Polaroids VII

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XX.

Desperté después de dos días en coma. Excepto mi brazo y mi pierna izquierdos, todo lo demás estaba envuelto en yeso. Estuve así algunos meses, entonces aproveché y modifiqué unos cuentos que ya tenía escritos y los convertí e guiones de historietas. De los cuatro trabajos que envié tres fueron seleccionados y uno de ellos ganó el primer lugar. Era la primera vez que ganaba un premio (y uno importante, además). De todos modos, por una u otra razón, mis quince minutos de fama duraron, en realidad, dos minutos y medio.

XXI.

Detenía el autobús y de inmediato comenzaba a plegar el cochecito del bebé. Ya estaba bastante práctico y subir al autobús con el niño en brazos, el cochecito plegado y mi instrumento musical en el otro era algo que hacía bastante bien. Cuarenta minutos después hacía el trabajo en sentido inverso. En alguna rara ocasión obtenía ayuda de algún buen samaritano; pero eso no era habitual. La madre del cantante me cuidaba al niño mientras ensayábamos. Más allá de toda la pompa y el glamour que se ve en un video o en una revista, no es nada fácil ser el bajista de una banda de heavy metal.

XXII.

Observo una rosa y veo que es abstracción pura ¿quién determina que un triángulo o un círculo es una figura abstracta y que una flor no lo es? Sigo observándola y veo que todo es abstracto hasta que el hombre decide que ya no lo es. El orden de las cosas no es más que un sistema de clasificación.

XXIII.

Tirado en el pasto miro el cielo celeste, despojado de nubes. La noche anterior, desde ese mismo sitio, había dibujado con el dedo algunas de las líneas que unían a las constelaciones. Vuelvo al cielo celeste y me recuerdo que las estrellas siempre están ahí, sólo es que la luz del sol es demasiado fuerte como para que ellas puedan verse. Pero están allí, sobre mí, ahora.

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Vivaldi, el Heavy Metal y las voces femeninas.

Para  Dessjuest

por compartir ruidos varios

Quien esto escribe ha tenido la oportunidad de dedicarse a la música durante algunos (breves) años. Durante mis 20´s formé parte de una banda de heavy metal (con mi eterno compañero: el bajo) y un poco antes, a lo largo de mi paso por la Armada, durante cinco años ejecuté la flauta traversa en la banda de música de dicha fuerza. Eso, sumado a una familia heterogénea en cuanto a gustos musicales, me permitieron tener una mente amplia en cuanto a gustos musicales se trata. Ahora, de dónde proviene mi gusto particular por las voces femeninas, es todo un misterio en el que no he profundizado demasiado porque, sencillamente, no todo tiene una razón de ser o porque no necesariamente debemos saber cada mínimo aspecto de nuestros gustos y deseos.

De lo que sí puedo dar fe es de que no puedo cantar ni la más simple de las melodías. Soy un negado total para el canto y ésta es una de mis asignaturas pendientes: daría todo lo que tengo por poder cantar. Pero no es mi caso, así que hoy solo me conformo con enchufar el bajo (mi flauta traversa desapareció junto a otras muchas cosas de la aduana de Buenos Aires cuando regresé de EE.UU. y nunca pude comprar otra), me coloco los auriculares para no molestar a nadie, y despunto el viejo vicio de la música porque sí. A veces tratando de «sacar» algo (en este momento estoy tratando con la Suite Nº 1 para Cello de Bach, la cual no es nada fácil, aunque hay tipos que lo hacen maravillosamente bien); pero lo que más me gusta es improvisar. Es algo terapeútico: que la música me lleve donde ella quiera (la música es una de mis amantes preferidas).

Lo que se está yendo para cualquier lado es el tema del presente post. ¿Qué tiene que ver todo lo anterior con el título? Pues todo y nada, así que vamos puliendo y al grano: a lo que quería referirme es que, de tanto saltar de un estilo a otro, uno se va acostumbrando a escuchar de todo un poco y, claro, se va quedando con lo mejor de esto y de aquello (está bien, como toda subjetividad uno siempre cree que lo que escucha o lo que lee siempre es lo mejor. Consideren, entonces, este post como lo mejor que en materia de música -parcial, por cierto- puedo ofrecerles).  Por lo pronto, uno también va estudiando para perfeccionarse, y va encontrando cosas que le llaman la atención. Como lo que les dejo en el siguiente video (es el único que voy a subir para no llenar la página con ellos; el otro se los dejo en el enlace, quien sienta curiosidad al respecto puede visitarlo; lo único que espero es no aburrirlos demasiado): En él se reúnen los tres temas del título: Vivaldi, el heavy metal y la voz femenina. Y es que la verdad que, cuando uno escucha a un viejo decir «ya está todo inventado» hay veces que a uno le dan ganas de darle la razón, aunque la frase sea una pavada. Es que en el Armatae face et anguibus ya encontramos lo que trescientos años después se llamaría heavy metal; y más si la voz es la de Cecilia Bartoli.