Áporo, Michoacán

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Otra semana de talleres en la Caravana Cultural, otra semana recorriendo el maravilloso interior de México y sus localidades pequeñas, sencillas, humildes, abiertas, tranquilas. En Áporo, por cuestiones logísticas, dictamos los talleres para niños en lugar de hacerlo para adultos de la tercera edad y fue algo maravilloso poder trabajar con niñas, niñas que sólo querían cantar y tocar música. Cada día estaban en la biblioteca pública antes que nosotros y saltaban de alegría al vernos llegar. Como añadido a las clases de música tuve que enseñarles imágenes de mi ciudad, Mar del Plata, y también del recorrido que realicé al tiempo que respondía las preguntas que se amontonaban en las bocas de todas ellas. Tengo todavía prendidos los abracitos que me dieron al despedirse y su pedido de que volviéramos, así les enseñábamos más canciones para cantar a coro.

Áporo viene después, pero sólo porque es tan tranquilo, limpio y lo mantienen tan prolijo y cuidado que parece más bien un pequeño decorado. El reloj de la iglesia toca, a las seis de la madrugada, las mañanitas; al mediodía, el Ave María; y a las seis el Gloria. Alrededor de la plaza se encuentran los inevitables puestos de comidas y de verduras, pero aquí son pocos y no hay pregones ni restos tirados en las calles.

Nos alojamos en un rancho en las afueras del pueblo. El Rancho Arcoiris está ubicado en la ladera de una montaña boscosa y tiene, además de una tranquilidad infinita, unas enormes piscinas donde se crían truchas y sembrados de maíz desde la parte de detrás de las cabañas hasta la ruta. En este sitio llueve todos los días por la tarde de manera inevitable y precisa. Algunos días llueve mucho y otros llueve más. De todos modos, con paciencia pude, una tarde y entre dos lluvias, salir a caminar por los bosques circundantes. A lo largo de una hora de caminata sólo me crucé con dos automóviles y nada más. Ni un animal, ni una persona, nada. Sólo un viento ligero y la lluvia que se acercaba. Volví a tiempo a la cabaña para la segunda sesión de agua y truenos. Al caer la noche encendí el fuego de la chimenea y cenamos conversando, como suele hacerse cuando no hay TV ni internet ni señal de teléfono. De Áporo me llevo el verde omnipresente, el sonido de la lluvia casi constante y las voces de las niñas cantando. ¿Qué más?

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