El arte de la conversación

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arte de conversación

 

¿Qué reglas subyacen a la conversación natural? En una conferencia en Harvard en 1967, el filósofo británico H.P. Grice se propuso especificarlos usando un enfoque matemático, como lo había hecho Euclides en geometría plana. Primero, dijo, los participantes en una conversación siguen un Principio de Cooperación: Hacen su contribución a la conversación tal como se requiere, lo hacen en la etapa en que se produce, y por el propósito o la dirección aceptada del intercambio de conversación en el que se está involucrado. Para hacer esto más sencillo, derivó principios más específicos bajo cuatro encabezados:

Cantidad:

Haga su contribución tan informativa como se requiera.

No haga su contribución más informativa de lo que se requiere.

Calidad:

Trate de que su contribución sea verdadera.

No digas lo que crees que es falso.

No hable de aquello para lo que te faltan evidencias adecuadas.

Relación:

Sea relevante.

Manera:

Sea perspicuo.

Evite la oscuridad de la expresión.

Evite la ambigüedad.

Sea breve.

Sea ordenado.

Si observamos bien, todas estas formas son útiles, pero no son axiomas (es decir, no se prueban por sí mismos). «Es posible entablar una conversación genuina y significativa y, sin embargo, no observar una o más de las máximas que Grice enumeró», escribe el matemático de Stanford Keith Devlin. «Las máximas parecen más una cuestión de obligación de algún tipo». En palabras de Grice, «Me gustaría poder pensar en el tipo estándar de práctica conversacional no solo como algo que todos o la mayoría de hecho siguen, sino como algo que es razonable que sigamos, que no debemos abandonar». (Tomado de Keith Devlin, “¿Qué contará como matemáticas en el año 2100?”).

Más allá de si podemos considerar a la normativa de Grice como axiomática o no (y tal vez sin la necesidad de irnos a los extremos), debemos reconocer que aprender a mantener un diálogo dentro de ciertos límites de lógica y buen gusto (entendiéndose como «buen gusto» no sólo a una forma bella de expresión sino, también, a un orden en la exposición del pensamiento) sería algo más que útil. ¿Cuántas veces hemos asistido a debates interminables sólo porque una de las partes no habla, por así, decirlo, la misma lengua que la otra? A veces el orden no es una imposición jerárquica, sino una necesidad imperativa.

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La paradoja nuestra de cada día

 

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A veces, sobre todo cuando me encuentro debatiendo o charlando con amigos, me encuentro en aprietos porque suelo contradecirme en algunos puntos. Más que evitar estas contradicciones, lo que me cuesta es hacerles entender que lo paradójico también es, en ciertos casos, válido. El pensamiento occidental, desde que Aristóteles fijara el rumbo con el conocido «Lo que es, es; y lo que no es, no es» parece imposibilitado de pensar por fuera de términos fijos. Así que para nosotros las cosas «son» o «no son» y no puede ser de otro modo. Pero quienes se ha adentrado un poco en las filosofías orientales han podido ver en acto lo más natural de la esencia humana. El mismo Libro del Tao nos lo dice en la primera línea: «El Tao que puede ser nombrado no es el verdadero Tao». Es decir, uno de los principales textos filosóficos orientales comienza, nada menos, que con una paradoja. De allí a que se abra toda una nueva forma de pensamiento, no hay más que un paso.

Veamos un ejemplo de pensamiento lógico occidental, tomado de Word Ways, de David Silverman:

«¿Es cierta la antigua máxima acerca de que existe una excepción a cada regla? Bueno, no hay duda de que todos podemos pensar en reglas que parecen no tener excepciones, pero dado que las apariencias engañan, tal vez la vieja máxima sea cierta. Por otro lado, la máxima es en sí misma una regla, por lo que si asumimos que es verdadera, tiene una excepción, lo que equivaldría a decir que hay alguna regla que no tiene excepción. Entonces, si la máxima es verdadera, es falsa. Eso lo hace falso. Por lo tanto, conocemos al menos una regla que definitivamente tiene una excepción, a saber, ‘Existe una excepción para cada regla’, y, aunque no la hemos identificado, sabemos que hay al menos una regla que no tiene excepciones».

 

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Por otra parte, Raymond Smullyan solía enviar correos electrónicos a amigos que decían: «Por favor, ignore este mensaje». (Raymond Smullyan es, para mí, un caso particular. Es un autor que me parece fascinante pero del cual todavía no he podido terminar un libro. Tengo tres de problemas lógicos dando vueltas desde hace más de diez años y cada vez que los tomo llega un momento en que mi ignorancia no me permite avanzar más. De todos modos, en cada intento llego un poco más lejos, así que tengo la esperanza de que antes de irme de este mundo pueda al fin llegar al final de, al menos, uno de ellos. Smullyan es, por cierto —y por esto digo que es por demás particular— un ferviente taoísta y otro de sus libros, The Tao Is Silent, me acompaña donde vaya).

Por último, una cita del maestro, quien antes de que se le señalara la paradoja, lo aclaró él mismo: «No me gustan los escritores que hacen afirmaciones radicales todo el tiempo. Por supuesto, podría argumentar que lo que estoy diciendo es una afirmación radical, ¿no?» Jorge Luis Borges, citado en Floyd Merrell, Pensamiento sin pensar, 1991.

 

 

Nota al margen: Por tiempo indeterminado estaré sin conexión a internet, así que responderé a sus comentarios en cuanto pueda. Dejaré varias entradas programadas, así que éstas se subirán aunque no esté aquí. Pasaré a visitarlos en cuanto me sea posible.

Los límites de nuestra ignorancia.

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«Dios es el horizonte de sucesos de nuestra ignorancia. Cuando una persona creyente se encuentra frente a una pregunta sin respuesta, enseguida -sin detenerse a pensar siquiera- recurre a Dios en cualquiera de sus formas: como causa primera (¿Quien hizo todo?) o como salvavidas apto para cualquier situación (Los caminos de Dios son misteriosos; Sólo dios lo sabe, etc.). Si, entonces, Dios es el límite de nuestra ignorancia, el conocimiento es el que reduce los límites de la idea de un ser metafísico hasta hacerla desaparecer. Por supuesto, no es necesario que la relación entre uno y otro aspecto de la ecuación se establezca en relación directa, no. Del mismo modo en que no es necesario haber comprobado empíricamente que Plutón tarda algo mas de doscientos años en dar una vuelta alrededor del sol sino que esto se sabe con el auxilio de la matemática y de la física, también es más que suficiente el haber probado que el concepto de dios esta sujeto a modificaciones (a mayor grado de conocimiento, menor la necesidad del concepto divino; a menor grado de conocimiento, mayor la presencia de ese concepto) y, como el concepto de Dios, por su misma esencia, no puede estar sujeto a modificación alguna, de ello se deduce que ese concepto debe ser, entonces, falso.»

Leroy Earnest Corwin «Un hombre de principios».

Religión o muerte

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«Argentina por la vida» 

«Patria es la extensión del amor al prójimo»

«Religión o muerte»

Se aceptan explicaciones lógicas. Como no voy a recibir ninguna, mejor les propongo un juego: explicaciones (cualesquiera sean) o nuevos slogans para futuras campañas o banderas.

No se coman las comas

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«El año 2000 nos encontrará unidos o dominados» Dijo el General Perón hace ya una cuantas décadas; y más allá de las simpatías o antipatías que el personaje en cuestión despierta, hay que reconocer que algo de razón tenía.

Como bien se sabe, hay formas y formas del dominio; los dos extremos podrían representarse, uno, con la guerra; el otro, con la publicidad. Al primero no queda otra opción que enfrentarlo con las mismas armas; en cambio, frente al segundo, estamos totalmente desarmados. Hasta tal punto esto es así que muchas veces somos nosotros mismos quienes adoptamos ideas o costumbres foráneas creyéndolas mejores sólo por ése hecho.

Hoy, en el trabajo, entre otros papeles, encuentro dos facturas. Leo: «Total a pagar: 18478.44». La otra dice: «Total a pagar: 101731.74». De manera inevitable, traduzco: «18.478,44» y «101.731,74» Y me pregunto: ¿De dónde salió la peregrina idea de reemplazar la clásica coma (la cual siempre indicó una fracción) por un punto? Pues de dónde va a ser. De los EE.UU. ¿Y quitar el punto que indicaba las unidades de mil o sus múltiplos? Bueno, los norteamericanos usan para ello, precisamente, la coma (siempre haciendo las cosas al revés) pero acá el cerebro no les da para tanto, así que, sencillamente, no ponen nada y que se las arregle el contribuyente o el lector.

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No soy de los que se quejan de todo lo extranjero; por el contrario: si algo se hace bien, tomemos nota de ello y adaptémoslo a nuestra forma de vivir o de actuar ¿Pero copiar lo malo? ¿En qué cabeza cabe tomar tal decisión? Los norteamericanos desconocen el número 1.000.000.000, el cual para todo el mundo es lo que es: mil millones. Para ellos ése número es un billón (creo que al billón lo llaman trillón, pero no estoy muy seguro de ello y no pienso averigüarlo). 

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Nuestros sistemas de medidas y pesos son prácticos, sencillos, (casi) universales y elegantes; los de ellos son confusos y complejos. ¿Por qué copiarlos entonces? No se me ocurre otra explicación: estamos tan dominados intelectualmente que ya no sólo aceptamos, sino que adquirimos malos hábitos simplemente porque vienen de afuera y, como se sabe, lo de afuera siempre es mejor.

Actualización: Son las seis de la mañana. Llego al trabajo y, como tengo programada una cena para esta noche, miro el pronóstico del tiempo (es un verano atípico, con lluvias cada cuatro días). Y me encuentro con que, para el lunes 21, no sólo tenemos el pronóstico del tiempo sino, también, se destaca el Martin Luther King Jr. Day. ¿Qué diablos hace esa fecha —feriado laboral en los EE.UU.— destacada en el pronóstico del clima de una ciudad de Argentina? No, si vamos de mal en peor…

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