Sabiduría intrascendente

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Tengo 30 años, no estoy casada, no tengo hijos ¡Y todo está bien!

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La foto con la que abro esta entrada fue compartida, como todos suponemos, en una red social. El hecho no tendría mayor importancia salvo que, unos pocos días antes, y esta vez en un periódico, había visto una «noticia» en la cual se informaba que una pareja, también de unos treinta años de edad, había decidido no tener hijos, por lo cual ambos se habían sometido a intervenciones quirúrgicas para evitar un embarazo no deseado. Alguien, con buen tino y perfecta ironía, dejó un comentario diciendo «Yo acabo de hacer una tortilla de papas ¿cuándo van a venir a hacerme una nota?». El punto es exactamente ese: ¿A quién le importan estas cosas? ¿En qué me va a mí tanto como al resto del mundo que ciertas personas hayan decidido tener o no tener hijos, adoptar un gato, alimentarse sólo con frijoles o bañarse una vez cada seis meses?

Decidirse a no tener hijos no es una tontería, es sólo una decisión personal; lo que sí lo es es transformar eso en una noticia o considerar que debe ser expuesto a los cuatro vientos, como si esa idea fuera genial o al menos original. Supongo (y esto no es nada más que una interpretación personal, así que queda en el campo de las hipótesis incomprobables, porque por un lado no hay modo de llegar a una certeza en este campo y, sinceramente, tampoco me interesa hacerlo) que las vidas de estas personas, al estar vacías de todo proyecto de vida interesante y válido, tiene que llenarse con estas cosas que a nadie importa pero que parecen ser sólo en la medida en que son compartidas con el resto del mundo.

Recuerdo una frase de Zizek que viene perfecta para el caso: «El verdadero enemigo no son las nuevas visiones realistas, sino lo que uno está tentado de llamar el bello arte del no pensar, un arte que impregna cada vez más nuestro espacio público: «sabiduría» en lugar de pensar apropiadamente; «sabiduría» como un intento de fascinarnos con sus profundidades falsas».

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Breve ensayo sobre el cansancio (II)

Parte II: La moral

Amedeo Modigliani

De las muchas y útiles páginas de internet que podemos usar según nuestras necesidades y gustos, hay una que nos permite guardar fotografías en carpetas o álbumes. Yo la uso para no saturar la memoria de mi laptop, entre otros beneficios (como el de encontrar material afín a mis gustos o el compartir imágenes con otros usuarios). Hace unos días noté con no poco desagrado que algunas imágenes habían desaparecido de algunas carpetas. ¿El motivo? Ya que los administradores de la página no me avisaron de nada, me puse a revisar y vi que las imágenes desaparecidas eran todas de desnudos. Desnudos como los de Amedeo Modigliani; de Rubens o de Bouguereau. Sin embargo, no desaparecieron algunos desnudos de Picasso o de Kupka ¿Por qué unos sí y otros no? La razón se encuentra en el algoritmo que estas páginas usan para encontrar un determinado tipo de imágenes y así separarlas de otras. Por lo tanto, estas imágenes no se permiten:

Peter Paul Rubens – William-Adolphe Bouguereau

Mientras que estas otras, sí:

Pablo Picasso – František Kupka

Esto ocurre con todos los sitios web; nombren uno y estoy seguro de que estará en la lista. ¿Y qué puede encontrarse de malo en un desnudo en un cuadro? Mi carpeta de Modigliani tiene más de cien imágenes ¿Por qué no me borran los retratos? La respuesta es demasiado simple y, por desgracia, ridícula: porque un cuerpo desnudo es algo que para la moral de este tiempo (y que nos viene de la caída de Grecia y de Roma y el posterior avance de los monoteísmos) es algo intrínsecamente malo, feo, pecaminoso.

Ya he hablado de esto en otra entrada de hace tiempo, titulada Sexo no, violencia sí; y recordando lo que dije allí, hice un pequeño experimento: creé una nueva carpeta y la llené con fotografías de actos violentos varios. ¿Sucedió algo? Pues no; parece que no hay problema alguno con la violencia, tal como pensé que sucedería. Así que borré esa carpeta y me puse a pensar sobre qué es lo que sucede detrás de esta censura absurda.

Para empezar, lo obvio: el problema de la censura no está en lo censurado, sino en el censor. Recordemos la historia del «Il Braghettone». En 1564, el Papa Pío V, horrorizado por las desnudeces que Miguel Ángel pintara en los frescos de la Capilla Sixtina, ordenó que se les pintaran ropas encima. El trabajo estuvo a cargo de Danielle Da Volterra, lo que le ganó, como dijimos, el sobrenombre burlón de «Il Braghettone». ¿Qué había de malo en los desnudos de Miguel Ángel? Por supuesto que nada; lo malo estaba en la mente de Pío V; y como tenía el poder, hizo el ridículo. Hablando de ridículos, volvamos al siglo XXI. No dejo de pensar en la reunión de genios de esas páginas web de las que estamos hablando. ¿Qué pasa por la cabeza de esa gente? Lo peor de todo, para mí, es la idea de que alguien ―o varios, posiblemente― tuvo que trabajar horas y horas para crear un algoritmo especial que reconociera pechos, nalgas y penes para así poder borrarlos; es decir, censurarlos. ¿Cabe idea más enfermiza que esa? Y es por eso por lo cual se borran los desnudos de Modigliani pero no los de Picasso; se censura (es increíble, pero hasta siento vergüenza ajena al tener que escribir esto) a Rubens, pero no a Kupka. El algoritmo sólo actúa, no tiene moral ni tampoco inteligencia. Igualito que sus creadores.

Es por ello, también, que páginas como Facebook censura, pixelándolos, los pechos femeninos, incluso cuando se trate de un cuadro al óleo o caen en el ridículo más profundo censurando a una estatuilla de 25.000 años de antigüedad.

Venus de Willendorf; estatuilla de 25.000 años de antigüedad censurada por Facebook

En algún momento dije «volvamos al siglo XXI»; pero en algunos aspectos uno tiene la sensación de que todavía no salimos de la edad media. Las preguntas que hacemos sobre aquella época son las mismas que podemos hacer en la actualidad, al menos en lo que a moral se refiere: ¿Cómo es posible que hoy un cuadro de Modigliani sea censurado mientras que las imágenes de un descuartizamiento no? ¿Tiene esto algo que ver con la moral de la sociedad o es la moral de la sociedad hija de estas actitudes? Sin duda alguna, la respuesta es que lo segundo es lo que sucede. Creo que la imagen más sintética que puedo imaginar es la de un policía tratando de llevar presa a una mujer que amamanta a su bebé en una plaza; cosa que ha sucedido en varios países. Es la imagen perfecta de la violencia atacando al acto más amoroso posible y es, también, lo que luego se magnificará en casi todos los ámbitos. La estupidez de la moral predominante sobre la moral que debería predominar.

Hitler, el multiuso

Es bien sabido que don Adolf Hitler fue, es y será el ser más malvado que haya pisado la faz de la Tierra. Nadie como él para ejemplificar el mal por el mal en sí, para señalar los extremos del autoritarismo y, sobre todo, para ganar discusiones. Sobre todo esto último, claro, porque lo que todo el mundo quiere es tener la razón y el mejor modo de hacerlo ante la falta de argumentos es acusar al otro de ser un nazi o de compartir ideas con el monstruo alemán.

Quien mejor notó esto fue Mike Godwin allá por la última década del siglo pasado, cuando estableció la llamada «ley de Godwin» o «Regla de analogías nazis de Godwin» (la cual es un enunciado y no una ley; pero sigamos llamándola como se la conoce hoy en día), la cual establece que: «A medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno». Es decir, en toda discusión en internet, en algún momento uno de los contendientes acusará al otro de nazi o de émulo de Hitler.

 

Godwin_WikiWorld

 

Godwin formuló la ley (o enunciado) basándose en los protocolos de Usenet; pero bien podemos extender esta conducta a toda la red. No hay más que leer cualquier discusión virtual para notar que esto es así. Lo que podemos aprender de esto es la puesta en práctica de la Ley de Godwin: Cuando alguien llega a este punto del que hablamos antes, la discusión se termina. Eso es lo más inteligente que podemos hacer: cuando en algún debate alguien saca a relucir la palabra «nazi» o «Hitler» hay que dejar la cuestión allí, porque el contrincante ha demostrado su incapacidad para debatir con la altura necesaria (salvo, claro, que estemos discutiendo, precisamente, asuntos como la WWII, la política europea del siglo XX o cuestiones similares, por supuesto).

 

Hitler

Todos los que no me agradan son Hitler – La guía infantil para la discusión política en línea

 

La red tiene, también, mucho de estupendo sarcasmo, y es así como encontré la imagen anterior, la cual remeda un libro infantil basado en la misma idea de la que venimos hablando. También encontramos una formulación muy anterior a la existencia de internet, la creada por el filósofo político judío alemán Leo Strauss, la llamada reductio ad Hitlerum (reducción a Hitler), argumentum ad Hitlerum o argumentum ad nazium, es decir, una falacia del tipo ad hominem, un ataque a la persona y no a sus argumentos.

De allí, entonces, que debamos salir corriendo ante la presencia de una persona que se comporta de esta manera al debatir cualquier tema; lo más probable es que nos encontremos frente a alguien que sólo conoce a dos tipos de personajes: Hitler y él mismo.

 

Con una pequeña ayuda de los amigos

 Ayer tuve el gusto, el honor, el placer —ustedes saben, todas esas cosas que sentimos cuando nos señalan con el dedo por un buen motivo—, de saber que este modestísimo blog  fue nominado a los Premios Blogosfera 2017.

 

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Como si no fuese suficiente con la nominación, me encuentro con el hecho de que además lo está en dos diferentes categorías: Mejor Blog de Arte/Cultura y Mejor Blog de Opinión/Crítica. Sí, sé que suena a mucho, pero qué puedo decir… a veces uno debe comenzar a decir «Gracias»  en lugar del sostenido «No lo merezco». En síntesis; no sé si lo merezco o no; sólo sé que esta vez acepto el cálido abrazo que me da de esta manera el jurado de Premios Blogosfera 2017.

 

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Por último, y no menos importante: si bien la nominación se realizó mediante la votación de un jurado; la elección final queda en mano de los lectores; así que quien quiera acercarse por la página oficial de los Premios Blogosfera 2017 y votar por este sitio, recibirá mi agradecimiento eterno. Para ello tienen que ir al enlace anterior y votar aquí:

 

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Mañana continuaremos con el habitual caos temático propio de este sitio. Gracias a todos.

Los invisibles y los medios

 

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Hace unos días escribí una entrada sobre la cobertura que recibió el sismo que tuvo lugar en el sur de México y el norte de Guatemala. Mi molestia en aquel entonces fue sostenida y aumentada por la absoluta falta de empatía y de sentido crítico que se vio en todos los medios (no voy a hablar de las redes sociales porque éstas se manejan, básicamente, a través de los propios usuarios y, si bien estos son personas y la empatía y el sentido crítico deberían estar presentes en ellos también, si esto no ocurre así no es algo que podamos criticar, sino sólo lamentar. Por cierto, una acotación marginal: fue llamativa la cantidad de memes con bromas al respecto del terremoto. Llama la atención la velocidad con la que la gente encuentra la gracia en todo). Hablaba de la falta de sentido crítico y de empatía que se vio en los medios y voy a contar una o dos cosas de las que pude ver. Hablé en aquella entrada de dos programas de televisión abierta (Venga la alegría en TV Azteca, por ejemplo) donde con todo desparpajo se bailaba y se jugaba bajo la consigna de “No hay que ponerse triste”. Una de las notas que se proyectó fue sobre una actriz o modelo que parecía desconocer la paternidad de su hijo. Y he aquí el doble estándar que se vomita desde la pantalla. Todos sabemos que si algo así le pasa a la vecina, para el barrio ésta no pasaría de ser la puta del pueblo; pero como le pasa a una estrella lo que se escucha son comentarios del tipo «Ay, pobrecita, qué mal momento está pasando…». Ese mismo doble estándar es el que se usa para todo tipo de información. Si hay un muerto en el pueblo será noticia si es, de alguna manera, “importante” (rico, famoso, con título, etc.); mientras que si el finado es pobre, marginal, iletrado, pues será invisible para los medios.

Lo mismo vale, por supuesto, para los países. Al día siguiente del terremoto mexicano vi por internet que el huracán estaba centrado en Cuba. En la televisión y en la red lo que podía verse eran los vientos… en Miami. Era tanta la absoluta carencia de noticias que los enviados debían esforzarse por llenar el espacio con tonterías. Así se veía que uno de estos “enviados especiales” mostraba los vientos de cincuenta kilómetros por hora en Miami Beach (un huracán categoría 1 comienza con vientos de 118 km/h) mientras que en Cuba los vientos eran de más de doscientos cincuenta km/h. Pero claro, Cuba no es cool.

 

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Como todos bien sabemos, también en la pobreza o en la miseria hay grados; y cuanto más pobre o miserable se es también se es más invisible. Así que si de cuba tuvimos muy poca información, menos aún la tuvimos de República Dominicana o de Haití. ¿A quién le importan esos países retrógrados llenos de miserables latinos o, peor, de negros miserables? No, nada de eso; mientras tanto, miremos a Miami, pobres…

Lo mismo ocurrió con el terremoto; el cual si bien tuvo su epicentro en México, afectó seriamente a Guatemala. Seré curioso ¿alguien vio algo al respecto? Seguro que no; pero ya se sabe: vale menos un guatemalteco que una palmera gringa.

Cierro con la cita de Rudyard Kapuscinski, sólo para que se nos grabe como en piedra: Cuando la información se transformó en una mercancía, la verdad dejó de ser relevante.

Entre el dolor y el espanto

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Desde hace unos días he venido observando el paso del huracán Irma prestando especial atención al manejo de la información sobre el tema. Como este manejo informativo me parece lamentable, decido esquivar el tema para no mostrarme demasiado irritado; pero hoy me levanto con la noticia de que un fuerte terremoto sacudió el sur de México y, mientras se espera una fuerte réplica y un posible tsunami producto de este movimiento sísmico, recuerdo que también un huracán (Katia) amenaza la costa sureste del país. Decido, claro está, buscar algo de información, pero me encuentro con que esto es imposible de hallar. Mi sorpresa deja paso al enojo, esa condición tan mal vista hoy en día (y sobre la que hablaré en unos días).

Busco en la desgraciada TV y encuentro que los programas matinales hablan de esta tragedia durante cuarenta segundos y luego saltan a temas más importantes como Ricky Martin o sobre la paternidad del hijo de tal modelo o actriz. No crean que exagero: tomo nota precisa de todo lo que veo para no ser falaz en estas apreciaciones. Enseguida los integrantes de estos programas (porque no es uno solo, son varios canales los que hacen lo mismo) se dedican a jugar y… a bailar. Bajo la premisa de que “hay que ser positivos” ellos bailan mientras cientos de miles de sus compatriotas sufren por un terrible terremoto o un huracán.

Busco, entonces, información en la red. La misma basura, salvo que aquí el problema es el exceso de material (hablamos sobre eso hace unos días). Al lado de un video de un canal de televisión encuentro uno que habla del castigo divino por el cual estos fenómenos están ocurriendo y las consecuentes discusiones en el mismo tono. Como ya no hay respecto por la autoridad intelectual, hoy da lo mismo un conductor de televisión profesional, un conductor que no sabe hablar, un científico o un idiota con una cámara. Es así que se hace difícil poder separar la paja del trigo y uno accede a diez videos estúpidos antes de dar con uno que puede tener algo de información válida.

Claro, es más divertido oír a un estúpido hablando de la ira de Dios o de los extraterrestres que a un científico que explica con precisión lo que sucede; y aquí llegamos, entonces, a la palabra mágica sobre la que gira todo este asunto: diversión. Voy a permitirme ser más preciso; la palabra mágica sobre la que gira todo este asunto es:

diversión

¡Cuidado! No vaya a ser cosa que de repente asome un poquito de espíritu por allí… ¡Alerta! ¿Por qué esa cara larga, por qué la preocupación? ¡Vamos que la vida es bella! Ése es el gran mal que nos rodea: el exceso de diversión. Es por eso que vivimos en un estado de miseria moral del que nunca saldremos mientras estemos bajo el dominio de estos medios; es por eso ante el dolor de sus compatriotas, en la televisión bailan; es por eso que dicen y repiten tonterías como «No hay que dejar de sonreír» mientras otros mueren o buscan a sus seres queridos entre los escombros; es por eso estamos como estamos.

De merecimientos y dignidades

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«No te bajan la tapa del inodoro y te van a bajar la luna» Dijo una mujer hace un tiempo en una red social, haciendo gala de ironía mal empleada. «¿Y no será que no te mereces ni una cosa ni la otra?» Le respondí yo, lo cual la hizo enojar muchísimo. En las redes sociales suele suceder que, cuando una persona se enoja, te hecha de su casa para siempre, así que ni siquiera tuve la oportunidad de explicarme. Como decidí dejar Facebook por un tiempo indeterminado, dejaré mis reflexiones por aquí.

Para empezar, me resulta bastante molesta esa costumbre actual que tienen muchas personas, la cual consiste en creer que la vida, el mundo y la sociedad les debe mucho, muchísimo. Esas personas —como la mujer del comentario primero—, creen que por el mero hecho de existir ellos merecen lo mejor de lo mejor y que todos los demás estamos aquí para satisfacer sus necesidades. Sobre todo, claro, en materia de amor o relaciones personales. Olvidan que las relaciones implican un «ida y vuelta» que se realimenta y que necesariamente debe incluir a las dos partes. Estas personas, por el contrario, creen que ellos están aquí para recibir y nunca para dar; por eso se permiten esas malas ironías sobre la necedad de los otros.

A lo que apunto es que si alguien quiere que le bajen la luna debería, en principio hacerse digno de tal cosa. ¿Qué es eso de andar pidiendo lo que ni siquiera merecemos? Todos queremos salir con la reina o el rey de la fiesta, nunca con el lacayo; pero para eso hay que estar a la altura de las circunstancias. De nada sirve gritar “¡Injusticia!” o “¡Me discriminan”! cuando no nos eligen para bailar o para jugar el partido del domingo. El que quiera celeste, que le cueste.

Volvernos dignos, si vamos al caso, no es demasiado complicado; sólo requiere algo de trabajo de nuestra parte: aprender algunos versos o, mejor aún, aprender a escribir algunos versos; caminar derecho; saber hablar y sobre qué hablar; ser amable, atento, educado; aprender algunos acordes; aprender la diferencia entre ser gracioso o ser un tonto y saber que un romántico no es un señor que usa una camisa con jabot y que canta boleros, sino una cosa más íntima y profunda.

Por cierto, no hay obligación alguna en trabajar en uno mismo; quien no quiera hacerlo, que no lo haga; pero que después no se queje cuando no le bajen la luna, ni la tapa del inodoro. No hay que olvidar que los demás están aquí para completarnos, no para satisfacer nuestras necesidades infantiles.

Certificado de autenticidad

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El 29 de mayo subí una entrada sobre lo que significa cierta parte de internet y, sobre todo, de las redes sociales. Acabo de leer un texto del filósofo José Pablo Feinmann que sintetiza la misma idea:

«El insulto se ha desbocado en la red. Y el motivo fundante es la impunidad que otorga el anonimato. Se trata de un espectáculo altamente desagradable. Se funda en la condición anónima del que insulta. Este anonimato, el no dar la cara, el no tener que responder ante nadie, es lo que dinamita ese “vale todo” al que uno asiste en esos paramos de la ética y del pensamiento. Es fácil ser valiente si nadie sabe quién soy. Ese pequeño “hombre del subsuelo” arroja sus excrecencias sobre todos, acaso con más furia sobre personas a las que envidia, que despiertan su resentimiento. Detrás de todo texto agraviante y anónimo que vemos en la red se esconde un cobarde. Todo tipo que no firma un agravio ha apuñalado a otro por la espalda. Un anónimo vive en las sombras. Letrinet le permite vaciar, expulsar de sí la enfermedad que amarga sus días. El odio. Desde su hondo abismo se siente el dueño del mundo: puede arrojar sobre quien lo desee todo su hediondo arsenal. Nada pasará. Arrojó la piedra, el sistema consagrado del anonimato de Letrinet protegerá su mano de la vista de todos. Qué enorme placer. Qué infinita posibilidad para canalizar su odio, su resentimiento, su mediocridad».

El juego de palabras que une letrina e internet para formar Letrinet me parece por demás acertado; el párrafo entero me parece, sencillamente, brillante.

Cuando tú me miras

René Magritte - Attempting the Impossible

René Magritte – Attempting the Impossible

Creo que muchos conocen lo poco que me gusta la filosofía Facebook; y no me refiero sólo a esa red social, sino que hago extensiva esa denominación a toda aquella forma de pensamiento que prefiere las frases predigeridas o basadas en citas sacadas de contexto y que lo mismo sirven para un roto que para un descosido. Ese tipo de «filosofía» es la que pretende reforzar el «yo» a toda costa, sin saber ni entender que el yo existe gracias al otro; y que nada somos una parte de la ecuación sin la otra. De allí que el poema que dejo a continuación (tengo entendido que pertenece a alguien que usa el seudónimo de Marwan) sea una pequeña dosis de sentido común ante la tontería del «yo soy lo más importante», del «yo soy un todo y no necesito a nadie» o necedades por el estilo.

Poema de autoayuda

Todos los gurús espirituales
los maestros en educación emocional
los psicólogos que hablan de no anclarse a nadie
los místicos que promulgan el camino de la autosanación
aquellos que miran por tu crecimiento personal
los expertos en autoestima
los que recomiendan ser fuerte
y depender sólo de uno mismo.

Tienen razón
pero yo soy más feliz cuando tú me miras.

Así de simple. Todos tienen razón pero… hasta el más bravo de los mortales necesita de alguien a quien amar y de alguien por quien ser amado; porque, como dice la canción, por las noches la soledad desespera; y no hay nada como una piel para hacer más cálida la penumbra.

El refugio de los cobardes

Todos conocemos a los famosos memes; esas fotografías graciosas que circulan por la red y que sirven para bromear como para criticar. El término meme fue creado por el biólogo Richard Dawkins para referirse a esa tendencia humana de copiar al otro (el término original de Dawkins fue memes del pensamiento; los cuales serían los equivalentes a los genes; mientras éstos pasan información de un individuo a otro, los primeros hacen lo mismo con las ideas). Mejor lo ilustrará un ejemplo:

memes (1)
El tonto de la fotografía no sabe que la gorra puesta hacia atrás fue una necesidad de los jugadores de béisbol, los cuales comenzaron a darla vuelta cuando entraban a terreno de juego para batear y poder tener una mejor visión. De allí lo tomó la cultura del hip-hop y de allí se extendió por todos lados. El meme del pensamiento hace que la gente pierda de vista hasta el sentido mismo de las cosas, como este muchacho que parece no saber para qué sirve la visera de su propia gorra.

memes (2)

Bien; los memes, luego han pasado a ser tan útiles en su función graciosa que andan por todos lados haciendo lo que saben hacer mejor: burlarse de todo. Es por eso que muchos políticos pensaron que lo mejor sería, lisa y llanamente, prohibirlos (los políticos parecen no cansarse de su estupidez, por lo visto). Así, en 2014 el legislador chileno Jorge Sabag propuso una ley que imponía cárcel y sanciones para quienes insultaran a las autoridades a través de las redes sociales. Su principal objetivo era acabar con los memes usados para agraviar a la autoridad; el Partido Popular de España (PP) propuso algo similar en el 2016; en indonesia, la ley de Información y Transacciones Electrónicas castiga cualquier comunicación electrónica que incite al miedo o a la vergüenza por delito de difamación; y por último, en México; la diputada suplente del Partido Verde, Selma Gómez Cabrera presentó la propuesta de Ley de Responsabilidad Civil para la Prohibición del Derecho a la Vida Privada, el Honor y la Propia Imagen del Estado (ay, señor, cómo le gustan las mayúsculas a esta gente). Gómez quería regular los memes para “proteger a la familia y a la sociedad”.

memes (4)Bien; más allá de los rimbombantes títulos y objetivos de estos fallidos intentos de censura, hay que reconocer que esta gente algo de razón tiene. Hoy, cualquier tonto con acceso a internet puede difamar a quien quiera y como quiera. Además, ni siquiera dejan rastro para poder ubicarlos y castigarlos como corresponde; ya que abren una cuenta falsa en un ciber y listo, a desperdigar mentiras y falsedades a los cuatro vientos. Después, tal como bien lo sentenciara José Saramago, “La voz pública que, como sabemos, es capaz de jurar lo que no vio y afirmar lo que no sabe” se ocupará de esparcir esas calumnias con absoluta presteza, sabiendo que ninguna consecuencia caerá sobre sus cabezas.
¿Qué hacer entonces? No tengo respuesta a esta pregunta. Lo único que sé que es los llamados troll son una especie que aúna malicia con cobardía y que prohibir no siempre es el camino más seguro ni el más adecuado; pero tampoco puede dejarse sin castigo a quienes se escudan en el anonimato para dar rienda suelta a su odio o a su estupidez.

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