«¿Buscamos paz, tranquilidad y dicha? No; buscamos sólo la verdad, aunque ésta fuese repulsiva y horrible. Aquí se separan los caminos de los hombres: ¿Quieres paz espiritual y felicidad? Cree; ¿quieres ser un apóstol de la verdad? Entonces busca».
La frase de Nietzsche es terminante: aquí se separan los caminos de los hombres. Claro, en estos tiempos donde el mediocre quiere igualarse con el genio a fuerza de decretos y normativas, ya que alcanzar la excelencia por medios lícitos les parece algo demasiado trabajoso; esta palabras caen como un traje de plomo sobre los hombros demasiado tiernos de los hombres y mujeres actuales. También está claro que la cita no sólo es válida para los aspectos religiosos; sino que puede (y debe) ser considerada dentro del ámbito de cualquier disciplina: desde al arte al deporte y desde la ciencia a la política. Sólo hay dos formas de actuar: o se apunta alto y se intenta —a veces infructuosamente, sabiendo que el sabor del intento es todo lo que nos quedará— o se hace necesario conformarse con la mediocridad. En ese sentido, recuerdo estas otras palabras de Fiodor Dostoievsky, que se asemejan mucho a las de Nietzsche:
«¿Qué objeto tiene nuestra agitación? ¿Qué buscamos? ¿Qué deseamos? Ni nosotros lo sabemos. Es más, si nuestros deseos se cumpliesen, no nos sentiríamos felices».
La insatisfacción como motor del cambio, la incógnita perpetua como aliciente, la conciencia de la finitud y la falencia reconocidas como parte integral de lo que somos, la voluntad como destino. Ésa es la actitud que puede tomarse ante una las incógnitas de la vida (la cual no es más que una sola: ¿Qué somos? Todo lo demás no es más que una paráfrasis de esta pregunta). De manera constante hay dos puertas frente a nosotros; y a nadie podemos delegar la decisión y la responsabilidad de cuál abrimos y atravesamos.