El animal más peligroso

La foto de la década de los sesenta y, tengo entendido, se encontraba en el zoológico del Bronx, en Estados Unidos. El texto dice: «Estás mirando al animal más peligroso del mundo. Él sólo, de todos los animales que alguna vez vivieron, puede exterminar (y lo hará) especies enteras de animales. Ahora ha logrado el poder de eliminar toda la vida en la tierra».

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Supongo que la última oración hace referencia al poder nuclear que se encontraba en boga en ese momento. Hoy, por supuesto, ese poder sigue siendo un peligro, tanto desde el punto de vista militar como civil. Pero también podemos sumar otros poderes igual de dañinos, como el poder militar clásico; el del armamento biológico (ya hay quien dice que el famoso coronavirus que está haciendo estragos en Asia y que ya ha comenzado a moverse a Europa y América no es más que un ataque planeado de EE.UU. a su nuevo archirrival, China. Más allá de la paranoia en cuestión, las grandes potencias ya han usado este tipo de armamento en el pasado; así que todo puede suceder aquí); los ataques cibernéticos o la mera manipulación de masas. Como sea, parece que el ser humano no va a parar nunca de encontrar el modo de joder al prójimo y que para ello encontrará la manera más eficaz y creativa.

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Ilustro la entrada con fotos viejas (digo viejas en cursiva porque nosotros, como hijos del capitalismo tenemos apenas poco más de doscientos años. Viejo, lo que se dice viejo, es ése árbol de ahí arriba), Recuerdo las palabras del Sr. Smith en esa película por todos conocida: «Quisiera compartir una revelación que he tenido durante el tiempo que he estado aquí. Me llegó cuando traté de clasificar a tu especie: Me di cuenta que realmente ustedes no son mamíferos. Cada mamífero en este planeta desarrolla instintivamente un equilibrio natural con el ambiente que lo rodea, pero los seres humanos no. Los humanos se trasladan a un área, y se multiplican, y multiplican, hasta consumir cada recurso natural. La única forma que tienen de sobrevivir es instalarse en otra área y comenzar de nuevo. Existe otro organismo en este planeta que sigue el mismo patrón: El virus. Los seres humanos son una enfermedad, un cáncer para este planeta, una plaga…».

¿Será una exageración lo del Sr. Smith? Tal vez; pero yo siento que lo que ha dicho no es más que una verdad pura y palpable. Vivir en cualquier ciudad del mundo (hoy que todas son iguales) nos brindará las pruebas que necesitamos para ello: aglomeración, ruidos, violencia, impaciencia, falta de educación, glotonería, soberbia, racismo, xenofobia, miedo, enfermedades cardíacas y psicológicas, etc., etc., etc.

Y hago constar que no es que hoy me sienta particularmente pesimista o negativo, no; de hecho, hoy todavía ni siquiera he salido de casa. Sólo es que pienso en que en algún momento tendré que salir y eso es más que suficiente como para que ya comience a hacerme cruces ante lo que voy a encontrar allá afuera. Séneca dijo: «El que no quiera vivir sino entre justos, que viva en el desierto». Por una parte pienso que es una pena que una persona deba verse obligada a vivir en ese desierto en particular, habiendo (o debiendo haber) otras opciones válidas; y por otra parte siento una infinita pena al pensar que eso es lo que estamos dejando detrás nuestro, y que lo estamos haciendo con tanta perfección que no quedará nadie, en suma, para disfrutarlo.

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Donde acontece

 

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De Fenómenos fundamentales de la existencia humana, de Eugen Fink, un fragmento imprescindible para comprender de manera sencilla y directa lo que significa la necesidad de auto examinarse a la que cada hombre debería abocarse alguna vez a lo largo de su vida:

«Filosofía, en el sentido vago y corriente de la palabra, acontece donde quiera el hombre cavila sobre sí, donde quiera que se quede consternado ante la incomprensibilidad de su estar-aquí, donde quiera las preguntas por el sentido de la vida emerjan desde su corazón acongojado y trémulo. De este modo se le ha cruzado la filosofía casi a cada hombre alguna vez: como un sobresalto que nos estremece de súbito, como una aflicción y melancolía al parecer sin fundamento, como pregunta inquieta, como una sombra oscura sobre nuestro paisaje vital. Alguna vez toca a cada quien, tiene muchos rostros y máscaras, conocidas e inquietantes, y tiene para cada uno una propia voz, con la cual lo llama».

El monito sabe de estética.

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Cuando se habla de la evolución o del propio Darwin hay que saber tomar distancia del debate popular, el cual parece un remedo de aquel viejo juicio de Scopes versus el Estado, en la década del 20 (también conocido como Scopes Monkey Trial). En ese sentido, la generalidad todavía está discutiendo si el hombre puede descender del mono; cosa que, como se sabe, Darwin nunca dijo. Si así lo hacemos podremos encontrar muchas ideas sobre las cuales trabajar. Una de las que me parece más fascinante es la idea del ideal estético. Tan importante le pareció este punto a Darwin que hasta escribió todo un libro sobre el asunto (La expresión de las emociones en el hombre y en los animales). En él Darwin trabajará comparando las emociones, los gestos y las expresiones de personas y animales. Los ejemplos que nos brinda Darwin en ese texto, dada su importancia, deberían ser copiados textualmente; pero eso haría a esta entrada más extensa de lo necesario. Valga, como síntesis, una frase concluyente, en la que Darwin afirma: “Con todos estos ejemplos creemos que queda probado que la tendencia instintiva a adquirir un arte no es sólo peculiar del hombre”. Anteriormente ya le había dado la vuelta al mismo razonamiento, planteando que no sólo había un arte y un sentido de la belleza animal, sino que muchos de los sentimientos humanos eran ecos o recuerdos de emociones más primitivas.

Menudo golpe para el Gran Ego Humano. No solo no somos el centro del universo: ni siquiera nuestros sentimientos o nuestro sentido estético es privativo de nuestra especie. Somos una especie más, mejor en algunos aspectos, mucho peor en otros; pero sólo somos eso: una especie más entre tantas.

Barriendo bajo la alfombra.

Ceguera

La credulidad de los hombres sobrepasa lo imaginable. Su deseo de no ver la realidad, sus ansias de un espectáculo alegre, aun cuando éste provenga de la más absoluta de las ficciones, y su voluntad de ceguera no tienen límites. Son preferibles las fábulas, las ficciones, los mitos, los cuentos para niños, a afrontar el desvelamiento de la crueldad de lo real, que los obliga a soportar la evidencia de la tragedia del mundo. Para conjurar la muerte, el hombre la deja de lado, como si con ese olvido pudiera evitarla o vencerla. A fin de evitar resolver el problema, lo suprime, lo vela, lo esconde o, tal vez sería más correcto decir, se esconde.

Un Deja-vú divino

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Nu Wa, creadora de la humanidad

Cuando la Tierra se separó del Cielo, no se conocía la especie humana aunque había ríos, lagos, montañas y mares. La diosa Nu Wa descendió un día al mundo y vio todo tipo de animales, pero se sintió sola porque no había nada que se pareciera a ella y que pudiera hablar. Se sentó a la orilla de un lago, amasó barro con el que hizo una figura imitando su propia imagen reflejada en la superficie del agua.
Jugueteó un poco con la figura de tierra y le dio un soplo divino. La figurita cobró aliento y empezó a parpadear. La depositó en el suelo para que caminara a su alrededor, mientras que ella modeló otras figuritas más o menos parecidas, que cobraron vida también con un soplo de su respiración providencial.
No se contentó en crear imágenes sólo de mujeres, empezó a conformar pequeños hombres para que formaran parejas con las mujeres existentes en el mundo. Así, tras trabajar un buen rato en la creación de la humanidad, creyó necesario acelerar el proceso. Tomó una cuerda larga cubriéndola de lodo, y empezó a girarla, desperdigando pedacitos de barro a su alrededor, que al caer al suelo se convertían en figuras de niños y niñas que se alejaban alegremente.
Así nació la humanidad, hecha de barro y animada en el aliento de la diosa.

La historias se repiten, la historias se realimentan, se amalgaman, se influencian. ¿Cómo es posible que aún haya gente que esté dispuesta hasta a matar por sostener ideas semejantes?

Un hombre es…

Sartre tiene una frase que dice “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. Esta es una de las frases más fundamentales de toda la historia de la humanidad, porque evidentemente desde que nacemos hacen de nosotros algo. Nosotros nacemos y nos hablan. Recibimos como una esponja palabras, palabras… Cuando empezamos a hablar decimos las palabras que nos dijeron. Es decir, no tenemos un lenguaje propio, creemos que dominamos una lengua y es esa lengua la que nos domina a nosotros. Pero alguna vez diremos una palabra nuestra y esta va a ser nuestra libertad. Entonces es cierto, está el lenguaje que nos condiciona, el entorno sociopolítico que nos condiciona, el inconsciente, todo eso, todo lo que quieran. Pero en algún momento, a partir de algún momento, tenemos que ser responsables de nosotros mismos porque somos lo que elegimos ser. Entonces bienvenida la frase “cada hombre es lo que hace, con lo que hicieron de él”.

Texto tomado de uno de mis filósofos favoritos, José Pablo Feinmann

Éste texto viene a cuento de algo que vengo masticando desde hace varios días: un profundo cansancio por la estupidez que me rodea. No es que me considere superior a nadie ni que me crea dueño de la verdad absoluta (si tal cosa pudiera existir) ni nada por el estilo; es, simplemente, que da mucha pena, bronca, pesadez, hartazgo, hastío, aburrimiento, cansancio, enojo (y así podría seguir) ver que la gente se limita a repetir como loritos entrenados las frases huecas (en el mejor de los casos) o tergiversadas (la mayor parte de las veces) que escuchan en la T.V: o en la radio. También en internet esas frases —vestidas con los ropajes de las ideas, como si fueran una de ellas— se encuentran por doquier. Así que durante un par de días publicaré algunos ejemplos de esto más las consideraciones que me despiertan.

Por lo pronto, y como dijo Sartre (nunca está de más repetirlo): “Un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”; es decir: cada uno es responsable de sus actos, de ser lo que se es; de sus pensamientos y de sus ideas o de la carencia de ellas. Culpar de ello a alguien más no sólo es irresponsabilidad es, también, cobardía.