Ayer por la tarde murió, en Buenos Aires, la poeta Juana Bignozzi, a quien conocí, como la mayoría de los lectores argentinos y de los alrededores, a través del magnífico (y hoy desaparecido) Diario de Poesía. Fue desde allí que se todos nosotros accedimos a esa poeta casi desconocida para las masas y que hubiese merecido mejor suerte desde mucho tiempo antes. De fuertes convicciones ideológicas (a las cuales ella, de manera muy inteligente separa de la política),de temáticas bien definidas “Mis preocupaciones siempre han sido el otro, el afuera, la herencia militante y la transmisión de esa herencia», como dijo alguna vez y gustosa de crear polémicas con sus filosas declaraciones: “yo creo que Juan escribe desde hace años como un discípulo de Gelman” dijo refiriéndose al propio Juan Gelman poco antes de que éste ganara el Premio Cervantes; y desdeñosa con los que llamaba “ghettos” (“cierto feminismo, cierta poesía de izquierda sesentista y nostálgica, tampoco he sido nunca lesbiana…”) Bignozzi se fue sin dejar nada librado al azar, como cunado escribía: dejó explícitamente detallado lo que debía hacerse después de su muerte. Ante todo, pareciera aún decirnos, las cosas como deben ser: en su lugar adecuado.
En otra vida yo miraba desde la ventana de un bar…
en otra vida yo miraba desde la ventana de un bar
cómo la tormenta aplastaba las flores azules contra los cordones
contra las paredes
y por ese momento único de la juventud que dura muy poco
supe que nunca olvidaría esa escena en que nada aparecía
de lo que amaba me interesaba o temía
ni novios ni odios ni otros poetas ni revistas de opinión ni
secretarios de barrio ni amigos imbuidos de una colonizada cultura pavesiana
sólo las flores azules y la lluvia
recuerdo el nombre del pueblo la hora y esa lluvia
que nunca en las décadas que siguieron confundí con alguna otra
De «La ley tu ley» 2000