Tabula rasa

 

Fouquet - Madonna

 

Tabula rasa

Madonna, de Fouquet, 1450

 

La virgen andrógina
de palidez nívea y
un pecho expuesto
perfectamente esférico
manzana de cristal
destino exacto para la boca
los labios, la saliva,
sostiene en su falda
sobre una pierna invisible
oculta bajo los pliegues y repliegues
a un niño con cara de adulto
no de viejo sino
de adulto aburrido
indiferente o ignorante
de todo lo que lo rodea.
Ángeles rojos
como brasas del infierno
o azules
como un ahogado antiguo
protegen su talle diminuto.
Su pecho transparente
(suspiros y besos y gemidos
caben allí y permanecen
hasta que una lengua tensa
los empuja hasta el cuello
y más allá, a esos labios
diminutos)
su boca con forma y tamaño
de almendra roja
sus ojos, líneas imperceptibles
en su mirada baja
como tímida pero no
su ancha frente coronada
su velo traslúcido
y el resumen exacto:
la fórmula perfecta
del erotismo blasfémico
¡Doble erotismo, doble sensualidad!
¡Doble transgresión!
¡Doble Placer!

Todo está allí y no lo está
los pliegues de la falda
cubren y señalan
ese sexo omnipresente
seguramente rasurado
o mejor aún
naturalmente lampiño
como el de la niña que parece
pero que no es
afortunadamente
no
es

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Las mujeres más bellas del mundo. #1 Madonna y niño. Jean Fouquet

Lo sé. Soy consciente de que ya hablé de ella, pero se me hace inevitable hacerlo nuevamente cuando el título del post es el que está ahí arriba. Y es que hay obras que nos persiguen donde quiera que vayamos. Sin ir más lejos, en mi Palacio de la Memoria (ya hablaré alguna vez de esto), éste cuadro es lo primero que se ve al entrar al hall principal, a la izquierda. Y es que, a su lado,  esta Madonna hace que La Gioconda parezca un ama de casa aburrida (Y eso que cuando Leonardo nació, Fouquet ya había termnindo este cuadro dos años antes). ¿Quién hubiera pensado que este cuadro tiene 562 años? La composición parece propia del siglo XX, con esos ángeles rojos y azules entrelazados como haría M.C.Escher 500 años después (los ángeles rojos representan a los serafines, es decir a los ángeles guerreros y están allí para proteger a ambos personajes; los ángeles azules representan a los querubines; es decir a los mensajeros). La ambigüedad que transmite esta obra es algo pocas veces igualado. La seducción unida a lo sagrado, la palidez nívea —más propia del mármol, es decir, de la escultura que de la pintura— de esa piel en contraposición con el fondo violentamente rojo y azul; la turgencia de ese seno descubierto que no parece hecho para alimentar a un niño; el rostro casi hermafrodita… todo, todo ello hace que esta pintura sea, para mí, una parte indisoluble de mis días (y no exagero, vuelvo a ella asiduamente y he llegado a comprar un par de libros simplemente porque incluían una reproducción de esta obra. Hay que tener en cuenta que nunca sabremos qué reproducciones se acercan más al original) y es una fuente permanente de asombro y de placer.

La Madonna de Fouquet forma parte del Díptico de Melun, aunque hoy se encuentra separada y se expone en el Koninklijk Museum voor Schone Kunsten van Antwerpen, Bélgica. (Otro de los lugares que figuran en mi lista de sitios-que-ver antes-de-partir).

La Vierge et l’Enfant entourés d’anges, Jean Fouquet

El arte tiene, para mí, una faceta que lo distingue de todo lo que me rodea: la capacidad para obsesionarme con ciertas obras. Tanto puede ser la música, la literatura, el cine, la plástica.
Desde que conocí este cuadro no puedo quitármelo de la cabeza. Mucho ha influido en ello el hecho de que la obra es mucho más antigua de lo que yo pensé en un primer momento. Cuando noto que una obra comienza a ganar terreno en mis momentos de vigilia (no hablemos de lucidez) de inmediato comienzo a buscar datos que complementen lo que en un primer momento sentí, ví o supuse. Así fue que descubrí que la Virgen y el niño que adorna esta página data de 1452-1455; en ese momento yo estaba leyendo un libro sobre Leonardo (cuyas Madonnas me gustan pero que nunca llegaron a perserguirme como lo hizo esta) y allí estaba la fecha de su nacimiento: 15 de abril de 1452. Es decir que mientras Leonardo daba sus primeros berridos ya Fouquet estaba abocado a la realización de este cuadro.
¿Y por qué tanta obsesión? bueno, eso mismo me pregunto cuando me digo que ya llevo 27 años escuchando Cygnus X-1 de Rush y aún lo hago con la misma sensación de sorpresa y el mismo placer, o cuando leo por n-ésima vez La ciudad junto al mar. No sé por qué y quizás allí esté parte de esa respuesta que no me interesa encontrar; quizás sea ese mismo misterio que la obra transmite y que nos deja, a veces, sin las palabras necesarias para explicar qué es lo que estamos sintiendo.
Hasta aquí, lo personal. Ahora copio y pego un pantallazo general sobre la época correspondiente a esta obra:

«El Gótico abre un capitulo nuevo en la historia del arte: el paso de la Edad media al Renacimiento y el comienzo de la pintura profana. Mientras que la ideología del hombre medieval se centraba en el mas allá, el artista gótico se inspira en la vida misma y encuentra una nueva verdad. El descubrimiento de un nuevo mundo de los sentidos da lugar a una concepción de la realidad más placentera y marcadamente afectiva. El desarrollo de la sociedad aristocrática cortesana y la aparición de culturas burguesas propician el florecimiento del gótico y promueven el refinamiento y una renovada elegancia del arte. El nuevo estilo, que no tarda en extenderse por toda Europa, se caracteriza por la delicada captación de los detalles, el animado trazado de la línea, la luminosidad del color y el refinamiento técnico. Las cimas de la época se encuentran en los murales y en las tablas de Florencia y de Siena, con las obras maestras de Giotto, Duccio, los hermanos Lorenzetti, Simone Martini o Fra Angelico, en los vidrios pintados franceses, en los retablos flamencos de Jan van Eyck o Rogier van der Weyden, en las esplendidas iluminaciones de los hermanos Limburg y de otros miniaturistas, en la pintura sobre tabla de las cortes de Praga y de Viena y en el estilo blando de los pintores del norte de Alemania, incluido el encanto de Stefan Lochner.»