
Giorgio de Chirico – La incertidumbre del poeta
Octavio Paz, en el primer ensayo de su El laberinto de la soledad, se pregunta sobre la inseguridad casi genética de los mexicanos. Allí se hace algunas preguntas muy atinadas: «¿Qué somos y cómo realizaremos lo que somos?» y la más importante: «¿No sería mejor crear, obrar sobre una realidad que no se entrega al que la contempla, sino al que es capaz de sumergirse en ella?». Ésa es la pregunta clave que toda persona debería plantearse y, sobre todo, responderse de manera tajante. Hoy en día, en cambio, está de moda la idea contraria: la de sentirse nada ante la realidad que nos rodea o que creamos.
Acabo de ver Jot Down una entrevista a la escritora española Sara Mesa, quien dice: «Por escribir libros mi opinión no está más cualificada ni es mejor que la de alguien que no escribe». Ante casos como este no puedo dejar de preguntarme ¿Para qué escribe, entonces? Si su opinión es tan válida o inválida como la de cualquiera ¿Por qué debería leer sus libros? Este tipo de postura supuestamente humilde parte del error de confundir seguridad con soberbia y de olvidar que si bien lo segundo es reprochable, lo primero no lo es en lo absoluto.
Cuando uno accede al trabajo de un profesional, sea éste cual fuere, no quiere medias tintas, quiere lo mejor. Así se trate de nuestro seleccionado de fútbol, de un médico, de un político o de un artista, uno no quiere a una persona que ya parte desde el mismo inicio sintiéndose mediocre; uno quiere que su equipo gane, que su médico sea excelente, que su político sea capaz y que su escritor le entregue una buena historia. ¿Se imaginan un boxeador que se suba al ring diciendo algo así como «Bueno, yo no soy mucho mejor que cualquiera de ustedes… sólo hago lo que puedo…» ¿Quién apostaría por él? Es por eso que los boxeadores son unos bravucones irredentos: porque tienen que serlo. Luego la realidad dirá si están a la altura de sus palabras o no; y eso mismo es lo que quiero en un escritor (o un artista cualquiera, si vamos al caso). Quiero que ese escritor me dé lo mejor de sí mismo; quiero que ataque a la hoja en blanco con el convencimiento de que escribirá la mejor novela, el mejor poema, el mejor ensayo. Quiero que al tomar su pluma esté convencido de que su trabajo marcará un antes y un después en la historia de la literatura. Después la realidad marcará si merece el bronce o el olvido; eso es algo que él nunca podrá determinar y tampoco debe importarle; sólo debe hacer su trabajo con el convencimiento de que es el mejor en ello. Eso es lo respetable, incluso más que el resultado de su obra.
Por cierto, hablando de poetas y boxeadores, dejo un fragmento de Lectura, de Wislawa Szymborska, quien por algo es la mejor de todas:
Lectura
No ser un púgil, Musa, es como no ser nada.
[…]
No ser un boxeador, ser un poeta,
con una condena a poemas forzados,
y a falta de músculos mostrarle al mundo
—en el mejor de los casos— una lectura escolar en el futuro.
Oh Musa. Oh Pegaso,
ángel equino.
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