Narciso Reloaded

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Sátira del suicidio romántico – Leonardo Alenza

En su Sátira del suicidio romántico, Leonardo Alenza pinta con perfecta ironía lo que en otros tiempos se consideraba como algo digno, como el epítome del amor como cosa en sí, como objeto último y como valor absoluto. Sin duda, todos estamos de acuerdo en que esa costumbre es poco menos que ridícula; pero déjenme decirles que en lo personal considero a su contraparte como no menos ridícula y digna de ser pintada, también, con el pincel de la ironía o de la burla. Me refiero a que suicidarse por un amor es tan tonto como no suicidarse por ninguno. Perder la vida por una causa perdida es tan ridículo como no perderla por nada. Incluso creo que la versión moderna es peor; es más cínica y vacía; es más perniciosa, incluso. Cuando veo a la gente (y muchas veces a los jóvenes) hablar en contra del amor o incluso burlándose de él me parece que están cayendo en un pozo del que es más difícil salir porque sin que ellos lo sepan también es una forma de amor, pero más dañino: el amor a sí mismos y nada más; es decir, el viejo y conocido narcisismo. No querer morir por nadie ni por nada es lo mismo que decir que nadie vale tanto como yo. Entonces, si cambiamos un amor por otro; si cambiamos una no muerte por una vida que se parece a la muerte, no veo dónde está el negocio ni, tampoco, el valor que realmente debemos darle a la vida.

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Posiciones encontradas

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Bioy Casares, en el estudio preliminar al volumen Ensayistas ingleses dice, en referencia a Joseph Addison: «Addison fue un hombre ordenado en su vida y en sus escritos, extraordinariamente civilizado y urbano. Su carácter era pacífico, amable y bondadoso. «Sin embargo», relata Swift, «cuando hallaba a alguien invenciblemente equivocado, adulaba sus opiniones y lo hundía aún más en el error».

Por otra parte, en uno de los relatos de Antología Zen recopilados por Thomas Cleary encuentro este retrato de Yûshôshi: «Una de las particularidades de Yûshôshi era la de decir exactamente lo que pensaba en las discusiones con los demás médicos, ya fueran amigos o desconocidos. Si veía que estaban equivocados, les explicaba por qué él pensaba como pensaba, dirigiéndose a ellos sin ninguna vacilación. Si oía que alguien decía algo erróneo. discutía abiertamente. Él mismo afirmaba que lo hacía para ayudar a los demás. En todo caso, y como consecuencia, algunos doctores lo consideraban loco y otros lo consideraban demasiado directo».

Sin duda, en un primer momento uno está de acuerdo más con Yûshôshi que con Addison, aunque cuando uno se detiene un poco y observa las cosas con más tranquilidad debe reconocer que la actitud de Addison no carece de cierto cínico encanto. Otro punto es el de la posibilidad real de la actitud de Yûshôshi; ¿Cuántas personas aceptarían convivir con una persona así? Y si fuera cada uno de ustedes el que actuara de ese modo, ¿Cuánto tiempo tardaría en quedarse solo?
Yo, por mi parte, estoy seguro de que una de las primeras personas que huiría de mi presencia sería cierta mujer de cuyo nombre no quiero acordarme, y que lo haría porque ella es una de esas personas «Que dicen las cosas de frente, ¿viste? Yo soy muy frontal». Generalmente esas personas son las que menos aceptan una crítica y -mucho menos- si esa crítica tiene, precisamente, algo de frontal.