El discreto encanto de ser humano (Parte III de III)

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Una de las discusiones más fuertes que vienen dándose en este último tiempo; magnificada, también, por los alcances de la pandemia que estamos sufriendo, es el del alcance y la responsabilidad que le cabe al sistema capitalista en toda esta cuestión. Más aún, a quien se apunta es al capitalismo tardío, neoliberalismo o capitalismo salvaje (cualquiera de las tres expresiones señalan a lo mismo, sólo que alguna lo hace de manera más literal y otra lo hace de manera más permisiva), quien es el que parece no tener control ni permitir, tampoco, que nadie intente tal cosa (es decir, controlarlo. No hay más que ver lo que sucedió hace pocos días en Wall Street).

El gran «caballito de batalla» de este sistema económico-ideológico es la llamada «meritocracia», la cual vendría a sintetizar todo en un sencillo «Si tiene, es porque se lo ganó; si no tiene, es porque no ha hecho lo suficiente»; dejado de lado, por supuesto, todas aquellas variables que forman parte de la existencia humana y de la que, en líneas generales, quienes sostienen esta faceta ideológica, están exentos en un alto grado.

En mi caso, la foto con la que abro esta entrada es estupenda para plantear el asunto desde el otro ángulo, desde el otro punto de vista. Ante ella, un liberal (o capitalista tardío o un neoliberal; no creo que le gustaría que lo llame capitalista salvaje) diría algo así como: «Si a pesar de las condiciones externas, como repartidor le conviene entregar pedidos, quiere decir que elige libremente y prefiere ganar dinero a quedarse parado». Yo creo que la pregunta es la contraria: si el repartidor fuese libre, ¿elegiría entregar pedidos en plena nevada con la ciudad en ese estado? Lo que nos lleva a otra pregunta: ¿puede haber libertad si no están garantizadas las condiciones que nos permiten ser libres? ¿Qué libertad de elección existe cuando la decisión está subordinada a la necesidad?

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Ojalá fuese yo el polvo del camino

 

Fernando Pessoa

Suele sucederme a menudo que escribir una entrada hace que aparezca enseguida una segunda entrada relacionada. Una idea lleva a la otra, dicen, y la verdad es que es una fortuna poder enlazar temas, autores, referencias. A ello ayudan mucho ustedes también a través de los comentarios, los cuales a veces despiertan alguna reflexión que luego puede trasladarse a una entrada propia y así seguir realimentándose en ese diálogo permanente que tenemos. Otras veces los comentarios son directamente el material de la entrada y, en ese sentido, estoy más que agradecido por el tiempo que se toman en compartir sus pensamientos con todos los que aquí estamos o pasamos.

Esta entrada de hoy, entonces, es una de ellas; una entrada hija de otra, en este caso, la de ayer, en la que compartí una cita de Gilles Deleuze sobre la necesidad o posibilidad de ser libres. Luego de subirla y dejarla programada, recordé un poema de Fernando Pessoa que leí por primera vez en una antología muy famosa en el Río de la Plata titulada, simplemente La mejor poesía, la cual fue compilada por un librero llamado Homero Alsina Thevenet.

El poema lleva el simple título de Poema XVIII; pero se lo conoce por su primer verso el cual es, también, el que titula esta entrada. Fue publicado por uno de los heterónimos de Pessoa, Alberto Caeiro y pertenece a su libro O Guardador de Rebanhos. Helo aquí:

 

Poema XVIII

Ojalá fuese yo el polvo del camino

Y los pies de los pobres me pisaran…

Ojalá fuese yo los ríos que corren

Y hubiese lavanderas en mi orilla…

Ojalá fuese yo los sauces de la margen del río

Y tuviese sólo el cielo encima y el agua debajo…

Ojalá fuese yo el burro del molinero

Y él me golpease y me estimase…

Antes eso que ser el que atraviesa la vida

Mirando atrás y sintiendo pena.

 

Este poema, entonces, cierra la cita de Deleuze. Ser libre implica una acción consciente, ya que nadie puede serlo por interpósita persona ni nadie puede serlo a través de los actos de otros. Ser libre es, en síntesis, querer ser el polvo del camino, antes que la nada que se es al no valorar la vida.

Libertad condicionada

Arbeit Macht Frei

Dice Primo Levi, en Si esto es un hombre: «»Arbeit Macht Frei”, esto es, “El trabajo nos hace libres”, eran las palabras que se leían sobre la puerta de acceso al Lager de Auschwitz. A lo que parece, debería haber sonado más o menos así: “El trabajo es humillación y sufrimiento, y no nos corresponde hacerlo a nosotros, Herrenvolk, pueblo de señores y de héroes, sino a ustedes, enemigos del Tercer Reich. La libertad que les espera es la muerte”. “(…) pese a algunas apariencias en sentido contrario, el desconocimiento, el menosprecio del valor moral del trabajo era y es consustancial al mito fascista en todas sus formas. Bajo todo militarismo, colonialismo, corporativismo, encontramos la voluntad precisa, por parte de una clase, de aprovecharse del trabajo ajeno y de negarle, al mismo tiempo, todo valor humano”.

Como siempre, en la literatura encontramos todo aquello que necesitamos para entender el pasado, el presente y, hasta cierto punto, también al futuro. En este fragmento de Primo Levi uno encuentra ecos de la división del trabajo creada por los poderosos de siempre en beneficio de unos y de otros; es decir, de ellos y de los demás. Desde aquel poema de Brecht que comienza diciendo «¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas? / En los libros se mencionan los nombres de los reyes. / ¿Acaso los reyes acarrearon las piedras?»; hasta la publicidad de una escuela de inglés online cuyo acento está puesto en la idea de que quien sabe inglés consigue mejores trabajos (y que ha extendido esa idea a su recién abierta escuela junior —»Está probado que los niños que saben inglés consiguen mejores empleos»—), el fascismo del neoliberalismo ya ni siquiera se esconde detrás de unos buenos deseos o de una máscara de bondad. Ya no lo necesita. Sabe que las personas necesitan cosas, muchas cosas, y que harán lo que sea indispensable para conseguirlas, hasta dejar la vida en ello, incluso.

Uno mira alrededor y se sorprende de que esa frase en alemán «Arbeit Macht Frei» no se encuentre impresa en la entrada de cada fábrica y de cada oficina.

De ninguna manera

René Magritte - La Corde Sensible

René Magritte – La Corde Sensible

«Cuando no ando en las nubes, ando como perdido», dijo alguna vez Antonio Porchia; y uno se suma al aforismo con la conciencia que brinda la experiencia más pura y sencilla. Andar en el mundo de los hombres de negocios, en los siempre renovados e iguales chismes vecinales, en la dirigida publicidad, en la reiterativa televisión, en la pasión dominguera del fútbol, en todo eso que tan bien han preparado para nosotros, cansa. Por eso escaparse o dejarse ir a las nubes, despegar los pies del suelo trivial al que nos atan es más una necesidad que un placer, aunque luego éste último tome el lugar del primero y se haga dueño y señor de una nueva y maravillosa costumbre. Otro que sabía algo del tema era Hermann Hesse, quien también nos regala un impecable argumento: «Un hombre que tiene noción de los cielos y abismos de la naturaleza humana, no debería vivir en un mundo en el que dominan el common sense, la democracia y la educación burguesa».

Crear una nueva ciencia.

Free

«Yo soy mi libertad, apenas me habías creado cuando deje de pertenecerte. La naturaleza dio un salto atrás, pero para mí los años no pasaban, me sentía muy solo en medio de tu mundo bien intencionado, como un hombre que perdió su sombra. En el cielo no quedaba nada, ni bueno, ni malo, ni nadie que me diera ordenes, pues yo soy un hombre y cada hombre debe hacer su propio rumbo, tu no puedes castigarme, ni reprenderme, por eso te doy miedo»

Jean Paul Sartre. Las moscas.

La libertad de Orestes (el personaje de Las moscas que expone lo citado más arriba) define su postura existencialista, como también lo hacen los sentimientos de arrepentimiento o de angustia. El hombre nace y pronto se ve abocado a situaciones problemáticas y absurdas, de las que sale mejor o peor parado, pero con experiencia. La misma existencia es un poder ser y por eso es incertidumbre, riesgo, decisión. Por ello es necesaria una ciencia que aclare el enigma del fundamento del existir. Me parece que ésa sería una hermosa tarea: crear una ciencia que aclare el enigma del fundamento del existir. ¿Será posible llevar adelante tal tarea? ¿Cuál sería el primer paso que debería darse? Se me ocurre alguno; pero sería demasiado nihilista y no creo que vaya a ser aceptado. Si alguno tiene una idea que me pueda servir de punto de partida, pues a compartir, que el tema es de los mejores.

Ocupar el presente

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A raíz de algunos comentarios sobre el post La conquista de la felicidad (en el cual transcribí un texto de Bertrand Russell) por éste y otros medios, me he dado cuenta de que son varias las personas que han cambiado o están en medio del cambio o están planeando cambiar siguiendo este rumbo: el de encontrar la felicidad en otro ámbito que no sea el que nos han venido metiendo en la cabeza desde el primer llanto; es decir, el de las compras compulsivas, el del deber por sobre el placer, el de la constante búsqueda de novedades y, sobre todo, el de las posesiones (ya sean objetos, dinero, mascotas o personas). Muchos nos hemos dado cuenta de que aquella expresión que jugaba en el límite de la contradicción o de la paradoja y que comenzó a usarse en la decoración, en la gastronomía y en el arte y que decía menos es más podía ser muy útil para ser aplicada en nuestra vida diaria. Hace un tiempo escribí un post titulado Despojarse de todo y, al menos hasta hoy, continúo en la misma brecha, en el mismo camino y no es sólo un capricho sino que cada vez estoy más convencido de sus beneficios. Me falta tan solo un paso pequeño y creo que voy a lograr llegar a la mínima expresión. Como todos los que por aquí pasan saben, mi pasión son los libros, así que en cuanto pueda comprar mi e-reader, todo lo que necesito cabrá, al fin, en una mochila. Ésa idea es la que más me ilusiona e impulsa: saber que todo mi hogar pueda caber en una mochila y que nada me atará ni aquí ni allá ni en lado alguno me parece la síntesis perfecta.

Alguno podrá decir, como lo dijeron aquella vez, que hay mucho de postura en esto; pero puedo asegurarles, honestamente, que nada está más alejado de la verdad. Llevar adelante esta idea implica, en muy poco tiempo, entrar en un círculo virtuoso, en un círculo de ganancia inmediata. Por ejemplo: hay muchas menos preocupaciones y mucho más tiempo libre y, en consecuencia, más tiempo para uno mismo; para el ocio creativo o para el ocio contemplativo; es decir, simplemente, para ocupar el presente.

Wanderlust.

Wanderlust: El deseo de viajar, para comprender la propia existencia.

Es un punto. A veces una línea. A veces es… No importa; la imagen puede ser cualquiera, lo mismo da. Lo que quiero decir es que hay un momento en que uno se pregunta, al fin (aunque hay personas que no se lo preguntan nunca): ¿Qué? ¿Cuánto? ¿Para qué? Sí, esa pregunta que vemos a veces en una película o leemos en una novela o en un tratado de filosofía: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Esto va a ser todo, desde aquí hasta el final?

Desde hace un tiempo -no muy largo, para ser sinceros- me estoy preguntando esto, una y otra vez. Claro, las circunstancias me lo permiten. Por primera vez a lo largo de mi mediana/larga vida (todo depende de quién sea el observador o de cual sea mi estado de ánimo) me encuentro en una posición en la que no debo rendirle cuentas a nadie. Por primera vez puedo decidir sin la carga de unas obligaciones que me empujaban a callar cuando no quería hacerlo, a seguir la órdenes impartidas aún cuando fueran inútiles o injustas. Entonces vuelvo a preguntarme ¿Qué es lo que quiero? Y me respondo: Lo que quiero es esto:

Lo que quiero es esto:

Lo que quiero es esto:

Bueno. ¿Entonces cuál es el problema? Supongo que demasiados años de «ponte derecho y no contestes», «Oye que hay que pagar la renta», «Necesito esto y aquello para la escuela» o «Necesitamos una nueva lavadora». Demasiados años de «Usted es un buen empleado y la empresa lo valora» o los consejos de los conservadores familiares «Mira, que como está la cosa, por lo menos tienes un sueldo asegurado». Y mejor no hablar de los compañeros de trabajo. Me miran como si estuviese maldiciendo al mismísimo gerente en la cara y a todos los clientes también, por si no les quedara claro. Creen que esas son cosas de adolescentes.

Por lo pronto les tengo preparada una sorpresa que aún no se lo dije a nadie: el viernes renuncié a mi puesto de trabajo. Y me sentí más liberado que nunca. Trabajaré hasta el 31 de este mes para que puedan conseguirme un reemplazo. No me darán de baja, sino  que firmamos un acuerdo por un año de licencia «por problemas familiares» porque, según sus palabras soy «…un buen empleado y queremos que sepa que siempre tendrá su puesto con nosotros. Dentro de un año, si lo necesita, renovamos la licencia por otro año más, usted no se haga ningún problema». Pero lo cual significa algo así como «Usted es un tipo que no nos trae problemas, no falta, no llega tarde y los clientes están conformes y eso es lo que realmente nos importa«.

Bien, el primer paso ya está dado.

Wanderlust, wanderlust… cada vez que la pronuncio me parece más bonita.

Y también, porque sí, porque es una de esas voces que no se olvidan y porque amo esta canción hoy más que nunca: