El cartero llama dos veces XV

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Alejandra Pizarnik y Julio Cortázar. Dibujo de Matías Roldán.

Hace unos días alguien me pasó el texto de algunas de las cartas que cruzaron Julio Cortázar y Alejandra Pizarnik. Buscando más información encontré mucho material, el cual no pude cortar de ninguna manera. Todo lo que encontré vale la pena y todo estará aquí. Entonces, comencemos:

Sin duda, algunas de las dedicatorias más conmovedoras que se conservan en la biblioteca de Julio Cortázar, son las que encontramos en los libros de la poeta argentina Alejandra Pizarnik. «A mi Julio», se lee en Nombres y figuras. «Muchos besos en la frente. […] de los ojos azules (Te extraño) Tu amiguita dés lettres».

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Alejandra Pizarnik y el matrimonio Cortázar (Julio y Aurora Bernárdez) se conocieron en París y casi desde el primer momento ambos ejercieron sobre ella un papel protector, un tanto paternal o fraternal, casi de hermanos mayores. Las dedicatorias de Pizarnik muestran cómo a lo largo del tiempo su situación personal se va deteriorando, en lo que se convierte en un estremecedor testimonio de la depresión y la locura:

A mis queridos Aurora y Julio, este pequeño Árbol de Diana prisionera —esta promesa de portarme mejor a partir de hoy —25 de febrero de 1963— y esta otra de hacer poemas más puros y hermosos —si me esperan.

Y sobre todo y ante todo, un inmenso y minucioso abrazo (es decir: 2) de Alejandra.

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En Noche compartida escribe: «Besos infinitos a mis amiguitos Julio y Aurora y Aurora y Julio de su Alejandra». Y acompaña la dedicatoria con una pegatina casi infantil.

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Las dedicatorias van cambiando con el paso del tiempo, se vuelven desordenadas y un tanto caóticas.

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Aquí comienza el texto que me pasaron hace unos días; aquí comienzan las cartas más conmovedoras que he leído en mucho tiempoy que me conmueven cada vez que las leo.

Ya en La pájara en el ojo ajeno se aprecia claramente cómo la enfermedad se presenta de un modo demoledor. Toda la página es un caos de notas, postdatas y comentarios desordenados que muestran una Alejandra que se coloca al borde del precipicio.

Su letra, nerviosa, no es fácil de interpretar. Utilizo la transcripción que de la página hizo Blanca Berasategui para El Cultural:

Julio este textículo les parece joda. Solamente vos sabés que el más mínimo chiste se crea en momentos en que la vida est à l’auteur de la morte. Muy tuya Alejandra.

Julio fui tan abajo. Pero no hay fondo
Julio, creo que no tolero más las perras palabras
La locura, la muerte. Nadja no escribe. Don Quijote tampoco.
Julio, odio a Artaud (mentira) porque no quisiera entender tan sospechosamente bien sus posibilidades de la imposibilidad.

PS
Me excedí, supongo. Y he perdido, viejo amigo de tu vieja Alejandra que tiene miedo de todo salvo (ahora, oh Julio) de la locura y de la muerte. (Hace dos meses que estoy en el hospital. Excesos y luego intento de suicidio —que fracasó, hélas)

PS En el hospital aprendo a convivir con los últimos desechos. Mi mejor amiga es una sirvienta de 18 años que mató a su hijo. Empecé a leer Diarios. Te apruebo mucho políticamente. Tu poema de Panorama es grande porque me hizo bien (lo leí en el hospital).

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La notable respuesta de Julio Cortázar fue la siguiente:

París, 9 de septiembre de 1971

Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estés ya de regreso en tu casa.

Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo apunto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra. Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.

—Julio

Cortázar a Pizarnik

Poco más de un año después, el 25 de septiembre de 1972, Alejandra Pizarnik aprovechó un permiso del psiquiátrico donde se encontraba internada y se suicidó con una sobredosis de Seconal Sódico. Julio Cortázar escribiría un breve texto como despedida:

Alejandra
Puesto que hades no existe, seguramente estás allá,
último hotel, último sueño,
pasajera obstinada de la ausencia.
Sin equipajes ni papeles,
Dando por óbolo un cuaderno
O un lápiz de color.
– Acéptalos barquero: nadie pagó más caro
el ingreso a los Grandes Transparentes,
al jardín donde Alicia la esperaba.

—Julio Cortázar

Luego, antes de finalizar ese mismo año, 1972, escribiría un último poema en homenaje a esa amiga a quien no pudo rescatar de sí misma:

AQUI ALEJANDRA

Bicho aquí,
aquí contra esto,
pegada a las palabras
pegada te reclamo.
Ya es la noche, vení…
Ya sé, es difícil, es tan difícil encontrarse
es tanteste vaso es difícil, es tanteste fósforo…
quisieras insultarme sin que duela
decir cómo estás vivo,
cómo se puede estar
cuando no hay nada más
que la niebla de los cigarrillos, como vivís,
de qué manera abrís los ojos cada día
No puede ser, decís, no puede ser.
Bicho, de acuerdo,
vaya si sé pero es así,
Alejandra, acurrucate aquí,
bebé conmigo, mirá…
No te vayas, ausente, no te vayas,
jugaremos, verás, ya verás…
¿Ves bicho? Así. Tan bien y ya…
No pienses más en las ventanas
el detráses masel afuera
Llueve en Rangoon– Llueve en Rangoon–Y qué
Aquí los juegos…
Aquí, bichito. Quieta.
No hay ventanas ni afuera
y no llueve en Rangoon.
Aquí los juegos.

—Julio Cortázar, 1972.

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Pocas veces escribir una entrada (o transcribir en gran parte, para ser exactos)  me ha dejado con una sensación de cansancio tan fuerte, tan profunda. He leído cada texto varias veces y he sentido a cada lectura con la misma intensidad que la primera vez. Pero valió la pena, creo que dejar esto aquí fue para mí, más que necesario, imprescindible (a veces éste sitio no es más que una bitácora personal; un cajón donde guardo esos papeles que no puedo llevar conmigo; si a lo largo de esa marcha alguien comparte estas lecturas, mejor). Debería agradecer a quien me pasó las cartas finales, las cuales me llevaron a encontrar las dedicatorias y los libros; pero no tomé debida nota del nombre y se me traspapeló. En lugar de agradecimientos, entonces, dejo aquí la debida disculpa. ¡Abrazo, seas quien fueres!

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