Algo que contar

 

Collage Borgeano

Collage – Borgeano

 

Flaubert, con muy buen tino, fue quien dijo que cada tanto salía a vivir un poco para luego tener historias que contar. Y eso está muy bien, claro; no hay nada más tedioso que aquel que no vivió nada y que quiere dar cátedra de gran aventurero.

Pienso, entonces, que lo que dice Flaubert, además de ser cierto y recomendable, no siempre es practicable. Hay personas que no pueden salir por diversos motivos y no por ello deberían sentirse abrumadas por esas circunstancias. En ese caso pondría como ejemplo a Borges, quien imposibilitado de aventuras, las corría en los libros y hacía de las letras su campo de batalla. Es por eso que Borges en las entrevistas sólo hablaba de libros: ése fue el espacio que él eligió para vivir sus aventuras.

Se me ocurre que cada uno deberá elegir, entonces, dónde correrlas. Cada cual sabrá dónde le pica la curiosidad o el placer; tal vez pintando, cantando, pensando, actuando, o lo que sea. Aunque no dejo de pensar que la verdadera aventura es la que se corre viviendo y que todo esto que acabo de decir en este último párrafo no es más que un sucedáneo de verdad ¿Será que ya me he quedado quieto demasiado tiempo y que la vida burguesa va penetrando poco a poco pero sin descanso por los poros del pensamiento? Tal vez…

Toc, toc… Disculpe usted, Monsieur Flaubert, ¿No quisiera que lo acompañe en su próxima singladura?

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Ridículo

absurdo

Otra vez El arte de viajar, de Alain de Botton y otra vez Flaubert; aunque esta vez relacionado con el querido dibujante argentino Caloi. El fragmento que sigue es parte de una carta dirigida por Gustave Flaubert a Louise Colet, fechada el 21 de agosto de 1846:
“Lo que me impide tomarme en serio, aunque yo sea de carácter más bien circunspecto, es que me siento ridículo, no con esa ridiculez relativa de la comicidad teatral, sino con la ridiculez intrínseca de la misma vida humana, y que se desprende de la acción más simple o del gesto más común. Nunca, por ejemplo, dejo de reírme cuando me afeito, pues me parece un acto completamente estúpido. Todo esto es muy difícil de explicar […]”
Alguna vez leí una anécdota sobre un profesor quien decía que un recurso muy útil para enfrentarse a una crisis de ansiedad es amasarse el culo como si fuera pan. La ansiedad y el miedo hunden muy frecuentemente sus raíces en una percepción excesivamente seria y rígida de la existencia. La capacidad de encontrar el absurdo en los momentos trágicos —o en los cotidianos, como explica Flaubert— nos lleva directamente a la risa.
Y aquí entra Carlos Loizeau, alias Caloi, el entrañable (y extrañado) dibujante argentino que alguna vez plasmó la misma idea de manera maravillosa:

perro

Todo dicho: desde la inmensidad del universo hasta un perro que nos huele el culo; desde Flaubert reconociendo lo ridículo de la vida diaria hasta ese ignoto profesor que sabía bien la diferencia entre lo sublime y lo ridículo, cada cosa posee su lugar en este mundo; de nosotros depende no darle más importancia de la que realmente tiene.

Ciudadano del mundo

ciudadano del mundo

En el arte de viajar, de Alain de Botton, entre las muchas ideas que el escritor suizo despliega a lo largo de todo el volumen, me quedo con una de Flaubert que me suena más que interesante:

“Diríase que la relación de Flaubert con Egipto, que se prolonga a lo largo de toda su vida, es una invitación a profundizar y a respetar la atracción que sentimos por ciertos países. Desde su adolescencia en adelante, Flaubert insistía en que no era francés. Su odio hacia su país y hacia su gente era tan profundo que ridiculizaba su propia condición civil. el-arte-de-viajar-alain-de-bottonDe hecho, llegó a proponer un nuevo modo de asignar la nacionalidad: no de acuerdo con el país en el que uno había nacido o al que pertenecía su familia, sino de acuerdo con los lugares por los que uno se sentía atraído. En este sentido, no podía por menos de ser lógica su pretensión de hacer extensiva al género y a la especie esta concepción más flexible de la identidad, hasta el extremo de declarar, llegado el caso, que, contra lo que pudiese parecer, él era en realidad una mujer, un camello y un oso: “Quiero comprarme un hermoso oso, un cuadro de uno que colgaré enmarcado en mi habitación con la leyenda Retrato de Gustave Flaubert, con el fin de sugerir mi talante moral y mis hábitos sociales.”

Me encanta la posibilidad de declararme hijo de tal o cual país, de tal o cual latitud (dejemos de lado los asuntos del género; ya todos saben para qué lado disparan). Me quedo, entonces, con esa idea de que podemos sentirnos más cercanos —por la razón que fuere—, a determinado lugar, independientemente de dónde hayamos nacido. Mi espíritu nómada saborea, también, la posibilidad de cambiar esa nacionalidad cada dos o tres meses. Me he sentido muy, muy a gusto en algunos países y no quisiera quedar mal con ninguno de ellos. ¡Además me falta tanto por conocer! ¿Quién sabe si mañana no querré sentirme español o egipcio o neozelandés?

Algunas notas sobre el mar.

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Nací y viví casi toda mi vida a orillas del mar. Es inevitable que aquellas cosas que vivimos en la infancia nos marquen de manera definitiva (La patria es la infancia, dijo alguna vez Rainer Maria Rilke) y es por eso que el mar será siempre un compañero inevitable allí donde me encuentre aunque esté rodeado de montañas, como sucede en este mismo momento. Todo esto viene a cuento porque hoy iré a visitarlo, aunque no sea el mar frío de mi Atlántico Sur, sino el cálido Océano Pacífico. Sé que voy a disfrutarlo tal como lo disfruta un niño o tal vez sea precisamente eso: que jamás podré estar frente al mar si no es sintiéndome como un niño; como el niño que fui o como el niño al que nos vemos convertidos al estar frente a él. No hay modo de escapar de esa sensación; frente al mar todos nos sentimos pequeños, diminutos, insignificantes, nulos. Recuerdo también algunas palabras sobre el mar desde ese otro mar que es la literatura:

mar 01

Mar: No tiene fondo. Imagen del infinito. Provoca grandes pensamientos. A la orilla del mar, siempre hay que tener buena vista. Cuando se lo contempla, siempre hay que decir: «¡Cuánta agua! ¡Cuánta agua!». (Gustave Flaubert. Diccionario de lugares comunes).

O también:

«¡Hombre libre, siempre adorarás el mar!
El mar es tu espejo; contemplas tu alma
En el desarrollo infinito de su oleaje,
Y tu espíritu no es un abismo menos amargo».

(Las flores del mal, Charles Baudelaire)

mar 02

Por último, un modesto aporte personal:

Mar

El mar no es el mar
El mar no es hombre
No es dios ni espejo del cielo

El mar es la mar
Es diosa, mujer
Mujer con voz de murmullo constante
Que en cada ola dice una sílaba
Única e irrepetible
Sílabas todas que hablan para mí
Único caminante de la orilla de sus costas
Que busca y buscará hasta encontrar
La espuma blanca de sus muslos
O la caracola dormida de su boca.

Horizonte de arena
Silencio nocturno, Mar
Quiero yacer en ti
Vivir en ti
Morir en ti
Que tus brazos me acunen en mi último sueño
Y me dejen ir, ya para siempre,
A habitar la calidez de tus profundidades.

Pero no aún
Aún queda mucho por andar
Por caminar a tus pies
O sumergirme en tu abrazo de agua
Y seguir las corrientes eternas
Que recorren el mundo, mi mundo
De parte a parte
De día en día.

El mar no es el mar
El mar no es hombre
No es dios ni espejo del cielo
El mar es la mar
Es diosa, mujer
Mujer amante
Que me cobija, me calma
Me sugiere, atrapa, seduce
Me desvela
Me desnuda.