
Collage – Borgeano
Sigo leyendo y deleitándome con Ideas para la imaginación impura, de Jorge Wasenberg. En el capítulo veinticinco, luego de hacer algunos malabares con números y de determinar la clásica cifra de todas las partidas de ajedrez posibles, Wasenberg se adentra en el terreno literario, pero lo hace de la mano de la matemática. El resultado es maravilloso. Por un lado accedemos a un costado poco habitual de la literatura; pero en el mismo acto también accedemos a algo a lo que no estamos acostumbrados: a la belleza de la matemática. Transcribo el párrafo que llamó mi atención:
“Los poetas parecen tenerlo un poco mejor que los ajedrecistas. Un uno seguido de 415 ceros (10415) mide el número de sonetos libres distintos que se pueden llegar a componer, es decir, el número de maneras distintas que existen, en castellano, de ordenar seis palabras del total de las 85 000 de esta lengua en cada uno de los 14 versos. La inmensa mayoría de esos «sonetos» no tienen, claro, el menor sentido. Y de la inmensa minoría que sí tienen sentido, una inmensa mayoría serán malísimos. De modo que sólo una inmensa minoría, aún inmensa, de aquella minoría merece editor. Ahora bien, ni todos los seres humanos que quedan por nacer, metidos todos a genios del soneto con furia creadora de 24 horas al día, son suficientes para escribir una mínima parte del número de poemas geniales posibles, todavía no escritos. Salvados por la enormidad. Quevedo quizá no llegara a saberlo, ni falta que le hacía, pero sus sonetos ya estaban escritos en el mundo de lo realizable pero aún no realizado. Se pueden escribir 10354 918 novelas de 200 páginas a 360 palabras por página”.
Todo está ya escrito, dice Wasenberg; al menos en el mundo de lo realizable. El artista (ya no solo el escritor) sólo busca y desnuda, tal como Miguel Ángel lo hiciera con la piedra frente a él, la obra oculta.
“Crear es una ilusión, aunque sea una ilusión tenaz. Sin embargo, estamos salvados. Crear es descubrir. O digámoslo un poco mejor. Crear es descubrir, desde el mundo real, algo de mérito entre la sideral quincalla del mundo de lo solamente realizable. Duchamp quizá no llegara a caer en la cuenta, o, justamente, quizá sí, pero su idea del ready made era una propuesta sublime. Todo es, en rigor, un ready made. Incluso la idea del ready made”.
A descubrir, entonces, que con ello ya tenemos suficiente.