«Siempre he sentido una gran necesidad de estar solo, necesito amplias superficies de soledad, y cuando no logro tenerlas, como ha sido el caso los últimos cinco años, a veces la frustración llega a ser desesperada o agresiva. Y cuando lo que me ha mantenido en marcha durante toda mi vida de adulto, es decir, la ambición de llegar escribir algo grande un día, resulta amenazado de esa manera, mi único pensamiento, que me roe como una rata, es que tengo que huir».
Gracias a un oportuno préstamo del poeta michoacano José Agustín Solórzano, me encuentro leyendo el primer volumen de los seis que forman la obra magna de Karl Ove Knausgard Mi lucha (José Agustín tiene los tres primeros; cuidaré mucho que nada le pase a este que me prestó, a ver si consigo los otros dos). El fragmento que cité, aunque tangencial en lo referente al tema central de la novela, podría haberlo escrito yo mismo en algún momento indeterminado de los últimos treinta años. La necesidad de un espacio propio y de un tiempo que también sea propio (con total privacidad, lo cual significa soledad absoluta) es tan fuerte que a veces debo contenerme para no ser grosero con quienes me rodean. Espero que las personas que me quieren y a las que quiero sepan entender esto porque, por una parte uno no quiere perderlas; pero tampoco uno quiere perderse a sí mismo con el fin de encajar a como dé lugar.
Sobre la novela de Knausgard hablaré en otro momento. En apenas cincuenta páginas ya me ha dado material en el que pensar y trabajar más que varios libros completos. Pero vamos paso a paso, página a página, abriendo, sobre todo, espacios amplios y bien aireados.