«Se ha acentuado la necesidad de destronar a quienes han subido demasiado alto, sólo que hay una enorme e hiperactiva porción del planeta que considera cualquier triunfo un exceso, por pequeño que sea. Esa necesidad siempre ha existido, y mucha gente aguardaba impaciente a que los ídolos se dieran el batacazo. La diferencia es que ahora esa porción enorme está agrupada y cree que no hay que esperar, que el batacazo lo puede provocar ella con el poderoso instrumento puesto a su disposición, las redes sociales». Dice Javier Marías (a quien la academia debería darle su bien merecido premio y así dejarse de joder con experimentos sociales fallidos).
José Ingenieros hace poco más de cien años (ciento tres para ser exactos), en su El hombre mediocre ya nos brindó las pautas a seguir si queremos evitar ese defecto: «Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana. Sólo vives por esa partícula de ensueño que te sobrepone a lo real. Ella es el lis de tu blasón, el penacho de tu temperamento».
La florida prosa de Ingenieros no debe hacernos perder de vista que ella contiene la esencia de todo lo que implica, luego de arduo y consecuente trabajo, poder alcanzar la excelencia en el campo al que hayamos decidido brindarle todos nuestros esfuerzos. Cansado de personas que pretenden elevar el relativismo cultural posmoderno a alturas de verdad revelada, pretendo seguir los pasos quienes han apuntado alto y nunca, jamás, abandonarme a la estupidez de pedir para mis palabras el estatus de verdad simplemente porque soy una persona y porque todo es opinión. Que el diablo se lleve al que piense así.