Según la información suministrada por las Naciones Unidas, el español es la segunda lengua más hablada en el planeta. La lista de las diez lenguas más habladas es la siguiente:
Es el mandarín el idioma que más practicantes tiene, pero al estar tan limitado geográfica y culturalmente, a nivel internacional es casi irrelevante. El inglés, el que muchos consideran como la lengua más hablada, se encuentra muy cerca de nuestra lengua madre en cantidad de hablantes originales; pero, para acallar nuestro infantil y chovinista orgullo, no debemos olvidar que si consideramos al español y al inglés como segundas lenguas, éste nos supera por mucho. En ese caso el inglés pasaría a ser hablado por casi 2.000 millones de personas, mientras que el español sería hablado por “tan solo” unos 500 millones.
Todos estos datos estadísticos no hacen otra cosa que poner el asunto en negro sobre blanco; es decir, no hacen nada más que indicarnos el estado de las cosas de manera práctica. Luego, la interpretación que hacemos de esos datos es cosa nuestra; lo cual, también, debemos justificar según entendamos.
En mi caso particular la lectura que hago de estos dos aspectos es hija de dos recuerdos. Por un lado recuerdo aquel ensayo de Isaac Asimov que respondía a la pregunta de cuál era el idioma indicado para ser un «idioma universal». Por supuesto, para él era el inglés y los motivos con los que justificaba esa elección eran prácticos: ya es el idioma que más se ha extendido a lo largo y ancho del planeta, no es muy complejo (puede ser aprendido con facilidad) y la mayor parte de la literatura científica está escrita o traducida a ese idioma.
Asimov tenía razón en esos puntos, pero hace ya tiempo, cuando viví en los Estados Unidos, recuerdo haber leído a un periodista —de segunda categoría con ganas de lograr algo de fama pero sin el talento para ello— quien dijo que el español era «un idioma de sirvientes» (en clara referencia, claro está, a que quienes hablan español en ese país son, en general, quienes hacen las tareas de servicio). Es entonces que digo que si bien Asimov tenía razón, no debemos olvidar que esos mismos argumentos pueden y son usados por imbéciles con menos empatía que el escritor ruso-americano y que ello hace que esas ideas se vuelvan peligrosas.
Acceder a un idioma universal es algo deseable, aun si ese idioma sea el de un país en particular. Pero ello debe hacerse sin olvidar de defender a nuestro propio idioma (el cual está siendo más que vapuleado por nosotros mismos). Una cosa no quita a la otra. Ser universales pero sin olvidar lo particular. Ser ciudadanos del mundo pero sin dejar de ser hijos de nuestra tierra, hablando con pasión la lengua que nos corresponde.