Feliz año. A Todos.
Y hablando de eso, todos, lo queramos o no, somos seres sociales; todos vivimos inmersos en una serie de usos y costumbres que no siempre compartimos pero que aceptamos en pos de un beneficio general; es por eso que no me gusta mucho esa postura de negarse a los buenos deseos de fin de año o de comienzo del siguiente. Un abrazo, una cena compartida en familia, un deseo de bienestar, un brindis, son cosas que no deben ser subestimadas y, mucho menos, evitadas; así que aunque seamos conscientes de que esto es una costumbre que se repetirá dentro de doce meses de la misma manera, no la dejemos pasar como si fuese mera rutina. Feliz año, entonces, a todos.
Por cierto, muchos saben que me gusta considerar distintos tipos de «años». Ya he dicho aquí que suelo pensar que un año comienza cualquier día y para ello no hace falta más que un hecho puntual que me permita jugar a romper la rutina; además, claro, de que realmente un año es un período que dura lo mismo ya sea que comience el primero de enero, el dos, el tres, el ocho de abril o el quince de octubre. Podemos jugar a que cada día es un nuevo comienzo de año, por ejemplo; y así cada año contendría a trescientos sesenta y cinco años potenciales. Y del mismo modo, entonces, en que nosotros somos seres individuales que vivimos inmersos en una sociedad a la que nos adaptamos, el primero de enero es sólo una marca que, a su vez, no es más que un sistema de posibilidades abiertas a nuestra creatividad, a nuestras decisiones y a nuestra vida toda.
Así que permitámonos caer en lugares comunes, sobre todo cuando estos son bienintencionados. Feliz año, a todos. Feliz año o felices trescientos sesenta y cinco años; como sea, o como ustedes quieran que sea.