En mis más de 25 años de experiencia…

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A raíz de la entrada anterior, sobre el caso del profesor que fue despedido por exigir que sus alumnos estudiaran, encontré un artículo relacionado a ello que me causó mucha gracia. No voy a caer en la falacia de decir que, por estos ejemplos que dejaré a continuación, podemos ver cómo está la educación ni nada por el estilo. Lo mismo podría hacer buscando buenos ejemplos y pretendiendo probar que la educación nunca fue mejor. Ni una cosa ni la otra. Lo que sigue es solo una lista de veinte ejemplos de alumnos que no tienen ni idea de en qué mundo viven (que muchos sean estudiantes universitarios ya es un poco más preocupante; pero, a pesar de ello, ya dije que no voy a ir por allí). Mejor tomar esta lista con un poco de sentido del humor y listo; eso es todo por hoy (aclaración necesaria: los ejemplos están tomados de escuelas y universidades norteamericanas; es necesario saber esto para entender un par de las burradas que se dejan a continuación).

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#1 En el instituto, era ayudante de la biblioteca, y tenía que ir por las clases distribuyendo algunos libros. Al entrar en una, vi al profesor enfadado hablando sobre los plagios, porque uno de sus alumnos le entregó un ensayo que empezaba con «En mis más de 25 años de experiencia en este campo…».

#2 Un alumno escribió un trabajo de historia sobre Leonardo Davin Chi. El muy tonto no pasó el corrector por el trabajo y se refiere a Leonardo de esa forma hasta la última página.

#3 En clase de química, un alumno discutiendo con el profesor: -¡Pero si Mercurio es un planeta! ¿Cómo va a haber dos mercurios?

#4 En el segundo año de instituto, una chica preguntó si España estaba en Estados Unidos, y el chico que se sentaba tras ella le dijo: «¡No necesitamos saber eso! ¡Somos americanos!».

#5 Esto ocurrió en el instituto, en el último curso. El profesor hablaba de las fases de la luna, y una chica levantó la mano y preguntó si otros países también tenían lunas. Se creía que la luna era solo de Estados Unidos.

#6 Yo creía que no había estudiantes tontos, que solo necesitaban la motivación adecuada. Hasta que conocí a RJ. Ese chico era tonto. RJ no creía que el pollo que se comía era lo mismo que el animal. RJ tenía 21 años.

#7 En el instituto, hace muchos años, les enseñaba a mis alumnos escenas de Romeo y Julieta, la película. Uno de ellos estaba alucinando al verlo, y me dijo muy serio: «¿Cómo puede estar en esta película? ¡Si se murió en Titanic!»

#8 En un curso de antropología en la universidad: Profesor: «Hagamos una lista con las diferencias básicas entre los humanos modernos y los animales» Estudiante: «A nosotros nos late el corazón».

#9 Este año tengo un alumno que ha plagiado un trabajo SOBRE EL PLAGIO… Esto incluye copiar y pegar la definición de plagio de la Wikipedia.

#10 Uno de mis compañeros dijo algo en clase que hizo que el profesor se llevara las manos a la cabeza: -Uf, pero si no sé ni lo que es un verbo…

Era un curso de lingüística avanzada para futuros profesores de inglés.

#11 Un alumno preguntó la diferencia entre un psicólogo y un psicópata en una clase de criminología.

#12 Tenía dos estudiantes en clase de estadística que no sabían hacer divisiones con la calculadora. No sabían en qué orden pulsar los botones.

#13 Hablando sobre los piratas somalíes, un alumno no se creía que usaran armas AK47 y barcos con puente flotante. Pensaba que para ser pirata había que hacerlo con la bandera de la calavera y los cañones, como en Piratas del Caribe.

#14 Una vez le preguntamos de broma a una compañera que cuándo fue la 3ª Guerra Mundial, y nos respondió que no se acordaba de la fecha exacta.

#15 Soy profesor de francés, y todos en mi clase tenían un largo texto que traducir como deberes. Un estudiante metió todo el texto en Google Translate, pero lo tradujo al españolen lugar de hacerlo al inglés.

#16 Uno de mis alumnos de Economía empezó su ensayo así: «Todos conocemos el país de África, pero no sabemos tanto sobre él. Sabemos que hace calor, que allí viven los afroamericanos y que son muy pobres. Y esto nos lleva a la cuestión: ¿Por qué África es tan pobre?».

Tras leer tanta estupidez junta tuve que dejar de corregir trabajos durante 24 horas. El que escribió eso era un estudiante universitario.

#17 Un profesor les puso un examen a los niños. Uno de ellos se acercó a él tras terminar y le dijo: «No sabía las respuestas a las preguntas del examen, así que me inventé mis propias preguntas y las respondí».

#18 En 10º grado, tuve una compañera que preguntó al profesor cuanto se tardaría en ir de Florida a California… en submarino… viajando por debajo del país.

#19 Un amigo era profesor sustituto en un instituto, y estaba haciendo un examen de matemáticas a los alumnos. Uno de ellos fue a preguntarle algo sobre multiplicaciones, y antes de que le respondiera, su compañero le dijo: «Cállate, ¿no ves que no lo sabe? Es profesor sustituto, no profesor de mates».

#20 En una clase de relaciones internacionales: Profesor: ¿Puede alguien decirme un país de Oriente Medio en el que la gente no se considere a sí misma árabe? Estudiante: «Arabia Saudí». Lo peor es que el estudiante era persa.

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Tres pequeñas curiosidades

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Como muchos ya saben, uno de mis pequeños placeres es el de revisar libros antiguos (debería decir revisar libros antiguos, así, en cursiva; porque no es que uno pueda acercarse mucho a ellos o que se los encuentre a la vuelta de la esquina); pero por suerte la red nos brinda la oportunidad de poder tener algún contacto con ellos; a veces de manera fragmentaria, a veces en forma completa. Hoy les dejaré tres pequeñas curiosidades de las últimas que he encontrado.

La primera es esta doble página donde el copista se dio cuenta, algo tarde, de que había copiado mal dos columnas completas. Como todos sabemos, eso que puede ser un error trivial hoy en día, no lo era en aquellos tiempos donde un pergamino era extremadamente caro. Es así que el copista tuvo que tachar lo que había copiado mal y dejó dos señales, indicando dónde se debía detener la lectura (dimitte «deja» (de leer)) y a la izquierda y dónde retomarla (legge «lee») a la derecha. Podría haber sido peor.

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Este segundo caso es, al menos para el lector, un poco más molesto. Era algo común en aquellos tiempos el cortar algunas páginas de los libros. Las razones generalmente eran estéticas; en general se trataba de alguna bella ilustración que alguien quería tener en una pared o que quería regalar para quedar bien con la dama enamorada o el superior intransigente. Haya sido como haya sido en este caso, un lector con espíritu bien dispuesto dejó, en el margen del pedacito de hoja que fue cortada, un Patientia más que adecuado. No quedaba otra opción, por cierto.

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Este último es apenas una gracia, pero no deja de ser encantadora. Caminando sobre la inicial iluminada podemos ver a un peuqeño y travieso personaje que huye, con un hacha en su mano izquierda, luego de haber roto la preciosa hoja manuscrita. El hueco, claro está, es el que podemos ver en el ángulo inferior derecho.

Los manuscritos antiguos, como ya algunas veces he compartido aquí, están llenos de estas pequeñas curiosidades; las que nos dicen mucho sobre las personas de aquellas épocas, las cuales solemos imaginar siempre serias y en exceso formales. Estos tres pequeños ejemplos nos muestran que, por suerte, siempre hubo gente paciente, amable y, sobre todo, con sentido del humor.

El error nuestro de cada día

Los manuscritos medievales a menudo contienen huellas dejadas involuntariamente por el escriba. Hijos de la producción en masa, los errores en los libros, como los errores tipográficos, generalmente se detectan antes de llegar a los estantes; pero ello no siempre sucedía en tiempos antiguos.

Uno que escapó a la vista de la impresora: una página de la llamada 'Biblia malvada', impresa en 1631, con un giro interesante en los Diez Mandamientos

En el primer caso, el escriba medieval no fue necesariamente tan afortunado, el error pasó sin ser notado y, como una ironía perfecta del destino, el error no era menor. Se trata, nada menos, que de uno de los diez mandamientos, más precisamente del séptimo: «No cometerás adulterio», donde el escriba omitió el «no», quedando el mandamiento en un interesante «Cometerás adulterio» (En la fotografía, en el punto 14 se lee «Thou thalt commit adultery», cuando debería decir «Thou thalt NOT commit adultery».

Copiar a mano era un proceso arduo y los errores podrían cometerse con demasiada facilidad. Hoy me gustaría explorar dos versiones del error accidental más común cometido por los escribas medievales, que es el eyeskip, el cual ocurre cuando el ojo del escriba literalmente salta de una palabra a la siguiente mientras copia, de lo que resulta en la omisión o repetición de palabras o frases.

Leiden UB, VLF 30, Lucretius 'De Rerum Natura, f.  21v
Leiden UB, VLF 30, Lucretius ‘ De Rerum Natura , f. 22r

1] ossa uidelicet e pauxillis atque minutis
2] ossibus hic et de pauxillis atque minutis
3] uiceribus uiscus gigni sanguenque creari
4] sanguinis inter se multis coeuentibus guttis
[Lucretius, De rerum natura I, líneas 835-8]

En este caso tenemos un libro del siglo IX, producido en la escuela del palacio del famoso emperador Carlomagno. Es uno de los tesoros de la colección de Leiden: una copia del poeta romano Lucrecio De rerum natura (VLF 30). No sólo es una de las primeras copias medievales del texto, sino que ha sido corregida por un escriba cuya identidad conocemos: el monje irlandés Dungal. El trabajo de Dungal puede verse en esta página (f. 22r). El cambio en la mano es claramente visible y, además, la corrección tiene una especie de aspecto aplastado. Esto se debe a que Dungal ha reemplazado una línea de poesía por dos, agregando algo que el escriba original había pasado por alto. Si miramos el texto de las cuatro líneas resaltadas arriba, podemos ver que las líneas 1 y 2 son bastante similares, ambas terminan en pauxillis atque minutis. El error reside en que el escriba omitiera la línea 2, pasando directamente a la línea 3. El nombre técnico para la omisión del texto debido a que el escriba omite una frase para pasar directamente a la siguiente es el de haplografía. Como podemos ver, Dungal rectificó el error raspando la línea fuera de lugar y luego reemplazándola con las dos líneas necesarias de texto correcto.

Leiden UB, VLQ 130, el Scholiasta Gronovianus, f.  21v
Leiden UB, VLQ 130, el Scholiasta Gronovianus, f. 21v. Foto: Irene O’Daly

El eyeskip podría resultar en omisión, como señalamos en el primer caso, o también podría resultar en la repetición de parte del texto. Este manuscrito, el Scholiasta Gronovianus (VLQ 130), una copia del siglo X de una colección de comentarios sobre los discursos de Cicerón, contiene un ejemplo de este tipo, un error denominado dittografía. Como podemos ver, fue notado por un lector posterior, que subrayó la línea duplicada a la mitad de la página. Aquí el problema parece haber sido provocado por la recurrencia de la palabra quomodo (como se indica). En lugar de pasar a quomodo dixit, el ojo del escriba volvió a la oración anterior y repitió la línea que comienza quomodo facit. Es interesante notar que la separación de palabras no está estandarizada en este manuscrito; es probable que el ejemplar del que estaba copiando el escriba tampoco estuviera estandarizado, lo que puede haber hecho que los errores de este tipo sean aún más fáciles de hacer.

Los errores resultantes del eyeskip nos dicen algo sobre el proceso y las dificultades de copiar a mano, y el papel del corrector / lector posterior. En algunos casos, incluso podemos encontrar un grupo de manuscritos donde se copia el mismo error accidental de uno a otro, lo que nos permite establecer relaciones textuales entre manuscritos, útiles para comprender la historia de la transmisión de un texto. ¡Entonces los errores medievales, incluso cuando se corrigen, brindan una oportunidad genuina de aprender de los errores!

Los neologismos abren puertas.

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Hace unos días Danioska me dejó, en uno de sus comentarios, un neologismo; una palabra inventada ad hoc para enfatizar su argumento. Al responderle, yo cometí un error de tipeo y en lugar de “me alegró” salió un “me alegrió”, término que pude corregir pero que me hizo sonreír por la posibilidad de poder expresar en un solo término algo tan indefinible como una “alegría agria” o algo similar; en suma: una alegría que no era del todo bien nacida. Ahora, alguien a quien quiero mucho me dice, al querer escribir Anonymous, Amonymous; y ese “amo” como prefijo del término anónimo me hizo relamer de posibilidades de amores ocultos, pero sobre todo de amores en sí y por sí mismos. Lejos de toda simplificación psicoanalítica (el cielo me guarde de ello) recordé que Adolfo Bioy Casares, para señalar con más precisión a aquellas personas a las que se quería criticar, proponía escribir sus nombres o sus profesiones con ligeras faltas de ortografía. Así, un mal arquitecto podía ser señalado como arquitectö, por ejemplo.

Y aquí comienza lo lúdico. El placer por el juego de las palabras y por el de encontrar sentido en esos pequeños errores. Ya sean términos inventados a propósito o azarosos encuentros hijos de la velocidad o de las nuevas tecnologías (bien lo sufrimos todos cuando queremos escribir desde el minúsculo teclado de un teléfono) las palabras se transforman o directamente nacen para decir con mayor precisión lo que intentamos expresar con desigual fortuna. Somos lenguaje y también somos seres lúdicos; no está mal abandonarse, entonces, a los placeres de esas dos facetas que nos forman, nos modifican y, sobre todo, nos exponen.