El cansancio de lo superfluo

 

Alejandro Magno

 

«Es concebible que Alejandro Magno —por todos los éxitos militares de su juventud, por toda la excelencia del ejército que entrenó, por todo el deseo que sintió de cambiar el mundo—, se hubiera detenido en el Helesponto y nunca lo cruzara; pero no por miedo, no por indecisión, no por debilidad de voluntad, sino por sentir las piernas demasiado pesadas».

Franz Kafka

Lo bello de leer a Kafka en fragmentos como el anterior es que nos dice todo con tan pocas palabras que uno siente, primero, que no aprenderá a escribir nunca. Segundo, luego de limpiarse un poco esa desazón primera, ya se adentra en el texto en sí y se deja guiar por las palabras perfectamente acotadas de Kafka y reconoce o, mejor aún, siente, que probablemente tenía toda la razón. Uno siente la futilidad de la obra de Alejandro, el sinsentido de la búsqueda del poder absoluto, lo trivial de querer ser el emperador más grande de la historia. Uno siente, también, que Kafka aquí se hermana con Diógenes y que esas piernas pesadas son el equivalente al «Hazte a un lado, que estás tapándome el sol».

Por cierto, si alguno quiere argumentar que Alejandro quedó en la historia precisamente gracias a su obra; me apresuro a decir que Diógenes también quedó en la historia (y mucho más que Alejandro, si vamos al caso. Hay que ver cuánto se lo cita a cada uno, por ejemplo) y lo hizo sin la necesidad de matar a nadie ni de arrasar territorios a diestra y siniestra. Tan sólo necesitó un par de frases y, sobre todo, mucha coherencia. A cada cual, sus armas.

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Phyllis y Aristóteles; o la tentación bien entendida

Aristóteles y Phyllis (1)

Aristóteles y Phyllis – Lucas Cranach, El viejo.

Dando vueltas por ahí, encontré esta imagen que me llamó la atención: una pintura de una joven montando a Aristóteles como si éste fuera un pony. Luego encontré una gran variedad de ellas y lo sorprendente es que hayamos olvidado por  completo esta imagen, la cual fue una vez uno de los motivos artísticos más comunes del renacimiento, sobre todo del norte europeo, figurando en decenas de pinturas, esculturas, relieves y grabados.

La mujer en la imagen no es otra que Phyllis, la esposa de Alejandro Magno, que era discípulo de Aristóteles. Según un manuscrito del siglo XIII, la historia es la siguiente (pueden encontrar el fragmento en latín aquí, además de un análisis de la historia, aunque en inglés):

“Cierta vez, Aristóteles le dijo a Alejandro que debía evitar acercarse frecuentemente a su esposa, la cual era muy hermosa, para que esto no impidiera a su espíritu buscar el bien general. Alejandro accedió a la enseñanza y consejo del filósofo. La reina percibió esto y se molestó, y comenzó a buscar Aristóteles para que éste la amara. Buscaba el modo de cruzarse con él a solas, descalza y  despeinada, para así atraerlo. Finalmente, Aristóteles cedió a los encantos de la reina y comenzó a solicitarla carnalmente. Phyllis le dijo: «Ciertamente esto no lo haré, a menos que vea una señal de amor de tu parte, una prueba de él. Ven a mi aposento, entonces, gateando de pies y manos para llevarme como si fueras un caballo. Entonces sabré que no me estás engañando”.

El sabio accedió a esa petición; entonces ella le contó el asunto a Alejandro, quien acechando en espera lo aprehendió llevando a la reina en su espalda. Cuando Alejandro estaba por matar a Aristóteles éste, para excusarse, dijo: «Si así me pasó a mí, un anciano sabio, que fui engañado por una mujer, puedes ver que te enseñé bien, que más te podría pasar a ti, un joven». Al oír eso, el rey le perdonó la vida y prosiguió sus estudios con el filósofo”.

Aristóteles y Phyllis (11)

Este es un ejemplo, una especie de parábola medieval diseñada para advertir al lector de una mala práctica, en este caso, permitiendo que la pasión supere la razón. Hay algo agradable en esta lección enseñada a Aristóteles, quien una vez declaró que la capacidad de la razón práctica no estaba desarrollada en los niños, ausentes en los esclavos y «sin autoridad» en las mujeres. Tal vez hubiese sido interesante seguir por este camino y hacer notar que todos, más allá de nuestro género o de nuestra edad, somos falibles y capaces de caer en la tentación, esa eterna incomprendida.

Una hermosa serie de imágenes de Phyllis y Aristóteles (cambio el orden al final porque aquí la que vale es ella a pesar de que quien tiene más fama es él). Para verlas en mayor tamaño, hacer clic sobre una de ellas.

De piratas y emperadores.

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Cuenta san Agustín, en el libro cuarto de La ciudad de Dios, lo que con ingenio y verdad le respondió al célebre Alejandro Magno un pirata caído prisionero. El rey en persona le había preguntado: «¿Qué te parece tener el mar sometido al pillaje?». A lo que el pirata respondió: «Lo mismo que a ti el tener el mundo entero. Sólo que a mí, como trabajo con una ruin galera, me llaman bandido, mientras que a ti, que lo haces con toda una flota, te llaman emperador.»

La parábola ha servido y servirá para ilustrar el funcionamiento del poder; de allí que será, posiblemente, imperecedera. Donde haya poder habrá desigualdad e injusticia y cuanto mayor sea el grado de aquél, mayores serán éstas. Pensé en decir algo así como “Podemos cambiar a los personajes del texto de San Agustín y podríamos poner cualquier otro ejemplo: Cualquier país de Latinoamérica o Medio Oriente y Estados Unidos, por ejemplo”. Pero no es justo con la parábola ni con el autor; ya que San Agustín no justifica al pirata, sino que utiliza a un ladrón menor para destacar a uno mayor. Los ejemplos que me salen, ahora, son demasiado obvios; así que no los dejaré aquí. La idea, de todos modos, sigue siendo absolutamente válida y actual. Como bien dijo hace ya más de cien años Lord Acton: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.