Una doceava parte de este 2013 ya ha quedado atrás y junto a la suma de sus días, también han quedado atrás algunos libros. Algunos de ellos de forma definitiva, otros, por fortuna, llegaron para quedarse.

Diario de Golondrina, Amélie Nothomb. Hace ya varios años, y ante mi rechazo a leer a Colette, una amiga me preguntó qué había leído de ella. «La gata», fue mi respuesta, a lo que ella acotó «¡Pero es que empezaste por lo peor!». No sé si mi amiga tenía razón o no; la cuestión es que nunca pude darle una segunda oportunidad a Colette. ¿Me habrá ocurrido lo mismo con Amélie Nothomb? Ésta autora viene haciendo ruido desde hace un tiempo y la primera novela que leo de ella me ha dejado más bien frío. Está bien escrita, sin duda; pero con eso solo no alcanza. La historia es sencilla (un muchacho joven que, luego de ser abandonado por su novia se convierte en asesino a sueldo y que no puede sacarse de la cabeza la música de Radiohead) y está narrada en forma directa, demasiado directa. Nada de metáforas ni descripciones (salvo,obviamente, las que corresponden a los asesinatos). Los diálogos son entretenidos pero obvios (un asesino a sueldo que habla cínicamente, vaya novedad). Hay un par de asuntos que quedan sin explicar, lo cual no es trascendente pero le darían algo más de solidez al texto. Y nada más. Por suerte es una novela breve, y ése sí es un punto a favor.
Larga Distancia, Martín Caparrós. También primera vez con un Caparrós y, en este caso, el resultado fue bastante bueno. Éste autor está bastante bien considerado en el ambiente literario argentino, pero nunca había leído nada de él porque el personaje Caparrós no me caía del todo bien y, aunque objetivamente sabía que una cosa nada tenía que ver con la otra, hay que sincerarse: no pocas veces nos dejamos llevar por las impresiones que tal o cual persona ha creado en nosotros y consideramos a su obra bajo esta luz parcial. Pero (como se sabe, siempre hay un pero, y esta vez corre a favor del autor del libro) elegí como primer acercamiento un libro de crónicas, temática que siempre fue de mi agrado y que esta vez, por fortuna, me hizo sentir que llevarle el apunte a mis presentimientos no estuvo nada mal. Los textos que componen este volumen fueron publicados a lo largo de la década del 90 en varios medios, pero la ventaja de las crónicas es que si envejecen, en general lo hacen bien. Las de Caparrós han soportado el paso de los años con dignidad. Hay algún que otro toque de esos que me hacen ver al personaje Caparrós por ahí, medio escondido entre algunas frases. Me refiero a cierta afectación, a cierta obligación de mostrarse como un literato consumado y como un tipo mundano, que sabe de qué habla cada vez que abre la boca. Pero cuando se contiene y se larga a narrar los hechos que ha vivido y los sitios que ha visitado nos son mostrados con el mejor lente de la objetividad, el resultado es muy bueno; la prosa es ágil, precisa, atractiva. Dato (casi) al margen: antes de terminar de leer larga distancia ya había comprado El interior, otro de los libros de crónicas de M. Caparrós; lo que demuestra que sí, que me gustó. Pero Caparrós me sigue cayendo gordo.

Cuentos únicos, Javier Marías. Javier Marías es uno de mis escritores preferidos, uno de esos exquisitos del lenguaje, uno de esos autores que no son fáciles pero que si se les da una oportunidad sabemos que va a regalarnos horas inagotables de placer (caramba, parece que estuviera hablando de Naomi Russell). Cuentos únicos es una recopilación de relatos de fantasmas, como bien adjetiva Marías en el prólogo. Los relatos, según Marías, llevan el mote de únicos porque son textos con que los autores consiguieron, por así decirlo «dar en el blanco»; es decir, relatos que sus autores —por una razón u otra— nunca pudieron igualar. Como toda recopilación, ésta no escapa a la regla general de la inconsistencia. Hay relatos buenos y otros decididamente malos. Hay que sumar a esto que estos cuentos fueron escritos a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, lo cual implica, para el lector actual, una carencia de efectos, de variedad, de color estilístico. Tuve la sensación de haber vuelto a mi adolescencia, cuando leía cuentos de Poe o de Lovecraft (estos dos nombres, por supuesto, quedan demasiado grandes para este volumen; más allá de que ya los inhibía el hecho de no ser autores de un único relato). Quizá éste volumen sea adecuado, precisamente, para adolescentes que recién están haciendo sus primeras incursiones literarias; para un lector algo avezado es un texto menor.
Pasiones pasadas, Javier Marías. Esto sí, ya es otra cosa: hemos vuelto al mejor Marías; ése que nos encanta con la palabra y que nos hace seguir leyendo aun cuando el tema tratado no nos provoque el menor interés. Pasiones pasadas es la primera recopilación de artículos del autor español y, creo, una de las mejores. El libro fue publicado en 1991 y esto tiene algún peso propio: sin duda, Marías ya sabía cómo se debía escribir y cómo se debía llevar un texto adelante; pero aquí no hay excesos, no hay barroquismo, no hay subordinadas, no hay nada que demore la lectura; lo que hay es un buen escritor escribiendo bien sobre temas diversos (lo mismo da que sea el sentido de la década del 80, que se trate de semblanzas de escritores o que se dedique a darle consejos a los jóvenes críticos); Javier Marías nos regala un compendio de páginas bien escritas y de argumentaciones impecables. Todo un manual para el futuro (o presente) escritor.

Pensar bien, sentirse bien, Walter Riso. Entre las muchas cosas a las que no soy afecto, voy a nombrar a dos que tienen relación con el tema que estoy tratando: una es los libros de autoayuda; la segunda es que me presten libros sin que yo solicite dicho préstamo. Eso es lo que me ocurrió con Pensar bien… llegó a mis manos y lo hizo de esa manera en que uno no puede decir que no. Claro, hay gente que lo ve a uno leyendo una novela, después un libro de historia, luego algo de filosofía, alguna vez un volumen de poesía, luego —con alguna otra novela en el medio— un volumen de arte y ¡zas! Aparece el pensamiento mágico: «Éste tipo lee cualquier cosa. Seguramente para matar las horas o algo así…» Pues no señora, pues no señor, eso que parece caos no lo es en absoluto. De alguna manera podríamos llamarlo método. Algo extraño, es cierto, pero método al fin. ¿Y qué puedo decir del libro? No mucho realmente: se lee en un par de horas porque está escrito para aquellos que no suelen tener como hábito la lectura, así que lo más complicado con que nos vamos a encontrar es con una oración con un par de comas, nada más. En cuanto a substancia se puede decir que algunas ideas, algunos consejos no son malos, es más, son bastante buenos, siempre y cuando éstos se lleven a la práctica; cosa que dudo mucho que alguien haga una vez que ha terminado el libro. Con los habituales ejemplos (los cuales, a decir verdad, suenan bastante apócrifos) el libro me dio la sensación de ser una especie de placebo en forma de páginas ordenadas: te hace sentir bien mientras lo digieres, pero luego vuelves a tu vida de siempre.
Una historia de la lectura, Alberto Manguel. Bien llegamos a la cereza del postre y por ello mismo no voy a hablar mucho de ella/él. Desde hace unos diez años, cada vez que termino un libro, escribo algo sobre él; ya llevo varias carpetas llenas con mis modestos pareceres. A veces se asemejan a alguna especie de crítica, aunque en general sólo se trate de unos simples comentarios. He notado, a lo largo de todo este tiempo, que cuanto más me gusta un libro menos puedo hablar de él. A veces simplemente siento que lo único que puedo decir (decirme) es: «¿Qué puedes decir al respecto? ¡Nada! ¡Vuelve a leerlo!» Y eso es lo que quisiera decir hoy con respecto a este maravilloso libro de Alberto Manguel. Fue el mejor libro que he leído en años, fue el libro que me hizo sonreír a medida que avanzaba página a página, palabra a palabra; y no hablo de una sonrisa de esas que arranca una buena broma o una buena comedia, no; hablo de esa sonrisa que nace del placer más íntimo, de esa sonrisa hija de la complicidad, como esa sonrisa que cruzamos con el ser amado y que tácitamente nos indica que pensamos o sentimos lo mismo. El puro, viejo y querido placer de la lectura. Quien lee para entretenerse se aburrirá con este libro; quien disfruta con la lectura disfrutará de este libro; quien ama la lectura amará a este libro; es así de sencillo. Nada más puedo decir sobre él; sólo lamento no estar a la altura que se necesita para poder escribir algo que se acerque a una crítica (y perdón por la palabra) o algo parecido.

Bien, creo que he escrito uno de esos posts que nadie leerá y, sinceramente, he disfrutado mucho haciéndolo. La verdad es que ya estoy ansioso por saber qué me traerá febrero.
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