Editorial Losada ha editado dos libros con fragmentos (casi a modo de sentencias, me atrevería decir, aunque son más que eso, por fortuna) de Hermann Hesse. Del primero de esos volúmenes rescato esta magnífica cita que emparenta al autor alemán con lo mejor de la corriente humanista propia de su tiempo, pero que se extiende hasta nosotros en la medida en que esa escuela aún sigue siendo válida en la mayor parte de sus postulados. Dice Hesse: «Cada hombre es el centro del mundo, alrededor de cada uno parece girar voluntariamente, y cada hombre y cada día de su vida es el punto final y la culminación de la Historia: tras él, los siglos y los pueblos están hundidos y marchitados, y ante él no hay nada, sólo el momento, todo el gigantesco aparato de la Historia parece estar al servicio del apogeo del presente. El hombre primitivo considera como una amenaza cualquier cosa que perturbe este sentimiento de ser el centro, de estar en la orilla mientras los otros son arrastrados por la corriente, se niega a que le despierten y le enseñen, le parece odioso y hostil el despertar y el verse rozado por la realidad y se aparta con instinto amargado de aquéllos a los que ve acometidos por el estado de alerta, de los visionarios, problemáticos, genios, profetas, posesos».
¿No es esto lo que vemos a nuestro alrededor en todo momento, en los medios, en la red y por doquier (en este sentido la red sirve para que podamos observar de cerca lo que en otros momentos no era más que lejanía inaccesible). Para terminar con la idea, una página después Hesse nos dice, y esta vez sí, a modo de sentencia casi conminatoria: «Quienes no quieren responsabilidad ni pensar por cuenta propia necesitan y exigen caudillos».