Un abogado, cerca de los cincuenta años, con una excelente carrera tras de sí, abre el baúl del auto y comienza a sacar cajas de vino y de champagne. Javier le ayuda a entrarlas y, mientras esperan al ascensor, escucha cómo el abogado se queja porque cada año le regalan menos cosas. «Ya ni tarjetas te mandan.» Dice «Ahora, te mandan una tarjeta por e-mail y gracias. Antes te cansabas de traer cosas, ahora no. Y la verdad, éste año yo tampoco hice tarjetas…» Reconoce finalmente. Una mujer, atractiva, hija de un fuerte empresario pesquero y que por eso mismo tuvo la suerte de no haber trabajado nunca en sus cuarenta y tantos años; regala dos cajas de langostinos —producto caro, pero que a ella nada le costó— a dos personas determinadas, pero lo hace a escondidas, para que otras dos personas (personal de limpieza, por lo tanto «incapaces» de reconocer el valor de dicho regalo) no vean esas cajas. Un gerente y un subgerente reciben regalos varios (los clásicos vinos, sidra, champagne y dulces típicos de estas fechas) para ellos y para repartir entre sus subordinados. Ellos se llevan casi todo. Se apuran a meter botella tras botella dentro de sus autos. Uno de ellos olvida la caja de langostinos y llama al día siguiente, casi con desesperación, para asegurarse de que no apaguen la heladera, es decir para asegurarse de que nadie piense en llevarse la caja o comer nada de ella. Jorge y Mirta y «Fede» vieron eso y yo los vi a ellos y ellos me contaron todo, con lujo de detalles. Y como conozco el lugar, sé que lo que me dijeron es verdad. Conozco al abogado y a la señora que nunca trabajó y al gerente y, un poco menos, al subgerente.
Mientras me contaban estas cosas, y con esa manía que uno tiene de relacionar todo, recordé una fragmento de una película: Coffee And Cigarettes, más precisamente la escena actuada por Cate Blanchett (ya hablé de ella aquí, alguna vez). En esa escena, Cate Blanchett actúa los dos papeles, por un lado hace de ella misma y por otro lado hace de una prima suya, bohemia, libre, que viene a visitarla. En un momento, Cate Blanchett le regala a su prima una bolsa con productos exclusivos (los que le acababan de regalar a ella, luego de una entrevista de promoción). La chica mira dentro de la bolsa de papel unos segundos y luego dice «Qué ironía. A vos, que podés comprar de todo, te regalan productos que yo no podría comprar ni trabajando seis meses».
La naturaleza imita al arte dijo, alguna vez, Oscar Wilde. Y eso fue lo que vi ayer y antes de ayer: vi la escena de Coffee And Cigarettes en vivo y en directo. Vi las formas más bajas de la avaricia y de la desvergüenza. Gente que no sufre necesidad alguna desesperada por poseer aquello que bien puede adquirir, pero más importante, más notorio aun, fue su desesperación para que los otros no lo tuvieran. Sobre todo, precisamente, aquellos que más lo necesitan o que no tienen los medios para adquirirlo. El espíritu cristiano que debería aflorar por estas fechas (no veo por qué debe el espíritu cristiano aflorar en una fecha determinada y no todos los días del año) se ha convertido en un espíritu de codicia y vulgaridad. Pero eso sí, no faltan las palabras de buenos deseos y las palmaditas amistosas con sonrisas de ocasión.
Bueno, ahora que el festival de la hipocresía ya pasó, podemos seguir con nuestras mínimas vidas. Con permiso.