Desde niño me he sentido atraído por una clase diferente de belleza. Soy de la época en que Disney nos presentaba sus luego clásicas Blancanieves y La bella durmiente. Recuerdo mis fascinación por las malas de la película, nunca por las heroínas. También recuerdo mi desazón cuando el «bien» vencía al «mal» (coloco estos términos entre comillas porque algún día escribiré al respecto: en Disney los términos «bien» y «mal» son bastante ambiguos, cuando no equívocos). Tuve que esperar mucho tiempo antes de que en las películas comenzaran a ganar –a veces– los malos (las primeras que recuerdo son El juego de Hollywood, de Robert Altman y una con Liam Nesson; quizá sea Suspect, aunque no estoy muy seguro. De todos modos, ése es otro tema).
A lo que apunto es a esto: en el primer caso tenemos a Maleficent y la Bella durmiente. ¿Quién podía sentirse atraído por esa rubia con cara de ama de casa aburrida? Luego tenemos a La Reina (sin nombre propio) y a Blancanieves. Éste caso, aún en mi infancia, fue y sigue siendo, peor. Blancanieves, con esa cara de pastel mal decorado siempre me resultó patética.
Todo esto viene a cuento porque, hace unos días, fui al cine. La película en vi fue Total Recall, es decir, una de esas cintas aptas para pasar un buen rato de entretenimiento y poco más. La cuestión es que allí trabaja la bellísima Kate Beckinsale, pero por primera vez (creo) le toca el papel de la villana de la película. Y eso fue lo que me llevó a recordar mi infancia y mi comercio con la «belleza maligna». Kate endurece sus rasgos perfectos y hace lo suyo: pega y dispara y persigue y vuelve a disparar y a pegar y a perseguir. nada nuevo para una película de acción, pero nunca la maldad fue tan atractiva.
Pido disculpas por mi ignorancia, pero desconozco cómo se colocan dos galerías separadas en este bendito WordPress (estuve buscando información al respecto, pero no pude lograr nada). Hagan de cuenta que las cuatro fotos inferiores van en este lugar.
Sigo y termino. Todo esto no ha hecho más que abrir una serie de interrogantes en mí a los que, por suerte, aún no he terminado de responder. Y quizá nunca lo haga, eso es lo bueno, ¡Viva la filosofía! Interrogantes como: ¿Qué me lleva a sentirme atraído por esas máscaras de maldad? Siendo de carácter más bien pacífico, ¿Qué me lleva a desear –en la ficción, siempre– el triunfo del mal?
Cuando logre responder a algunas de estas preguntas es casi seguro que tendré tema para un nuevo post.