quiere recibirlos por la gloria que podrían sentir los demás culpables». Pareciera que el infierno no los quiere para no darle gloria a las otras almas, pero en realidad es un nuevo desprecio, otra parte del castigo. ¿Por qué tanto? ¿qué significa ser indiferente? En italiano, la palabra que se usa es cobarde. Son almas insignificantes moralmente porque «vivieron sin infamia y sin gloria», No fueron «ni rebeldes ni fieles a Dios», «Expúlsalos el cielo y tampoco lo profundo del infierno los recibe», «Misericordia y justicia los desdeña», «Desagradables a Dios y a sus enemigos».

Dante los castiga duramente ubicándolos en el vestíbulo del Infierno. Están allí porque no se comprometieron, porque no tomaron partido, porque vivieron para sí mismos y para su propia comodidad. No tuvieron la valentía de hacer el mal ni tampoco el bien, por eso no existen ni para Dios, ni para el Diablo, ni tampoco para el mundo. Son almas que no supieron jugarse por nada más que por ellos mismos y, aunque prefieren el Infierno en vez del anonimato, el olvido será su castigo».

De los «ismos» y sus peligros

 

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José Luis Sampedro

 

Hace muchos años, cuando comenzaba a hablarse de temas ecológicos de un modo más social (porque debemos recordar que el término fue creado y usado, primero, en el ámbito científico), un profesor les dijo a sus alumnos «Yo no soy ecologista; yo soy ecólogo. De hecho, no soy ningún «ista«». Recuerdo también la expresión de algunos alumnos, quienes descubrieron en ese momento que algunos juegos de palabras iban más allá de lo que podía ser un mero chiste y que esos juegos eran por demás interesantes. Ser un ecólogo en lugar de un ecologista significaba ser alguien que actúa en lugar de ser alguien que meramente declama sobre este o aquel problema o asunto.

Desde hace un tiempo, por mi parte, vengo quejándome del uso abusivo del término populismo por parte de ciertos políticos, personalidades varias y periodistas. Incuso en este blog, hablando del tema, he preguntado: ¿Cómo se distingue a aquel político que toma una medida popular del que toma una medida populista? La distinción no es tan sencilla, porque el tema de las intenciones detrás de esas medidas no puede ser aclarado en todas las ocasiones.

Ahora acabo de ver un video del siempre lúcido José Luis Sampedro, donde dice lo siguiente: «[…] lo que eran antes valores ahora se han convertido en intereses económicos. Una cosa es el capital y otra es el capitalismo… […] el sufijo «ismo» estropea las cosas. Un señor es paternal y está bien, es muy agradable; es paternalista y la hemos fastidiado. Es un señor oportuno y qué simpático, siempre cae bien; es oportunista, y no…». Las palabras de Sampedro no vienen a dar una solución al problema del uso en sí del término «populista»; pero nos sirven para determinar que no tiene ya ningún valor. Por una parte, Sampedro parece decirnos que todo «ismo» es degradante (cosa que no siempre es así; pero tomemos esta idea como punto de partida al menos en lo que al término «populismo» se refiere); y en general así es usado, pero la cosa se complica.

Por un lado tenemos a un montón de personajes que usan este término para denigrar a cualquiera que se encuentre en la vereda de enfrente de sus propias ideas políticas. Yo me atrevería a sintetizar a todas estas personas en la figura de Mario Vargas Llosa; quien en un reciente reportaje parecía no poder usar otra palabra: «populismo, populismo… porque el populismo… y los populistas…». Realmente daba vergüenza ajena ¡uno esperaba un poco más de amplitud en el vocabulario de un premio Nobel de literatura! Pero no era de eso de lo que se estaba hablando, sino de política y en ese tema Vargas Llosa viene, desde hace años, usando una sola palabra: esa que tanto nos preocupa.

 

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Enrique Peña Nieto; Justin Trudeau; Barack Obama

 

Pero dije que la cosa se complica, porque no sólo ese término se aplica a los políticos que toman medidas populares (seamos francos: en general ese término se usa para denigrar a ciertos políticos latinoamericanos y poco más); sino que tenemos un ejemplo bastante curioso. En 2016, en una reunión cumbre entre México, Estados Unidos y Canadá; Enrique Peña Nieto, presidente mexicano, se encontraba en un escenario junto a Barack Obama y Justin Trudeau y comenzó a criticar al populismo, tal vez para quedar bien con los patrones del norte. Cuando terminó, Barack Obama pidió la palabra y añadió, de manera brillante:

«Quiero añadir una cosa, pues lo he escuchado en varias preguntas; y es la cuestión del populismo. Tal vez podríamos ver en un diccionario lo que significa ese término. Yo no quiero conceder esta idea de que parte de la retórica que hemos escuchado es populista. Se podría decir que yo soy un populista. Pero otra persona que nunca ha demostrado preocupación por los trabajadores; que nunca ha luchado en cuestiones de justicia social o asegurarse que los niños pobres tengan una oportunidad o que reciban atención médica y que de hecho han trabajado en contra de la oportunidad económica de los trabajadores y las personas comunes. Ellos no se transforman de la mañana a la noche en populistas porque dicen algo controvertido simplemente para obtener más votos. Eso no es una medición de lo que es ser populista. Eso es xenofobia, quizás; o aún peor: es ser un cínico».

 

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¿Populismo o popular? ¿El pueblo siempre tiene razón o siempre se equivoca?

 

¡Palabras de un presidente de los Estados Unidos! (y qué diferencia con el actual, por favor…). Dije que la cosa se complica porque el término parece ser lícito para criticar a países menores, pero no a los mayores. Yo estoy en un todo de acuerdo con las palabras de Barack Obama; pero ahora que veo que Angela Merkel; Emmanuel Macron y Pedro Sánchez (es decir: Alemania, Francia y España) a la cabeza, pero seguidos por lo que parece ser el resto de Europa, piensan tomar medidas tan drásticas como lo es el nacionalizar ciertas empresas si la crisis económica actual se profundiza ¿Serán tratados por alguien como Vargas Llosa de populistas? No lo creo; esta gente sabe bien que no debe morder la mano del amo y encontrarán las justificaciones necesarias para justificarlos. Como dije hace poco tiempo con respecto a las posibilidades de reelección en Latinoamérica y en Europa: no es lo mismo tratar de indio dictador a Evo Morales o a Nicolás Maduro que a Angela Merkel o Vladimir Putin. En el caso del populismo ocurre lo mismo. Es mucho más fácil decirle populista a Cristina Fernández o a López Obrador que a Emmanuel Macron o a Justin Trudeau.

Y es que ya lo dijo Sampedro: «No es lo mismo un señor oportuno que un oportunista».

¿Quién es quién? ¿Y quién soy yo?

 

Large crowd of people

 

La verdad es que pensé que no iba a volver a hablar del tema; pero la realidad se impone y a ellas nos atenemos. Y es que en estos últimos dos días he visto algunas noticias que me han hecho pensar mucho y me han llevado a confirmar (al igual que lo que dije en la entrada anterior) que lo que siempre había pensado no era un desaguisado romántico o un delirio de alguien que se había golpeado de niño y a quien le habían quedado secuelas permanentes. Vamos, lo que quiero decir es que muy errado no andaba cuando pensaba lo que pensaba o, mejor dicho, que muy errado no ando cuando pienso lo que pienso.

Si no fuera porque el tema es trágico en grado sumo, me atrevería a decir que la cosa viene, casi, de comedia de enredos. Por ejemplo, leo que un transatántico inglés navega con tres infectados de coronavirus. Su principal socio y aliado, Estados Unidos, lo rechaza (con amigos como estos… uno piensa) ¿y quién lo acepta? Cuba. ¿Pero no es que los cubanos comunistas quieren la destrucción del imperialismo y esas cosas? Sigo leyendo y veo que el gobierno italiano solicita ayuda médica a Cuba (además de la que ya Comunismomalole fue brindada por China, sin necesidad de que fuera solicitada). Caramba con estos comunistas; con tal de dejar mal parado al imperialismo son capaces de cualquier cosa… Más adelante veo que quienes rechazaron la ayuda cubana fueron los bolivianos. Bueno, no los bolivianos, sino el gobierno de facto boliviano; ese mismo que fue saludado con bombos y platillos por EE.UU. y Europa por haber destituido ilegalmente al indio de Evo Morales. Curiosa antinomia esta de la derecha y de la izquierda… ¿Pero no es que las democracias de occidente son las buenas y los comunistas los malos? ¿Dónde me perdí o dónde me engañaron? ¿O será que los gringos sólo salvan al mundo en las películas? Sí, por ahí me parece que andan los tiros (con perdón del chiste fácil).

Lo que no me pareció tan gracioso (porque ver ese rostro y oír esas palabras eran un llamado a la realidad más que perentorio), fue el discurso del presidente serbio Aleksandar Vucic (pueden buscar el vídeo y ver el dolor en cada uno de sus rasgos) ¿y qué dijo este buen hombre? Pues cosas como estas: «Ahora ya todos se dieron cuenta de que la gran solidaridad internacional no existe. La solidaridad europea no existe. Era un cuento de hadas sobre papel»; «Los únicos que pueden ayudarnos en esta situación excepcional son los chinos»; «Pedimos a China que nos envíen de todo, hasta personal médico»; «envié una carta y tenía grandes expectativas y no se cumplieron. Como saben, nos han vetado como receptores de material médico. Para la Unión Europea no somos lo suficientemente buenos». En síntesis: Serbia le pide ayuda a Europa y ésta se la niega. Les negaron hasta los barbijos (o cubrebocas, como sea), ni hablemos, ya, de medicinas o respiradores.

 

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Rage Agains The Machine – El día que el rock de izquierda cerró Wall Street

 

Y la historia sigue igual por donde se la mire, Donald Trump hablando del «virus chino», cosa de seguir sacando rédito político de una desgracia global; con Bolsonaro negando la gravedad del tema aun cuando él mismo y dieciocho de sus funcionarios de alto rango están infectados, con Piñera en Chile atacando a Venezuela (y aprovechando la cuarentena para calmar las críticas del pueblo a su gobierno).

Slavoj Zizek dice que La actual expansión de la epidemia de coronavirus ha detonado las epidemias de virus ideológicos que estaban latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías conspirativas paranoicas y explosiones de racismo. Zizek apunta a que el coronavirus ha destapado la realidad insostenible de otro virus que infecta a la sociedad: el capitalismo. Mientras que muchas personas mueren, la gran preocupación de los estadistas y empresarios es el golpe a la economía, la recesión, la falta de crecimiento del producto interno bruto y cosas por el estilo. Este colapso económico se debe a que la economía está basada fundamentalmente en el consumo y en la persecución de valores propugnados por la visión capitalista como la riqueza material. Pero esto no tendría que ser así, no tendría que haber una tiranía del mercado. Zizek sugiere que el coronavirus presenta también la oportunidad de tomar conciencia de los otros virus que se esparcen por la sociedad desde hace mucho tiempo y reinventar la misma.

¿Será esta la oportunidad tan esperada? Tal vez sí, tal vez no. Todo depende de nosotros, como siempre. Tal vez ya vaya siendo hora de aprender a diferenciar de verdad a los buenos de los malos, a la derecha de la izquierda, a los nuestros y a los ellos.

Quien quiera oír que oiga.

Dos consideraciones actuales

 

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1. Sé (es decir: soy consciente) de que en estos tiempos que corren decir que «la gente es estúpida» es algo que no debe hacerse, aunque se tenga razón. Y no debe hacerse porque todos están muy sensibles y el término «estúpido» hiere demasiadas sensibilidades, de esas que están tan de moda hoy en día. Tal vez pueda decirse parafraseando el juego de palabras de Sócrates, algo así como «Solo sé que soy un idiota que al menos puede ver a otro idiotas»; pero en general tampoco lo entienden. Bueno, yo lo he dicho muchas veces en este sitio y en otros muchos, porque, por una parte es verdad y, por otra, no me interesa mucho la corrección política, así que prefiero lo primero a lo segundo, es decir, la verdad a quedar bien diciendo palabras bonitas pero huecas. Incluso en ese otro blog que tengo abandonado alguna vez lo sinteticé con alguna pequeña ironía, cuando dije «La evolución es difícil —aunque no imposible— de probar. La involución no lo es tanto. Sólo alcanza con que se corte el suministro eléctrico.»

corona 02¿Qué pasa, entonces, cuando la realidad es la que nos brinda la prueba empírica de eso que uno ha dicho tantas veces? ¿Qué sucede cuando es la realidad la que nos brinda las pruebas de esa estupidez profunda y masiva? Uno pensaría en cierta satisfacción, en cierto solaz en haber dicho las palabras verdaderas en su momento y a pesar de la oposición general… pero no, lo que se siente es una profunda pena; porque la prueba de la estupidez no puede ser otra que una actitud estúpida, y no hay nadie medianamente sano que pueda sentirse feliz ante una demostración de este tipo.

A lo que quiero llegar es a lo que está pasando a nuestro alrededor desde hace unos días; sobre todo a lo que está pasando en estos últimos tres días. A la inconsciencia general que demuestran las personas que no siguen los lineamientos de seguridad dictados por los gobiernos de cada país o estado. Al egoísmo absurdo y canalla de los que se atiborran de cosas innecesarias (negándoselas al resto de la población en una actitud canalla, incivilizada e ignorante) como si estuviésemos viviendo en una pesadilla zombie y todo se arreglara con docenas de rollos de papel sanitario. Aquí en México se ha pedido que nadie se mueva de sus casas, en la medida de lo estrictamente posible ¿y qué hace la gente? Colma la capacidad hotelera de Acapulco encorona 01 un 90% (la mayoría de los que están allí son extranjeros o chilangos; es decir, capitalinos. Cuando regresen de sus vacaciones lo harán a una ciudad de casi nueve millones de habitantes, con todo lo que ello implica). Lo que se ve en los supermercados huelga cualquier comentario, ¿porque qué puede decirse de un video donde dos mujeres se pelean casi hasta los golpes por un paquete de seis rollos de papel sanitario o idioteces similares?

 

En aquella breve ironía mía que pretendía ser un microcuento está resumida —ahora lo veo— toda la verdadera conducta humana: no somos civilizados; no somos buenos (como creía Rousseau); no somos seres pensantes. En líneas generales, este caso del coronavirus nos demuestra que somos animales contenidos en ciudades, y que sólo mientras tengamos el estómago lleno y algo para entretenernos (el viejo «pan y circo» romano) nos comportamos más o menos bien; pero no mucho más. En cuanto algo rompe con ese esquema sale, de lo más profundo de nosotros, el animal salvaje. Como dijo Juan Domingo Perón, hace más de sesenta años: La fuerza es el derecho de las bestias.

 

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2. Y hablando de Perón, de quien toda la Intelligenzia europea y norteamericana no cesa de tildar de populista, con ese facilismo radical que les hace querer sintetizar todo en una palabra (generalmente errónea pero útil para sus fines), me da mucho gusto ver que después de setenta años los grandes demócratas liberales terminan dándole la razón. Por ejemplo: «La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo»; o «Sin independencia económica no hay posibilidad de justicia social»; o «El éxito no le sale al paso por suerte ni por casualidad. Esto se concibe, se prepara, se ejercita, y después recién se realiza»; o «La unidad nos da la fuerza, la solidaridad la cohesión». Ésta última frase es la más adecuada para este momento, porque acabo de leer que Macron, el presidente francés dijo: «Lo que ha revelado esta pandemia es que la salud gratuita, nuestro estado de bienestar, no son costos o cargas, sino bienes preciosos […] y que este tipo de bienes y servicios tienen que estar fuera de las leyes del mercado». ¡Brillante! ¿Ahora se dieron cuenta de que la salud y el bienestar general no pueden ser un negocio? ¡Qué lujo de pensadores! ¡Pero si eso ya lo había dicho un populista sudamericano hace setenta años! Miren por dónde nos salen ahora con que Macron es peronista…

corona 033. Esto no es un punto en sí (por eso dije Dos consideraciones…, sino sólo una especie de conclusión que sólo va a decir lo mismo que más arriba: Me da una pena infinita ver a la humanidad reducida a sus más bajos instintos. Es común ver por ahí expresiones tales como «esto o aquello me devolvió la fe en la humanidad…». Pues buena suerte para los optimistas; porque lo que es yo, en este momento, puedo decir que he perdido hasta el último grano de fe (si es que tenía alguno) en la humanidad como un todo. En algunas personas sí, aún los tengo y sobrevivirán siempre; pero en la humanidad? Pues no; si antes pensaba que ese conglomerado era idiota, ahora siento que tengo las pruebas… En cuanto a la realidad política; pues lo mismo: esto nos demuestra que el mercado no es más que una máquina atroz que sólo genera riqueza para unos pocos y que los políticos no son más que unos empleados de lujo a tiempo completo. Salvo, claro, algún que otro populista que anda por ahí, jodiendo el pastel con ideas de antaño…

La (gran) ventaja de no ser boliviano

V Putin

Vladimir Putin está en el poder desde 1999 y lo estará hasta el 2024; es decir, 25 años. Eso está muy bien, las leyes de su país así lo permiten y nadie puede decir nada. Pero ahora resulta que Vladimir Putin quiere modificar la Carta magna de su país y así poder perpetuarse en el poder de manera indefinida. Veamos cómo lo dice La Razón:

«En su proyecto de reforma a la Carta Magna, Putin plantea que el mando ya no se concentre en la presidencia, sino en el primer ministro, como ocurre en sistemas de gobierno europeos. Hasta aquí, no hay nada de anormal; sin embargo, al tomar en cuenta que el líder ruso planea dejar la presidencia en 2024 y convertirse en primer ministro, la iniciativa parace jugar a favor de que sea él quien continúe al frente del destino de Rusia y de la política exterior de sus aliados».

Y bien… me puse a leer titulares de diarios de aquí y de allá; del norte y del sur, del este y del oeste y no encontré ni uno solo que titulara algo así como «dictador» ni, mucho menos «indio dictador», tal como en algún sitio racista vi que se lo tildaba a Evo Morales, quien ganó de manera honesta su cuarta reelección, la cual no pudo cumplir porque, ya se sabe, no es lo mismo ser un lindo rusito que un indio boliviano (ya hablaré de mi experiencia personal en Bolivia en una próxima entrada; ya que ha desaparecido de las noticias, creo que podría sumar un pequeña nota al pie).

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Por cierto; algo así ocurre también con Nicolás Maduro (quien va por su segundo mandato) y Angela Merkel, quien va por el cuarto y quien dijo que no va a presentarse a una nueva elección (cosa que podría hacer, si quisiera). Vean los titulares y notarán la enorme diferencia en los adjetivos entre ambos mandatarios. ¿Alguien ha leído u oído que se la tildara a Angela Merkel de «tirana», «dictadora» o algo por el estilo? Al contrario; los adjetivos son siempre positivos (como la famosa «Dama de Hierro»; Margaret Tatcher, quien también estuvo once años en el poder).

¿Qué tendrá Europa y la América del norte que nunca tienen tiranos suceda lo que sucediere y en cambio Latinoamérica siempre está en problemas con estos indios dictadores? ¿Será una cuestión política o semántica? ¿Será una cuestión cultural o geográfica? ¿Será una cuestión orgánica o legal? ¿O será simplemente una cuestión racista?

En lo personal creo que tendría que modificar la primera de las preguntas que hice y que debería plantearla así: ¿Será una cuestión política o racial? y la respuesta que daría es que sí; es que es ambas cosas y que la cuestión semántica sólo está al servicio del primero de los poderes. El poder político usará cualquier herramienta que necesite para ejercer su fuerza, y la semántica, el lenguaje y los significados están a su servicio. Recuerdo aquí aquellas palabras de Philip K. Dick:

«La herramienta básica para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si puedes controlar el significado de las palabras, puedes controlar a la gente que debe usar las palabras».

Y por supuesto, si uno tiene la (gran) suerte de no ser boliviano, mucho mejor. Eso es algo que siempre ayuda.

El delito de la lectura

Los fascismos temen, como todos bien sabemos. No hay nada más asustadizo que un fascista y, como bien nos lo señaló Bertold Brecht, no hay nada más peligroso («No hay nada más peligroso que un burgés asustado», dijo; y si cambiamos «burgués» por «fascista» la frase es igualmente válida). Encontré una prueba de esto en la siguiente imagen, la cual me llegó hace unos pocos días. En ella podemos ver un folio legal que dice:

«En registro efectuado por las fuerzas del Orden Público, en el domicilio de Paulino Martinez Taboada, le han sido encontradas dos tomos de «ASÍ HABLABA ZARATUSTRA» y manifestándome dicho Delegado que el expresado individuo se halla detenido en la Carcel de este partido á su disposición, le adjunto los expresados libros á los efectos procedentes.

                                                Acuseme recibo.
!!Viva España!!
Vigo 24 de Agosto de 1936
El comandante Militar.»

 

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Debo reconocer que sentí no poco placer al ver que los libros que tanto peligro entrañaban para las autoridades no eran otros que dos ejemplares de Así hablaba Zaratustra. También entiendo el carácter de su miedo, el cual no es otro que el miedo eterno de todo fascista: el miedo al pensamiento libre.

Esta fotografía me pareció toda una declaración de principios. Aún el resto de la página, la parte que se encuentra en blando, nos está diciendo algo.