El delito de la lectura

Los fascismos temen, como todos bien sabemos. No hay nada más asustadizo que un fascista y, como bien nos lo señaló Bertold Brecht, no hay nada más peligroso («No hay nada más peligroso que un burgés asustado», dijo; y si cambiamos «burgués» por «fascista» la frase es igualmente válida). Encontré una prueba de esto en la siguiente imagen, la cual me llegó hace unos pocos días. En ella podemos ver un folio legal que dice:

«En registro efectuado por las fuerzas del Orden Público, en el domicilio de Paulino Martinez Taboada, le han sido encontradas dos tomos de «ASÍ HABLABA ZARATUSTRA» y manifestándome dicho Delegado que el expresado individuo se halla detenido en la Carcel de este partido á su disposición, le adjunto los expresados libros á los efectos procedentes.

                                                Acuseme recibo.
!!Viva España!!
Vigo 24 de Agosto de 1936
El comandante Militar.»

 

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Debo reconocer que sentí no poco placer al ver que los libros que tanto peligro entrañaban para las autoridades no eran otros que dos ejemplares de Así hablaba Zaratustra. También entiendo el carácter de su miedo, el cual no es otro que el miedo eterno de todo fascista: el miedo al pensamiento libre.

Esta fotografía me pareció toda una declaración de principios. Aún el resto de la página, la parte que se encuentra en blando, nos está diciendo algo.

 

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El triunfo del odio cíclico

El triunfo en Brasil de Jair Bolsonaro nos obligan a reflexionar sobre las razones por las cuales en Latinoamérica se oscila de manera permanente en elecciones donde la izquierda y a derecha se alternan de manera casi constante (eso no sólo sucede en Latinoamérica, también en Europa es moneda corriente). En lo personal tengo una idea de porqué puede suceder esto, pero no es de eso de lo que quiero hablar hoy, sino sólo quiero hacer un comentario basado en una imagen que vi el mismo día de las elecciones.

 

Bolsonaro

 

Al día siguiente de ver esta imagen me topo con los siguientes titulares sobre el nuevo Brasil que se avecina: «Las urnas parieron a un Pinochet», « EE.UU. mira a Brasil en clave militar y comercial. Trump dialogó con Bolsonaro sobre la necesidad de profundizar la relación bilateral», « En Brasil se replicaron tensiones y agresiones tras el triunfo de Bolsonaro», « Brasil, laboratorio de la guerra híbrida», « La posverdad es el prefascismo», entre otros de igual calibre.

Pero vuelvo a la foto. ¿Qué lleva —no dejo de preguntarme— a que un pobre vote a la derecha? Cuando veo a la idiota de la fotografía y lo que les enseña a esos niños —que hay que matar a cualquiera que piense deferente— siento que todo mi optimismo (el cual no es menor ni débil, por fortuna), se va por la alcantarilla.

Claro, después Bolsonaro o el que haya sido electo gobernará sólo para él mismo y sus socios, como suele hacer la derecha y esos mismos que lo votaron con la esperanza de vaya uno a saber qué, se van a ver afectados en lo económico (lo único que parece importarle a la modernidad estúpida que nos rodea) y allí sí, van a volver a votar a la izquierda. Entonces, cuando se compren una TV y un auto de segunda mano, vuelvan a sentirse grandes señores burgueses y vuelvan a votar a la derecha. Entonces la idiota de la foto será otra, tal vez una de esas niñas que ahora disparan con un arma imaginaria a ese que piensa diferente pero sobre lo cual ellas no tienen idea alguna y sobre quien apuntan porque así le enseñaron y nada más: «Hay que matar a cualquiera que piense deferente».

La estupidez no sólo es infinita, también es cíclica. Eso es lo peor.

Libertad condicionada

Arbeit Macht Frei

Dice Primo Levi, en Si esto es un hombre: «»Arbeit Macht Frei”, esto es, “El trabajo nos hace libres”, eran las palabras que se leían sobre la puerta de acceso al Lager de Auschwitz. A lo que parece, debería haber sonado más o menos así: “El trabajo es humillación y sufrimiento, y no nos corresponde hacerlo a nosotros, Herrenvolk, pueblo de señores y de héroes, sino a ustedes, enemigos del Tercer Reich. La libertad que les espera es la muerte”. “(…) pese a algunas apariencias en sentido contrario, el desconocimiento, el menosprecio del valor moral del trabajo era y es consustancial al mito fascista en todas sus formas. Bajo todo militarismo, colonialismo, corporativismo, encontramos la voluntad precisa, por parte de una clase, de aprovecharse del trabajo ajeno y de negarle, al mismo tiempo, todo valor humano”.

Como siempre, en la literatura encontramos todo aquello que necesitamos para entender el pasado, el presente y, hasta cierto punto, también al futuro. En este fragmento de Primo Levi uno encuentra ecos de la división del trabajo creada por los poderosos de siempre en beneficio de unos y de otros; es decir, de ellos y de los demás. Desde aquel poema de Brecht que comienza diciendo «¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas? / En los libros se mencionan los nombres de los reyes. / ¿Acaso los reyes acarrearon las piedras?»; hasta la publicidad de una escuela de inglés online cuyo acento está puesto en la idea de que quien sabe inglés consigue mejores trabajos (y que ha extendido esa idea a su recién abierta escuela junior —»Está probado que los niños que saben inglés consiguen mejores empleos»—), el fascismo del neoliberalismo ya ni siquiera se esconde detrás de unos buenos deseos o de una máscara de bondad. Ya no lo necesita. Sabe que las personas necesitan cosas, muchas cosas, y que harán lo que sea indispensable para conseguirlas, hasta dejar la vida en ello, incluso.

Uno mira alrededor y se sorprende de que esa frase en alemán «Arbeit Macht Frei» no se encuentre impresa en la entrada de cada fábrica y de cada oficina.

El orden, según Milan Kundera (La despedida I).

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Leo La despedida, de Milan Kundera, novela despareja pero de lectura ágil, lo cual no deja de ser un valor; al menos cuando se trata de descansar entre otras lecturas más complejas. Luego de más de setenta páginas aparece un personaje secundario pero que poco a poco se transforma en uno de los más atractivos de todo el texto. Jakub es quien realiza los mejores análisis y comentarios del libro; por mucho es el personaje más complejo y rico de la novela y poco a poco su presencia se torna indispensable para su desarrollo y conclusión. Por ejemplo, poco después de su aparición salva a un perro de una brigada de ancianos que caza a cualquier animal que ande suelto (aunque tenga dueño, de hecho le quitan el perro a un niño aun cuando éste lo tenía en sus brazos, dejando al niño llorando solo en el parque) y de llevarse a ese perro a su apartamento, Jakub piensa: “¿Que impulsaba a esta gente a desempeñar su triste actividad? ¿La maldad? Seguro, pero también el ansia de orden. Porque el ansia de orden pretende convertir el mundo de los hombres en el reino de lo inorgánico, en el que todo marcha, funciona, sometido a un orden suprapersonal. El ansia de orden es al mismo tiempo ansia de muerte, porque la vida es una permanente alteración del orden. O dicho al revés: el ansia de orden es el virtuoso pretexto con el cual el odio a la gente justifica su actuación devastadora”.

Un párrafo brillante. En esas pocas palabras tenemos una síntesis de lo que fue la política del siglo XX y de lo que hoy encontramos bajo la forma de cualquier fascismo. Nada más radical que los fundamentalistas religiosos (de cualquier orden o escuela), la tradición más acendrada o lo que se autodenomina “Gran Democracia del Norte”, grupos todos que pretenden adueñarse de palabras como orden, paz, terrorismo o, directamente, bien y mal. Hay que releer el párrafo completo, aun cuando el final sea el determinante: El ansia de orden es el virtuoso pretexto con el cual el odio a la gente justifica su actuación devastadora.

La antidemocracia.

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EEUU tiene a 79 niños con menos de 14 años condenados a cadena perpetua, reza el título de un artículo que acabo de encontrar gracias a alguien que piensa de manera totalmente opuesta a la mía. Según él, esto es lo que debería aplicarse a nuestro país para acabar con la inseguridad etc., etc., etc. Yo creo que esto no puede aplicarse en ningún país que se pretenda civilizado.

Transcribo algunos fragmentos del artículo, el cual pueden leer completo aquí.

«Casi dos tercios de los miles de menores condenados a cadena perpetua son de color y 175 niñas, algunos de los cuales llevan más de media vida encerrados.La Corte Suprema, el más alto tribunal de EEUU, declaró inconstitucional en mayo esta pena a menores, pero 29 estados todavía lo establecen por ley.»

Primera observación: esta pena es inconstitucional, pero más de la mitad de los estados hace caso omiso de ello. Es decir que el país que hace gala de respeto a la ley y toda esa publicidad promiscua es el primero en violarla (y eso que entro en el tema de las leyes internacionales).

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«En la actualidad, 79 presos con menos de 14 años se encuentran cumpliendo cadena perpetua sin posibilidad de excarcelación, de los casi 2.500 menores condenados en el país a estar toda su vida en una cárcel, según cifras de Human Right Watch, un 16,4% del total de presos.»

Los números hablan por sí mismos, así que no voy a comentar nada al respecto. Sigo leyendo el artículo y me parece digno de ser copiado casi en su totalidad, pero para no extenderme demasiado me remito al último párrafo:

«De nada sirvió una iniciativa popular que recogió más de 190.000 firmas en todo el país para que sea juzgado como lo que es, un menor. [Esto es en referencia al caso de Cristian Fernández, el niño que se ve en la foto que ilustra el post y el último caso de un menor juzgado como adulto]. “Tenemos que proteger a la sociedad de este individuo. Aplicar la pena máxima a un niño de 12 años es algo muy triste, pero es la única medida legal que tenemos para asegurar la seguridad de los ciudadanos”, aseguraban los responsables de la acusación contra el menor.»

El argumento clásico de que «debemos proteger a la sociedad» y demás tiene más agujeros que un queso gruyere. Es el mismo argumento que se usa para invadir a un país extranjero o para torturar a civiles en prisiones secretas a lo largo de todo el mundo. Estados Unidos es, cada día más, el mejor ejemplo de la antidemocracia, del neofascismo que, de no ser detenido, será la gran plaga del siglo XXI.

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