El ángulo adecuado

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Si bien todos estamos de acuerdo con Sartre cuando dice «El infierno son los otros», me atrevo a decir que deberíamos plegarnos a la idea de Italo Calvino: “Vivimos en el infierno de los vivos, pero hay un camino mejor: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno y hacerlo durar, y darle espacio”.

Ambos tienen razón, lo que cambia es la postura, la mirada, la opción de vida. La decisión final, como siempre, es nuestra.

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El cielo de Swedenborg

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Emanuel Swedenborg fue uno de esos hombres que suelen llamarse exponente de su época. Científico e inventor, vivió entre los siglos XVII y XVIII. Cierto día, Swedenborg tuvo una visita extraña: Dios le había enviado un ángel para que lo guiara en un paseo por el paraíso. El bueno de Emanuel fue, vio y al regresar comenzó a escribir sobre su experiencia. He tratado de ser breve y conciso porque quiero detenerme en un punto específico: Swedenborg descubrió que el cielo y el infierno no son sitios donde se nos premia o castiga. Según él, al morir vamos a una especie de limbo, un estado intermedio donde las almas vagan hasta que ellas eligen, libremente, dónde van a ir. El Reino de los Cielos es, para éste místico sueco, un estado del alma. La conclusión es brillante y no deja de maravillarnos: al cielo no entran los idiotas, los tontos, los que anulan su vida; y no entran porque no tienen el entendimiento ni la sabiduría para reconocer las virtudes de este lugar.

Quienes no creemos en un más allá físico podemos considerar a esta idea como una metáfora para el aquí y ahora: quien no está preparándose de manera constante para recibir las bondades del cielo, nunca podrá acceder a él. El Cielo está aquí; en una sinfonía, en un poema, en los ojos de nuestros hijos, en el abrazo de un amigo, en la piel de quien nos ama. Sí, en todo eso que los adustos caballeros de traje y corbata y en las elegantes señoras de la buena sociedad es motivo de burla y muecas de lado está el Cielo; pero, por sobre todas las cosas, es en nuestra mirada y en nuestra comprensión de esos hechos donde vamos a encontrarlo. Quien no tiene la capacidad para disfrutar el aquí y el ahora; para aceptar el abrazo que la fortuna nos pone delante a cada momento, no accede al cielo y, lo que es peor, nunca lo hará.

Gracias, entonces, por el cielo de hoy.